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XIX.


No voy a mentir. Estoy muy nerviosa. No solo porque es la primera cita del bebé a la que tanto Dante como yo iremos como una pareja oficial.

Sino porque también en la primera de él y aún no sé como reaccionará, si dirá algo, si hará una tonelada de preguntas como es costumbre con algunos padres o si será tan desentendido como algunos de ellos también.

Y la verdad es que no sé cuál de ellas esperar o desear.

Por ello hago mi día lo más normal que pueda hasta que es la hora de pasar por Dante. Le he dicho la noche anterior que pasaría yo por él y luego nos iríamos juntos en su auto a la cita, a pesar de que ha querido, suplicado y casi llorado porque me quedé con él a pasar todo el día en cama.

Y por muy tentador que eso suene, ambos tenemos deberes que no pueden esperarnos más para ser atendidos. Pero no ha sido nada fácil para mí hacerle entender que todo estaba bien conmigo, sobre todo cuando por fin ha cedido en llevarme a casa para que pueda estar lo más cómoda posible y libre del estrés que él cree que él mismo ha llegado a provocarme.

Le he dicho que no es así, hasta el cansancio casi...

Pero tal parece que en eso no voy a ganar, por lo que una vez en la consulta de la ginecóloga pienso contraatacar con todo para que dejé de preocuparse.

Además pienso que también será bueno para que yo dejé de preocuparme.

Estoy yendo en un taxi amarrillo, común y corriente hasta las oficinas de la torre Hamilton. Impaciente y muriéndome internamente de nervios.

Bajé del auto, abrí las puertas dobles de cristal y luego me dirijo al ascensor.

Nadie me dice nada mientras hago mi recorrido hasta el piso de Dante, y aunque él no me lo ha dicho, el ver las caras de mis antiguos compañeros de trabajo de asombro me dice todo lo que seguramente él les ha dicho sobre mí.

Quizás solo que soy suya, o quizás han visto el periódico del día de la gala donde nos han tomado un par de fotografías y donde en el pie de la fotografía menciona "El implacable y afamado empresario Dante Jonathan Hamilton y su novia la Señorita Susana Ávila".

Sin duda alguna puede ser una cosa u otra.

Sin embargo no tengo ganas de quedarme en el piso del recibidor y hacerle la plática a alguna de las chicas de recepción o a alguno de los guardias de siempre que custodian la entrada celosamente impidiendo que cualquier persona indeseable que se quiera pasar de listo y subir hasta los pisos superiores para averiguar lo que dicen.

Las puertas se abren y soy recibida por mi vieja amiga Camila, ella no dice nada, se mantiene serena del otro lado de su recepción.

—Hola Camila.

—Señorita Ávila que placer que nos haga participe de su presencia aquí.

Me gire justo a tiempo para ver a la otra chica que ahora ocupa el lugar que antes ocupaba yo misma cuando trabajaba en ese lugar. Ella me ve y viene hacía mí desesperadamente.

Sin embargo es frenada por Camila que con una sola tos fingida le deja muy en claro que no sé me debe molestar con preguntas estúpidas e innecesarias.

—Sara no te atrevas a molestarla.

La chica se encoge y se queda petrificada ante la mirada acusadora de Camila.

—Tranquila —le digo a la chica para ayudarla— sé que no tengo cita y que seguramente tienes instrucciones de ayudarme a sentirme cómoda mientras lo espero, pero no es necesario. No necesito nada, estoy bien, —señalé una sala detrás de mí— ahí me sentaré hasta que pueda pasar, solo avísale que he llegado y que tenemos cita en media hora.

—Por supuesto, Señorita Ávila.

La chica me sonrió y con eso sé que la conversación con ella ha terminado, por lo que me giro y camino hacía la sala para sentarme a esperar.

No pasan ni dos minutos cuando una curiosa Camila viene y se sienta a mi lado, sin decir nada.

Tenía la vista en mi teléfono, sin embargo aún podía sentir su mirada inspeccionando cada uno de mis movimientos.

Por lo que inevitablemente me resigno y suelto todo el aire que llevó dentro de mis pulmones tan nerviosos como yo, luego aparto mi teléfono metiéndolo en un lado de mi bolsa de mano para prestarle toda mi atención a la curiosidad siendo persona.

—¿Sí...? Camila... —Espero por su respuesta callada y bien sentada en el sillón de cuero falso de color blanco.

—Es cierto que van a casarse entonces. —Dice dándole una rápida mirada al anillo de diamantes posicionado en mi mano izquierda ahora.

—Sí, lo es.

Ella no dice nada, solo me mira.

—Bien, porque él merece ser feliz.

—¿Aunque su felicidad sea yo? —Pregunté con miedo.

—Él solo puede ser feliz sí es contigo Susana.

Ella no dice nada más, pero se aleja dándome una leve sonrisa.

Y antes de que pueda tener oportunidad de devolvérsela está de nuevo detrás de su recibidor sin decir nada, aún con su rostro.

Quiero decir algo más pero la chica que es la asistente de Dante está de nuevo sobre mí para decirme que puedo entrar en la oficina.

Así que camino hacia allí, de manera lenta y esperando que al pasar por el escritorio de mi vieja amiga ella levante aunque sea la cabeza para decirme adiós o darme una de sus ya conocidas sonrisas cálidas.

Pero no lo hace.

Entré en la oficina de Dante para encontrarme un cuadro poco conocido de él en su vida.

A él con su madre.

Estaban sometidos en una intensa y acalorada discusión que en el momento de entrar cesaron sin decir nada más con sus bocas, pero aunque no salía ni un solo sonido, sus miradas estaban entrelazadas y dirigidas sin remedio hacía el otro.

Decían en voz baja para los demás que pudieran estar escuchando o viendo "basta, para, esto no se discute frente a nadie más" con esas miradas en específico.

Y aunque debía de guardar la compostura por el bien de su madre y de su prometida, Dante casi se olvida por segundo de eso al ver a la chica de sus sueños entrar por las puertas dobles de madera que daban hacía el infierno que ahora mismo era su oficina.

Por suerte para él, fue su madre que con solo una mirada corta le recordó lo que la compostura era para un Hamilton.

Todo.

—Madre, está es... —Dijo el hombre viéndose pequeño en comparación a la Señora Hamilton.

Pero ella no le dejó terminar, porque con un suave movimiento de mano le cayó.

—Pero por supuesto que sé quién es ella, sino es más que la que ha hecho que le des la espalda a los tuyos, a tu sangre y raíces, a tus principios y todo ¿Por qué? ¡Por un buen acostón! Te daba más crédito, te hacía más inteligente hijo mío. Pero como siempre consigues decepcionarnos a tu padre y a mí al final del día. —Susana no se esperaba dicha ofensa, por lo cual lo único que pudo hacer es quedarse muy quieta, en estado de shock a esperar que esto fuera una de sus absurdas pesadillas o a que Dante como siempre la salvará— Es por ella. —Dijo la mujer señalándola con el dedo— Por está zorra caza fortunas, rompe hogares, que piensas darle la espalda a todo lo que tu padre y yo te hemos dado con tanto trabajo....

La mujer me toma del brazo y grita fuerte y claro.

—Escúchame bien niña, tú nunca serás una Hamilton.

Susana no podía creer lo que acaba de pasar, estaba con la boca abierta y Dante también ante las crueles palabras de la actual matriarca de la familia Hamilton.

Nada que ver con la impresión que Dante creía que ella le había dado tan diferente con la que presentaba ahora ante los ojos de los enamorados.

Por aquello, Susana sé prometió que nunca jamás volvería a dudar de sus instintos.

Si ella decía que le había caído mal alguien, si ella pensaba que algo no estaba bien, se escucharía primero ante todo y todos.

De ahora en adelante.


***


Después de aquel encuentro desafortunado ante su futura suegra, Susana y Dante no dijeron mucho. Solo subieron al auto y él condujo hasta donde ella le dijo.

Pararon, él abrió la puerta del co piloto para ella sin decir nada.

Pero al ayudarla a bajar del auto apretó levemente su mano para recordarle a su mujer que a pesar de todo seguía ahí a su lado, con ella, para siempre.

Susana por otro lado no estaba tan segura de que eso fuera lo que estuviera pasando realmente, ella creía sin dudarlo que un día de estos se levantaría sola en su cama, y él se habría ido como ella lo había hecho antes.

Pero sin duda alguna de lo que estaba más que segura Susana es que ahora ya no sé sentía nerviosa por la consulta.

La cual pasó ante sus ojos y los de él como si nada.

Casi como en cámara rápida.

Escuchando y asintiendo en todo lo que la familiar mujer decía, y que era para Susana y al mismo tiempo ajena para Dante.

Hasta que llegó el momento de mirar en el monitor.

—Sentirás algo frío el gel, pero es normal.

La mujer le había dicho antes que se colocará una bata de color azul celeste de hospital, genérica y sin chiste y que debía hacerlo sola dentro de otra habitación conjunta a la de su consultorio.

Por primera vez desde que empezó todo este enredo con Dante o si prefieres denominarlo "relación" que es como ella ya no lo llamaba más ni siquiera en voz alta y mucho menos entre sus propios pensamientos, ella quiso hacerlo sola.

Y lo quiso hacer sola hasta que la especialista les indicó en el monitor el sonido del corazón de su hijo.

Y entonces todo se volvió demasiado real.

—Y ahí está su corazón —la mujer técnico señalo una pequeña bolita amorfa dentro de otra y dijo que eso era el bebé de ahora ocho semanas de gestación— late fuerte y sano como el de su madre.

La mujer no dijo nada más, porque no tuvo tiempo.

Porque por lo que a Susana respecta ella habría podido decir el sexo del bebé u algún otro detalle y para ella hubiera sido imposible escucharle porque pronto Susana estuvo sumida en una profunda tristeza.

La angustia y el miedo se abrieron paso hacía su pecho y de la nada estaba llena de lágrimas que bajaban desesperadas por sus mejillas y sollozos molestos que no dejaban de salir de su boca.

—Los dejare solos —y la mujer salió de la habitación casi como si estuviera emprendiendo la huida del lugar de la matanza antes de que vinieran a echarle toda la culpa a ella.

Susana se cubrió el vientre sin limpiar el gel azuloso que le habían puesto y luego se hizo un ovillo dentro de la camilla donde le indicaron minutos atrás que subiera para revisarle.

Dante por su parte no sabía qué hacer, podía tomarla entre sus brazos y consolarla como siempre.

Pero si no era lo que ella quería, caería de nuevo en algo que pudiera causarle estrés y molestarla.

Y lo que él menos quería era que ella fuera infeliz, menos por su culpa.

Y debía de enfrentarlo, esto era su culpa y de su familia de nuevo que se metía donde no debía siempre, arruinando y quemándolo todo a su paso como si se tratara de un gran incendio o de un titán que solo sirve para eso, destruir.

Por eso estuvo agradecido cuando su mujer fue la que está vez le pidió ir con ella.

—¿Cómo vamos a ser capaces de traer a un nuevo ser al mundo sino podemos vivir con nuestros presentes ahora mismo? —Dijo ella, entre lágrimas, se acercó a su prometido y sin mirarle le besó en todas partes que tuviera a su alcance para hacerle saber que lo que había pasado antes no significaba nada en su desastre de relación.

Todavía eran ellos dos juntos contra el mundo.

Y si tenía que ser de esta manera, ir en contra de su familia y de lo que debe ser, lo haría por él.

Y junto a él.

—No lo sé mi amor, pero si tú quieres, yo quiero intentarlo.

—Por supuesto que eso quiero, es solo que... —Me callé.

—Abruma, lo sé. —Me completa.

—Y desespera que cada que avanzamos en algo, también retrocedemos en algo.

¿Será que alguna vez el universo nos dejará en paz?

—Lo sé, pero recuerda esto. Este es nuestro santuario y mientras tú estés conmigo, estás a salvo, aún de ellos. —Dante atrajo a su mujer hacía su cuerpo— haré lo que tenga que hacer para proteger a mi familia.

Hicimos todo el camino a casa sin decir una sola palabra.

Dante llevaba una mano en el volante y la otra descansaba entre las mías y yo, entre las mías llevaba la primera ecografía del bebé. Después que los dos nos tranquilizamos un poco fuimos capaces de pedirla.

Y de llevarla cerca de nosotros en todo el camino a casa.

Por ello cuando llegamos hasta su departamento donde Aura y Helena ya nos estaban esperando para recibir las buenas nuevas nos determinamos antes de subir por elevador, ahí en el estacionamiento de su edificio, a que sacaríamos de este día lo mejor que nos había pasado.

Y eso era haber visto por primera vez a nuestro hijo juntos.

—Mi amor, somos Tú, Yo y Nosotros para siempre.

—Por encima de todo y todos —le dije juntando mis labios con los suyos.

Cuando subimos hasta el piso de Dante unos minutos más tarde ya todo era alegría y sonrisas.



Sigue leyendo...


Que se pone mejor...

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