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IV.


Cada vez que tus labios toquen otros (labios),

Quiero que me sientas.

Quiero me sientas.

Cada vez que bailes con alguien,

Quiero que me sientas.

Quiero me sientas.

La canción de Selena Gomez se reproducía una y otra vez al día siguiente proviniendo de las bocinas internas de mi computadora personal mientras yo esperaba desesperada, comiéndome las pocas uñas que tenía normalmente y jugando con mis pies que tocaban el suelo y luego se despegaban de él, una y otra vez.

Volviendo a todo el que entrará en mi oficina loco. Y hasta a mí, no tengo por qué negar lo obvio. Pero es que le había pedido a Abel que viniera a mi oficina a la brevedad posible hacía ya doce minutos.

Sí, los conté.

Así de nerviosa y ansiosa estaba cuando por fin entro a mi oficina.

—¿Me buscabas? —dice el hombre sonriendo de oreja a oreja.

Esa actitud me molesta, quizás él no lo hace para molestarme, pero me molesta. Eso es todo.

—Sí, ¿dónde demonios estabas? Pedí por ti hace... —miré mi reloj de mano para comprobar el tiempo que dentro mi cabeza aún seguía contando y seguiría así mientras él no me diera la información que necesitaba saber— más de quince minutos.

—Wow, wow, vamos a calmarnos un poco. —Abel levanto ambas manos en el aire a la altura de su pecho, en señal de rendición.

Apreté la mandíbula antes sus palabras, ¿a caso me estaba tratando de loca?

—¿Me estás diciendo loca?

—No, claro que no, sé de sobra que a ninguna mujer le gustan que le digan eso en primer lugar —Abel sigue con ambas manos en el aire.

Y eso hace que yo vea lo loca que me estoy poniendo.

O viendo.

Me relajo y abro la boca para darle una disculpa rápida.

—Lo siento, yo no quise, en serio no quise... —la garganta se me cierra y quiero llorar, siento a mi labio inferior temblar un poco. Abel está frente a mí ahora dándome una sonrisa lastimosa, lo cual no hace más que hacer que me sienta peor.

—No, no tranquila, no hay necesidad de llorar —me pasa un pañuelo que ha sacado desde el bolsillo izquierdo de su saco de imitación de diseñador, de nuevo.

—Yo... no sé qué decir. —Confieso, ya entre lágrimas.

—Está bien, lo siento, esto ha sido mi culpa —me limpio las lágrimas y respiro un par de bocanadas de aire antes de pensar en hablar, pero en mi lugar toma la dirección de la conversación Abel, lo cual agradezco profundamente— para la próxima no me tardaré tanto en venir a tu oficina.

Me rió, porque estoy segura que no es por eso que he llorado.

Estúpidas hormonas de embarazada.

Y si no me crees, ayer en la noche lloré en casa como una magdalena porque estaba preparando hot-dogs para cenar y se había acabado la mayonesa.

Y como en esa vez, había sido salvada por un amigo, de nuevo. Me estaba comenzando a sentir mal esto de ser salvada y ayudada por todo el mundo a mí alrededor.

Tenía que dejar de sentirme tan mal conmigo misma o jamás lograría terminar este embarazo en una sola pieza.

—¿Y para qué querías verme?

—Te sonará extraño, pero anoche creí ver a alguien hablando contigo y me resultó aún más extraño darme cuenta de que esa persona, es nuestro principal competidor.

—No, lo que creo que te resulto extraño es que Dante Hamilton no pidiera hablar contigo, en lugar de conmigo.

—¿Qué? ¡Por supuesto que no! —Y fue ahí cuando puse mi primera barrera de protección como mecanismo de defensa.

—Mira ambos sabemos que hay más que no sabemos del otro, así porque no tomamos este momento para ser sinceros el uno con el otro —Abel me mira y no dice nada más, por lo que yo lo tomó como una señal para seguir hablando, pero no puedo. No me sale nada, solo me le quedo viendo fijamente sin decir nada, y estoy segura que no estoy respirando ahora mismo— bien, voy yo. Sabes bien que antes de contratar a un editor externo hacemos una exhaustiva búsqueda de sus antecedentes, no porque creamos que puede ser una mala persona, sino porque normalmente somos una editorial cerrada, es decir, elegimos desdeadentro de nuestro equipo a los que serán jefes de secciones, sin embargo cuando tu currículo nos llegó, nos dejó con ganas de saber más, y aunque no estaba dentro de tus referencias, uno de tus jefes anteriores nos hizo saber que actualmente estabas trabajando en el edificio Hamilton y que eras la pareja del mismo.

Con todas esas palabras, una sola pregunta daba vueltas en mi cabeza.

—Abel, por favor, ¿dime qué no se me contrató porque fui su novia y asistente?, ¿dime que él no tuvo nada que ver en mi contratación?

—Por supuesto que no, no te voy a negar que nos llamó la atención y que más de un miembro de la junta de contratación de la Editorial llegó a pensar que podías ser una trampa, pero me quedó claro que no era de esa manera poco antes de que llegarás aquí.

—¿Ah sí? ¿Y cómo y cuándo fue eso? —apenas me lo podía creer, pero asentí para dejarle seguir con lo que tenía que decirme.

—No pude evitarlo, tuve que llamar a algunas personas para averiguar un poco —mis ojos debieron de salírseme de sus obritas antes esa declaración—. Quizás te sorprenda esto, pero yo fui a la escuela con Dante.

—¿En el internado?

—Sí, no estuve demasiado tiempo con él, ya que es mayor que yo por un año pero aún así estuve lo suficiente cerca del hombre como para saber que no es buen material de hombre.

Eso me molesto. Porque una cosa es que la gente lo diga a tus espaldas, pero otra muy diferente que lo digan en mi cara con la pinta de hormonas que tengo si escucho que le insultan de alguna manera, juro que los mato.

—¿A qué te refieres con eso?

—No es un mal sujeto, eso lo tengo claro, pero me resulta extraño porque una mujer con tus capacidades quería salir con él, o peor aún huir de él.

—Yo no huí de él.

—Sí... me quedó claro eso ayer, sobre todo porque me pediste que le distrajera con todos esos además para que te pudieras escapar, y aunque pensé en un principio que era porque habían terminado mal o que había sido un mal jefe, ahora veo que es algo que va mucho mas allá. ¿Cierto?

—Yo...

—No tienes que decírmelo, pero se sumar dos más dos y da a que él bien podría ser el padre de la criatura que esperas.

Podría negarme, pero como todo lo malo y lo bueno, la verdad siempre saldría a la luz. Tarde o temprano.

En este caso, espero que sea más tarde que temprano.

—Eso es porque lo es.

Dije finalmente.

—Entonces deberías de saber que no le he dicho nada de ti, él no sabe que estás aquí y no lo sabrá por mí, pero eso —apunta a mi vientre que aún no se salta— no es algo que le puedas ocultar por mucho tiempo.

—Gracias por eso y lo sé, y tampoco es como si quisiera ocultárselo por toda una vida, pero solo ahora no puedo, en estos momentos lo que más necesito es tiempo, sobre todo para mí y para él. —Guarde silencio solo un momento, porque lo que tenía que decir, dolía demasiado admitirlo, pero era lo que necesitaba— De manera separada.

—Y planeo ayudarte en ello todo lo que pueda, por ello debes saber que la razón por la que vino anoche es para entregarme de manera personal este sobre —del bolsillo interno de su saco de vestir saca un sobre negro y delgado.

—¿Qué es? —digo tomando el sobre entre mis manos.

—Es la invitación a la gala de las Editoriales, cada año una editorial de las más importantes del país tiene el privilegio de oficiar e invitar al evento, este año le ha tocado a la editorial de la que es dueña la familia Hamilton.

—Yo... —de nuevo se me seca la garganta, se me atoran las palabras y las lágrimas comienzan a caer de manera desesperada por mis mejillas aún sin saber lo que sigue.

Es mi fin, yo lo sé, es mi fin.

Dante lo sabrá.

—Y te va a gustar menos lo que diré a continuación, pero todos nuestros editores Senior sin excepciones, aún los más nuevos, deben presentarse. Les guste o no.

Y pronto todas las personas en el mundo de las editoriales lo sabrán también.


***


En situaciones como esta una mujer normal puede tomar dos opciones definitivas en su mente. Podría uno, salir corriendo sin ver hacia atrás, o dos, enfrentar las consecuencias de mis actos.

Elegí la segunda, pero para ello iba a necesitar todo el apoyo que la vida me quisiera proporcionar.

Por eso y solo por eso es que llamé a Camila para que se reuniera conmigo en casa al salir de la oficina.

—Gracias por venir, sé que no dejé nada bien las cosas cuando me fui.

—No, no lo hiciste —dijo la chica dejando ver que no estaba contenta con que se le hubiese pedido venir, pero por alguna extraña razón aún así había venido.

Camila se cruzó de brazos y se sentó en la silla disponible frente a Helena y a Susana.

Pero no fue hasta que las otras dos chicas se sentaron en aquella mesa redonda que adornaba el comedor del vasto apartamento que ahora tenía su antigua amiga que Camila comenzó a soltar la verdad absoluta sobre sus cabezas.

—Pero, ¿en qué demonios estabas pensando al hacerle eso a Dante? Lo has dejado hecho pedazos, quebrado en alma y corazón. ¿Cómo te atreviste a hacerle eso?

Susana no pude negar lo innegable.

Pero por otra parte su amiga Helena no pensaba quedarse sentada sin decir nada, Susana no había sido más que una excelente persona y ser humano. Sin mencionar que la había dejado quedarse en su casa sin pagar un peso de alquiler mientras le ayudase con las tareas del hogar y le cuidará a Aura mientras estaba de vacaciones.

La verdad es que personas como ella ya no existían.

Y también estaba ese otro detalle, que tanto Susana como Dante le habían ayudado a superar, todo, sin darse cuenta.

Lograron lo que pocos había hecho, que ella superará todos sus tragos amargos y eventos desafortunados y pasara página para tener una mejor vida.

—Bien, entiendo que ella le hizo mal a él, pero que hay de lo que él le hizo a Susana y también a su propia hija —Camila le vio sin pronunciar una sola palabra, la había dejado fuera de combate con esas palabras.

Mientras Susana a su lado estaba hecha un mar de nervios, temblaba tanto con su pierna derecha por debajo de la mesa y sudaba por lo frío solo con la mención de él en su casa.

—Qué hay del amor que le juro a Vanessa y que no le cumplió, le prometió el cielo y la dejó a merced de sus padres cuando ellos se dieron cuenta, la llamaron error y luego de deshicieron de ella con un cheque de unos cuantos miles en sus manos, él no es un santo tampoco.

Camila no dijo mucho. Abrió la boca un par de veces, pero al final era mucho lo que quería decir, pero no sabía cómo hacerlo.

Así que mejor se quedó callada, esperando a que Helena y Susana compartieran sus ideas con la clase y con ello se pudiera entender mejor todo lo que estaba pasando realmente.

Todos esos motivos que la llevaron a romperle el corazón a Dante.

Camila no sabía mucho de su vida personal, sobre todo de aquellos años por donde Aura fue concebida, pero sí sabía que después de ese tiempo él no había sido el mismo. Y que merecía la pena darle otra oportunidad.

Porque no era el villano que todos creían, de eso estaba segura.

Eso, era solo una fachada para los curiosos y para las mujeres que no lo dejaban en paz cuando se le tiraban a los pies a donde sea que él iba. Era solo que le gustaba tener su vida, como era privada.

Eso, hasta que encontró a Susana Ávila.

Con ella todo eran luces, flores, corazones y el maldito arcoíris de día y de noche en la oficina. Ella era la luz que él tanto quería, necesitaba y que tanto había pedido.

Y cuando ella se fue, solo quedo oscuridad para regir su mundo.

—Yo... eso, no lo sabía.

—Camila, sé que le he dejado mal, créeme, pero esa era la intención desde el principio.

—Sí, pero ¿por qué? ¿Por qué te acercarías a un hombre y le romperías el corazón cómo lo has hecho con él? ¿Por qué serías tan cruel? ¿Por qué?

—Porque se lo prometí a ella.

Oh.

Así que era eso.

Camila sabía bien que una de las cosas que un ser humano jamás podría no hacer, es cumplir una promesa.

Incluso ella, siempre prometía y cumplía, creció con esa filosofía. Y estaba segura de querer pasar esa visión y principio a sus hijos cuando el tiempo correcto para tenerlos, llegará.

No puedes hacer una promesa que no puedes cumplir, pero si ya la has hecho, cúmplela.

No importa el tiempo, las personas o el precio.

Una promesa, es una promesa y no debe hacerse a menos de que puedas cumplirla.

Camila vio a los ojos de su antigua amiga y vio dolor, pesar y culpa genuina porque a pesar de todos estos años había cumplido con la suya, a pesar del precio y de su propio amor por él.

Por eso dijo lo que dijo.

—Te entiendo.

La respuesta de la chica dejó fuera de combate a las otras dos, que se miraron como si con una mirada pudiesen decirlo todo.

—¿Lo haces? —dijo Susana.

—Lo hago.

—Lo siento Camila, de verdad que lo hago pero no es algo de lo que jamás me arrepienta porque al final de cuentas me dio lo que siempre busque afuera, en un lugar donde jamás pensé encontrarlo, amor.

—¿Así que lo amas?

—Por supuesto que le amo, por eso me fui también de su lado, porque no podía soportar su dolor y el mío, porque ya era demasiado el daño que nos habíamos hecho y nada bueno hubiera salido de eso.

—En eso tienes toda la razón, pero deberías de saber que aunque el daño está hecho no creo que está vez se recupere. Se ha puesto como un loco, rompió cuanta cosa se le cruzo en el camino de su oficina y luego se fue hecho una furia a buscarte.

—Yo... —no supe que decir.

—Lo rompiste. Tú lo rompiste. Y lo peor no es que lo hayas hecho sino que no te quedaste para armarlo de nuevo.

—Lo sé —dije con la voz ronca, las palabras apenas y me salían ahora mismo— por eso es que te he llamado, no quería decirlo, no quería verlo hasta que pasará más tiempo pero ha surgido una oportunidad, casi una obligación en mi nuevo trabajo y tendré que verlo. Aunque no quiera.

—¿Cómo que una obligación?

—Estoy trabajando como jefa de la sección de fantasía en la Editorial América.

—Oh.

—Ah sí que sabes de la gala a la que nos han invitado...

—Sí, sé que lo hacen cada año y que todos los Editores Senior de todas las editoriales deben asistir, sin excepciones, lo cual me parece impositivo porque no es necesario, se supone que deben querer ir por voluntad propia porque la gala es en su honor, para reconocer su trabajo y su carrera y todo lo que han hecho por el mundo de las editoriales.

—Lo sé, parece totalmente ilógico —dijo Helena de mi lado— yo misma le he dicho eso cuando me lo contó está mañana por teléfono.

—Pero que se le va a hacer, supongo que te han pedido/obligado a que vayas.

—Así es. Y no puedo negarme, ni tampoco inventar una excusa para no hacerlo, sobre todo porque apenas y tengo unos pocos días trabajando para ellos y debo de quedar bien, pero tampoco...

Dejé las palabras en el aire, esperando a que alguna de las otras mujeres en el habitación se decidiera a hablar.

A decir, lo que yo no me atrevía a decir en voz alta. Al menos no sola.

—Pero no quieres verle. Está bien, puedes decirlo.

—No quiero verle, no puedo hacer eso ahora mismo, necesito más tiempo —Camila no pude verme, pero yo me llevé instintivamente las manos a mi barriga que ni siquiera se notaba cuando estaba sentada, como ahora lo estaba.

—¿Pero si le amas y él a ti y estás arrepentida, por qué no dar el paso para encontrar el perdón y la redención para todos?

—Buena pregunta Camila, bien jugado. —Dice mi mente traicionándome en voz alta. Cuando caigo en cuenta de esto, solo me queda ser sincera y confesar donde escondí el cuerpo— porque estoy embarazada.

—¿Estás qué...?


Vamos, solo un poco más....


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