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III.


Música sale de la parte de adentro de la casa cuando estoy acercándome a la puerta, meto la llave y dentro, en medio de la sala encuentro a Helena y Aura descalzas, bailando al ritmo de Love Me de 1975.

Hace semanas que no veo a mi amiga reír o a mi hija.

Y como es mi culpa, no hago nada para que esa felicidad que puede ser muy efímera en estos días, se vaya.

Al contrario, me sumo a la danza de la felicidad que se suscita hoy en la noche dentro de mi casa.

O por lo menos la disfruto hasta que nuestro vecino de al lado viene a pedirnos de la manera más atenta que bajemos el volumen de la música.

Corro a la puerta, también descalza mientras aun sigo bailando con la música estridente y los sonidos extraños de la peculiar canción.

Cuando abro la puerta de par en par un muy enojado hombre de al menos uno con noventa de altura, con una camiseta de The Ramones ceñida a su cuerpo y que le cuelga por los hombros desnudos me recibe.

—¿Dígame...?

El hombre examina a las mujeres detrás de mí que no han dejado de bailar, a pesar de que la canción ha cambiado y ha dejado a su paso X de The Jonas Brothers, pero es que el ritmo es el ritmo, para las latinas como nosotras.

—Solo quiero pedirles que le bajen al volumen de la música, por favor... —el hombre apenas y me mira, solo repasa con la mirada hasta dentro del departamento una y otra vez.

Quizás en busca de un hombre que me ponga en cintura o de un valiente que lo intente. Pero lo que sí es seguro, es que ni él ni nadie me van a quitar está sonrisa de la cara, ni a mi amiga y mucho menos a mi hija.

—Correcto, lo haremos, que pase buena tarde —digo cerrando la puerta a aquel hombre.


***


Uno no puede evitarlo algunas veces, reconoces el mal a donde sea que vayas, pero también reconoces el bien.

El ejemplo perfecto de esos dos casos son, mi nuevo asistente y el jefe de editores del género de romance.

¿Por qué?

Bueno comencemos con el último, es una mujer de nombre Andrea Arévalos Del Valle. Era una mujer exasperantemente competitiva, en buen sentido de la palabra, la competencia iba en sus venas y creo que con eso digo la mayor parte de las cosas que debes saber de ella.

Sus padres fueron los dueños de una de las mayores editoriales del país, que desafortunadamente con la modernidad cayó en desgracia y cerró sus puertas. Pero ella como buena hija de sus padres, que pasaron toda su vida con las narices metidas en esto de las páginas y la tinta, no se iba a quedar atrás.

Como ellos, estudio, se hizo de un nombre y al final terminó siendo una de las mujeres de menos de treinta años que logro lo que pocas, ser jefa de una sección.

Así que aquí estábamos.

Pero es que lo que tiene de buena en su trabajo y dedicada se iguala con el gran ego que tiene y que la hace ser imposible y competitiva hasta las puntas de los pies.

Además no le gusta que los escritores de ficción pisen sus filas, o que escriban de romance en sus libros, cómo si pudieras quitar a las parejas inolvidables de los libros.

Que sería entonces de Ron y Hermione de Harry Potter o de Percy Jackson y Annabeth Chase sin sus parejas dentro de los géneros de ficción. Y esos solo son un par de ejemplos porque son los primeros que se me han venido a la mente.

Sí, así de loca está la mujer.

Y por el otro lado está Martín Hernández Vidal, el cual creo que es uno de los mejores seres humanos que hay en la tierra.

Y antes de que me regañen por aprovecharme de otro ser humano en la vida, yo no le pedí que hiciera nada de lo siguiente. Pero como lo he disfrutado.

Todos los días, cuando llegó por la puerta de cristal que da acceso a los cubículos de nuestros colaboradores jóvenes, en donde puedes encontrar asistentes y correctores, él esta esperándome con un termo de té.

El café es una de las cosas que más me gustan en la vida, pero desde hace un par de años y gracias a Ness supe que no es recomendado en mujeres embarazadas. Y sobre todo en aquellas las cuales es su primer bebé.

Ya que agrava problemas como las náuseas matutinas debido al flujo del esófago que sube provocando acidez.

Y algunos tés están recomendados para ayudar en ello.

Además me tiene a dieta saludable de frutas y algunas semillas y me da galletas saladas, ya que cuando la acidez me está matando son lo único que me hace sentir mejor el estómago.

Por ello, sé que hay mal en este mundo, pero también mucha bondad.


***


Es tarde, debería de haberme ido a casa hace ya una hora pero tengo una pila de borradores que debo de leer para antes de que termine la semana y hasta hoy solo he leído cinco de ocho, por lo que aún me faltan tres.

Y por más rápido que lea, me es imposible hacerlo entre juntas de la mañana, llamadas, y con todo el alboroto que solo una oficina es capaz de provocar cuando trabaja como se debe.

Y ni que pensar de llevarme trabajo a casa, sí aquí con un montón de gente no logro tener tiempo o concentrarme para leer y eso que se me paga por ello, menos en casa cuando Aura está dando de saltitos y no deja de preguntarme toda clase de cosas del bebé.

Porque la única emocionada por ser la hermana mayor en esa casa hasta el momento es ella, bueno no es la única, pero no es como si con todo lo mal que ya me siento con lo de Dante tenga mucho tiempo para sentirme extasiada por el hecho.

¿Por qué se lo he dicho? Sé que estás preguntándote eso.

No te preocupes, también yo.

Bueno fue un momento de debilidad, no pude evitarlo. Mi hija me estaba viendo de manera preocupada desde la puerta del baño mientras yo estaba dejando todo lo que acaba de llevarme a la boca con mucho esfuerzo en la taza del baño.

Y aunque podía mentirle y decirle que algo me había acabado por caer mal, opte por decirle la verdad.

Además mi hija era tan inteligente como su padre, que cuando la barriga se me empezará a notar se daría cuenta, sino es que antes lo averiguaría de una manera o de otra.

Por ello le pedí una vez que se lo dije que no se lo dijera a nadie, ni en la calle, ni en la escuela sobre todo cuando ella regresará de las vacaciones de verano. Por suerte, en esa parte no tuve problemas, la niña asintió y se quedó callada.

De ese incidente y declaración de culpabilidad ya hacía dos semanas.

Pero lo que me tenía preocupada ahora no era, lo que me impedía irme a casa y leer con calma, y que no dejaba de darme vueltas a la cabeza era que el día de mañana tendría mi primera cita para sacar el sonograma.

Y aunque no quisiera admitirlo, como me hubiera gustado que él estuviera ahí.

Claro que yo podía levantar el teléfono y llamarle o encender mi viejo teléfono y enviarle un mensaje.

¿Y decirle qué...? Dice mi mente.

Hola, lo siento por romperte el corazón antes, vas a ser papá, ¿quieres ir a la consulta del doctor conmigo?

Claro que no.

Suspiro dándome por vencida, está claro que no he de terminar ahora mismo de leer más de ochocientas páginas, combinando los tres libros que aun me faltan por leer, si he estado con la página numero veinticinco del primer libro abierta por más de veinte minutos.

Mientras navego dentro de lo que pasa en mi cabeza.

Doy la vuelta al libro y lo cierro. Luego lo meto junto con los otros dos borradores dentro de mi portafolio y me dirijo a la salida de mi oficina, ya los leeré en casa, ni modo, pienso para mí. Prefiero pasar una noche en vela leyendo que vomitando y llorando en el suelo del baño.

Pero cuando estoy por salir de mi oficina una voz masculina que me resulta familiar me hace regresar dentro y correr a esconderme debajo de mi escritorio.

Es...

Él...

¿Puede ser?

No, no puede ser.

No me asomo por encima de la madera que hace de mi escritorio, no digo nada, solo me quedo escondida hasta que estoy segura de que sea quien sea esa misteriosa voz, se ha ido.

Aun así cuando salgo de mi escondite voy con cuidado, paso a paso.

Me regreso porque una silueta parece estar hablando de manera animada con Abel en el corredor, me asomo, solo un poco, solo lo suficiente como para verle la parte trasera.

Lleva un traje de color negro oscuro y profundo, aquellos zapatos de corte italiano que siempre le han gustado, y sus manos están dentro de los bolsillos de al lado de su pantalón. No puedo verle, pero aun así mi cuerpo, mi nariz que huele su familiar colonia y mis piernas que desde siempre tiemblan cuando él está cerca, le reconocen.

Por encima del marco de la pared de aquella oficina casi no le veo, y por ahora así lo prefiero.

Pero debo irme o sino dormiré en la silla de mi oficina esta noche, porque de ninguna manera saldré para que él pueda verme. Se me ocurre un plan maestro cuando reconozco a la otra figura masculina que habla en este escenario.

Abel.

Salvación, Dios, solo eso pido. Salvación.

Le hago una seña con las manos a Abel para que le distraiga y me permita irme con la poca dignidad que aún me queda en el fondo de mi zapato izquierdo, intacta.

Abel sonríe, y yo corro como si no hubiese un mañana, porque ahora todo lo que me importa es correr de él, de mí y de nosotros.

Ya mañana averiguaré que hacía aquí Dante Hamilton.


Sigue...


Sigue...


Sigue...


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