II.
Hoy es martes, todo comienza de nuevo. Todo vuelve a la vida, todo menos yo.
Me colocó la ropa que he elegido para ir a trabajar a la oficina el día de hoy, y aunque no creo que se me note aun el embarazo, al menos por otro par de meses, hay algo que de nuevo no cuadra.
Al tratar de pasar la blusa por mis brazos y bajarla lentamente hacia mi estómago esta se pega demasiado a mi vientre, dando como resultado un aspecto extraño de mi cuerpo frente al espejo. Uno que no me gusta para nada.
Por lo que tomó la segunda opción de ropa. Un vestido color rojo cereza, suelto desde la cintura y que descansa hasta las rodillas. Que con solo darme mi reflejo en el espejo, me da una sonrisa que no sabía que necesitaba hasta que la tuve en mi rostro.
Incluso me dolió la cara cuando se dibujó en ella.
Pero no me importo, estaba decidida y destinada a irme al trabajo, salir de casa y hacer todo lo posible para que esa esa sonrisa no se borrará por nada en el mundo. Al menos por el día de hoy. Mañana a ver qué pasa.
Mañana será otro día.
***
La sensación de estar cayendo en el vacío hace que me despierte de manera precipitada de nuevo por la madrugada, desorientada, y molesta por el exabrupto de mi cuerpo que por alguna razón cree que estamos cayendo.
¿A dónde?
No sé.
Pero estamos cayendo mucho últimamente en todos los sueños que he tenido por las últimas semanas. No quiero decirlo, pero puede que sea solo mi corazón y sub consciente advirtiéndome del error de proporciones épicas que he cometido.
Pero ya no puedo dar marcha atrás, este no es el momento para las dudas.
El daño, la crueldad y lo roto se debe quedar atrás.
Y como cada noche, corro hacía la taza del baño depositando lo poco que he logrado llevarme a la boca de la cena.
¿Será que algún día dejaré de sentirme culpable?
Si es así, espero que ese sea el momento correcto como para darme la valentía suficiente como para entrar por esas conocidas puertas de madera dobles y decir lo del elefante en la habitación.
Claro que he pensado en irme y no volver nunca más y llevarme el secreto de su hijo nuevamente a los confines del mundo, pero no sería justo. Porque al final, este bebé como Aura no tienen la culpa de los errores de sus padres.
Por mas estúpidos y dolorosos que estos hayan sido, y aunque nos hayan dejado rotos en miles de pedazos, ellos no tiene porque quedarse atrapados en ellos.
Así que en algún momento he de verlo.
Pero... en esta ocasión, espero que al menos cuando lo haga, él y yo seamos unas mejores versiones de nosotros mismos.
Más maduros, más crecidos en espíritu y mente y menos rotos. Porque de lo contario nunca funcionaría una relación de padres entre los dos. Si apenas y puedo pensar en él y no sentir culpa, o náuseas, aunque eso último quizás solo sea por el bebé.
No quiero aumentar de manera exponencial mis sentimientos negativos, por lo que me levanto del suelo del baño sin hacer mucho ruido, paso a paso de puntillas llegó al lavabo, tomó un poco de agua en el pequeño vaso de madera que usamos para asearnos por la mañana y le llenó de agua.
Le doy dos sorbos y cuando estoy segura de que no devolveré el estómago otra vez, como réplica de terremoto, me voy hacía mi recamara.
Después de una hora dando vueltas en la cama, caigo en las manos de Morfeo de manera inevitable.
***
Hay nombres que es mejor no mencionar en lugares como las editoriales.
Y en esta hay dos que no se pueden ni siquiera pensar, por suerte uno de ellos hacía referencia a los Hamilton. Ya que al ser dueños de una de las principales editoriales del país eran una de nuestras principales competencias.
Por lo que estaba muy segura de que al menos aquí, ni él ni su familia serían bien recibidos, además nadie le mencionaría, hablaría de él ni nada por el estilo.
Y agradecía ese pequeño, pero minúsculo detalle de este nuevo trabajo. Infinitamente. Porque, que más se puede pedir cuando ya has tocado el infierno de manos del demonio mismo, sino tocar un pedacito de cielo, como lo es este, aunque sea con las puntas de los dedos, solo rozarlo lo suficiente para recordarnos que sigue ahí.
Siendo una posibilidad.
Eso me subía el autoestima casi hasta las nubes, como dije era como casi lograr el perdón y la redención, aunque sea solo por unos minutos al día, o un par de horas.
Porque al regresar a casa cada día de la semana volvía a sentirme muerta por dentro.
Por eso actuaba de manera automática.
Cocinaba, recogía la casa, lavaba la ropa y luego de dejar listo todo para el siguiente día de la semana, me iba a la cama.
Y así al día siguiente y el siguiente.
Helena decía estar conforme, incluso me daba palabras de aliento cada que sentía que el peso de mis hombros era demasiado para llevar sola, pero al final del día se quedaba profundamente dormida como yo por el cansancio de ayudarme, de estarme apoyando.
Y sé que tengo que reponerme, pero no sé cómo.
Ahora mismo, no sé cómo.
¿Cómo se perdona y continúa?
¿Se puede lograr eso cuando el daño es tan inevitable e irreversible?
Aunque claro, aún podía salir corriendo.
***
Estoy llevándome un pedazo de pan a la boca y después tomando un poco de yogurt bebible de fresa cuando mi asistente entra en mi oficina para anunciar a mi jefe directo, Abel.
—¿Cómo estás el día de hoy Susana?
Le observé un poco antes de contestar. Llevaba un suéter de imitación de casimir, (porque ningún editor que se respete puede llevar nada menos que eso) de color verde olivo, pantalones beige que le iban perfecto con la camisa de color huevo crudo que se había puesto por debajo del suéter y que de seguro era imitación de algún otro modelito de alta costura.
No es que él como editor no pudiera comprarse un suéter o una camisa de un valor elevado, pero es que tanto él como yo sabíamos que no importaba si la prenda costaba diez mil dólares o cinco pesos, si funcionaba y estaba bien hecha la usaríamos. Aunque fuera "imitación".
Cuando eres un niño del sistema y sobre todo, pobre, aprendes a aceptar todo lo que la vida te dé. Sobre todo en cuestión de ropa. Porque nunca sabes cuándo tendrías una nueva prenda al alcance de tus manos. E incluso si era donada, regalada, usada o nueva la cuidabas como si tuvieras una verdadera joya en tus manos.
Porque eso era para nosotros.
—¿Quieres la verdad cruda o la mentira dulce? —le respondo después de mucho sin hablar.
Parecía que de las dos personas en la habitación la única que estaba dispuesta a hablar hoy era él, sin embargo no podía culparle por los síntomas que hoy me aquejaban a todas horas del día y que me tenían de mal humor desde que había atravesado las puertas de mi oficina.
Porque eso solo era culpa de Dios por haberme hecho mujer y no hombre.
—Apreciaría escuchar la verdad de tu parte, sino te importa.
—Tengo náuseas por todo lo que veo y como, pero aun así no puedo dejar de comer —rodé los ojos y solté una risilla pequeña para darle a entender que me estaba tomando esto de la mejor manera posible.
—Te entiendo —le di una mirada incrédula, entrecerrando mis ojos tanto que a veces me daba la sensación al hacerlo de que parecía que los tenía cerrados para las personas que me veían hacerlo. Sin embargo me encantaba hacer muecas cuando estaba tratando de ser sarcástica o cuando no me creía algo. Como ahora— lo sé, lo sé. Pero como te dije soy padre y no soy ajeno a todo lo del embarazo.
—¿Cuántos hijos tienes?
—Cuatro, dos mellizas y dos mellizos.
—¡Dios Santo! —grité mientras me enderezaba en mi silla al escuchar eso.
Gracias a Dios yo tenía la certeza de que en la familia de Dante esos casos nunca se habían dado, sino me hubiera cuidado todavía más de no quedar embarazada por él antes.
—Lo sé, sé que eso me hace sonar cruel, pero yo le advertí a mi mujer la posibilidad de que tuviéramos más de un hijo en nuestros embarazos desde antes de casarnos.
—¿Y aún así se arriesgo? —El hombre asintió— vaya, debe de quererte mucho para haber pasado por semejante sacrificio.
Ese comentario saca una gran sonrisa en mi jefe.
—¿Y cómo es eso posible? Si es que no te moleste que te pregunté.
—Es que ha habido embarazos múltiples en mi familia por muchas generaciones, es más, yo mismo soy un par de ellos.
—¿Quieres decir que tú tienes un gemelo?
—Es un mellizo, pero sí.
—¿Y se parece mucho a ti?
—No, a diferencia de mí, mi hermano es una estrella de cine en ascenso en Hollywood que gusta de actuar largos y dramáticos libretos, mientras que yo me decidí por escribir los libretos que él actúa.
—¿Y físicamente?
—Menos, él es alto moreno y delgado y se ejercita como si eso fuera aire para vivir y yo soy un menudo pálido y orgulloso padre de cuatro cachorrillos.
—¿Entonces a ustedes los adoptaron juntos?
—Algo así —el hombre frente a mí se inclina y me hace una seña para que le acompañe al final del camino— verás, seguro habrás escuchado que fui un niño del sistema, pero no siempre fue así.
—Seguro —asentí segura—, pero ¿a qué te refieres con eso?
—A mí no me dejaron porque ya no me querían, sino porque mi madre ya tenía demasiados hijos para hacerse cargo.
Estoy segura de que no dije mucho con palabras, pero si con mi rostro o al menos con algún sonido extraño que ha de haberse escapado de mi boca.
Pero lejos de cuestionarle como seguramente muchos otros curiosos deciden hacer, yo callé esperando, respetando y deseando que él se sintiera cómodo como para contarme lo que quisiera y hasta donde él quisiera.
—Mi madre comenzó a tener hijos de embarazos múltiples cuando tenía apenas catorce años, y fue tanto los que tuvo que llegó a tener más de diez niños a su cargo, porque cada que un hombre entraba en su vida cuando se iba la dejaba preñada de nuevo, por eso es que mis hermanos y yo terminamos en una casa hogar no mucho tiempo después del último hombre, por suerte no nos quedamos demasiado tiempo ahí. Unos meses después de que a mi madre le quitaron la custodia de todos sus hijos, nos adoptó una hermosa pareja de Estados Unidos, a todos.
—¿A todos?
—Así es, ya sé que suena una historia demasiado fantástica para creer que pueda ser verdad pero lo es, me paso a mí y a mis once hermanos.
No quise asombrarme por lo que dijo, de verdad me intente controlar... pero...
¡¡¿¿¿ONCE HIJOS???!!
—Suena tan de... —Abel me corta y complementa en palabras, todo con un mismo gesto de cabeza, una leve inclinación a la derecha.
—¿Show de televisión?
—Sí.
Sigue leyendo...
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