Epílogo II.
—Escalaría cada montaña, y nadaría cada océano, solo para estar contigo porque necesito que veas que tú eres la razón.
Dante canturrea nuestra canción al mismo tiempo que comienza a besar mi hombro derecho, depositando pequeños besos a lo largo de su camino. Baja por mis clavículas hasta el nacimiento de uno de mis pechos.
Esta es nuestra noche de bodas.
Y aunque, millares de veces ya hemos estado juntos.
Es mil veces diferente.
—Porque necesito que veas que tú eres la razón, amor mío, para vivir, para respirar y para querer estar en este mundo caótico en el que nos han obligado a vivir.
Un beso de él es todo lo que necesité una vez para enamorarme.
No es sencillo querer caer sin paracaídas, porque no me vas a querer contar a mí que el amor es una cosa sencilla a la que entras sin dar nada a cambio, con los ojos bien abiertos y sin miedo de nada.
No, el amor da paz.
Pero también da nervios a veces.
Es confuso y rebelde. No escucha de razones si no es para vivirse plenamente. No permite terceros que le arruinen la fiesta ni tampoco se puede evitar contagiar una vez que se siente en todo tu pecho, en tu alma, tu mente, corazón, espíritu y todo tú lo tienen.
Es como una enfermedad contagiosa o un bicho.
Jadeo. Cuando Dante se mete mi seno derecho dentro de la boca y por un segundo, solo uno, parece que va a acariciarlo con su lengua, pero no. Retrocede y no lo hace.
Ahora hago morritos con mi cabeza echada hacía atrás porque me ha negado un momento de satisfacción plena.
—¿Por qué en el mundo te has detenido?
—¿De verdad así es como quieres que comience nuestra noche de bodas?
Lo observé confundida. Pero dentro de sus ojos no había nada de confusión solo determinación.
—Sr. Hamilton, ¿qué es lo que se trae entre manos?
—Solo dilo y seré tuyo una vez más.
No comprendo cual es el juego a jugar está vez.
—Sabes... ¿qué es lo que somos a partir de ahora?
—¿Además de marido y mujer?
—Somos dos mundos chocando... —Él baja rápidamente hasta la parte baja de mi cuerpo, toma una pierna en su mano y la pasa por encima de hombro, así que acerco la otra a su otro hombro entendiendo que es lo que él quiere hacer— y ahora nadie podrá separarnos.
Arrastré mi cuerpo hacía abajo en la cama, preparé mis brazos sueltos a los lados de la cama, listos para actuar y re pegarse a las sábanas, apretarlas mientras grito por el placer que Dante me dará.
—No me preguntes, lo que sabes es verdad... —Le contesté segura.
—Oh Susana, mi mujer, mi esposa al fin... —Dante inclina su cabeza hacía delante de mi puerta delantera. Observa como esta se dilata y se prepara para él. Pero antes de entrar como se debe, hay que tocar— me has hecho el hombre mas feliz del mundo al convertirte en mi esposa... ahora... déjame darte el mismo placer con mi boca.
Lleva sus dedos por fuera de los labios, solo los roza y ya estoy estremeciéndome.
Pero todo tiene un orden con él, por ello empieza con el dedo pulgar, acaricia de arriba a abajo solo los labios. Solo eso.
—Parece que eres una de las pocas mujeres que he tenido el placer de ver que se mojan solo con tocar un poco de ellas —quizás otra mujer habría estallado de ira al escuchar ese comentario, pero yo, Dios, estaba ahora mismo. Agradecida de ser la última de ellas, para siempre.
Y cuando piensas que solo estará jugando, tocando un poco, acariciando, repasando cada pliegue de mi vagina. Toma su dedo más largo y lo mete dentro de mí. El dedo corazón está ahora entrando y saliendo por mí.
No quiero gritar, nunca he sido de las mujeres que gritan durante un rato de placer.
Pero este no es un rato de placer.
Así que grito, aunque sea a manera de gemido. Sí es por placer es válido.
—¿No te he hecho daño, o sí, mi amor?
Él está muy cerca de mí, pero aún no ha tocado nada con su boca. Demonios, si me ha hecho sentir esto con solo introducir el dedo más largo de su mano que podría hacer una vez que me penetre.
Le he visto en la ducha, le he visto sacarlo de su pantalón, cuando tenemos encuentros acalorados en sitios no tan privados, su miembro me excita solo con verlo.
Lo he tenido dentro de mi vagina y en mi boca también. Le he hecho gemir y gritar tanto como él me lo ha hecho a mí. O al menos eso creía hasta que he gritado yo de placer.
—Hazlo, por favor. Hazlo —le suplico.
—¿Qué haga que...? Sra. Hamilton...
Ese apellido viniendo de su boca...
—Dame placer... —Le pido.
Le ruego...
—No hay nada que sé me dé mejor hacer en esta vida mi amor...
—Ni siquiera los negocios. —Le cuestionó.
—No, nada, yo solo he venido a esta tierra a ser tu esclavo, —él afianza su agarre en mi piernas, pero antes de ir hacía la aventura, me mira fijamente a los ojos— en la forma en la que tú quieras te daré todo.
—¿Incluso si solo te quiero para el placer?
—Todo.
Y luego su boca esta mis otros labios.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro