FLASHBACK
La maldita boda
Annabella
Tengo un nudo en la garganta, el estómago se me retuerce desde lo más profundo hasta el punto de doler, las piernas me tiemblan y tengo miedo de caerme sobre los tacones de aguja. Las manos me sudan, los labios me tiemblan, tengo unas inmensas ganas de llorar y hasta un deseo desmedido de morir.
Me siento ahogada, siento que estoy a un paso de cavar mi propia tumba, estoy a unos pocos segundos de entrar en el infierno.
Yo no acepté este circo, papá por poco y me arranca la cabeza cuando le dije que no quería hacer esto.
Fue la primera vez que me gritó de tal manera, la primera vez que me puso un dedo encima, la primera vez que no me sentí de su familia.
Mamá no dijo nada, solo apaciguó un poco las cosas, intentó hacerme comprender que era por una buena causa.
¿Casarme con un desconocido para pagar las deudas de mis padres es una buena causa?
¿En qué mundo cabe eso?
¿Qué clase de familia tengo?
Esta no es mi boda, no es la boda que soñé, no es la que tanto anhelé tener cuando era pequeña.
—¿Estás preparada? —preguntó mi hermano Jesse, quien estaba junto a mí, a quien me encontraba aferrada.
—¿Se está preparado para que tu vida se vuelva un infierno? —cuestioné sin dejar de mirar la entrada de la iglesia.
—Estaré siempre para ti —dice, otro nudo se instala en la boca de mi estómago—. Somos hermanos, nunca lo olvides.
—Los hermanos nunca se abandonan —me atrevo a mirarlo—. Y tú estás abandonándome justo ahora.
No veo su expresión, pero sé que mis palabras le han dolido. Pero, ¿Y a mí que? ¿A él le dolieron mis lágrimas cuando le supliqué que me ayudara?
La típica marcha nupcial comienza a sonar.
Mi corazón se paraliza, no logro escucharlo, tal vez va muy rápido o simplemente dejó de latir.
Comenzamos a avanzar por el largo pasillo decorado de blanco.
Cientos de personas me observan, personas que nunca en mi vida he visto y que ni siquiera me conocen.
Mis pies se mueven taciturnos cuando observo a quien, a partir de hoy, se mi compañero. ¿Qué tan gracioso puede ser aquello? Estoy a punto de casarme con alguien a quien ni siquiera conozco.
Él me está observando, lo sé, siento su mirada. Y aunque mis ojos estén fijos al frente, no estoy viéndolo a él con precisión.
Mi familia.
Esa que prometió amarme desde el día en que nací, me observa ansiosa por saber que voy a hacer. Mi padre me lanza una mirada cargada de veneno, y soy consciente de que, si arruino esto, podría también arruinar mi vida.
Mi madre luce apacible, no hay una expresión concreta en su rostro y Luciano, mi molesto hermanito mayor, me observa como si estuviera realmente feliz porque esté a un paso de condenar mi vida.
Siento como el vestido comienza a pesarme toneladas, y me empieza a dar comezón por todas partes. Aprieto el ramo de rosas blancas con fuerza cuando llegamos a él altar, mi hermano pone mi mano sobre la del hombre con quién uniré mi vida.
La piel se me eriza, no sé si por miedo o algo más, pero lo hace. Lo observo meticulosamente, pero me asusta su mirada penetrante, me estremece su intimidante presencia.
Todo de él me hace estremecer.
No escucho nada más, ni la voz del reverendo cuando comienza su discurso, ni la lenta melodía que se escucha de fondo.
Nada.
Solo siento las ponentes miradas de todas las personas sobre mí. Un gran peso cae sobre mis hombros, como si de mi dependiera que esto no se arruine.
—Dominic Whittemore, ¿Aceptas a Annabella Hamilton como tú legítima esposa? Para amarla y respetarla, ¿Hasta que la muerte los separe?
Oigo decir.
Sus ojos marrones se encuentran con los míos, es una lluvia de emociones la que cae en la boca de mi estómago.
—Acepto.
Mi estómago se contrae.
—Annabella Hamilton, ¿Aceptas a Dominic Whittemore como tú legítimo esposo? Para amarlo y respetarlo, ¿Hasta que la muerte los separe? —la pregunta es un balde de agua helada con cubos de hielo incluidos.
El corazón se me acelera, soy consciente de la lágrima silenciosa que baja por mi mejilla.
Estoy segurísima que esta será mi entrada al infierno.
—Acepto.
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