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8. ¿Qué es lo que quieres de mí?

 Dominic

Es alucinante tenerla entre mis brazos, dormida y exhausta. Su rostro aún sigue sonrojado, sin embargo, su respiración es calmada y profunda como siempre.

Admiró su rostro, pasando un mechón rubio detrás de su oreja, acaricio su mejilla, su piel suave es un deleite.

No dejo de mirarla, apreciar cada mínimo detalle de su hermoso rostro. Ella, sin duda alguna, es el mejor tesoro que tengo. Ni siquiera la busqué, y aquí está, siendo mía en todos los sentidos.

Suelto un pesado suspiro, no sabiendo descifrar muy bien las emociones que me invaden en este momento. Me siento satisfecho, saciado y feliz. Este último sentimiento me hace sentir extraño, es sumamente frustrante no saber que hacer con ello.

Todos mis demonios salen a la luz, debatiéndose unos contra otros en una lucha estúpida.

Por un lado, está Anne siendo mi garantía, esa que puedo usar a mi antojo cuando se me plazca y en contra de su propio padre.

Por otra parte, está ella así, siendo mi esposa, la mujer que me vuelve loco, con quién quien quiero pasar el resto de mi vida.

Aprieto el puente de mi nariz en un intento de controlarme, calmar mi mente y despejarme de todas las extrañas sensaciones que me están envolviendo.

Observo a Anne otra vez, su rostro pacífico. Necesito pensar, y con ella sobre mí no puedo hacerlo con claridad.

Beso su cabello rubio en silencio, inhalando su característico perfume a galletas y saco mi brazo debajo de su cabeza con cuidado. Le doy una última mirada antes de ponerme de pie y alejarme de ella por un momento, para poder centrarme en que debo hacer y como.

[...]

Observo los edificios fuera del ventanal de la oficina, el sol los hace lucir resplandecientes, una digna imagen para una fotografía.

Miro la hora en el Rolex que descansa en mi muñeca, son las diez de la mañana. Salí de casa lo más temprano posible, necesitaba arreglar las cosas lo más rápido posible, y en ese lugar no podía hacerlo.

La puerta se abre, me doy vuelta en la silla. Natasha viene con una sonrisa hacia mí, luciendo un vestido morado que realza sus curvas. La pelinegra no duda acercarse lo más que puede, inclinándose hasta dejar sus labios a un centímetro de los míos. Sin embargo, mi rostro se gira hacia el lado contrario, dejándola completamente confundida.

—¿Sucede algo? —cuestiona observándome.

—Sucede todo —digo, y recuerdo las palabras de Anne la noche anterior.

«Me hierve la sangre cada vez que ella se acerca.»

—¿Está todo bien? —se sienta en mi regazo, niego.

—No, arriba, vamos —se pone de pie más confundida que nunca.

—¿Qué es lo que pasa?

—Que lo nuestro se acaba, eso es lo que pasa. —Espeto con contundencia, su expresión decae—. Esto no puede llegar más lejos, mejor dicho, llegó demasiado lejos.

—¿Qué? —exhala—. ¿Vas a terminar todo así como así?

—No es como si tuviéramos una relación, Natasha —le recuerdo—. Tú venías a mí por cuenta propia, nunca fue importante.

—¿Es por ella? —susurra, veo sus ojos cristalizados, pero con la rabia emanando de ellos—. ¿Es por tu esposa?

—Es, y siempre será por ella —musito—. Es mi mujer, no olvides tú lugar.

—¡¿Ahora vas a decirme que estás enamorado de ella?! —chilla.

—Es mi esposa, es obvio que la amo, Natasha —me pongo de pie y ella se encoge en su lugar, mirándome desde su altura—. Ella está primero, no hay lugar para segundas.

Dos lágrimas bajan por sus mejillas.

—Eres un imbécil —espeta.

—Cuida tu lenguaje conmigo —le advierto, caminando hacia la mesita de cristal que está en un rincón de la oficina—. Sigo siendo tu jefe, después de todo —me sirvo whisky en un vaso de cristal—. No voy a despedirte porque sé que tienes potencial en lo que haces, pero una cosa si te diré, Natasha. Un error de tu parte, y me encargaré de dejarte en el sucio agujero de dónde te saqué, ¿Entendido?

Sorbe su nariz y seca sus lágrimas.

—Entendido, señor —asiente secamente y sale de mi oficina lo más rápido que puede.

Suspiro, ese es un problema menos, dejé los pensamientos aun lado para beber el líquido marrón en seco. El teléfono suena y cuando lo encuentro, el nombre de Dean, el guardaespaldas de Anne se marca en la pantalla.

—Whittemore.

—Señor, disculpe la interrupción en su trabajo, pero Beatriz quiere hablar con usted, dice que es urgente.

—Ponla al teléfono —el nudo de la corbata me pesa toneladas, así que me la quito y la guardo en el cajón del escritorio.

—¿Señor?

—Beatriz, ¿Sucedió algo? ¿Todo bien con Anne?

—Quería hablarle de la señora, precisamente —suspira, una alarma en mi cabeza se activa—. Tal vez sean pequeñeces, pero me preocupa realmente. Le he llevado el desayuno alrededor de las nueve de la mañana, acabo de ingresar y me di cuenta de que no comió nada —mi ceño se frunce—. También me percaté de que no se ha levantado de la cama en toda la mañana, no más que para cambiarse de ropa y volver a acostarse —no ha terminado cuando ya estoy saliendo de la oficina—. Si me permite decirle, la noto muy extraña, como si estuviera decaída.

—No te preocupes, estaré allá en unos minutos —digo, Natasha está sumergida en sus pensamientos, por lo que no se percata de mi presencia—. Gracias por avisarme.

—Siempre a sus órdenes, Sr.

Cuelgo, me acerco al escritorio.

—Cancela todas las reuniones que tengo para hoy —ordeno, ella asiente—. Surgió algo importante, no quiero que me molesten.

No dice nada, solo asiente, y con certeza, no me importa. Lo único que me inquieta en estos momentos, es la actitud de Annabella.

El tiempo en el ascensor se me hizo eterno, los minutos parecían ir cada vez más lento. Para cuándo llego al primer piso, voy con rapidez fuera del edificio, Armand está a un lado de la camioneta, en espera.

—¿Señor?

—A casa —es todo lo que digo, y es suficiente.

¿Decaída? Mi entrecejo se frunció, no teniendo muy en claro porque debería sentirse así.

[...]

Ignoro las miradas extrañas del personal de servicio al verme llegar tan temprano, y sin cerciorarme de nada más, hago mi camino hacia el segundo piso, dirigiéndome en seguida a la habitación de Anne.

La puerta estaba cerrada, pero no me llevó mucho tiempo buscar la llave e ingresar a la habitación. Todo estaba silencioso, las cortinas estaban cerradas y el aire acondicionado a más dar. Era un congelador, y a ella parecía no afectarle, pues estaba acostada sobre la cama, abrazando al enorme oso de peluche que ella había traído consigo una vez que nos casamos. Vestía un delicado vestido color rojo, corto y de mangas cortas.

—¿Anne? —cerré la puerta y fui hacia la cama—. Dulzura, ¿Estás bien?

Se removió un poco y enterró mas la cabeza en el oso, soltó un gruñido y no volvió a moverse.

—Anne, ¿Qué es lo que pasa? —rodeé la cama y puse mi mano en su cintura, pero la alejó de un solo tirón.

—Sucede que quiero que me dejes en paz —siseó entre dientes una vez que se dignó a mirarme, sus ojos estaban rojizos y molestos.

—¿Has estado llorando? —cuestiono con el ceño fruncido.

—Ese no es tu maldito problema —gruñó, se puso de pie e intentó pasar de mi, pero cerré mis manos en sus brazos—. Suéltame.

—¿Qué es lo que pasa? —busqué sus ojos—. ¿Por qué estás tan molesta?

Se zafa de mi agarre con fuerza, se seca una lágrima que baja por su mejilla y la opresión que tengo en el pecho solo aumenta con el pasar de los minutos.

—Dom... —se queja cuando me interpongo de nuevo en su camino.

—No irás a ninguna parte hasta que me digas que carajos te pasa, ¿Me has oído? —sujeto su barbilla con la mano—. ¿Qué es lo que tienes?

—¡Que estoy cansada de ti! ¡Eso es lo que pasa! —quita mi mano de su cara y me observa como si fuera el peor de los asesinos—. Pasa que ya no sé qué pensar, un día estamos bien y al otro simplemente te esfumas, y estoy harta de eso —sus palabras son golpes, dirigidos exclusivamente para mí—. ¿Qué es lo que quieres de mí, Dominic? ¡¿Qué es lo que quieres de mí?! —golpea mi pecho con su puño cerrado, pero no logra hacerme el más mínimo daño. Su rostro se baña en lágrimas—. No quiero unas de cal y otras de arena, estoy fastidiada ya, no lo soporto. —Muerde su labio inferior e inhalando profundamente cierra los ojos—. Así que, por una vez en tu vida, déjame en paz.

Dándome una última mirada, me esquiva y entra al baño, cerrando de un portazo detrás de sí, dejándome completamente aturdido.

«¡Te ama, maldición! Y es estúpido, porque no debería hacerlo, porque no lo mereces.»

Las palabras de Daniela se repiten en mi memoria como un CD rayado.

«Ella se cansará, Dominic.»

¿Y si ya se cansó completamente?

No, no puedo perderla.

¿Qué quiero de ella?

Lo quiero todo.










*Insertando gritos de perr* loca*

¿Qué piensan de este cambio?

¿El Dominic menos arrogante se está llevando los puntos?

¡Voten comenten mucho!

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