7. Mírame a los ojos siempre.
(+18)
Annabella
La mandíbula se me aprieta por vida propia y temo que los dientes se me partan, pues estoy ejerciendo mucha fuerza. Cierro los puños y suelto todo el aire por la nariz.
—Llegó la zorra —dice Dani junto a mi, asiento.
—Es una desvergonzada —gruño, observo como viene del brazo con Emiliano, pero sus ojos están fijos en mi esposo, quien también aprieta su mandíbula—. Lo odio, como haga algo...
—No lo hará —afirma su hermana—. Él te ama, lo sé, solo necesita un empujón.
—Un maldito empujón desde un rascacielos —suelto.
La descarada saluda a Theresa con un beso en la mejilla, a mi suegro con un apretón de manos y a mí esposo, a mi maldito esposo con un beso en la comisura de los labios.
¡En la boca! ¿Y ella quién carajos es? Y lo peor, él no se aparta. Ahogo un grito de frustración en lo bajo de mi garganta, y me doy la vuelta antes de encerrarme otra vez en el baño. Pego mi espalda en la puerta y me llevo las manos a la cara, gruño.
—Anne, abre, ¿Si? —dice la voz de Daniela al otro lado de la puerta—. No le des el gusto, ¿Qué hablamos hace un rato?
¿Cómo puedo actuar indiferente? ¡Yo no sé fingir! ¡Soy mala mintiendo! ¡Yo no soy una zorra barata!
—¿Recuerdas lo que te dije? —pregunta—. Él necesita saber lo que puedes ofrecerle tú, necesita que le pongas el mundo patas arriba —inhalo profundo—. Sal de ahí, ponte los pantalones de la dueña, esposa y señora Whittemore, y busca a tu hombre.
Él necesita que yo tambalee su mundo. Y eso es lo que haré, lo pondré patas arriba. Me quité el cabello de la cara y abrí la puerta, Daniela al ver la expresión decidida en mi rostro, me sonríe maliciosa y me hace un ademan para que siga mi camino.
A paso firme voy hacia el patio trasero, en dónde Emiliano y Mauricio están sentados conversando, y la zorra entrometida junto a ellos. La última me mira con odio.
Oh, mira esto, perra.
Diviso a Dominic alejado de todos, hablando por teléfono, pero ha medida que me acerco a él, frunce el entrecejo.
—Luego te llamo —cuelga y guarda su teléfono—. ¿Sucede algo?
—Sucede todo —es todo lo que digo antes de lanzarme a su boca.
Me pongo de puntillas y sujeto su rostro para besarlo con esmero, sus manos van instintivamente a mis mejillas, para acercarme más a su boca. Jadeo y llevo mis manos a su cabello, las suyas van a mi cintura, otra baja a mi trasero, pero solo la deja ahí. Mi lengua juega con la suya, y todo su autocontrol se desvanece entre sus dedos y me deja el completo dominio a mí.
Me apartó suavemente de él, los labios me arden, el corazón me palpita en los oídos, mi respiración es un auténtico desastre.
—¿A qué ha venido eso? —apoya su frente sobre la mía, poniendo sus manos en mi cintura.
—A que me hierve la sangre cada vez que ella se acerca —gruño, no me atrevo a abrir los ojos—. Tú eres mío.
Ríe, abro los ojos, me encuentro con sus irises oscurecidos, su mirada amenazante. Mierda, ¿Qué acabo de hacer?
—Los roles cambiaron, por lo que veo —me rodea con sus brazos—. El loco posesivo soy yo, dulzura, tú eres la tierna —aleja el cabello de mi rostro, me observa con anhelo—. Tú eres el sol.
Parpadeo varias veces, bajo su boca a la mía otra vez, besándolo con suavidad. Su lengua se desliza al interior de mi boca, suavemente, haciendo que el deseo explote entre mis piernas, e inevitablemente suelto un gemido sobre su boca.
—Llévame a casa —una débil suplica que lo hace morder mi labio inferior.
—¿Va con dobles intensiones? —sonrío con malicia.
—Con todas las intenciones que quieras.
Entierra su rostro en mi cuello y besa el punto enloquecedor detrás de mi oreja.
—No puedes arrepentirte, te lo advierto —aprieta mi trasero y doy un respingo.
—¡Dom! —golpeo su hombro con mi puño después de alejarme de él—. Estúpido.
—Vamos.
Tira de mi mano y me lleva con él hacia donde se encuentra su padre.
—Nosotros nos retiramos —anuncia, Natasha me descuartiza con la mirada.
—¿Tan pronto? —pregunta Mauricio.
—Surgió algo importante —aprieta mi mano, yo muerdo mi labio—. Te llamaré para aclarar lo del negocio —dice—. Fue un gusto verte, Emiliano.
—Lo mismo digo, hombre —dice con algarabía—. Annabella, estás más preciosa que nunca.
—Gracias —me sonrojo.
—Natasha. —Se despide mi esposo secamente.
Ella sonríe, una auténtica sonrisa falsa, mi subconsciente salta en una pierna ante este... ¿Mini triunfo?
—¡Gracias por venir, mi cielo! —Theresa besa las mejillas de su hijo y después viene a abrazarme—. Es un enorme placer tenerte en casa, cariño.
—Gracias, Theresa —le sonrío.
—Adiós, idiota —le dice Daniela a su hermano sin siquiera mirarlo y me abraza con fuerza—. Fóllatelo hasta que no puedas caminar.
—Lo intentaré —digo sonrojada por su susurro.
Nos despedimos de todos y, cuando estamos caminando hacia la camioneta, él me observa.
—¿Preparada? —pregunta con una sonrisa carnal en su rostro.
—Cállate.
[...]
Éramos manos, besos, bocas, caricias... en fin.
No sabía en qué momento habíamos empezado a besarnos y ahora estamos volviéndonos locos por quitarnos la ropa, llegamos hace diez minutos, en los cuáles fui primeramente a la cocina a beber agua, luego... Él estaba sobre mí y, pues... Sinceramente, yo no quería parar.
Subimos a la habitación como pudimos y cuando el pestillo fue puesto en la puerta de mi habitación, mi corazón comenzó a palpitarme demasiado rápido, sus besos comenzaron a robarse todo mi autocontrol.
Su cuerpo se presionó contra el mío, una vez que mi espalda chocó contra la puerta. Una de sus manos sujetó mis muñecas y las colocó sobre mi cabeza, su boca recorría mi mejilla, mi mandíbula y mi cuello. Muerde, chupa, lame, succiona y mis piernas tiemblan, mi cuerpo entero se vuelve gelatina cuando su mano libre se pasea por mi cintura.
Intenté soltarme de su agarre, pero él solo apretaba su mano alrededor de mis muñecas, entonces tiro de una de mis manos y cuando estoy libre, rodeo su cuello con mi brazo. Estoy jadeando con la boca abierta, no podía respirar correctamente y fue inevitable soltar un gemido cuando mordió el lóbulo de mi oreja y apretó mi trasero.
Su mano soltó la mía y sujetó mi cintura y tiró de mi hacia adelante, pegándome a su cuerpo, dejándome sentir su excitación en mi vientre. Gemí cuando volvió a besarme, mis manos fueron a sus mejillas y le devolví el beso, pero está vez con delicadeza.
—No sabes lo deseable que eres —musitó sobre mi barbilla para después morderla suavemente—. Me traes loco desde la primera vez que te vi.
—¿Si? —afirmó con un sonido bajo en su garganta, presioné la punta de mi zapato contra mi tobillo para sacarlo y después hacer lo mismo con él otro y quedarme descalza. Llevé las manos al borde su camisa y la tiré por ahí.
Me quité los anteojos para después dejarlos sobre la mesita de noche, sabía que para esto no iba a necesitarlos después de todo.
Pasé mis manos por su pecho y sus abdominales bien marcados, gimiendo cuando bajó el cierre de mi top y me lo quitó, apretando mis pechos entre sus grandes manos.
—Solo tienes esta oportunidad para arrepentirte —informa mientras me quita los jeans, acariciando la piel de mis piernas en el proceso.
—Lo único que quiero es que me folles —le hablé con autoridad sin dejar de verlo.
Sus pupilas estaban dilatas, y una sonrisa diabólica pintó sus labios, rojos e hinchados por nuestros besos. Su mano se cerró en mi garganta y me besó con ímpetu, preso del deseo. Me dejé envolver por la lujuria de su toque y llevé mis manos al botón de sus pantalones. No logro hacer mucho cuando me toma de voladas y hace que enrolle las piernas alrededor de su cadera para después acostarme en el colchón. Se incorpora para terminar de desvestirse, dejándome sin aliento al verlo. Jamás dejaré de sonrojarme al verlo desnudo, y al parecer, a él le gusta que lo haga, porque me sonríe con malicia.
—¿Vas a follarme como un loco? —le pincho sonriendo, removiéndome cuando me baja las bragas.
Recorre mi cuerpo de punta a punta con su mirada lasciva, y en vez de incomodarme, me llena de excitación. Se inclina poniendo sus manos a cada lado de mi cabeza, quedando suspendido a centímetros de mis labios.
—Te voy a follar como un puto desquiciado —y sin más, besa mis labios con fiereza.
Besa mi mejilla, mi mandíbula, mi cuello. Sus manos aprietan mis pechos cuando comienza a lamer la cima fruncida de cada uno, el calor comienza a acentuarse en la habitación, llenándose de gemidos y jadeos.
—Dom... —jadeo y arqueo mi espalda cuando sus labios siguen bajando por mi abdomen se detiene justo frente a mi vientre. Su respiración hace cosquillas en mi piel, pero todo pensamiento queda interrumpido cuando baja por mis piernas con lentitud.
—Estás tan húmeda —besa la cara interna de mis muslos—. Siempre estás lista para mí...
Mi mente se pone en blanco, todo parece desaparecer justo cuando su lengua entra en contacto con el punto sensible entre mis piernas. Quiero cerrar las piernas, para tratar de contener todo el remolino de sensaciones que me aborda, pero me parece imposible. Una de mis manos empuña la sábana, mientras que la otra va a su cabello, en dónde no dudo en sumergir mis dedos.
—¡Oh por Dios! —cierro los ojos con fuerza.
Sí, me estaba volviendo loca, su lengua se movía decisiva sobre mi feminidad y solo podía mover las caderas e ir a su encuentro. La cabeza me daba vueltas, pero era increíble.
Dios mío, perdóname por nombrarte en estos momentos, pero es que... ¡Dios mío!
Estaba a punto de tocar el cielo, lo sentía, los dedos comenzaron a hormiguearme y las piernas a temblarme. Y todo se vuelve incontenible cuando dos de sus dedos se abren paso dentro de mí, mientras que sus labios succionan mi clítoris con fuerza. Sus dedos comienzan a bombear en mi interior y en cuestión de segundos uno de los orgasmos más potentes de mi vida me azota con fuerza, robándome un sórdido grito.
—Nunca me decepcionas —besa mi vientre, cerniéndose sobre mí y sonriendo al verme temblorosa—. ¿Te gustó?
—Más que eso —dije en un susurro tembloroso, pasé mis manos por su nuca—. Bésame.
Me besa con pasión, lentamente, presionando su entrepierna contra la mía, obligándome a jadear. Sus manos se pasean por mis piernas y las abre más para acomodarse en medio de ellas. Su erección se desliza en mi interior con lentitud, tan malditamente lento que me hace poner los ojos en blanco. Paso mis uñas por sus hombros, gimiendo en su oído, recibiendo cada una de sus estocadas pausadas.
Los minutos se alargan, sus embestidas se vuelven más lentas, yo quiero más. Levanto las caderas para recibirlo, sin embargo, él se dedica a trazar círculos que me vuelven más idiota de lo que soy.
—Dominic —suspiro.
—Despacio —gruñe, besa mis labios.
Me vuelvo loca dándole un largo y apasionado beso, tiro de su cabello y muerdo su labio inferior. Su dureza entrando y saliendo de mí me tiene más caliente de lo normal, con sus movimientos pausados y controlados.
¡Mi cuerpo quiere más!
Paso mis uñas por su espalda y rodeo su cintura con mis piernas, entrelazo mis pies en su trasero y alzo las caderas, empujándolo dentro de mi en un golpe certero que le roba una exhalación y un gemido ronco.
—Anne... —muerde mi barbilla, suelto una risita ahogada cuando vuelvo a levantar la pelvis—. Basta.
Sujeta mis manos y las presiona sobre la cama encima de mi cabeza, baja su rostro al mío y me besa.
—Dame más —pido, hago un puchero que logra descontrolarlo, lo veo en sus ojos.
—¿Qué estás haciendo conmigo? —se presiona contra mi, hasta el fondo—. Si lo hago, no quiero quejas.
Su voz es un sonido ronco entrecortado por su respiración agitada.
—Vamos, quiero más —elevo las caderas otra vez.
—Tú lo querías.
Y si, yo lo quería.
Comienza a embestirme con brusquedad, a tal punto de hacerme gritar con fuerza. Se apodera de mi cuerpo y de mi mente en cuestión de segundos, fuerte y sin contemplaciones.
—¡Si, así! —muerdo mi labio inferior, tiro con fuerza de una de mis manos y le rodeo el cuello con la misma.
—¿Si? —muerde el lóbulo de mi oreja, me embiste aún más fuerte—. ¿Te gusta duro, dulzura?
—¡Si! ¡Dominic! —echo la cabeza para atrás y él no duda en bajar la suya para succionar uno de mis pezones.
—Yo soy el único que te puede hacer sentir así.
—Si, solo tú —vuelve su boca a la mía, explorando con su lengua.
Fuerte y duro.
Eso, el morboso sonido de su cuerpo chocando contra el mío y nuestras respiraciones agitadas, junto con mis escándalos gemidos es todo lo que llena la habitación.
No hay más, solo él y yo.
Y, aunque es solo sexo, se siente diferente, como si la conexión entre nosotros fuese más fuerte que antes.
—¡Oh, Dominic, por Dios! —le tiro del pelo y suelto más gemidos incontrolables.
—Abre los ojos —ordena, hago lo que puedo—. Mírame a los ojos siempre que hagamos el amor.
—Ajá —entierro mis uñas en su espalda.
—Eres mía —gruñe en mi cuello, acelera aún más, como si fuera posible—. Dime qué eres mía, anda, dímelo.
—Soy tuya, solo tuya —lo beso, me penetra con fuerza.
Sé que este orgasmo será mejor que el anterior, lo sé, lo presiento.
Se hunde en mi interior de un solo golpe, arrancándome un grito de placer, logrando que ponga los ojos en blanco otra vez.
—Dom... —mis músculos internos se contraen.
—Solo un poco más —no deja de besarme—. Aguanta un poco más.
—Dominic, por favor —lloriqueo, mis ojos se cierran solos y se cristalizan, su miembro crece en mi interior, palpita y mi vista se nubla por el placer contenido. Necesito dejarme ir, necesito llegar a mi límite—. Por favor, por favor.
—Vamos, amor, vente conmigo —me pide y solo entonces exploto.
Mis piernas se tensan y mi vientre se contrae maravillosamente, un grito queda atascado en mi garganta justo cuando me desvanezco. Lo siento empujar unos segundos más hasta que lo siento correrse dentro de mí, caliente y satisfactorio. Dejo caer la cabeza sobre la cama en busca de oxígeno, la suya se apoya en mi pecho y suspira.
Meto mis manos en su cabello húmedo por el sudor y cierro los ojos, siendo consciente de su respiración irregular y del latido frenético de nuestros corazones.
—Mañana no podré caminar —digo entre dormida y despierta.
Sonríe, lo siento sobre mi piel.
—Estoy orgulloso de escuchar eso —levanta su rostro y se acerca a besar mis labios lentamente.
¿Cómo puedo dejar de amarlo?
Es imposible.
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