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42. Errores del pasado.

Dominic

Un mes después.

Otro día comienza y me recibe la mejor imagen, como cada mañana.

Despertar con mi esposa era algo que no podía comparar con nada, ver su rostro tranquilo solo lograba llenarme de paz, ignorando claro, que las cicatrices en partes específicas de su cuerpo aún me atormentaban, no obstante, trataba de pasarlo por alto la mayor parte del tiempo.

Termino de poner el Rolex en mi muñeca y me acerco a la cama, quito los largos mechones rubios, que antes solían ser su flequillo, que obstaculizan mi visión de su rostro. Acaricio su mejilla en un vago intento por despertarla, pero solo logro que su ceño se frunza.

—Despierta —susurro.

—Déjame dormir, Dom —gruñe medio dormida y suspira—. Aún es temprano.

—Si me voy, no me daré cuenta si comiste o no —le recuerdo, ella suelta un pesado suspiro y se remueve.

—Siempre haces lo mismo —espeta, la veo quitarse las sábanas de encima y salir de la cama con demasiada pereza—. ¿No deberías estar trabajando?

—No, aún no —la observo caminar hacia el baño, con esa diminuta bata de seda verde a la que ella le dice pijama.

—Voy a comer, no tienes por qué quedarte —dice con desdén, cerrando la puerta del baño con fuerza.

Sonrío al darme cuenta de los repentinos cambios de humor que ha estado teniendo, ya que, normalmente amanece de mal humor y después de comer todo parece ser color de rosa. Mi madre dice que es el embarazo y al parecer, no se equivoca, Annabella es el doble de exasperante y molesta de lo ya era, pero no puedo quejarme.

Las tres semanas que pasé sin escuchar su voz, fueron realmente fatales para mí, y ahora que la tengo de vuelta, no la dejaré tan fácilmente.

La puerta se abre y la rubia me observa con el cepillo de dientes dentro de boca.

—Creí que ya te habías ido —se da la vuelta y va hacia el lavamanos.

La sigo muy de cerca, observando como cepillaba sus dientes enérgicamente.

—Te dije que iba a cerciorarme por mi mismo si comías o no —rueda los ojos y se enjuaga la boca.

—Y yo te dije que si comería —se seca las manos y se da la vuelta.

—¿Por qué algo me dice que no puedo creerte?

—Estás paranoico —se ríe y se acerca a mí, mirándome desde abajo—. Buenos días.

—Buenos días, dulzura —paso un mechón de su cabello rubio detrás de su oreja y veo su ceño fruncirse—. ¿Qué pasa?

—¿Vas a besarme y dejarme como si nada? —dice, tratando de lucir enojada—. Ha pasado mucho tiempo desde que tuvimos sexo.

Suelto una risa, negando hacia sus palabras.

Sí, no iba a negar el hecho de que Annabella tenía las hormonas alborotadas, también que había perdido la vergüenza totalmente, ya que se había estado exhibiendo ante mí sin pudor alguno. Pero, el doctor había sido lo suficientemente claro en cuanto a su salud, y debido a la fisura que había tenido su pulmón, por ahora, lo más recomendable, era nada de esfuerzo físico.

—Te voy a besar —le aseguro, sujetado su rostro entre mis manos—. Pero lo del sexo tendrá que esperar, tú lo sabes perfectamente.

—No es justo —hace un puchero—. Estoy muy bien.

—Y no sabes cuánto me alegra escuchar eso —presiono mis labios sobre los suyos, pero ella no está tan comprometida en el asunto, ya que sabía que no íbamos a llegar a más—. Ven, vamos a qué desayunes.

Se queja, pero no pone resistencia cuando tiro de ella fuera del baño, pero se suelta de mi agarre para trotar a la cocina y en menos de un segundo, la veo sacar infinidad de cosas del refrigerador.

—¿Desayunarás conmigo? —me mira con los ojos muy abiertos.

—No, ya tomé un café.

—Oh —me ignora prácticamente y sigue con su tarea de preparar algo—. ¿Qué tienes que hacer hoy?

—Terminar con la transacción del pago de Dubái y formar el permiso para el envío de los materiales —asiente—. ¿Qué harás tú?

—Creo que buscaré algunas cosas para el bebé, la cita para conocer el sexo es en una semana, pero quiero comparar cosas básicas, ya sabes: pañales, pijamas... —comienza a divagar, mientras yo le envío un mensaje a Aaron.

¿Estás ocupado hoy?

No, ¿Por qué?

Anne tiene pensado salir, ¿Puedes acompañarla?

Cuenta conmigo.

—No te demores tanto, ¿Sí? —asiente a mi petición, rodeo la barra y pongo mis manos en su cintura para atraerla hacia mí—. Prométeme que tendrás cuidado.

—Lo prometo —enrolla sus manos en mi cuello y se pone de puntillas para besarme—. No llegues tarde, así podemos cenar juntos.

—Está bien —la beso una vez más, un beso largo y prolongado, uno que le deja una sonrisa boba en los labios una vez que nos separamos—. Te amo.

—Te amo.

Me alejo de ella y me dispongo a salir del departamento, en dónde Donovan y Tim, los nuevos hombres de seguridad, no se alejan de la puerta, lo cual agradezco.

—Buenos días, señor —asiento.

—¿Todo en orden?

—Perfectamente, señor.

—Excelente —observo la hora en el reloj—. Vamos, Dean.

El castaño me sigue de cerca y ambos entramos al ascensor.

—¿Qué te dice Armand? —le pregunto.

—Todo está limpio, señor —comienza—. La seguridad será reforzada en la casa para que no ocurra ningún otro incidente, también tenemos hombres nuevos, ya que la baja que tuvimos cuando secuestraron a la señora Annabella fue más grande de lo que pensamos.

—¿De dónde salieron? —me referí a los hombres.

—FBI, algunos son solo policías de la agencia, señor —asiento—. Todos fueron investigados y son los mejores en su trabajo.

—Bien, no quiero más errores.

En el tiempo que nos lleva llegar a la empresa, me planteo todo lo que ha estado pasando, intento pensar en que parte podrán estar los Hamilton y en qué atrocidades podrán pensar en hacer. Ahora no solo debo proteger a Anne, sino también, a nuestro hijo, y ese es otro tema que me tiene bastante estresado.

Tengo que hacerme la idea de que voy a tener a otra persona a quien cuidar, porque no había manera de que alguien tocara a mi hijo sin que yo supiera, sin que yo tomara cartas en el asunto. Estuve a un paso de perder a Annabella, y no estaba dispuesto a volver a pasar por ello, mucho menos ahora que estaba embarazada.

El teléfono suena.

¡Ya terminé!

Espero estés contento.

El mensaje de Annabella llega acompañado de una fotografía en dónde aparece sonriendo.

Mucho, la verdad.

Por cierto, Aaron me dijo que iba a acompañarme a hacer las compras.

¿Tienes algo que ver con eso?

No quiero que salgas sola.

No necesito una niñera, Dom.

Estoy bien.

—Ya estamos aquí, señor —la voz de Dean me saca de mis pensamientos y es cuando me doy cuenta de que ya estamos entrando al estacionamiento de edificio, guardo el teléfono.

—No tardaré, lo más probable es que en dos horas estemos de regreso —le digo, él estaciona y asiente mirándome a través del retrovisor.

—Estaré aquí, por si me necesita —asiento.

Me bajo del auto seguido de Dean, sin embargo, un estruendoso sonido me hace girar. La imagen de Dean en el suelo me deja sin respiración y la presión de un metal frío en la nuca me eriza piel.

—Será mejor que no te muevas, Dom —dice la persona a mi espalda y de antemano conozco esa voz.

—Vaya, Jess —sonrío, intentando descifrar que era lo estaba pasando. Sin embargo, cada uno de mis músculos se tensaron—. No sabía que eras asesino.

—Y no lo soy, solo está inconsciente —murmura—. Pero no lo estará por mucho tiempo, así que, es mejor que nos vayamos.

—No hay manera de que yo me vaya contigo.

—No era una pregunta.

Y siento el golpe en la nuca mucho antes de que llegue, dejándome en el limbo antes de que siquiera pueda darme cuenta.

[...]

Para cuándo volví a abrir los ojos sentía el cuerpo entumecido, tenía un dolor de cabeza de los mil demonios y la poca luz que provenía de alguna parte solo logró que un pinchazo atravesara mi cráneo. Abrí y cerré los puños, pero algo me impidió levantar las manos, fue entonces que noté la cinta color plateado rodeado mis muñecas.

—Hasta que decides despertar —dijo alguien en alguna parte en la extraña habitación—. ¿Todo en orden, Whittemore?

—Tanto como se puede estar —respondí, levanté la mirada y me encontré con aquellos ojos que tanta repugnancia me causaban—. ¿Te cansaste de huir, Hamilton? —ladeé la cabeza cuando se acercó—. Aunque no será por mucho, ya que muchos están buscándote —trato de mantenerme sereno, jamás en mi vida pensé estar en una situación similar—. Hay un gran caso en tu contra: secuestro, fraude, lavado de dinero, asesinato, intento de homicidio...

Su puño se estrella contra mi rostro, la sangre inunda mi boca y mi mandíbula palpita de dolor, pero trato de ignorarlo como mejor puedo. Suelto una risita carente de humor y escupo la sangre sobre el suelo, el sabor metálico se instala en mi garganta y solo puedo negar ante lo ilógico de la situación.

—Sí, creo que eso puede ser un cargo más —le digo, la ira en sus ojos solo me demuestra que entre más lo provoque, más probabilidades hay de que pierda la paciencia—. ¿Qué carajos quieres, Alexander?

—¿Qué te hace pensar que quiero algo? —masculla.

—¿Para qué estoy aquí, entonces? —cuestiono—. Siempre has querido algo de mí, pero no logro descifrar que es: ¿Dinero? ¿La empresa? ¿Mi poder? —me reí en su cara, más cuando su expresión cambió a una colérica—. Qué pena me da decirte que eso no pasará jamás, aún si me matas, aún si logras sacarme todo el dinero que quieras, siempre estaré un paso adelante.

—Ay, mi querido amigo, los errores de pasado de té llevaron a esto —dijo, arregló el saco de su traje y suspiró—. Te pedí ayuda, una vez ¿Y qué hiciste? Me corriste de tu empresa a patadas, me dejaste en ridículo frente a cientos de personas ¿Pensaste que te saldrías con la tuya?

Mi ceño se frunció, sabía que antemano que la envidia y la avaricia podían llevarlo a hacer cosas como estas, pero: ¿Llegar hasta este punto?

—Los errores que me llevaron a darte a Annabella como garantía, los que me llevaron a secuestrar a tu hermana y después a la rubia que te follas a diario, lo que me llevó a darle la orden a Luciano de matarte y que, por alguna razón, le disparó a ella... fueron los mismos que me trajeron a este punto, porque yo te pedí la mano y tú solo te reíste en mi cara.

Camina alrededor de mí y observa su reloj.

—Solo quiero que, luego de todas las humillaciones que hiciste pasar a mi familia, al menos, puedas arrepentirte un poco —murmura con voz tranquila—. Sé que no tengo mucho con que chantajearte, pero si hay una cosa por la que darías la vida.

Annabella.

Fue lo único que se me vino a la mente y sentí como el alma se me iba del cuerpo.

—Si tan solo llegas a tocarle un solo cabello —dije, escuchando mi corazón latir detrás de mis oídos—. Te juro, que te arrepentirás por el resto de tu miserable vida, ¿Me escuchas?

—Oh, no —sonrió con suficiencia—. No estás en condiciones de desafiarme y mucho menos de amenazarme.

—Te voy a encerrar en el agujero más profundo de la maldita Tierra si tan solo llegas a mirarla.

—No es mi hija —sigue hablando—. No tengo porque mantenerme lejos de ella. Dime, Dominic: ¿Por qué nunca te deshiciste de ella? —mis puños se apretaron—. ¿Acaso era una buena esposa sumisa? ¿Era tu pasatiempo favorito? —se inclinó un poco y me miró directamente a los ojos—. Dímelo, Dom: ¿Acaso era una buena puta en la cama?

Cerré los ojos, no tenía caso perder la calma por sus palabras vacías.

—Si es así, entonces me la llevaré —dijo, haciéndome apretar los dientes.

—Estás jugando con fuego, Hamilton —gruñí, apretando los puños con fuerza, volviendo mis nudillos blancos—. Y, créeme, no te gustará saber lo que tengo en mente para ti.

—No puede ser —se ríe—. El empresario más respetado de Australia está sacando las garras.

—Te estás metiendo con lo único importante que tengo, solo puedes sacar lo peor de mí si lo haces.

—Qué bueno que tengo un plan —dice, dos toques en la puerta llaman su atención—. Oh, mi boleto ganador llegó.

Y sonrió con cinismo, caminando hacia la puerta para abrir la misma segundos después. Y la rabia que sentía antes, pasó a ser desesperación pura al ver las lágrimas en aquellos ojos azules que tanto amaba.

—Dom... —sollozó y vi el terror en su mirada.

—Anne...







Les dije que la cosa se ponía seria... No me odien, please. Saben que todo lo hago con amor.

Los amo.

Voten muchos "🔥" para el final sea mañana, damas y caballeros.

Pd: Activen las notificaciones en mi Instagram para esperar el final.

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