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40. ¿Qué vamos a hacer ahora?

Dominic

Verla despierta me hizo respirar otra vez, todos los problemas desaparecieron cuando miré sus ojos azules una vez más. No me había dado cuenta de cuánto la necesitaba hasta que estuve a punto de perderla, entonces, haría lo que fuera por tenerla junto a mí siempre.

—¿Cómo te sientes, cariño? —Dimitri se sienta en la silla junto a la camilla.

—Cansada de estar aquí —la rubia frunce el ceño—. Quiero irme a mi casa.

Ha pasado una semana desde que Anne despertó y todo parece marchar al pie de la letra, al menos para nosotros. A veces, me cuesta apartarme de Annabella, me asusta saber que puedo perderla nuevamente, pero sé que eso no ocurrirá, porque la protegeré con mi vida si es necesario.

En cuanto a su relación con su verdadera familia, la cuestión es otra. Anne es demasiado dulce y se ha ganado el corazón de sus hermanos con facilidad, y con Dimitri ¿Qué puedo decir de él? La mira como si fuera un ángel, y cuando la conozca a fondo sabrá que es toda una diablura. Sin embargo, sabía que esto le hacía falta, tener el amor y el apoyo de su familia le hará bien.

—Relájate, ya falta poco —le recuerdo, me lanza una de sus características miradas asesinas y no puedo evitar sonreír en su dirección.

—Eso lo dices tú porque no estás atado a una cama —gruñe en mi dirección—. Dom, en serio, quiero irme.

—El doctor dijo que pronto podrás hacerlo, solo tienes que tener paciencia —me levanté del sofá que se encontraba en la habitación y me acerco a ella—. Aún tienes que guardar reposo.

—¿Y no puedo hacer reposo en nuestra casa? —hace un puchero, sin embargo, nota mi cambio rápidamente—. ¿Dom?

Miro a Dimitri, y sé que debo decírselo, porque no tiene caso ocultarle nada.

—Anne...

—Basta, Dominic —dice exasperada—. No le des tantas vueltas al asunto y dime la verdad.

—Escúchame —sostengo su rostro—. Alexander huyó.

Su rostro pierde color y enmudece.

—¿Cómo?

—No lo sabemos, su casa está vacía, Luciano no está y Jesse tampoco. Desaparecieron por completo —digo, quito los mechones rubios que cubren sus mejillas—. No voy a exponerte, Anne, así que no te llevaré a nuestra casa.

—¿A dónde iremos entonces? —susurra.

—Al departamento del centro ¿Lo recuerdas?

—¿Cómo olvidarlo? —ríe—. Me encerrarse ahí cuando te hice creer que me había ahogado en la tina.

Sonreí, porque recordaba ese día.

—¿Qué hiciste qué? —cuestionó Dimitri anonadado.

—No todo lo que ves es amor —responde mi esposa con una sonrisa—. Antes había más que solo comprensión, y creo que eso nos mantuvo unidos —mordió su labio inferior y me miró con ternura—. Pero siempre fuimos nosotros dos, solo los dos.

—Exacto —besé su frente—. Entonces, nos iremos al departamento, pero cuando el doctor lo vea conveniente, ¿Sí?

—Está bien —rodó los ojos, se cruzó de brazos y se dejó caer sobre el respaldo de la camilla—. ¿Puedo cambiarme de ropa al menos?

—Daniela te ayudará con eso —asintió—. ¿La señora quiere algo más?

—Una hamburguesa —respondió automática.

—Veré que puedo hacer —besé el dorso de su mano y me levanté.

—¡Buenas! —gritó Daniela abriendo la puerta de la habitación de un solo golpe y entrando como el huracán que es—. Traje helado.

—Oh sí, comida de verdad —suspiró Anne con dramatismo—. Dame, dame.

—¿El doctor autorizo eso?

—Sí, hermanito —exclamó mi hermana—. Yo, personalmente hablé con el doctor Falcon y me dijo que sí.

—¿Dónde está Daniel? —pregunto.

—Afuera, creo que está en la cafetería, no lo sé —se encoge de hombros y camina hacia Annabella que mira el helado como una niña pequeña—. Te traje ropa, Anne, sé que las batas de hospital pueden ser realmente molestas.

—Ni que lo digas, odio esto —señala todo lo que está sobre ella y agradece en voz baja cuando Daniela le da un pote de helado con una cuchara de plástico—. ¿Alguien sabe dónde está Vlad? Me dijo que me traería galletas.

—Deberías concentrarte en terminar el helado primero y después en las galletas —le sugiero.

—Cállate —le restó importancia a mi comentario y comenzó a comer.

La detallé detenidamente: sus mejillas rosadas, su brillante cabello rubio que, sin duda, estaba más largo y la emoción con la que miraba su helado. Cosa que estaba haciendo con toda la comida en la última semana, sin lugar a dudas había algo diferente en ella que, de alguna manera, me gustaba aún más.

[...]

—Estuvimos buscando en aeropuertos, hoteles, moteles y casinos, pero no hemos dado con nada, señor. Lo más probable es que hayan volado en el Jet, pero me sorprende que su piloto no los haya llevado, ya que fue uno de los testigos que buscó el agente Ferrer.

—Lo sé, supongo que pensaron en algo —murmuré al teléfono—. No irá a ningún casino, y si lo hace, usará efectivo, todas sus cuentas están a mi nombre. Él no obtendrá dinero sin tarjetas de crédito, y no las usará sin que yo me enteré —suspiré y vi a Vladimir salir de la habitación de Anne—. Mantente en contacto con Ferrer y si sabes algo, no dudes en llamarme.

—Como diga, señor.

Colgué, me puse de pie y caminé hacia el castaño.

—Creo que la hamburguesa la dejó agotada —sonreí—. Vendré mañana a verla otra vez, el sueño no la dejó hablar muy bien.

—Por supuesto —estreché su mano—. Gracias por estar aquí, a ella le hace bien la compañía de todos.

—Gracias a ti por cuidarla —tomó una lenta respiración—. Por todo lo que me han contado, creo que es por ti que sigue intacta y creo que debemos agradecerte eso.

—No sé qué decir a eso, Anne era la única razón por la que aún sigo de pie, sin duda alguna.

—Gracias de todas formas —asentí—. Buenas noches.

—Igual.

Cuando lo vi desaparecer por el pasillo me dispuse a entrar a la habitación, encontré con Anne sentada con los ojos cerrados. Me acerqué a ella y retiré el cabello de su rostro.

—Oye, Anne —hizo una mueca cuando pasé mis dedos por su mejilla—. Despierta, dulzura, tienes que acostarte.

Se removió unos segundos y después volvió a fruncir el ceño.

—¿Dom?

—¿Sí?

—Creo que voy a vomitar —murmuró y abrió sus ojos.

—¿Estás segura? —asintió—. Ven.

Con cuidado le ayudé a ponerse de pie y la llevé hasta el baño, siendo cuidadoso de no mover la intravenosa que tenía un poco más de un mes en el dorso de su mano. Y, antes de que pudiera darme cuenta, ya la tenía inclinada sobre el inodoro expulsando todo lo que había comido en el día.

—No puedes esforzarte tanto —le recuerdo, escucho como toma lentas respiraciones hasta que se calma—. ¿Ya está? —asiente, camina lejos de mí y se ocupa de enjuagarse la boca y la cara, suspira profundamente y después de terminar con toda su tarea, se acerca y enrolla sus brazos alrededor de mi cuello—. ¿Estás bien?

—En verdad estoy cansada de estar aquí —murmura apoyando su cabeza en mi hombro—. Quiero buscar una cama de verdad y dormir un mes entero.

—Lo sé, amor, yo también quiero dormir un mes completo junto a ti —acaricié su espalda bajo la sudadera que Daniela le había traído—. Pero todo terminará antes de que te des cuenta, ya verás.

—Llevas diciendo eso desde que desperté —me recrimina haciéndome sonreír—. Creo que estoy mareada.

Mi ceño se frunció, me alejé un poco de ella para encontrarme con su rostro completamente pálido. La tomé entre mis brazos y la llevé otra vez hasta la cama, en dónde la recosté cuidadosamente.

—¿Te sientes mal? —pongo mi mano en su frente, pero está más fría de lo normal.

—Estoy bien —murmura con los ojos cerrados, quitando mi mano de su rostro—. Ya, déjame.

—No —presiono el botón rojo de la camilla—. No estás bien.

—Sí lo estoy —gruñe—. Eres un exagerado.

—Claro.

La puerta se abre y una enfermera entra.

—¿Todo en orden por aquí? —pregunta.

—No, acaba de vomitar y tiene mareo —explico con rapidez y la enferma asiente antes de acercarse.

—¿Había sentido esto antes?

—No, fue de repente —respondió—. Pero no me siento tan mal.

—Quizás es normal por los medicamentos y el sedante —dice—. Pero llamaré al doctor, espere un segundo.

Cuando nos quedamos solos otra vez, Anne gruñe.

—Haces una tormenta en un vaso de agua —murmura.

—Di lo que quieras, pero no dejaré que nada se complique.

Rodó los ojos y reprimí el impulso de decirle otra cosa. La puerta se abre otra vez, dejándonos ver el rostro pálido del doctor y su inusual seriedad logra que todas mis alarmas se activen.

—Señora Whittemore, hay algo que debo decirle que pasé por alto completamente —dice, como si le falta del aire.

—¿El qué? —me atrevo a preguntar, luego de unos segundos en completo silencio. Y gracias a la tensión que irradia el cuerpo de del doctor Falcon, la incertidumbre invade el mío.

¿Qué carajos podía ser tan mal?

—No me percaté de esto hasta la tarde, sin embargo, con lo que me comentó la enfermera... —luce nervioso y pasea su mirada de mi esposa a sus papeles varias veces.

—¿Qué es lo que ocurre? —Anne pregunta totalmente alarmada.

Estás embarazada.

Todo a mi alrededor pierde sentido y coherencia, mi corazón late con fuerza, pero es como si no funcionara correctamente. En mi cabeza solo hay un tétrico y ensordecedor silencio, sin embargo, es como si me estuvieran gritando a centímetros de los oídos.

¿Embarazada?

—¿Qué? —escucho la incredulidad en la voz de Anne—. No, es... Es imposible, yo...

—En los exámenes dice que tiene cuatro meses —agrega el doctor dejándome más confundido.

¿Cómo que está embarazada?

—Pero ¿cómo? —vuelve a preguntar—. Yo uso las inyecciones...

—No siempre funcionan —escucho decir y es cuando reacciono.

—¿Cómo es que no se dieron cuenta? —cuestiona ella, con voz ahogada.

—Sí me percaté de un cierto grado de Progesterona en tu sistema, pero lo asocié con algún ciclo hormonal —responde el doctor—. Ni siquiera cuando te revisamos, pero estaré al pendiente de este nuevo caso.

—¿Y los medicamentos? —cuestiono—. ¿Puede seguir tomándolos?

—Por ahora, sí —asiente en mi dirección—. Pero necesitaré hacer más exámenes, si me disculpan...

Asiento, viéndolo desaparecer por la puerta.

—Oh santo cielo —escucho el jadeo de Anne junto a mí y toda mi atención decayó sobre ella. Se lleva las manos al rostro y después al cabello, luciendo tan sorprendida como podía estarlo—. ¿Cómo es que pasó?

Me mira, suspiro y me paso las manos por el cabello tratando de calmarme.

—Creo que ambos sabemos cómo pasó, ¿No?

—Fue cuando viajamos a Dubái —dice, pero frunce el entrecejo—. O mucho antes, creo, pero la inyección...

—No puede ser —digo—. Ahora tendré que lidiar con dos tú.

—¿Qué? —veo la indignación en su rostro—. ¿Eso es lo que te preocupa?

—Para ser sincero, sí —asentí y fue hacia ella para sostener su rostro—. Eres bastante exasperante cuando te lo propones y ahora tendremos a alguien doblemente exasperante.

Miré sus ojos, vi cómo se llenaban de lágrimas y como una sonrisa genuina se formó en sus labios. Sus manos fueron a mi rostro y una risita nerviosa se le escapó.

—¿Qué vamos a hacer ahora? —preguntó, y aunque sabía que estaba asustada, no pasé por alto la alegría que se filtró en su voz.

—No lo sé —estaba sorprendido, pero me sentía tan eufórico como ella—. No lo sé.

¿Estaba mal ser feliz, al menos un segundo?





















¡Que emoción!

En otraa noticias:

El final se acerca, un desenlace que ninguno se espera está por llegar.

Hoy subiré solo este capítulo.

Mañana viernes subiré dos capítulos más.

Sábado: estaré publicando el capítulo final junto con el epílogo.

Voten y comenten mucho, porque lo que se viene es bueno.

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