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4. Todo aquello lo que los une.

Annabella

Para cuándo me despierto, la decepción me aborda en cuestión de segundos, y no me sorprendo al encontrarme totalmente sola en la cama. Lo esperaba, pero el mal sabor de boca no me lo quita nadie, la garganta comienza a dolerme cuando un nudo se instala en ella, y lo único que soy capaz de hacer es apretar más la almohada contra mi pecho y cerrar los ojos con mucha fuerza cuando la primera lágrima cae.

Soy una estúpida, tan imbécil y débil que con un simple roce de labios me pone a los pies de quién dice ser mi dueño. Estoy tan necesitada como para hacer eso, y me da miedo saber que otras atrocidades soy capaz de hacer con tal de obtener un poco de su cariño.

¿Dónde está mi amor propio? ¿Por qué tengo que ser tan masoquista conmigo misma? ¿Por qué me conformo con migajas?

Soy una estúpida, si, eso es lo que soy.

Me levanto de la cama con lentitud, mi cuerpo está entumecido, pero no le presto atención y continúo mi camino hacia el baño. Entro a la ducha y restriego mi cuerpo con fuerza, en un intento vago de borrar sus huellas de mi piel. Pero, ¿De que sirve? Si cuando vuelva, yo estaré aquí, siendo su estúpida esposa. Esa que se entrega a él en bandeja de plata sin ninguna objeción.

Los sollozos se escapan de mi boca sin contemplaciones, el pecho me duele, las ganas de llorar aumentan con el pasar de los minutos. No me entiendo, no entiendo mi vida, principalmente.

Pero este es mi destino, ¿Qué más da?

Rebusqué entre mi ropa y tomé un corto vestido blanco, sencillo y de mangas cortas. Unas zapatillas de piso del mismo color y dejé mi cabello suelto, me puse mis anteojos y ya, no es como si fuera la Miss Universo. Mis ojos estaban irritados, y la punta de mi nariz roja, pero no iba a ocultar mi sufrimiento, era estúpido aparentar ser algo que no soy.

No soy feliz.

Suspiro y salgo del baño, me siento en la orilla de la cama a la espera de que el señor mal humor aparezca y se digne a abrirme la puerta.

Jugueteo con el dobladillo del vestido, pensando en que será de la vida de mis hermanos, de mis padres. ¿Recordarán que tienen una hija? ¿O solo me vendieron a cambio de un poco de dinero para pagar sus deudas?

¿Qué clase de padres hacen eso? ¿Qué clase de familia se olvidan de uno de sus miembros? ¿Cómo existen personas así? ¿Por qué?

Este mundo es una mierda, y, aunque suene descabellado, prefiero mil veces estar encerrada en esta habitación antes de ver cómo las personas dañan a quienes, supuestamente, aman.

La puerta se abre y suelto otro suspiro, me pongo de pie sin siquiera darle los buenos días, camino directamente hacia la puerta, pero él se interpone entre mi cuerpo y la salida.

—Buenos días, dulzura —dice zalamero, mi ceño se frunce.

—Quítate —siseo.

—Buenos días, Anne —repite otra vez.

—¿Haremos esto todos los malditos días? —gruño rodando los ojos.

—Hasta que te canses y me respondas cómo se debe —tira de mi barbilla hacia él, su mandíbula se aprieta al ver mis ojos enrojecidos—. ¿Te sientes bien?

—Perfectamente, ¿Qué no me ves? —espeto quitando su mano de mi rostro.

Sonríe, mi estómago se aprieta.

—Amanecimos de mal humor, ¿Eh? —ruedo los ojos—. Sabes que detesto que hagas eso. —Lo vuelvo a hacer, y le sonrió dulzona—. Baja para que desayunes.

—No voy a desayunar.

Intento pasar por su lado, pero su mano se cierra alrededor de mi brazo.

—No es una pregunta, amor —me dice con descaro, a centímetros de mi rostro—. Daniela vendrá dentro de poco, puedes esperarla y desayunar con ella.

—¡Que no voy a desayunar! —me suelto de su agarre de un tirón—. Esto debe parar, ¡Me cansé! Tienes que dejar de ordenarme cosas —siseo, causando que las venas de su cuello sobresalgan ante el enojo que le acusan mis palabras. El único problema, es que, para su mala suerte, yo estoy aún más molesta que él—. Soy tu esposa, no tu maldita esclava. Lo único que haces es darme órdenes, ¿Y sabes que? ¡Estoy harta de ti!

Camino a paso firme por el pasillo, pero antes de que logre llegar a las escaleras, sus grandes manos sujetan mi cintura y tiran de mi cuerpo al suyo. Mi espalda se pega a su pecho y uno de sus brazos rodea mi abdomen, mientras que su mano libre se cierra alrededor de mi cuello con delicadeza, manteniéndome firmemente contra su cuerpo.

—¿Estás harta de mi? —sisea con voz ronca cerca de mi oreja, mordiendo el lóbulo con lentitud. El fuego en mi interior se enciende y con él, el deseo—. Eso no era lo que gemías anoche, ¿Verdad? —gimo ante sus palabras, su mano baja por mi vientre y me empuja contra él. Mi trasero se restriega contra su entrepierna, cierro los ojos—. Estabas muy feliz ayer, ¿Quieres que te haga recordar? —mi piel se erizó, mi mente colapsó. Sus labios besaron la hendidura detrás de mi oreja y apretó uno de mis pechos con fuerza, solté un gemido y desperté.

—¡Estúpido! —le di un codazo, pero sé que no le hizo nada—. ¡Eres un imbécil, hijo de...! —sus brazos me giraron con rapidez y me besó.

Sus labios prácticamente se estrellaron con los míos, llameantes de deseo y sin poder evitarlo, me derretí ante él. Jadeé y sentí su lengua encontrar la mía y moverse al compás, una con la otra. Le eché los brazos al cuello y me guindé de él, me aferré a sus hombros con una lapa y le devolví el beso con la boca abierta.

Cómo idiota.

Fruncí el ceño y puse mis manos en sus brazos y me aparté de él, tenía una sonrisa triunfante en el rostro y me sonrojé inevitablemente. La rabia me invadió, solté un grito y comencé a golpear su pecho con mi puño.

—¡Te odio! —me mordí el labio inferior, intentando por todos los medios posibles no llorar. Dejé de golpearlo y tomé una lenta respiración, su mirada burlona ya no estaba, solo un extraño brillo en sus ojos—. Déjame en paz.

Suspiré y dirigí mis pasos hacia las escaleras mientras me secaba una lágrima.

A esto me refería, soy débil y él no me hace la tarea de querer odiarlo más sencilla.

Fui directamente a la cocina, ignorando a todo el mundo y abriendo la nevera para sacar una botellita de jugo de naranja. A paso desganado fui hacia el jardín trasero, sintiendo como el sol de Sydney tocaba mi piel, como el calor se sentía mejor que nunca en esta época del año. Llegué al centro del jardín y me dejé caer sobre el césped, me acosté en el suelo y abrí mis brazos mientras cerraba los ojos.

Estaba en cautiverio, pero sin duda alguna, este era el mejor lugar para ser libre.

[...]

—Te veo diferente —comenta Daniela, la observo de reojo—. Tienes la cara de una mujer completamente satisfecha, o mejor dicho, a la que le dieron fuerte anoche.

—¡Dani! —la empujé por el hombro, la muy descarada soltó una carcajada ante mi rostro sonrojado.

Daniela Whittemore era un amor, al contrario de su hermano. Ella y su madre, Theresa, me habían recibido en su familia con los brazos abiertos, sin embargo, Mauricio Whittemore, mi suegro, parecía tenerme cierto recelo. No sé por qué. Ellos venían una vez por semana, entre viernes y sábado, todos sabían exactamente como era mi matrimonio con Dominic, absolutamente todo. El contrato que tenía el primogénito de los Whittemore con mi padre, las deudas que este último tenía y el como mi esposo le ayudaba. A excepción de nuestra vida sexual, claro está. Pero del resto, para ellos no era un secreto.

De todos modos, Daniela era la única que me entendía, pues ella siempre estuvo de mi lado y de vez en cuando le daba sermones a su hermano mayor.

—Al menos se llevan bien en la cama —juega con el césped—. Eso es un punto a tu favor.

—¿En serio? —arqueo una ceja sin siquiera mirarla—. ¿Qué lo hagamos una vez al mes es un punto a mi favor? —suelto un bufido, y rio sin gracia alguna—. Él solo me busca cuando Natasha tiene su periodo.

Ruedo los ojos, ella me mira triste.

—No sé que decirte, la verdad —murmura—. Dom es un estúpido.

—Más que eso —suelto—. Pero más estúpida soy yo al rebajarme delante de él.

—¿Estuvieron juntos anoche? —asentí—. ¿Cómo se comportó?

—Igual que siempre, supongo —digo con mi rostro ardiendo en llamas.

—¿Fue solo sexo? —me observa a través de sus largas pestañas—. ¿O hicieron el amor?

Bajé la mirada.

¿Amor?

¿Qué es eso y con que se come?

—Si te soy sincera, lo cierto es que, no estoy segura —retuerzo mis dedos.

—Bueno, teniendo en cuenta que solo has estado con un solo hombre, o sea él, creo que no sé que opinar al respecto —me encojo de hombros—. ¿Aún no duermen juntos? —niego secamente—. ¿Y anoche?

Recuerdo sus besos en mis mejillas y en mis labios, como me rodeó con sus brazos hasta que me quedé dormida.

—Se quedó hasta que me dormí, pero esta mañana no había rastros de él por ninguna parte, hasta que vino y me abrió la puerta.

—Dominic es un troglodita —gruñe—. Está actuando como un imbécil. Está enamorado y como es un auténtico cobarde, lo niega y te trata mal —quiero negar su teoría, pero ella sigue hablando—. Estoy segurísima que él se acuesta con esa zorra solo para sacarte de su cabeza, pero viene a ti porque no puede hacerlo.

¿Enamorado? Si, es un gran chiste.

—Él no me ama, Dani —susurro—. Y lo más estúpido es que sigo esperando a que lo haga, cosa que no va a pasar nunca.

Miro al cielo, las nubes se ven opacas cuando las lágrimas llenan mis ojos.

—Es que trato de entender por qué es así conmigo —la observo con melancolía—. Por qué me trata mal y actúa como si yo fuera la peor persona del planeta —muerdo mi labio para no sollozar—. Quisiera saber que es lo que él piensa de mi, si tal vez le divierte verme sufrir o simplemente es lo quiere. No logro entender por qué se acuesta con otras, y aún más, por qué me lo grita en la cara.

» Lo veo llegar a eso de las dos de la madrugada, cuando cenamos, puedo oler el perfume de mujer en su ropa o veo las manchas de labial en el cuello de su camisa. Y me destroza, por completo. Me duele saber que no soy suficiente para él en ningún aspecto, ni como esposa, compañera o simplemente un polvo. Y me siento más estúpida por el simple hecho de amarlo a pesar de todo el daño que me hace.

Me quito los lentes cuando las lágrimas son incontenibles, sollozo en silencio apoyándome en el hombro de mi única amiga. Quien me consuela diciéndome cosas que, muy en el fondo, aunque me gustarían que pasaran, sé que no se harán realidad.

—Ustedes son una bomba de tiempo —dice—. A veces pienso que solo están en suspenso, esperando a que la cuenta termine y poder estallar —seca mis lágrimas con sus dedos—. Todo aquello que los une saldrá a luz, y no podrán ocultar el amor que ambos sienten el uno por el otro.













Daniela, nuestra querida cuñada.

La amaremos mucho, se los aseguro.

¿Qué les parece?

¡Voten y comenten mucho!

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