
32. El miedo y el vacío.
(+18)
Annabella
Rebusqué en el closet uno de mis cortos vestidos rosados de mangas largas, mis Vans blancas y un pequeño bolso para guardar el teléfono. Dejé mi cabello suelto y coloqué las lentillas en mis ojos. Me miré en el espejo y me preparé psicológicamente para volver a ver al hombre que llamé padre por muchos años, cuando en realidad no fue más que un mounstro.
Salgo de la habitación cerrando y abriendo mis puños en un intento fallido de tranquilizarme, pero mis palpitaciones solo aumentan su intensidad con el pasar de los segundos. Una vez en el piso inferior voy directamente al estudio de Dominic, en dónde me lo encuentro sentado en su silla con cara de pocos amigos.
—Ya me voy —anuncio, sus ojos me enfocan, pero no me dice nada—. ¿No irás a trabajar?
—No, voy a esperarte aquí —murmura, luciendo tan apacible como siempre.
Suspiré, bajé la mirada hacia mis manos y caminé hacia él, rodeando el escritorio, dejando el bolso sobre el mismo y sentándome en sus piernas sin importarme su mirada furibunda.
—No me hagas sentir culpable por esto, Dominic —apreté mis manos alrededor de sus brazos, sus ojos no me veían.
—¿Te he hecho sentir así?
—Te conozco, sé que no quieres que vaya, pero... esto va más allá de todo —suspiré, cerré mis ojos y apoyé mi frente contra la suya—. Tiene que darme una explicación, tiene que decirme quién es mi familia.
Sus manos me tocan, abrazando mi cintura como si fuera a desaparecer. Suelta un pesado suspiro y esconde su rostro en mi cuello, presionando sus labios contra la base de mi garganta. Mi piel se eriza con rapidez, enredo mis dedos en su cabello y su boca busca la mía con desesperación. Me besa como si el mundo estuviera a punto de acabarse, muerde mi labio inferior y baja sus labios a mi cuello.
Me empuja hasta que me pongo de pie, sus manos se pierden bajo mi vestido y me quita las bragas.
—Dom —jadeo cuando me sienta a horcajadas sobre sus piernas.
—Shhh —aprieta mi trasero, mis manos van al cierre de sus jeans—. Te necesito.
Me aprieta contra él mientras mi mano se cierra alrededor de su erección, acariciándolo de arriba abajo, suelta un gruñido en mi boca y me besa con fervor. Me sostengo de sus hombros y lo guío en mi interior, ambos soltamos un gemido cuando se desliza dentro de mí. Le rodeo el cuello con los brazos, sus manos se mantienen en mi trasero, guiando mis movimientos de adelante hacia atrás.
Ninguno tiene prisa, me muevo con parsimonia sobre él y nos besamos con lentitud. Me aislé de todo a mi alrededor, solo estábamos él y yo, sumergidos en un mar de placer que solo los dos conocíamos.
—Dominic —jadeé y escondí mi rostro en su cuello. Sus manos apretaron mi cintura y me atrajo hacia él, presionándome contra su entrepierna—. Dom...
Mordió el lóbulo de mi oreja y murmuró algo como un te amo, cosa que sonó en tono molesto. No le di importancia, me concentré en lo bien que encajábamos y en la manera en la que nos dejamos llevar hasta alcanzar el punto máximo del placer.
—No vas a salir de aquí, no sin mí —gruñó cuando ambos intentábamos controlar nuestras respiraciones.
—Dom, por favor —supliqué, cerré los ojos y me apoyé en su pecho, junté su frente con la mía—. Pensé que habíamos hablado de esto...
—No te voy a dejar sola con ese tipo —apretó la mandíbula—. Iré contigo.
—Necesito hablar con él a solas, Dom, por favor —desvió la mirada—. ¿Puedes quedarte en el auto? —no me respondió, tragué forzado—. ¿Por favor?
—Dean entrará contigo —asentí con rapidez, sujetó mi rostro entre sus manos—. Treinta minutos, Annabella.
[...]
Mi mano estaba firmemente aferrada a la de Dominic, pero mi mente estaba completamente aislada, me sentía nerviosa y confundida, no sabía cómo iba a reaccionar al tener frente a mí a quien no es mi verdadero padre.
—No tienes por qué hacer esto —murmura jugando con mis dedos.
—Pero debo, Dom —le recuerdo.
—No, no debes, no le debes nada a ese hijo de puta —espeta, ruedo los ojos y recibo un pellizco en la palma de mi mano.
—No voy a discutir contigo de nuevo por esto —digo con desgana, suspiro—. Prométeme que me esperarás en el auto.
—Anne...
—Lo dijiste, ahora prométemelo —prácticamente le exijo—. ¿Dom?
—Está bien, solo tienes treinta minutos, recuérdalo —suspiro.
—Necesitaré más de treinta minutos —susurro observando como la casa que solía ser mi hogar se abre paso frente a mí.
El auto se estaciona, Dean baja del mismo y abre la puerta para mí. Le pido un segundo y él asiente despacio, me giro hacia Dominic quién tiene el ceño levemente fruncido.
—Espérame aquí, ¿Sí? —me miró unos segundos, me incliné y besé sus labios castamente—. Te amo.
—Y yo a ti —acarició mi mejilla suavemente y me regaló una sonrisa que me tranquilizó un poco.
Bajé del auto sintiendo un nudo en el estómago, mordí mi labio inferior y suspiré cuando comencé a caminar hacia la puerta seguida de Dean, quien no desobedecía ninguna orden de su jefe. Toqué el timbre, segundos después la puerta se abrió y Albert me dio la bienvenida.
—Señorita, Annabella —asentí a modo de saludo—. Que sorpresa verla por aquí, ¿Viene a ver a su padre?
—Sí, ¿Está aquí? —asintió, me dejó pasar, mirándome extrañado por percatarse de la presencia de Dean detrás de mí—. ¿Dónde está?
—En su estudio, adelante, está en su casa —me dijo, y fue como si me dieran un golpe en el estómago.
No, ya no es mi casa.
Nunca fue mi casa.
Apreté mis puños y caminé hacia donde están el estudio y un escalofrío me invadió al ver el salón principal, recordando que ahí fue donde encontraron a Stela sin vida. Sacudí mi cabeza y abrí la puerta sin darme el tiempo a tocar, el rostro confundido de Alexander Hamilton me observó sin comprender el porqué de mi visita.
—¿A qué debo el honor? —se apoyó en el respaldo de su silla.
—Vengo a qué me digas la verdad —digo con firmeza, aunque esté temblando por dentro.
—¿De qué verdad hablas?
—De la que estás pensando, papá —pronuncié la última palabra con amargura, viendo cómo su rostro se transformaba por completo.
Miró a Dean detrás de mí y frunció el ceño, apoyó sus manos en el escritorio.
—Debería ser en privado, ¿No crees? —habló en un tono bajo.
—No, él se queda —sentencié, escuché como la puerta se cerró detrás de mí.
Caminé hacia el escritorio, me senté frente a él, lo miré, detallé cada facción de su rostro, ignoré el dolor en mi pecho cuando no encontré ningún parecido en común con el mío.
—¿Por qué? —cuestioné—. ¿Por qué ser tan cruel con quién no te ha hecho nada?
—¿A qué te refieres? —se hace el desentendido, la rabia ensordece mis oídos—. No te hecho absolutamente nada, el simple hecho de que estés casada con el imbécil de Whittemore solo ayudó a tu familia...
—¿Familia? —lo interrumpí—. ¡¿Cuál familia?!
—Nosotros, tus hermanos, tu madre, yo —escupió con molestia—. Soy tu padre, deberías agradecerme...
—¿Padre? —reí con amargura—. ¿Se le dice padre a quien te obliga casarte con un desconocido para pagar sus malditas deudas? ¿Se le dice padre a quien te secuestra y te trata como si fueras cualquier basura? ¿Se le dice padre a quien te arrancó de los brazos de tu verdadera familia?
Mis preguntas lo golpean, no se esperaba aquella revelación de mi parte.
Sus dedos aflojan el nudo de su corbata, mis ojos se empañan.
—No sé de qué hablas...
—¡Por supuesto que lo sabes! —golpeo el escritorio con mis manos, poniéndome de pie e inclinándome hacia él—. ¡No eres mi padre!, Solo eres el hombre que arruinó mi vida.
—Estarías muerta de no ser por mí —gruñe, poniéndose de pie y caminado hacia mí—. Todo lo que tienes es gracias a mí, todo lo que eres me lo debes a mí.
—¿Y quién soy? —susurro—. ¿Cómo puedo saber quién soy si ni siquiera sé de dónde vengo?, ¡Y todo por tu maldita culpa! —siseo entre dientes, observando sus ojos furiosos—. Apuesto que Jesse y Luciano piensan igual que yo, solo eres un cobarde que se escuda detrás de los demás. Incluso puedo decir que mamá se suicidó por tu culpa...
Y mi rostro se voltea con fuerza hacia la izquierda, mi mejilla arde, solo queda el eco del golpe.
—Eso es —murmuré, lo miré de reojo—. ¡Golpéame!, No te detengas, golpéame hasta que te des cuenta de que todo lo que pasa a tu alrededor es tu maldita culpa —espete, su mandíbula se apretó y dio un paso hacia mí—. ¡Vamos, golpéame!, Eso solo será un asterisco en toda la lista que le llevaré a la policía cuando te denuncie...
—¿Qué dijiste? —siseó, perplejo.
—Lo que escuchaste —levanté la barbilla en señal de valentía—. Toda tu farsa caerá, Alexander, yo acabaré contigo.
—Eres una...
—Le aconsejo que no se acerque más, Sr. Hamilton —Dean se pone delante de mí, interfiriendo en las intenciones vagas de Alexander por sujetarme—. No haga las cosas más complicadas.
—No puedes denunciarme —gruñe, le sonrío con petulancia.
—¿Qué crees que haré apenas salga de aquí? —su rostro se tornó colérico, sin embargo, no tenía ganas de seguir discutiendo—. Espero estés listo para aceptar todas las consecuencias de tus actos, Alexander. Vámonos, Dean.
—Señora.
Dean me deja salir primero, siguiéndome desde muy cerca hasta que salimos de la casa. Para cuándo estoy otra vez en el auto, me dejo caer flácidamente sobre el asiento.
—¿Anne? —la mano de Dominic busca la mía—. ¿Cariño, estás bien?
—Eso... eso fue como quitarme todo un peso de los hombros, yo... —suspiré, cerré los ojos y mordí mi labio inferior—. Oh por Dios.
Me tapé el rostro con las manos cuando un sollozo se me escapó.
—¿Cielo, que está mal? —tiró de mi cuerpo al suyo. Su mano sostiene mi rostro, pero su expresión se transforma en segundos cuando observa mi mejilla—. Dime qué eso no es lo que estoy pensando.
—Eso ya no importa —susurro, sorbiendo mi nariz.
—¿Cómo que no importa? —intenta abrir la puerta, pero sujeto sus manos—. Anne...
—¡No, Dominic! —me sitúo a horcajadas sobre su regazo—. Acabo de cortar cualquier lazo que tenía con Alexander Hamilton, cerré toda relación con mi familia, Dom... —negué la cabeza para no llorar—. Lo golpes solo empeorarán las cosas, y no quiero arruinar lo que tengo en mente.
—¿Y qué vas a hacer? —cuestiona, luciendo molesto y confundido.
—Acabar con todo, denunciarlo y ponerle fin a su maldita avaricia —gruño, apretando mis manos en sus hombros—. Así que, arranca de una vez, Armand, porque no volveremos a pisar esta casa nunca más.
[...]
El transcurso fue demasiado silencioso, sentía un nudo en mi garganta, sin embargo, los brazos de Dominic me rodearon en todo momento.
—No tienes por qué sentirte mal por esto —acaricia mi cabello, el suave ronroneo del motor de la camioneta y la dulzura de su toque hace que cierre los ojos—. No es tu culpa, ellos iniciaron todo con su absurdo secuestro.
—Lo sé, pero no puedo evitar pensar en lo que habría pasado si ellos no hubiesen hecho todo eso hace tantos años —murmuro apretando su brazo con mis manos, acomodando mi cabeza sobre su hombro—. Y, lo que más me pregunto es: ¿Por qué lo hicieron?
Silencio, Dominic suspira.
—No te había comentado nada porque quería tener una base primero —su cuerpo se tensa, mi ceño se frunce y me alejo unos centímetros para poder ver su rostro—. Dos años después de nuestro matrimonio, comencé a estudiarte levemente: tus movimientos, tus reacciones, tus actos... Todo. —Confiesa—. Nuestra relación se apaciguaba por momentos, y solo entonces me propuse conocerte más, y aunque trataba de odiarte por los antecedentes de tus padres, no podía —remoja sus labios y observa por la ventana antes de continuar—. Tu actitud era muy diferente a la de ellos, eras sincera, amable, no te gusta lo ostentoso, el dinero no es algo muy importante para ti... El simple hecho de que desconocieras la magnitud de la deuda de tu familia me dejaba mucho en que pensar, entonces, la duda solo crecía —vuelve a suspirar—. Le dije a Charly que investigara y eso hizo, año tras año, y nada era concreto. Lo más extraño es que nunca encontramos tu nombre en ninguna base de datos del país, pero no quise ahondar en el tema, supuse que era un error en el sistema o algo, así que solo le dije que siguiera buscando —mi respiración se entrecortó ante toda la información—. Hasta hace un mes, Charly me dijo que Alexander se encontraba con un sujeto, un ruso. Frecuentaban otro casino, uno al que no tengo acceso, no obstante, conseguí información de él. Y descubrí que ese tipo le daba dinero a Alexander por información, pero no sabía de qué clase. Nos fuimos a Dubái, las cosas siguieron igual. Charly investigando y yo dudando, no sabía en qué enfocarme primero.
» Después murió tu mamá, todo fue un completo shock, ¿Por qué Stela Hamilton se suicidaría de tal manera?, Te lo dije y volvimos, no quería pensar en otra cosa más que en ti y en tu reacción. El día del funeral volví a la empresa porque Charly tenía algo para mí, me planteó todo un caso y, aunque no quería creerlo, todo encajaba.
—¿De qué manera? —susurro, temerosa y angustiada. Dom me observó.
—Hace años la empresa de Alexander se fue a pique, su único medio para obtener ingresos era por parte de su socio, pero este último, el tipo del que te hablo, liquidó todo negocio con él por sus extraños tratos con gente que no debía —explica con rapidez—. Ese mismo año, este sujeto perdió a uno de sus hijos, y después de ello, Alexander salió a flote de nuevo. No mucho, pero lo suficientemente para mantener a su empresa y a su familia —mi corazón se detiene, mis ojos se llenan de lágrimas—. El dinero que recibía era por darle información a este hombre acerca del paradero de su hijo, pero nada era concreto, y por eso... Uniendo cada pieza, recolectando información, investigando a más no poder, tengo la certeza, y estoy casi seguro de que ese hijo que Dimitri Nóvikov tanto busca, eres tú.
En mis oídos se enciende un pitido que me deja sorda momentáneamente, mis ojos se nublan por las lágrimas y me dejan sin visión, la respiración se atasca en mi garganta y no me deja respirar correctamente.
«Ese hijo que Dimitri Nóvikov tanto busca, eres tú.»
—Dulzura —Dom sujeta mi rostro, solo entonces puedo parpadear—. Encontraremos la forma de averiguarlo, ¿Sí?
—¿Cómo estás seguro de todo eso? —pregunto con voz ahogada.
—Hablemos de eso adentro, ¿Está bien? —acaricia mi mejilla y mi cabello.
Me percato de que ya estamos en casa, suspiro aturdida cuando veo a Dom bajar del auto, y en cuando yo decido hacer lo mismo. Taciturna abro la puerta por mi cuenta y bajo del auto sintiendo como mi mente divaga sin un rumbo fijo.
El sordo sonido de algo siendo golpeado con fuerza me sobresalta y todo ocurre en cámara lenta.
Mi cuerpo se gira y mis ojos se topan con la reja de la entrada abierta de par a par, una furgoneta viviendo directamente y con fuerza hacia la casa, el ruido seco de sus neumáticos frenado con fuerza frente a mí y la puerta de la misma desplazándose hacia un lado y siendo abierta con rapidez.
Hay dos hombres con pasamontañas cubriendo sus rostros, a uno no logro divisarlo, pero si un par de ojos verdes llenos de odio se topan con los míos. El miedo me recorre cuando vislumbro un arma, es grande y de color negro, y el cañón apunta exclusivamente hacia mí. Mis pies son de plomo sobre el suelo, no puedo moverme, el terror me paraliza.
Tengo que cerrar los ojos y contener el aliento cuando el impacto llega, el dolor junto con el ardor explota en mi abdomen. El siguiente es cerca de mi pecho, mientras que la sangre mancha mi vestido con rapidez. No logro hacer mucho cuando el siguiente impacto choca contra mi muslo izquierdo, y luego el dolor vuelve a ser estragos en hombro derecho.
No escucho nada, no veo nada.
Solo hay dolor.
Mis párpados comienzan a pesar, mi cuerpo pierde fuerza, y solo está el miedo y el vacío.
El vacío de la oscuridad cuando la misma me arrastra con fuerza junto con ella, llevándome a un punto estático en el limbo de la inconsciencia.
Y el miedo, el maldito miedo cuando mis ojos se cierran de un parpadeo, y la incertidumbre de no saber si volveré a abrirlos me deja sin respiración.
Fin de la primera parte.
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