31. Saber a dónde pertenezco.
Dominic
—He estado intentando atar cabos, busqué en todos los hospitales de Sydney, incluso en otros estados de Australia, y en ninguno nació una Annabella Hamilton el 25 de noviembre de 1995. Tampoco existe un registro firmado el 30 de noviembre del mismo año, mucho menos con el nombre y las características de su esposa.
» Teniendo en cuenta todos los movimientos de Alexander Hamilton en los últimos años, y relacionando el hecho de que secuestró a su propia hija, mi mente ha sembrado una duda. Alexander Hamilton fue un antiguo socio de Dimitri Nóvikov alrededor de 1990, quién se alejó del primero por sus extraños negocios con personas mafiosas, liquidó todos los negocios que tenía con él.
» Con el pasar de los años, Alexander se vio en bancarrota y necesitaba dinero para poder mantener su empresa en pie. Y al mismo tiempo, la esposa de Dimitri daba a luz a dos de sus hijos, los cuales fueron gemelos, y uno de los mismos desapareció. Todo en el mismo año.
» No sabemos a ciencia cierta si el hijo perdido de Dimitri Nóvikov era varón, ya que su esposa no los vio por complicaciones durante el parto, y para cuando llegó el momento de entregárselos a su madre, uno de los gemelos ya no estaba.
» He estado investigando, y descubrí que Dimitri le daba dinero a Alexander a cambio de información que lo llevaría a encontrar a su hijo, no obstante, Hamilton nunca le llevó información completa.
» Entonces, uniendo hilos invisibles, juntando toda la información que hemos estado adquiriendo en los últimos años, me pregunto: ¿Existe la remota posibilidad de que su esposa sea ese hijo que Dimitri Nóvikov tanto busca?
Me había quedado estático, mi mente se encontraba trabajando a revoluciones inimaginables, no tenía un punto en concreto en dónde enfocar mi atención. Toda la información me había dejado demasiado sorprendido para mi propio bien, y es que lo sospechaba, sabía que Annabella no podía ser hija de semejante basura, pero... ¿Todo era de tal magnitud? No, en mi vida lo creí así.
No sabía que decisión tomar, si ir a decirle a Annabella o simplemente callarme, pero, por el momento, decidí quedarme con la segunda opción. Anne estaba mal, la muerte de su madre la había dejado aturdida y si le decía a esto, todo sería peor. Por lo que solo le dije a Charly que siguiera buscando, que indagara en el tema, que encontrara hasta lo más mínimo. Y que, cuando lo tuviera todo junto, que cuando tuviera una respuesta clara para todas mis preguntas, me llamara y me dijera lo que tanto quería escuchar.
Esa conversación me dejó un mal sabor de boca, un nudo en la garganta, una obstrucción en el pecho que apenas y me deja respirar. Conduje como un demente hacia la casa, no tenía intenciones de demorarme más, necesitaba estar con Anne, comprobar que estaba bien, que estaba tranquila.
Solo hace unas horas que fui, sin embargo, la casa tiene otro aspecto, todo está en silencio y oscuro. Se sentía una tensión en el aire, una extraña nube de rigidez que me deja incómodo.
Subo las escaleras sin encontrar indicios de escuchar algo más que el perpetuo silencio que le erizaría la piel a cualquiera. Sabía que Annabella no estaría en nuestra habitación, ella tiene esta extraña manía de encerrarse en su antigua habitación cuando está de mal humor. Giré el pomo de la puerta con algo de recelo, la cama está tendida y Anne no está dormida como esperaba encontrarla.
El aire acondicionado está a un nivel altísimo, tanto que la piel se me eriza apenas la corriente helada de aire golpea mi cuerpo. Inhalo profundamente antes de comenzar a caminar lentamente, sin hacer tanto bullicio, mis pasos no hacen ruido al chocar contra el pulido piso de mármol.
Observo el espacio, los pedazos que antes conformaban el florero de los girasoles de Anne están esparcidos por el suelo y la sangre se mezcla con los mismos. El miedo, ese sentimiento que no creí experimentar jamás me genera un escalofrío.
Observo la puerta del baño entreabierta por lo que parecen horas, y no es hasta que me lleno de valor que me dirijo hacia la misma, escuchando como los cristales se terminan de romper bajo mis pies.
El baño está vacío, pero la silueta borrosa que se divisa detrás de las empañadas puertas de la ducha me obliga a abrir la puerta corrediza de un leve movimiento.
—Por el amor de Dios —es todo lo que puedo decir hacia ella.
«Otra vez no. Otra vez no, por favor. No de nuevo». Repito en mi mente sin parar, al encontrarla en la tina, con el agua hasta el cuello y los ojos cerrados. El corazón se me paraliza, pero sus ojos se abren y el alma se me cae a los pies cuando veo lo rojizos que están.
No puede ser.
Me acerco como rapidez a ella, sacándola de la tina sin importar el agua que cae chorreando por la tela de su vestido. Salgo del baño y entro a la habitación para dejarla sobre la cama.
—¿Puedo sabes en qué carajos tienes en la puta cabeza? ¿Estás loca? —la sujeto por los hombres, sin saber por qué estoy enojado realmente. Esto que hizo es una completa estupidez, y el que me haya ido solo porque me aseguró que estaba bien, era otra—. ¿Sabes lo peligroso que fue hacer esto, Annabella? ¿Lo sabes?
—Ellos... —balbucea mientras le quito el vestido negro completamente mojado, sus dientes se encuentran entre si por el frío, casi no puede hablar—. N-no son... no son mi familia.
—¿De qué hablas? —observo su piel pálida, casi morada. Las venas en sus muñecas resaltando su color, el temblor en sus manos. Sus labios resecos y sin ese color rosado que los caracteriza.
—No tengo... a nadie más —solloza, quito el cabello rubio oscuro de su cara.
—Shhh, tranquila, amor, ya estoy aquí —beso su frente, pero no deja de sollozar en silencio—. Ya basta, Anne, estoy aquí —sujeto su rostro, desconociendo su agonía—. Me tienes a mí, ¿no ves? Siempre me tendrás a mí.
Cierra los ojos, dos lágrimas caen por sus mejillas pálidas y se pierden en sus labios. Está desconsolada.
Estudio sus manos, no tiene ningún pedazo de vidrio incrustado, la sangre está seca alrededor de sus uñas acrílicas de color rosa pálido. Tiene un par de cortes superficiales, ninguno alarmante.
Me desvisto con rapidez, abro las sábanas y no dudo en estrecharla entre mis brazos una vez que estamos bajo el edredón. La abrazo con fuerza para que entre en calor, sintiendo su piel gélida contra la mía.
—Ya no tengo nada más —llora, obligándome a rodearla con más fuerza.
—Shhh, todo está bien, tranquila.
—Eres lo único que me queda —susurra aun temblando, dejándome aún más confundido—. No me dejes, Dom, no me abandones. Tú no, por favor.
—Cariño, no me iré a ninguna parte, estoy aquí —su rostro se levanta, me mira con sus ojos irritados por haber estado llorando.
¿Cuánto tiempo tardé en volver? ¿Era necesario irme? De no haberlo hecho, no sabría la verdad.
—No son mi familia, Dom, nunca lo fueron —murmura con voz ahogada y temblorosa—. Stela no era mi madre, Alexander no es mi padre... Jesse y Luciano no son mis hermanos, Dom.
¿Existe la remota posibilidad de que su esposa sea ese hijo que Dimitri Nóvikov tanto busca?
Me quedo en blanco por tercera vez en el día, observando los ojos hermosos de mi esposa, quién me revela la verdad detrás su vida.
—¿Cómo sabes eso? —paso mi mano por su espalda fría.
—Mamá... Stela —se corrige con rapidez, carraspeando—. Me dejó una carta, y lo dice claramente: «Nunca hemos sido familia, al menos no de sangre» —sacude la cabeza, derrama dos lágrimas—. Siempre lo supe, muy en el fondo, pero nunca quise aceptarlo... —toma una gran bocanada de aire antes de seguir—. Desde muy pequeña, mis compañeros de la escuela me decían que yo no me parecía a mis hermanos, que mis padres no tenían nada en común conmigo. Sus malos tratos, las palabras de Luciano y Jesse siendo cruel conmigo... Todos lo sabían, menos yo —cierra los ojos con fuerza, remoja sus labios resecos—. Viví una mentira toda mi vida, sufrí cosas que no debía, ¿Y todo por qué?, Por dinero, por un maldito dinero que yo no quería.
Veo a esa Anne frágil y desgastada, esa que alguna vez, hace cinco años atrás me entregaron como la garantía de un negocio redondo. Y no me puedo sentir más culpable, porque gran parte de su sufrimiento decae sobre mí, yo la hice sufrir y no tengo perdón alguno.
Pero ella es tan valiente y fuerte al mismo tiempo, ni comparación a lo que era antes.
Amo a mi esposa, pero la antigua y deteriorada versión de Anne, esa que yo tuve parte de la culpa de crear, no quiero que vuelva a salir a flote.
—Lo lamento mucho, dulzura —me mira con sus ojos llorosos y tristes.
—¿Tú lo sabías? —cuestiona en un suspiro, mirándome atentamente, esperando mi respuesta.
—No, no lo sabía —confieso—. Pero lo sospechaba.
—¿Cómo? —se las arregla para no llorar.
—El simple hecho de que fueras tan diferente a ellos me lo decía —acaricio su suave y helada mejilla—. Su falta de importancia, como se aislaron apenas te traje conmigo, todo... Incluso un ciego sería capaz de verlo, sin embargo, no era nadie para lastimarte de esa manera, suficiente te he hecho ya.
—Solo tú has sido sincero conmigo, Dom —susurró, antes de volver a soltar un par de lágrimas—. Estoy completamente sola.
Solo pude abrazarla, no soportaba verla llorar y mucho menos por algo que no podía arreglar, por mucho que lo intentara, era algo que se salía de mis manos.
[...]
Toqué la frente de Annabella comprobando su temperatura, no tenía fiebre y tampoco estaba fría. Acaricié su mejilla ahora rosada, observé sus labios rojos y la punta de su nariz igual. Me tranquiliza que esté dormida, se la pasó gran parte de la noche llorando, y la otra teniendo pesadillas.
Subo más el edredón hasta su cuello, beso su frente y apago la luz, sabiendo que no despertará por ahora. Salgo en completo silencio de la habitación, intentando no molestarla, quiero dejarla descansar de este mundo de mierda por lo menos unas horas más.
Quería quedarme con ella y verla despertar, pero la realidad me llama y tengo que arreglar este maldito asunto de una vez por todas.
Bajo directamente al estudio, buscando mi teléfono con rapidez y marcando el número de Charly, teniendo en claro que, aunque sean las seis de la mañana él estará disponible.
—¿Señor?
—Tenías razón —suelto, me dejo caer en la silla de cuero detrás del escritorio—. Annabella no es hija de Hamilton, Stela le dejó una carta en dónde se lo confirmó.
—Un punto más a su favor, señor —asiento como imbécil, procesando todo lo que ha ocurrido en tan solo cuarenta y ocho horas—. ¿Hay algo que pueda hacer por usted?
—Investiga todo lo que puedas sobre ese hijo perdido de Dimitri, necesito saberlo todo —masajeo mi sien—. Quiero el número de ese tipo, quiero hablar con él.
—El número lo puedo conseguir rápidamente, señor, la información sobre su hijo me tomará más tiempo.
—Está bien, dame ese maldito número.
Dejo el teléfono de lado, necesitando un momento para respirar.
Lo sabía, siempre lo supe, Annabella no es más que una marioneta en el juego retorcido de Alexander Hamilton. Ella no tenía ni una sola célula en su cuerpo que se pareciera a ellos, Anne diferente, demasiado para ser real.
Intento poner todo en orden en mi cabeza.
El mismo año que Alexander cayó en bancarrota, la esposa de Nóvikov tuvo a sus gemelos. Uno de ellos desapareció y mágicamente Stela Hamilton tuvo una niña.
Todo concuerda, no necesito investigar, no necesito nada más que hacer una llamada. Y para cuando Charly me envía el número privado de Dimitri Nóvikov, lo único que hago en marcar.
—¿Dimitri Nóvikov? —pregunto cuando la línea despierta.
—Sí, soy yo, ¿Y usted es? —cuestiona confundido.
—Dominic Whittemore.
—Dígame, Sr. Whittemore, ¿Qué puedo hacer por usted?
—En realidad, yo haré algo por usted. Supe que está buscando a su hijo, o mejor dicho, a su hija.
[...]
Alrededor de las nueve de la mañana estoy bajando nuevamente al piso inferior, encontrándome con Anne sentada en la mesa del comedor mientras observa su desayuno como si fuera el peor de sus enemigos. Tanta es mi sorpresa al encontrarla despierta y aquí abajo que tengo que acercarme con cautela.
—Buenos días —no me responde, solo suspira—. ¿Cómo te sientes? —nada, no muestra ningún interés por responder a mis preguntas. Arrastro una silla y me siento junto a ella, le quito el cabello que cubre su cuello y me inclino hacia adelante para besar su mandíbula—. ¿Haremos lo mismo de antes? —la veo cerrar los ojos, sonrío sobre su mejilla y me desplazo para besar la parte trasera de su oreja—. No puedes negarme el placer de escuchar tu voz, ¿O sí?
—Dom... —retiene su relleno labio inferior entre sus dientes.
—Buenos días, dulzura —la oigo resoplar.
—Buenos días, Dominic —responde al fin.
Su voz es tan suave que parece un suspiro.
—Perdóname —susurra, dejo un beso en su hombro descubierto.
—¿Por qué debería perdonarte? —busco sus ojos culpables.
—Por actuar como lo hice anoche, yo... —traga forzado, juega con sus manos magulladas—. No debí hacer eso, pero es que...
—No tienes que explicarme ni intentar justificarte, pero me asustaste y demasiado —baja la cabeza—. Pero si tratas de disculparte por casi matarme de un infarto, está bien, te perdono —levanto su barbilla, observo sus ojos azules llenos de lágrimas—. Pero tienes que jurarme que jamás volverás hacer semejante atrocidad.
—Lo juro —soltó con demasiada fuerza y rapidez, cosa que me hizo sonreír—. Siento que he cometido el peor de los crímenes.
—Sí, lo has hecho —acaricio su mejilla—. Deberías comer, no lo has hecho desde hace mucho.
—No tengo hambre, Dom —hace un puchero.
—Al menos el jugo —se lo piensa, suelta un suspiro y termina aceptando.
Sus mejillas tienen un poco más de color, se ve más firme, la noto mejor.
Busco el parecido en sus facciones y las relaciono con la fotografía de Dimitri Nóvikov que me mostró Charly hace unas semanas.
—¿Dom? —su voz me saca de mis pensamientos.
—¿Sí? —se remoja los labios, está nerviosa.
—Tengo que hablar con papá —gruñe, se pasa las manos por la cara—. Tengo que ir a ver a Alexander.
—De ninguna manera —espeto, intenta reprochar, pero no dejo que hable—. No saldrás de aquí a ver a nadie, fin del asunto.
—No, Dominic, fin de nada —me sigue fuera de la sala una vez que me levanto—. ¡Es que no entiendes!
—¿Y que se supone que dedo entender? —me doy la vuelta, ella detiene su paso y me observa.
—No se trata de ti, Dom, se trata de mí —se lleva las manos a la cabeza, sus ojos derraman lágrimas nuevas—. Se trata de saber quién soy en realidad, de dónde vengo —verla tan triste y perdida solo hace que un nudo obstruya mi garganta—. Se trata de saber a dónde pertenezco —veo la súplica en su mirada, escucho el dolor en su voz—. Así que, por favor, por favor, Dom, tienes que dejarme ir a hablar con él.
Desvío mis ojos de ella, me concentro en otra cosa que no sean sus ojos azules suplicándome algo que no puedo concebir. Quiere reunirse con el hijo de puta que le desgració la vida.
—Dom, por favor —la tengo frente a mí en menos de un parpadeo, rodea mi cuello con sus manos, une su frente con la mía—. Pon las condiciones que tú quieras, llevaré a Dean, a Bill y a Víctor conmigo si así lo quieres, pero por favor —susurra, su voz se muere en un sollozo. Tengo que abrazarla, no soporto verla así—. Necesito saber por qué me alejó de mí verdadera familia, por qué me trató así, necesito...
—Está bien, está bien —sostengo su rostro entre mis manos, seco sus lágrimas, beso sus labios—. Por Dios, tienes que dejar de hacer esto, ya basta de llorar.
—Dominic...
—Hablarás con él, sí, lo harás —espeto a centímetros de su rostro—. Pero no hoy, será cuando estés mejor, ni siquiera puedes sostenerte por ti misma.
—Dom...
—¿Puedes hacer silencio? —asiente con rapidez, tragándose todas sus palabras—. Sí, Bill ira contigo, y Dean con Víctor también lo harán. No saldrás de esta casa sin que yo lo sepa, ¿Me escuchas?
—Sí —acepta, aunque no era una petición.
Beso su frente, no queriendo separarme de ella nunca, pero sabía que en cualquier momento esto pasaría, ella necesita saber la verdad.
¡Voten y comenten mucho!
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