29. Malas noticias.
Dominic
La luz que entra por la ventana me deja admirar el color rojizo que ha estado adquiriendo su piel en estos últimos tres días, como su piel se nutre de la vitamina D que tanto le hacía falta. Acaricio la curva de su columna con suavidad, obteniendo un gemido de protesta, paso mis dedos por su brazo, ascendiendo por el mismo hacia su hombro.
—Dominic... —suspira fastidiada, rodeo su pequeña cintura con mi brazo para atraerla hacia mí una vez—. Déjame en paz.
—Eso no lo decías anoche —me burlo de ella, dejando un beso en su hombro.
—Eso era diferente —se remueve y se acerca más a mí cuerpo—. Ahora quiero dormir, déjame tranquila.
Me aferré a ella lo más que pude, escuchando su lenta y pausada respiración, pero sabía que no estaba dormida, sus dedos moviéndose entre los míos me lo decía.
—¿Qué planes tenemos para hoy? —cuestiona, dándose un poco la vuelta para mirarme, sus ojos azules eran dos luceros gigantescos.
—Lo que tú quieras —sonríe, se lo piensa unos segundos.
—Bueno, llévame a desayunar fuera, en algún lugar que no sea del hotel —pide, tengo que quitarle el flequillo de la frente para ver sus ojos—. Nunca había estado tan lejos Australia.
—Tengo que sacarte del país más seguido.
—Concuerdo contigo —ríe, y no hay mejor manera de iniciar el día que escuchando su risa—. Deberíamos hacer un plan de viaje e ir a Europa, sería genial.
—Suena bien —sus brazos me rodean y me besó efusivamente—. Ya sé adónde te llevaré.
—¿En serio? —asentí, besé su frente—. Iré al baño, espera.
Se levantó de la cama de un salto, dejándome ver su redondo trasero cubierto por un pequeño shorts de seda. Cerré los ojos, inhalando profundamente para no perder la cordura. Me levanté para seguidamente llamar a Charly, necesitaba un informe completo de lo que estaba pasando en Sydney.
—¿Señor?
—¿Qué me cuentas? —pregunto, acercándome al ventanal.
—Todo tranquilo, señor.
—¿Alguna novedad de Hamilton?
—No, sigue fuera del país, pero lo mantendré informado de cualquier cosa.
—Estaré atento —Anne vuelve a salir del baño, acercándose a mí—. Llámame, sin importar la hora.
—A sus órdenes.
Cuelgo.
—¿Qué sucede? —sujeté su rostro.
—Pensé que nos bañaríamos juntos y haríamos cosas sucias...
—No me provoques —gruñí contra sus labios. La besé con fuerza unos segundos, la giré y le di una palmada en el trasero—. Obedece. Por cierto, nada de bikinis.
—Oblígame —rodó los ojos y fue directamente al baño, contoneando sus caderas.
Desvíe la mirada, el esfuerzo que estaba haciendo por no seguirla era desmedido.
[...]
—¿Suficiente tela para ti? —su voz me hizo girar a verla.
Se veía preciosa, como siempre.
—Ven aquí —embozó una pequeña sonrisa y se acercó, suspiré de alivio al tenerla en mi regazo. Aprobé su atuendo, tenía unos jeans blancos y una camisa rosada corta, pero de manga larga—. Sí, la cantidad de tela correcta.
—Eres un bobo —pasé mis dedos por las hebras húmedas de su cabello rubio—. Tengo hambre.
—Eso ya lo sé —se inclinó y besó mis labios lentamente. Olía a coco y a galletas, su aroma era embriagador. Mordí su labio cuando se alejó—. ¿Por qué paras?
—Porque mi estómago está protestando —dice, un beso leve es dejado en mi boca—. Vamos.
Annabella estaba contenta con el pequeño paseo turístico que le proporcioné, le mostré diferentes lugares de los que quedó completamente enamorada, y trató de convencerme de querer volver a Dubái y pasar más tiempo. Y sí, la traería más seguido, sin embargo, la llevaría a otros países porque con un solo lugar no bastaría.
A la hora del desayuno la llevé a un restaurante desde donde podía ver el Burj Al Arab a poca distancia, Anne no paró de hablar de lo mucho que le gustaba el lugar, y me contó de lo que hizo mientras estuvo sola en el hotel.
—Daniela extraña mucho a Daniel —dice antes de darle un sorbo a su jugo de naranja.
—Lo sé, él también la extraña, pero no puede volver todavía —respondo—. Daniel ha conseguido con solo veintiséis años lo que ningún otro chico de su edad, su imperio está en Japón, no puede dejarlo solo.
—¿Qué dicen tus padres al respecto?
—Están orgullosos de él, yo también lo estoy, Daniel es muy responsable para tener su edad y ser un Whittemore —me encogí de hombros—. Tiene muchos privilegios, por suerte los utilizó correctamente.
—Me alegro por él —sonríe y notó la nostalgia que se apodera de sus facciones—. Ojalá mis padres hubiesen sido igual de comprensivos.
Veo la tristeza en su mirada, pero no agrega nada más.
Tomo su mano entre las mías y dejo un beso en su palma, recibiendo una enorme sonrisa como recompensa. No me gustaba ver la tristeza en sus ojos, suficiente había tenido en el pasado como para que siguiera sintiéndose mal.
—Cuéntame —atraigo su atención—. ¿Qué has hecho con la tarjeta que te di?
—Sigue en mi bolso, no gaste mucho, si es lo que te preocupa —dice riendo, pellizco el lóbulo de su oreja entre mis dedos.
—Si quieres gastarte mil millones, está bien, es tu dinero también —le digo, recibiendo una mirada sorprendida—. Lo mío es tuyo, Anne.
—No estoy muy cómoda con eso, Dom —se sonroja, apretando mis dedos entre los suyos—. Sé lo que tratas de decirme, pero no necesito nada más que no seas tú.
No puedo dejar de mirarla, y tampoco puedo dejar de pensar en lo mucho que la amo y en todo lo que haría por ella.
—Te quiero rebosante de alegrías, Annabella, ¿Cuándo vas a entenderlo?
—Estoy comenzando a hacerlo, Dominic, créeme —se levanta de su silla y viene a la mía para sentarse en mi regazo—. Te amo, Dom, y soy feliz contigo, sin importar el dinero —enrolla sus brazos alrededor de mi cuello, apoya su frente sobre la mía—. Sí, tienes el dinero suficiente para crear un nuevo continente —ríe—. Pero eso no es relevante para mí, solo tú y el amor que sientes por mí.
—Eres mi mujer, si quieres todos los diamantes del planeta te los daré, si quieres el mundo entero, haré lo posible por ponerlo a tus pies —afirmo a sus ojos azules verdosos—. Pero no quieres eso, solo me quieres a mí y ya soy todo tuyo.
Sus ojos adquieren otro brillo, veo la emoción en su mirada antes de que ella sea quien acorte la distancia y me bese. Es un beso desenfrenado y loco, es diferente. Ese beso nos transporta a otra dimensión, una en dónde somos dos personas con personalidades completamente diferentes, pero con un corazón latiendo en una misma sincronía.
[...]
—¡Ya, Dominic! —se aleja prácticamente corriendo de mí cuando las puertas del ascensor se abren—. ¡Deja de molestarme!
—Pensé que querías hacer cosas sucias, ¿O me equivoco? —sus mejillas se encienden—. ¿Ahora te haces la inocente?
—Cállate —sonríe, pero entra a la suite—. Sí quiero hacer cosas sucias, solo que ahora no.
—Bueno, me avisas cuando quieras —la veo quitarse los zapatos, el teléfono suena.
—Estaré en el baño —dice distraída antes de perderse en el mismo.
—¿Charly? —contesto cuando estoy completamente solo.
—Señor, tengo malas noticias —dice, mi ceño se frunce.
—¿Qué es lo que ocurre?
—Hubo un incidente en la casa de los Hamilton —murmuró, me tensé—. El personal encontró un cuerpo en el salón principal.
—¿Un cuerpo?
—Sí, Stela Hamilton se quitó la vida hoy por la mañana.
Jamás en mi vida me había paralizado tanto como ahora, un escalofrío recorrió mi espalda estremeciéndome.
Stela Hamilton está muerta.
—¿Puedo saber cómo? —cuestiono con un nudo en la garganta.
—Se cortó las venas, debió ser muy temprano para cuándo llegó el personal y la encontraron, ya era demasiado tarde —suspira—. Alexander viene en camino junto con sus hijos, supongo que usted hará lo mismo.
—En efecto —me paso una mano por el cabello, suelto toda mi respiración por la boca—. Encárgate de todo, necesito el Jet listo.
—Entendido. Mis condolencias para la señora.
—Gracias, Charly.
Cuelgo. Mierda.
¿Qué debo decirle a Annabella? No puedo ocultárselo, es su madre después de todo.
—¿Por qué todo aquí tiene que oler tan delicioso? —escucho su voz alegre mientras sale del baño y mi corazón comienza a doler cuando sé que arruinaré su felicidad—. Es en serio, incluso el jabón del baño... ¿Qué pasa? —se detiene a unos metros de mí, su expresión cambia. Ahora se ve preocupada y ansiosa—. ¿Dominic?
No sabía cómo iniciar, por primera vez en mi vida me sentía nervioso de lo que podía pasar.
—¿Dom? —volvió a preguntar, ahora acortando la distancia que había entre nosotros—. ¿Qué es lo que pasa?
—Ocurrió algo —susurro, sus labios se entreabrieron un poco y contuvo la respiración.
—¿Qué? —su voz fue un ligero suspiro—. ¿Con mi familia?
Asentí, su respiración se entrecortó, sus ojos comenzaron a cristalizarse.
—Esta mañana, cuando el personal llegó a la casa de tus padres... —puse mi mano en su cintura, temiendo que se desplomara, pero solo me observó—. Encontraron a tu madre, estaba malherida y...
—¿Y? —balbuceó—. ¿Y que, Dom?, Dime lo que pasa —verla suplicándome así, solo hace que todo sea más difícil—. ¿Qué le pasó a mamá?
—Tu madre se suicidó —suelto, porque no le veía lo interesante a darle tantas vueltas.
Anne se quedó en completo silencio, su respiración se volvió lenta y su mirada estaba perdida en algún punto detrás de mí. Sus ojos estaban cristalizados, pero ninguna lágrima salía de ellos.
—¿Anne? —sujeté su rostro, temiendo que estuviera en shock—. Amor, mírame.
—Tenemos que volver —fue la única respuesta que obtuve de su parte.
Cuando se alejó de mí supe que nada bueno saldría de todo esto.
¿A qué no se esperaban eso?
¡Voten y comenten mucho!
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