20. Verdades ocultas.
Annabella
No sabía cuánto tiempo había pasado, sin embargo, no podía pensar en nada concretamente. Estaba flotando en el aire, confundida hasta la médula.
¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué?
La puerta volvió a abrirse, pero yo estaba sentada en el suelo con la espalda apoyada en la pared, no logré ver el rostro de quién había entrado por la falta de mis lentillas, pero su complexión física me dijo que era Luciano.
—¿Tan mal está la cama? —se burla, ruedo los ojos y abrazo más mis rodillas—. No entiendo la manía que tiene papá de querer salvarte, nos diste la espalda desde que te casaste con ese tipo.
—Me case con él por ustedes, que no se te olvide —espeté, lo vi sacudir la cabeza—. Y ese tipo te está salvando el pellejo, Luciano, te sacando de la mierda en dónde estás metiendo, ¿O crees que no sé de tus fetiches con la cocaína?
—No quiero que vuelvas a mencionar eso en voz alta, ¿Entiendes?
Se acercó amenazadoramente a mí, sonreí.
—¿Por qué? —arqueé una de mis cejas—. ¿Papá no lo sabe?
—Cállate, Annabella...
—No lo haré —sonreí en grande, pero se acercó demasiado rápido que apenas y logré verlo, me tomó del brazo y me levantó de un tirón—. ¿Qué harás? ¿Me golpearás otra vez?, Eres tan poco hombre como para hacerlo de nuevo, lo sé.
—No colmes mi paciencia, Annabella —me dijo a centímetros del rostro—. Yo no soy tu maridito que te perdona con una follada, así que baja tu tono conmigo, porque te irá muy mal.
—¡No, baja tú tu tono conmigo! —empujo su pecho, dándole un duro golpe—. Me cansé, Luciano, eres un maldito desgraciado que no tiene nada en la cabeza, no piensas más que en ti mismo, así que no me insultes a mí por algo de lo que yo no tuve la culpa —espeto—. ¡Me casé con Dominic por ustedes! ¡Por sus malditos caprichos y deudas! ¡Por su maldita avaricia! ¿Con que derecho vienes a decirme que soy una puta cuando tú eres un maldito drogadicto?
Otro golpe, la misma mejilla, el rostro me palpita.
—¡Eso es! ¡Golpéame por decir la verdad! —se acerca, me pegó a la pared, su rostro está rojo y colérico—. Eres tan estúpido que papá te usa a tu antojo, ¡Los dos son unos imbéciles!
—¡No sabes de lo que hablas! ¿De qué te sirve darte el lugar de víctima cuando a ti también te utilizan? —mi rostro se descompone, y él sonríe—. Whittemore no es más que un hijo de puta con mucha suerte, no puedes quejarte, te tiene como una reina, ¿Cómo no amarlo?
—En eso te equivocas, yo sí puedo amar a una persona, no como ustedes.
—Jamás te amaremos, Anne, después de todo nunca hemos sido familia —y no sé, pero esta vez se sintieron reales esas palabras.
La rabia me recorrió el cuerpo entero, llevándome a levantar la rodilla y estamparla con demasiada fuerza en su entrepierna. Luciano soltó un alarido de dolor y se dejó caer de rodillas, encogiéndose en el suelo.
—Maldita hija de puta.
—Soy tu hermana después de todo.
Jadeé con fuerza, miré la puerta abierta y a Luciano en el suelo, era mi única oportunidad, lo sabía. Saqué el objeto que tenía en la sudadera, y presioné el pequeño botoncito que le dio vida a una navaja.
—Anne —susurró Luciano, lo miré.
—Lo lamento.
Me di la verdad y salí de la habitación cerrando la puerta desde afuera, me encontré en un pasillo estrecho y largo, del lado izquierdo no había salida, pero del derecho sí, por lo que seguí ese camino. Caminé con rapidez, empujando la puerta al final del pasillo, encontrándome con un enorme salón en obra gris, con unas sillas en mal estado y otra puerta, corrí hacia ella y cuando la abrí, me di cuenta que la libertad me golpeó en la cara. Las manos me comenzaron a temblar, estábamos en una calle poco transitada, no reconocía el lugar, pero sabía que a unos pocos metros estaría una carreta principal, como todas las calles.
Estuve a punto de salir, cuando un ruido me detuvo.
—No hagas algo de lo que te puedas arrepentir —dijo mi padre a mi espalda, por lo que me giré y lo enfrenté.
Empuñaba un arma, su mandíbula estaba apretada, y sus ojos molestos.
—¿Cómo qué? —apreté mis dedos alrededor del puñal, él se percató de eso y bajó la mirada hacia mi mano—. ¿Huir de ti?, No me arrepentiré de eso, papá.
—No puedes irte con él —dice, da un paso hacia mí, retrocedo y salgo de la casa—. Quiere matarnos, Anne.
—No, Dom no es así, tú sí —siseo—. Él jamás haría algo así.
—No lo conoces...
—Tampoco te conozco a ti —susurró, las lágrimas pican en mis ojos—. No eres más que un demente que solo le importa el dinero.
—Anne...
—No puedes interferir en mi vida, aléjate de mí y de mi familia —le ordeno con voz ronca.
—Nosotros somos tu familia —dice luciendo desesperado.
—Jamás han sido mi familia.
Me doy la vuelta, dispuesta a irme, pero vuelve a hablar.
—Voy a disparar, Anne —amenaza.
—Hazlo y perderás tu garantía —le sonrío cuando sus manos tiemblan, sabe que tengo razón.
Retrocedo otro poco más y es cuando me echo a correr en dirección contraria.
—¡Annabella!
No lo escucho, mis oídos son sordos a todo a su alrededor, no me importa nada, solo mi libertad.
«No sé de qué te quejas, después de todo te convertiste en la puta de Whittemore»
«Jamás hemos sido familia»
Las palabras se reproducen en mi mente como un CD rayado, el corazón me duele y palpita con rapidez, los pulmones me arden, me cuesta respirar, no paro de correr, no sé adónde voy, pero no puedo parar.
Las lágrimas se aglomeran en mis ojos, pero no caen, no veo por donde voy, la brisa me golpea en rostro y la vida me grita que estoy completamente sola.
Me dice que mi familia tiene más verdades ocultas que mentiras reveladas, y me da nostalgia reconocerlo.
Dejo de correr cuando ya no puedo más, cruzó una esquina y me apoyo contra una pared, inhalo profundamente, dándome cuenta que hasta respirar duele. Trago el nudo en mi garganta y doy dos pasos hacia la esquina, achino mis ojos para observar la calle desierta por dónde venía, todo está solo, nadie me seguía.
Unas manos se posan en mi espalda y no dudo en soltar un grito de terror antes de removerme como posesa.
—¡Soy yo, soy yo! —dice la voz de Dominic, y es cuando abro los ojos, sin darme cuenta de que los había cerrado. Sus ojos recorren mi rostro, y después observa la navaja en mi mano antes de quitármela. Sin dudarlo dos veces, me abalanzo sobre él, refugiándome entre sus fuertes brazos, los cuales me rodean inmediatamente—. Shhh, cielo, ya estoy aquí, estoy aquí.
—Dom... —sollozo en su cuello, apretando mis manos en su camisa azul.
—Está bien —besa mi cabeza, me abraza unos segundos y se aleja, sosteniendo mi rostro entre sus manos, secando mis lágrimas—. ¿Estás bien?
—Creo que sí —susurro, sus dedos se pasean por mi mejilla, me quejo ruidosamente cuando el ardor de hace presente.
—¿Quién demonios te hizo daño? —gruñe mirando mi rostro amoratado.
—Eso ya no importa... Luciano —termino confesando cuando me lanza una amenazante mirada—. Dominic...
—Ven, te sacaré de aquí —es todo lo que dice, me rodea con uno de sus brazos y me incita a caminar junto a él.
No caminamos mucho para cuándo el Audi se abre paso frente a nosotros, Dom abre la puerta del copiloto para mí y cierra la puerta, rodea el auto y ocupa su lugar.
—¿Cómo me encontraste? —cuestiono abrazándome a mí misma, sintiendo como cada parte de mi cuerpo tiembla.
—Tengo mis métodos, Anne —una vez que se pone en marcha, da la vuelta y sale hacia la autopista. Su mano busca la mía, inspecciona mi extremidad antes de besar el dorso—. ¿Estás segura de que estás bien? ¿No tienes nada más?
—No, estoy bien —le aseguro, acaricio sus nudillos. Muerdo mi labio inferior para no llorar—. Dom, tienes que decirme lo que está ocurriendo, ya no lo soporto más. —Aprieta la mandíbula, mantiene mi mano firme con la suya—. ¿Por qué están actuando así? ¿Por qué papá dijo que lo amenazaste de muerte?
—¿Qué tu padre dijo que? —su expresión se volvió dura, como si mis palabras lo hubiesen ofendido—. ¿Estás consciente de que todo esto no es más que una mentira?
—Lo sé, no le creí —confesé—. Creí que Jesse no lo sabía, pero estaba con ellos.
—¿Qué más te dijeron? —suelta mi mano un momento para mover la palanca de cambios y volver a tomarla—. Anne...
—Que me utilizabas, que querías matarme para chantajearlos —susurré.
—Al principio, te lo conté, Annabella, mis planes eran simples. Sin embargo, no iba a matarte tampoco, yo no soy así —dice sin dejar de ver el camino—. Nunca creí enamorarme de ti, así que ahora haría cualquier cosa por mantenerte a salvo, y incluso si es de tu propia familia.
—¿Qué sucede con la deuda? —tenía esa gran duda.
Bajé la mirada, entrelazando mis manos con la suya.
—Aún sigue, no son un par de dólares los que debe tu padre, son millones, Anne, ni en esta vida podrá pagarlos —murmura, y me sorprendo, porque no creí que fuera tanto—. Su empresa está en la quiebra, no tiene ingresos y no quieres imaginarte cómo consigue dinero, créeme.
—Es algo turbio, ¿Verdad? —me alarmo, él solo asiente—. ¿Sabes cómo?
—Intento averiguarlo.
Dice, luego nos quedamos en silencio, me permito cerrar los ojos, intentar despejarme mi mente de todo lo que ocurrió en este desastroso día.
Cuando abro los ojos otra vez, me sobresalto agitada, encontrándome en los brazos de Dominic.
—Tranquila, amor —besa mi frente, parpadeo varias veces cuando lo siento caminar.
No reconozco muy bien el lugar a mi alrededor.
—¿Dónde estamos? —cuestiono adormilada.
—No iba a llevarte a casa después de todo lo de hoy, mucho menos sabiendo que tu padre burló la seguridad —explica, abre una puerta, ingresamos a una habitación—. ¿Puedes caminar?
—Sí —me baja con cuidado, dejando su mano en mi cintura como si temiera que me cayera al suelo.
Estamos en el hotel de ayer, reconozco la decoración, pero esta habitación es mucho más grande, es una suite.
—Beatriz preparó un bolso para ti, está en el baño—dice quitando el cabello de mi rostro—. ¿Qué tienes, cielo?
—¿Cómo está Dean? —pregunto buscando sus ojos—. Estaba herido.
—Está bien, Alexander le dio una puñalada cerca del abdomen —dice, mi estómago se anuda—. Lo suturaron, pero se repondrá.
—Él me dio esa navaja —suspiro—. ¿Y Beatriz?
—Ella está bien, todos están bien —acaricia mi cuello—. Me preocupas tú, ¿Cómo estás?
—Aturdida. Confundida. Dolida —enumeré, masajeando una de mis sienes—. Aun no entiendo cómo ellos son capaces de hacer tantas cosas como estas. Creo que tengo miedo.
—¿Miedo a que? —se acerca más a mí.
—A que todo se ponga peor —musito en voz baja.
—Oye, mírame —puso su mano en mi espalda baja y me pegó a su cuerpo, mientras que con la otra sostuvo mi mejilla—. Tienes que saber qué haré todo lo que esté en mis manos para protegerte, ¿Entiendes? —sabia a lo que se refería, aunque se me hacía raro ver ese extraño brillo en sus ojos, me sentía segura con él—. Cualquier cosa, Anne, lo que sea.
—Lo sé —acaricié su rostro, miré fijamente hasta que enrollé mis brazos en su cuello—. Yo también haría lo que fuera para protegerte.
Me regaló media sonrisa, cosa que hizo más ligero el ambiente.
—Lo sé, cariño —nuestras frentes de juntaron.
Mis ojos se cerraron, fue inevitable no suspirar, y dejarme llevar por el momento. Menos cuando sus labios encontraron los míos en un beso avasallante, pero que no tenía malicia.
—Ve a cambiarte —ordena con suavidad, sosteniendo mi rostro unos segundos—. Haré unas llamadas, estaré contigo en un momento.
—Está bien —asentí, recibí otro beso en los labios y fui libre de sus brazos para caminar hacia la habitación.
Y como Dominic dijo antes, había un bolso sobre el lavamanos del lujoso baño, sin embargo, lo que más llamó mi atención, fue mi reflejo en el espejo.
Estaba pálida, tenía un moretón en la junto con un corte en la mejilla, y otro en mi labio inferior. No quise seguir mirándome, de lo contrario, los recuerdos regresarían y con ellos las lágrimas, no estaba dispuesta a llorar más.
Me quité la ropa, me solté el cabello y fui directamente a la ducha, dejé que el agua limpiara cada parte de mi cuerpo entumecido, absolutamente todo lo que me lastimó hoy, o al menos lo intenté. Cepillé mis dientes, me recogí el cabello una vez que este estuvo un poco seco, saqué una bata de seda color azul marino y las lentillas, agradeciendo internamente el hecho de que Beatriz recuerde todo.
Para cuándo volví a la habitación, fui directamente a apartar las sábanas y sentarme en medio de la cama, y entonces Dom entró con su teléfono en las manos. Se acercó a la cama y dejó el aparato en la mesita de luz, luego se sentó junto a mí.
—¿Te sientes mejor? —preguntó inclinándose y besando mi frente.
—Sí —suspiré, sus labios duraron más de la cuenta en mi piel, y supe que me estaba midiendo la temperatura.
—Tienes fiebre —dijo, cerré los ojos.
Me arrastré por toda la cama y me subí a horcajadas sobre su regazo, pasando mis manos por su nuca y besando sus labios. Sus manos rodearon mi cintura, atrayéndome a su pecho, acercándonos más.
—No sé qué haría si algo te pasara —musitó sobre mis labios y escuché la preocupación en su voz—. Todo esto es mi culpa, Alexander solo quiere llegar a mí y sabe que si te lastima, me estará lastimando a mí.
—No me pasará nada, tú no dejarás que pase —aseguro, besándolo otra vez.
—Anne —detuvo mi cintura—. ¿Qué...?
—Hazme olvidar —suspiro, abro los ojos y me sumerjo en los suyos—. Haz que todo desaparezca, quiero olvidar todo menos a nosotros dos.
Veo su lucha interna, no sé a qué se debe, pero termina ganando la parte más descontrolada. Sostiene mis mejillas y me besa, consume mi boca, traza líneas imaginarias con su lengua mientras se une con la mía. Mis manos van al final de su camisa, sacándola por sobre su cabeza, me sostengo de sus brazos dándome soporte para comenzar a moverme sobre su erección. El deseo explota, exquisito y llameante, me dejo llevar por las sensaciones y pongo mi mente en blanco.
Sus manos ahuecan mi trasero, presionándose contra su entrepierna, gimo y meto mis dedos en su cabello. Con lentitud se deshace de la tela que cubre mi cuerpo, me observa como si fuera una aparición y me sonrojo, es inevitable. Acaricia suavemente mi cintura con sus manos, las mías van al cierre de su pantalón, tirando del mismo hacia abajo.
Sus manos me sostienen con fuerza antes de darnos la vuelta y dejarme sobre la cama, se deshace del resto de su ropa antes de volver a mí. Su cuerpo se mete entre mis piernas, sus labios buscan los míos, nuestras manos buscan el cuerpo del otro.
Gemí cuando sus dedos apretaron mi pezón erecto, retorciéndolo y enviando un dolor placentero directo a mi ingle, jadeé cuando se inclinó y su boca alcanzo mi otro pezón. El roce de su lengua, la presión de sus dientes y la leve succión que hacia me estaba volviendo loca. No paraba de gemir, ni de apretar mis puños sobre la sábana.
Se acomodó sobre mí, se alineó con mi cuerpo y entró en mí de manera lenta. Me abracé a él con manos y piernas, hundí mis uñas en su espalda cuando se movió lentamente hasta el fondo, se retiró y repitió el procedimiento, una y otra vez.
Me arqueé una vez más, mis manos se hundieron en su cabello y empujé sus caderas con mis talones al momento que yo levantaba las mías. Él chupó mis labios, yo mordí los suyos, solté un gemido y él gruñó sobre mi boca.
La cabeza comenzó a darme vueltas y el frenesí de siempre se hizo presente, mi cuerpo entero tembló, mi vientre se contrajo y me llevó al límite. La manera en que me apreté a él lo hizo perder el control completamente, logrando que de una sola embestida terminara dentro de mí.
Escondió su rostro en la curva de mi cuello, nuestros pechos se encontraban por nuestras respiraciones agitadas mientras nos calmábamos.
Cerré los ojos y me aferré a él. Mis dedos acariciaron la línea de su columna, dibujaron líneas imaginarias en la piel de su espalda. Disfruté de su dulce aroma, de su calor sobre mí, de su respiración en mi oído, del roce de sus labios en mi cuello.
Me maravillé al darme cuenta de la extraordinaria manera de en la que encajábamos, incluso cuando éramos dos piezas completamente diferentes.
—Te amo —murmuró con voz ahogada, sonreí en medio de la inconsciencia.
—Yo te amo a ti, Dominic —acaricié el corto cabello de su nuca—. Te amaré siempre.
[...]
Desde que despertamos él no ha hecho más que acariciarme, pellizcarme y hacerme cosquillas, mantiene una sonrisa pintada en mi rostro por lo que parecen horas, y muy en el fondo se lo agradezco. Está haciendo lo que le pedí, haciéndome olvidar todo, excepto nosotros.
Mi mano se presiona contra la suya, dejando visible la diferencia de tamaño, los rayos de sol que entran por el balcón hacen que el contraste de nuestras pieles se vea único, y que mi anillo de matrimonio brille, al igual que el suyo.
—No hagas eso —pongo mi mano en su pecho cuando muerde mi barbilla, suelto una risita—. Dom...
—Me encantas, te juro que me encantas —sus palabras me dejan sin aliento, sin embargo, la diversión es mucha.
—Ya, Dom —digo sin dejar de reír.
Su teléfono suena, sin embargo, no se levanta, solo estira su brazo y toma el aparato de la mesita de luz y contesta.
—¿Qué tienes para mí? —pregunta sin dejar de mirarme. Sus dedos acarician mi espalda suavemente, haciendo que cierre los ojos unos segundos, me estrecha contra su pecho y besa mi frente—. Lo supuse, pero mantuve mi mente lejos de eso, quiero el doble de seguridad —eso llama mi atención, haciendo que mi entrecejo se junte—. Sí, tengo dos bajas, y también necesito que te encargues de lo que te dije, envía a uno de los tuyos —nuestros ojos vuelven a encontrarse—. Perfecto, todo en orden.
Cuelga. Vuelve a poner el teléfono en su lugar.
—¿Qué ocurrió? —cuestiono.
—No te preocupes por eso —me aprieta entre sus brazos.
—¿Dom?
—¿Hmm?
—¿Cómo logró mi padre entrar a la casa? —su cuerpo se tensa, no responde—. ¿Dominic?
—Le disparó a Marc, el guardia de la entra —responde con voz cautelosa.
Inevitablemente, un nudo obstruye mi garganta.
—¿Él está...? —dejo la pregunta en el aire.
—Murió, Anne —bajo la mirada.
Mi padre mató a una persona.
Siento como la imagen que tenía de él en mi mete se desmorona cada vez más.
—¿Por qué no me avisaste? —cuestiona, mi ceño se frunció cuando lo miré—. Debiste haberme llamado.
—¿Y cómo supones que iba a llamarte, Dominic? ¿Por telepatía? —suelto un bufido—. Ni siquiera tengo como comunicarme contigo, además, cuando me di cuenta ya lo tenía detrás de mí y estaba apuntándome con un arma.
Se quedó en silencio un segundo, procesando mis palabras y con sus ojos fijos en los míos. Pasé mis dedos por sus labios, mientras pensaba en todo lo ocurrido del día de ayer, en lo que nos llevó desde el principio para poder estar así.
Porque, si mi padre no fuera tan avaricioso y amante del dinero, no estaríamos aquí.
[...]
Luego de que Dom tuviera la amabilidad de hacerme suya una vez más en la ducha, treinta minutos después ya estaba lista para desayunar. Había encontrado un vestido corto de mangas hasta los codos de color verde y mis Vans blancas, me recogí el cabello y me puse las lentillas.
Salí de la habitación en busca de mi adorado en esposo, al cual encuentro sentado en uno de los sofás de la asombrosa estancia. Lo detallo rápidamente mientras me acerco, no me acostumbro a verlo sin su traje, sin embargo, debo admitir que se ve arrasadoramente guapo con esa camisa mangas largas negra y sus jeans azules.
—Ya casi no se ve —pasa sus dedos fríos por mi muslo, dónde antes estaba un moretón, y que ahora solo queda una pequeña mancha. Me tomo la libreta de sentarme en sus piernas y acurrucarme junto a él—. Tampoco tienes fiebre.
—No, ya no —murmuré, tracé círculos en la palma de su mano—. ¿Cuándo volveremos a casa?
—Si todo sale como quiero, esta misma tarde —echa mi flequillo hacia un lado—. La seguridad será estricta.
—¿Cuándo no lo ha sido? —pregunté con divertida ironía, su mandíbula se apretó.
—Hablo en serio —roza el contorno del moretón en mi mejilla—. Nadie sale y entra de esa casa sin que yo lo sepa, si vas a salir, lo haces conmigo o no sales, así de sencillo.
—Bien —no me afectaban las nuevas normas, ya estaba acostumbrada—. ¿Qué hay de mi padre?
—No se le ha visto desde ayer por la mañana —asiento, sus dedos elevan mi barbilla y nuestros ojos se encuentran—. No quiero que te preocupes por eso, ni que te culpes de nada, esto no tiene que ver contigo, ¿Bien?
Para él era fácil decirlo, su familia estaba dispuesta a dar la vida por él si era necesario. En mi caso, mi familia me utilizó para su propio bienestar.
—Dom... —susurré—. Ayer, tuve un fuerte encuentro con Luciano —su ceño se frunció y su mano apretó mi cintura—. No es que me sorprendieran mucho sus palabras, pero fue diferente, la manera en que me dijo que nunca habíamos sido familia... Sonó muy real, estuve a punto de creerle.
Me sostuvo la mirada, y pareció buscar algo, pero no lograba saber que era.
—Luciano es muy rencoroso, lo sabes —dijo a su vez—. Diría cualquier cosa con tal de lastimarte —asentí—. Prométeme que olvidarás todo esto.
Me quedé callada unos segundos, pero terminé asintiendo bajo su atenta mirada.
—Lo prometo —suspiró, pasó su mano de arriba abajo por mi muslo.
—Vamos —me hizo levantarme para ir en busca de su teléfono.
Cuando tomó mi mano, yo tiré de su agarre y lo hice mirarme.
—Si llegas a saber algo, a cerca de mi familia, lo que sea —musité, mirando su iris marrón—. Me lo dirás, ¿Verdad?
Nos miramos por lo que parecieron horas, hasta soltó un pesado suspiro que me dejó un nudo en el estómago.
—Claro que te lo diré —se acercó para cerrar sus manos alrededor de mi cintura—. No voy a ocultarte nada, te lo prometí, ¿Lo recuerdas? —«No más mentiras» Recordé su voz, asentí—. Pero si es algo que va a lastimarte, si es algo que te pondrá en peligro, me encargaré de ello, sin importar nada.
Me impulsé hacia arriba y lo abracé, enterrando mi rostro en su cuello, refugiándome entre sus brazos.
Le creía, sin importar nada, sabía que él iba a protegerme, incluso si era de mi propia familia.
Oh, oh.
¡Voten y comenten mucho!
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