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18. Cueste lo que cueste.

(+18)

Dominic

Aferro el volante entre mis manos con más fuerza de la necesaria hasta poner mis nudillos blancos, la rabia ensordece mis sentidos, mi capacidad para pensar con claridad está obstruida por la preocupación que me invade. Es mi hermana, mi hermanita menor, por el amor a Dios, daría mi vida por ella.

No sé dónde demonios puede estar, con quién y por qué.

—Dom, baja la velocidad, por favor —escucho la voz de Anne, y despierto de mi transe—. Sé que estás preocupado, yo también lo estoy, pero eso no quiere decir que nos tengamos que matar en la autopista.

Inhalo profundamente, suelto el aire en un pesado suspiro, relajo mi postura, aflojo mi agarre sobre el volante.

—Lo siento.

—Está bien —observo de reojo como deja de aferrarse al cinturón de seguridad—. No entiendo cómo es que ocurren estás cosas, Daniela no es capaz de hacerle daño a nadie, ¿Quién podría querer dañarla a ella?

—No lo sé —hago memoria, Daniela no tiene enemigos—. Todo es demasiado confuso, pero no logro unir hilos.

Anne suspira, yo me dedico a estacionar el auto frente a la casa de mis padres. Bajo del Audi y Anne hace lo propio, sujetando mi mano con firmeza una vez que nos encaminamos hacia la puerta.

—Oh, mi cielo —mi madre se abalanza sobre mí una vez que entramos a la sala de estar, sus sollozos son algo que jamás creí volver a escuchar jamás, y eso hace que la ira incremente su intensidad en mi sistema—. ¿Dónde está mi niña?

—No lo sé, mamá —la acuno entre mis brazos—. Pero lo averiguaré, lo prometo.

—Ven, Theresa, te preparé un té —le dice Anne tomando su mano, dejándome solo con mi padre, cosa que le agradezco con la mirada.

—¿Qué demonios ocurrió? —siseo en su dirección, Mauricio se apoya en el sofá y se cruza de brazos.

—Las cámaras la vieron salir de la oficina, pero no del edificio —dice.

—Eso ya lo sé, papá, no me estás diciendo algo nuevo —mi teléfono suena en mi bolsillo.

Es Charly.

—¿Qué tienes para mí? —pregunté con rapidez.

—La señorita Daniela salió a eso de las diez de la mañana a recibir un paquete a la recepción, las cámaras la vieron, pero no hubo registro que garantice que volvió a la oficina otra vez. Estamos buscando alguna cinta que nos muestre que sucedió con la señorita alrededor de las diez treinta.

—¿Qué hay del personal? Alguien tuvo que haber visto algo, ¿O no?

—Ella recibió el paquete en la recepción, pero ni la recepcionista vio nada ni el resto de personal, señor.

—Avísame apenas tengas algo.

Cuelgo, me paso las manos por el cabello.

—¿Qué encontraste? —preguntó.

—Bajó a recibir un paquete, pero las cámaras no la vieron volver a la oficina y el personal no sabe nada. ¿Qué encontraste tú?

—El agente Ferrer viene en camino, me debe un favor. —Asiento—. ¿Daniela no te dijo nada a cerca de irse algún lado? ¿Qué sucede con ese novio nuevo que tiene?

—No, no he hablado con ella en todo el día, y con respecto a su novio, es Andrew, el hijo de Paolo —le explico—. En todo caso, ella no se iría a ninguna parte sin avisar, mucho menos desaparecería, así como así, lo sabes.

—Ya no sé ni que pensar, Dominic —suspira, apretándose el puente de la nariz con los dedos.

El timbre sonó, escuché los pasos de alguien acercarse, pero no me inmuté hasta que vi Edwin Ferrer entrar a la estancia completamente vestido de policía con su uniforme azul.

—Mauricio, lamento mucho esto que está pasando —saluda a mi padre una vez que este se levanta para recibirlo.

—Gracias por venir.

—Dominic —estrecha mi mano.

—Edwin, ¿Qué sabes?

—Hasta ahora, lo mismo que ustedes, pero tengo a mis hombres cubriendo el perímetro del edificio en dónde trabaja Daniela y su departamento. También tengo gente monitoreando las cámaras del edificio, tenemos que buscar todas las evidencias que podamos. Encontraremos a Daniela, no se preocupen.

[...]

Annabella tiene los ojos cerrados, pero sé que no está dormida, las caricias de sus dedos en la palma de mi mano me lo dicen. Está sentada a mi lado en el sofá desde hace un buen rato, con la cabeza apoyada en mi hombro.

—Anne —aprieto sus dedos con delicadeza, parpadea en mi dirección.

—¿Qué pasa? —pregunta confundida.

—Deberías ir a dormir —sacude la cabeza con anticipación—. Annabella, no es una pregunta.

—Y yo te estoy diciendo que no —gruñe—. No voy a dejarte solo, y tampoco iré a ninguna parte hasta que sepamos algo de Daniela.

—Estás haciendo justo lo que no me gusta que hagas —le digo en voz baja, manteniendo la conversación solo para los dos.

—¿Qué cosa?

—Desobedecerme —abrió mucho sus ojos cuando dije aquello, reacción que quería lograr.

—¿Y cuándo acepté obedecer tus órdenes? —siseó con los dientes apretados—. Y por si se te olvida, te dejé muy en claro que no iba a seguir tus órdenes absurdas.

—Estás colmando mi paciencia...

—Ah sí, que tortura —rodó los ojos y volvió a apoyarse contra mí, esta vez más cerca.

Aprieto mi mano libre, observo como mi madre va hacia a la cocina, mientras que mi padre sale hacia el patio. Suelto la mano de Annabella y la sitúo sobre su muslo, dándole un apretón que logra sobresaltarla.

—Cuando te pones en plan gruñona, cuando no me obedeces, cuando quieres hacerte la lista... —mi mano se pierde bajo su vestido rosa pálido, escucho como contiene la respiración. Aprovecho su confusión y pego mis labios a su oreja—. ¿Sabes todo lo que me provocas? ¿Tienes la menor idea de las cosas que quiero hacerte? —miro su rostro, sus ojos son dos enormes esferas azules, abiertas a tope. Niega con la cabeza lentamente, sus labios se entreabren—. ¿No? Bueno, ahora mismo quiero que te levantes, vayas a la habitación de invitados del piso superior y me esperes ahí, ¿Entiendes? —no responde, solo me observa. Sus pupilas están completamente dilatadas, sus mejillas se sonrojan en conjunto con la punta de su nariz, veo su deseo en el espeso azul de sus irises—. Te pregunté que, si me escuchaste, Anne, ¿Vas a desobedecer otra de mis órdenes?

Traga forzado, suelta todo el aire por la boca para después murmurar un débil—: No.

—Haz lo que te he dicho, vamos —señalo las escaleras y ella asiente.

Parpadea varias veces y se pone de pie, la veo caminar con lentitud hacia las escaleras mientras cierra y abre sus manos, está nerviosa. Me concentro en su trasero, ese que se contonea con suavidad ante cada paso, me pierdo en su pequeña cintura y en el vuelo de la falda de su vestido.

¿Quién lo diría? Tiene un aspecto muy inocente con esa ropa, y en realidad, es toda una diablura.

La pierdo de vista, escucho los pasos de mi madre, sus ojos están enrojecidos, su mirada se encuentra apagada.

—¿Y Anne? —cuestiona.

—Fue arriba —simplifico—. Papá está en el patio.

—Me sentaré con él, tú deberías decirle a Anne que vaya a descansar —dice, me pongo de pie y me acerco a ella—. He notado que están más unidos, ¿Qué sucedió?

—Arreglamos nuestras diferencias, supongo —ella sonríe.

—Es una mujer excelente, pero eso ya lo sabes, deberías darle más confianza y dejarla ser —me regaña, sonrío—. Ella te pondrá en tu lugar un día de estos, y estaré muy feliz de verlo.

—Lo hace todos los días, madre, créeme —beso su frente—. Iré a ver dónde está la rubia.

—Está bien, el cuarto de invitados está a su disposición por si quieren descansar, les avisaremos cualquier cosa.

Asiento, la veo salir al patio y buscar a papá. Suspiro, hago mi camino hacia las escaleras y voy directamente a la habitación que está al final del pasillo. Para cuándo abro la puerta, Anne esta de espaldas, pero de gira para observarme.

—Dom... —susurra cuando cierro la puerta con pestillo, remoja su labio inferior con la punta de su lengua—. No creo que sea el momento para...

Silencio su elaborado discurso con un abrupto beso, arrancándole un gemido de sorpresa. Detengo sus manos y las presiono en su espalda con una de las mías, mientras cierro mi mano libre alrededor de su garganta. Recibo sus jadeos desesperados, freno su intento por acercarse más a mí.

Siento la rabia recorrer cada fibra de mi cuerpo, la incertidumbre de no saber que está pasando, el estrés de la semana, las constantes discusiones con Anne, todas sus desobediencias. Todo se junta y explota en una llama de lujuria, más que pasión, es deseo oscuro.

—Dom —gime en mi oído cuando muerdo el lóbulo de su oreja.

—Solo necesito estar dentro de ti y olvidarme de todo lo demás.

Suelto sus manos, me deshago de su vestido, dejándola en bragas frente a mí. Su cabellera dorada resaltando en la oscuridad, su mirada brillante, sus labios entreabiertos, su respiración agitada, su cuerpo, todo...

Ella lo es todo.

No necesito nada más.

Hago que retroceda y se acueste sobre la cama, con su pecho subiendo y bajando con fuerza. Separo sus piernas, ocupo mi lugar favorito entre ellas, aprisiono sus muñecas contra el colchón, entierro mi rostro en su cuello.

—Dom —suspira, muerdo su cuello.

—Tienes que controlarte, Annabella —paso mi lengua por el lugar donde estuvieron mis dientes, presiono la erección entre mis pantalones contra su centro, ella se retuerce—. Si gimes, si gritas, voy a detenerme...

—Dominic... —suspira, vuelvo a presionarme contra ella, cierra los ojos y muerde su labio inferior intentando hacer lo que le digo.

—Eso es —beso su pulso desenfrenado en su cuello—. Ya lo sabes, Anne, si gimes...

—Vas a detenerte —lo dice como si fuera el peor de los crímenes.

—Exacto.

Beso sus labios castamente, me levanto y me desvisto ante su atenta mirada. Sus manos hacen puños las sábanas, sus ojos me hacen una súplica silenciosa, le regalo una media sonrisa y sacudo la cabeza.

Me inclino hacia adelante y le quito las bragas con lentitud, dejándola desnuda y a mi merced.

—Dom... —muerdo la cara interna de su muslo en reprimenda—. No dijiste nada sobre hablar.

—Nada de hablar, entonces —dejo un beso en su vientre.

—Eso no se vale —hace un puchero, sus manos intentan tocarme, pero se lo impido poniéndolas sobre su cabeza—. Dom...

—Silencio —muerdo el puchero que forman sus labios, abro más sus piernas.

Admiro su desnudez, la dulce fragancia que desprende su piel, hechizándome con ella, hipnotizándome con sus ojos cristalinos.

Amo demasiado a esta mujer.

Es mi diosa.

—Dominic —me lanzo a su cuello, escucho como lucha por controlarse cuando bajo más y me encuentro con sus pezones erguidos, esos que me reciben.

Detengo mi miembro en su húmeda entrada, alineándome con su cuerpo, la miro, no dejo de mirarla.

—Oh Dios... —la penetro de golpe, sin que ella se lo espere, muerde su labio con demasiada fuerza, lo noto en cómo queda totalmente blanco, perdiendo su color rosado.

Sus ojos me buscan, pero se las ingenia para no gemir. La embisto con fuerza, fundiéndome con el calor que emana de su cuerpo, beso sus labios, me trago esos pequeños suspiros de placer que no logra contener. Siento como tira de sus manos, pero aprieto mis dedos alrededor de sus muñecas, se queja, no es un gemido ni un jadeo, es un quejido de frustración.

Dejo de besarla, me concentro en embestirla con frecuencia y venerar su cuello al mismo tiempo. Ella levanta la pelvis, dispuesta a recibirme sin contemplaciones, y me fascina que siempre esté en sincronía conmigo, que esté preparada para mí. Escucho su elaborada respiración, como lucha por no soltar ningún ruido de su boca, y lo consigue. Hasta que dibujo la redondez de su trasero con una de mis manos y la embisto con fuerza, obligándola a apretarme en su interior.

—Dom, por favor... —suplica, observo su rostro, sus ojos llenos de lágrimas y de lujuria, el deseo nadando el mar azul alrededor de sus pupilas dilatadas—. Por favor, por favor...

Shhh... —la beso, me lleno de su sabor y suelto sus manos—. Aguanta un poco más, solo un poco más.

No lo piensa dos veces, me rodea con sus brazos y piernas, mete sus manos en mi cabello, busca mis labios con desesperación. Suspira contra mi boca, se retuerce bajo mi cuerpo, se sincroniza con cada movimiento brusco de mi parte que es cada vez más fuerte y rápido.

—Dime que me amas —le ordeno, sostengo su cintura y me encajo en su interior de golpe. Sacude su cabeza de lado a lado, si abre la boca un concierto de gemidos saldrá de ella, lo sé—. Vamos, dímelo.

—No —pasa sus manos por mi nuca, nuestras frentes de juntan, nuestros ojos se encuentran.

—Anne... —ahogo un gruñido sobre sus labios, ahueco su trasero y la atraigo hacia mí al tiempo que arremeto contra ella.

Su cabeza se echa para atrás y muerde su labio otra vez, cerrando sus ojos. Su cuerpo se tensa por completo, su espalda de arquea y su pecho de pega al mío. El calor nos invade, el deseo desenfrenado nos cubre a ambos y el orgasmo llega, su boca se desespera por encontrar la mía y soltar todos sus gemidos en un beso que se roba toda mi cordura.

Veo dos lágrimas caer a cada lado de su rostro, y mientras nuestras respiraciones retoman su ritmo natural, me encargo de secar la humedad en sus mejillas.

—No me gustó —dice sin aliento en tono gruñón, cosa que me hace sonreír de verdad desde que inició este caótico día.

—Tendremos que repetirlo.

[...]

Anne está completamente dormida, aferrándose a mí como si fuera a desaparecer. Por mi parte, logré cerrar los ojos y descansar por lo que parecieron treinta minutos, hasta que mi teléfono sonó sobre la mesita de noche.

Luciano.

¿Qué carajos quiere este niñito a estas horas?

Cuelgo, pero vuelve a sonar casi al instante. Suspiro, quito el brazo de Anne de mi abdomen con cuidado de no despertarla, para después ponerme de pie.

—¿Qué es lo que quieres? —cuestiono apenas entro al baño.

—Corrección, cuñadito, tú quieres algo que yo tengo —mi ceño se frunció automáticamente—. ¿Creíste que podías dejarme sin dinero, así como así?, Debiste pensar mejor las cosas.

—¿De qué demonios estás hablando? —me apoyo contra el lavamanos.

—¿De qué crees?, De tu hermanita, de Daniela.

Suelta, dejándome anonadado. Cierro los ojos, aprieto el puente de nariz.

—Espero por tu bien que no le hayas hecho absolutamente nada, ¿Me oyes? —siseo, escucho como se ríe al otro lado de la línea.

—No me digas que hacer, tu hermana está conmigo...

—No, Luciano, escúchame tú a mí —espeto—. Cómo mi hermana tenga un solo rasguño, como siquiera le hayas hecho pasar un mal rato, te juro que no será solo tu maldito dinero el que perderás, ¿Me has oído? —no respondió, pero escuché su respiración agitada, no estaba en condiciones de desafiarme, tenía su vida en la palma de mi mano—. Ahora me dirás dónde está Daniela, me la entregarás y te daré el dinero suficiente para que desaparezcas de la faz de la Tierra, ¿Entiendes?

—En el estacionamiento de tu empresa, ahí nos vemos en una hora.

—Más te vale estar ahí, porque de lo contrario, no la contarás.

Cuelga.

Suelto un gruñido y aprieto el teléfono entre mis dedos, inhalo profundamente y salgo del baño dispuesto a vestirme. Después de cumplir esa simple tarea, observo a mi esposa, Anne es ajena a todo, no tiene idea de las atrocidades que hace su familia, sin embargo, tampoco tiene la culpa. Quito el cabello rubio de su mejilla, detallando su rostro unos segundos. No la molesto más, y la dejo sumergida en la inconsciencia, sabiendo que estará a salvo aquí.

Cierro la puerta detrás de mí una vez que salgo de la habitación, bajando las escaleras con rapidez, no veo a mi madre por ningún lado, pero mi padre está en la cocina.

—Creí que estabas dormido —dice una vez que me ve.

—¿Dónde está mamá?

—Arriba, ¿Por qué? —frunce el ceño al verme agitado—. ¿Qué ocurre, Dom?

—Ya sé quién tiene a Daniela —respondo en voz baja, sus ojos se ponen alertas—. Necesito veinte mil dólares, pero no tengo efectivo ahora, mañana lo depositaré a tu cuenta a primera hora.

—Eso no importa, Dominic, te daré el dinero, pero... ¿Quién la tiene?

—Te lo contaré después, ahora necesito encontrar a Daniela...

—Dominic, si hablamos de gente...

—No, papá, no me refiero a eso —le digo, porque sé que se refiere a algo turbio—. Pero de igual manera es delicado, quiero acabar con esto lo más rápido que pueda, te explicaré después.

Solo le tomó veinte minutos a Mauricio buscar el dinero en su caja fuerte, meterlo en un pequeño maletín y entregármelo. Volví a decirle que devolvería cada centavo, pero me ignoró completamente. El transcurso de me hizo eterno, sin embargo, pisé el acelerador hasta el fondo y logré llegar con diez minutos de anticipación.

Una vez en frente a la empresa, conduje hacia el estacionamiento, divisando el Mustang morado de Luciano en medio de la oscuridad. En ese preciso momento deseé con todas mis fuerzas que hubieran encontrado a Luciano de otra manera, que la policía hubiera hecho su maldito trabajo por primera vez, pero no se pudo. Qué extraño, definitivamente, se tenían que hacer las cosas por mano propia.

Me estacioné, tomé el maletín y bajé del auto, Luciano hizo lo mismo al otro lado del estacionamiento y rodeó el auto para abrir la puerta trasera. Daniela salió disparada hacia mí sin importarle las quejas del castaño.

Mi hermana corrió hacia mí y se estrelló contra mi pecho, y solo entonces pude respirar de nuevo.

—Dom... —sollozó, abrazándome con todas sus fuerzas.

—Shhh, ya estoy aquí —la abracé contra mí unos segundos, besé la parte superior de su cabeza—. ¿Estás bien? —asintió con frenetismo—. ¿Segura?

—Sí, solo me dejó encerrada en su auto todo el día —susurró, sequé sus lágrimas y besé su frente.

—Sube al auto —asintió y se alejó con rapidez hacia el vehículo.

Solté un sonoro suspiro antes de encaminarme hacia quien dice ser mi cuñado, lo veo removerse, frotarse las manos y pasarlas por su cara constantes veces. La abstinencia de cocaína puede ser bastante frustrante para los adictos.

—Que sea la última vez te acercas a mi familia —suelto la bolsa del dinero al suelo y lo empujo contra el auto detrás de él—. Que en tu maldita vida se te pase por la mente irrumpir en la tranquilidad de mi esposa, y mucho menos respirar en su dirección, porque te haré pedazos, Luciano, cueste lo que cueste, ¿Me entendiste? —asintió con rapidez, respirando agitadamente. Me alejé de él y señalé el bolso, el cual no dudó en recoger del suelo—. Ahora sal de mi vista.

[...]

El ambiente se siente diferente, desde que traje a Daniela todo tomó un color distinto y parece menos tétrico que hace unas horas atrás.

—¿Dónde estaba? —pregunta mi padre.

Suspiré, tenía que decírselo, no tenía caso ocultarlo.

—La tenía Luciano.

—¿Luciano Hamilton? —asiento—. ¿Qué hacía ese niño con mi hija?, ¿Qué sucede ahora, Dominic?

—Tiene problemas, le dejé las cuentas en cero y se volvió loco, se llevó a Daniela consigo para llamar la atención...

—¿En serio?, ¿Secuestrar a una persona es llamar la atención? —cuestiona molesto—. No sé qué demonios tengas con esa familia, Dom, pero tiene que terminar. Y todo por esa...

—Es mi esposa, y te permito que actúes como un ogro delante de ella todo lo que quieras, pero no dejaré que la insultes, y mucho menos en mi presencia —le advierto en voz baja, se cruza de brazos y aprieta la mandíbula—. Annabella no tiene la culpa de lo que pasa por la cabeza de esa gente.

—Es una Hamilton, Dominic, todos son basura —espeta—. Sin excepción.

Y camina hacia su estudio, así sin más.

Aprieto los puños, sabiendo perfectamente que Anne no es así, que su único error fue nacer en la familia equivocada.

Suelto un suspiro y voy directamente hacia la habitación de mi hermana, en dónde Annabella trata de animarla, pero la última solo hace muecas hacia mi esposa.

Me apoyo contra el marco de la puerta.

—Vamos, Dani, no estés así —la rubia toma su mano—. Mira que ya estás en casa, tu mamá va a consentirte y mimarte más de lo que ya estás.

—Pero estoy bien, quiero ir a trabajar —dice con amargura.

—Pronto, hoy solo debes descansar —le dice—. ¿La pasaste muy mal?

—No, solo que fue muy confuso —hace una mueca—. Estaba saliendo del trabajo, luego una mano de posó en mi nariz con un pañuelo y después todo se volvió negro... Luego me desperté y me la pasé encerrada todo el día en el asiento trasero de un auto.

—¿Fue alguien conocido? —me tenso por completo, Daniela asiente lentamente—. ¿Quién era?

—Creo que Daniela debe descansar —intervengo inmediatamente, Anne gira en mi dirección.

—No es mi deber decírtelo, Anne —susurra mi hermana, y me gustaría ahorcarla en ese mismo instante.

—¿Decirme que? —cuestiona la rubia poniéndose de pie, mirándome—. ¿Qué es lo que pasa?

—Te lo diré en casa, ven —tomé su mano y la atraje hacia mí—. Nos vemos mañana, Daniela, descansa.

—Adiós.

No escucho la respuesta de Anne, pero de igual manera me dedico a guiarla por el pasillo y después escaleras abajo. Se despide de mi madre solamente, ya que Mauricio ha desaparecido del radar. Una vez que estamos en el auto, un silencio amargo se acentúa entre los dos, y no es para cuándo estamos por llegar a casa cuando ella decide tocar el tema.

—¿Qué es lo que tienes que decirme? —suelta en un susurro.

—No creo que sea conveniente que lo sepas —le soy sincero, observo su expresión de reojo.

Está confundida.

—Dímelo —exige.

—Luciano tiene problemas con las drogas —su ceño se frunció.

—¿Cómo? —susurra.

—Como lo escuchaste, tiene problemas con la cocaína, específicamente, ha estado consumiendo desde hace varios meses —explico—. He intentado persuadirlo a qué se interne, pero dice que está bien y no acepta nunca. Hace varios días lo encontré sacando dinero de los casinos para comprar, así que decidí dejarle las cuentas en cero.

Silencio, Annabella parece estar procesando toda la información.

—¿Mis padres lo saben?

—No lo sé, aunque no lo creo, si acude a mí es porque no —me encogí de hombros.

—¿Qué tiene que ver eso con Daniela? —pregunta.

—Al dejarle las cuentas sin dinero, supongo que entró en crisis. No tiene con que comprar su porquería y buscó la manera más ruin de chantajearme.

Estaciono el auto frente a la casa, observo como Annabella observa fijamente sus manos.

—¿Cómo es que suceden estás cosas? —susurra—. Luciano es un poco extraño, siempre lo supe, pero... ¿Secuestrar a una persona? —me mira—. No sería capaz...

—No te estoy mintiendo.

—No estoy diciendo que lo hagas —traga forzado—. Es solo que no lo entiendo, él no podría porque...

—¿Por qué?, ¿Por qué eres su hermana? —la interrumpo—. Anne, el vendería hasta su propia madre por una línea, créeme.

Mis palabras fueron como un golpe para ella, lo sé, su expresión de dolor me lo dijo, y me arrepentí al instante por haber dicho eso.

—Sé que no soy importante para mí familia, Dominic, pero no hace falta que me lo recuerdes siempre —me dijo con los ojos cristalizados.

La rapidez con la que bajó del auto me dijo que la había lastimado, otra vez.

Me apresuré a seguirla, lo que me fue complicado porque ya estaba a la mitad de las escaleras.

—Anne...

—¡Déjame en paz! —gruñó, pero logré escuchar las lágrimas en su voz—. ¡Por una sola vez en tu vida, déjame en paz!

Luego de que la perdí de vista, lo siguiente que escuché, fue un portazo. Me pasé las manos por el cabello y suspiré, Annabella era volátil, como una bomba de tiempo.

Frágil y peligrosa al mismo tiempo.

Mi teléfono sonó, era Natasha.

—¿Qué ocurre?

—Tiene una reunión con los inversionistas para los negocios del nuevo hotel, y alguien debe firmar la orden de desalojo del antiguo terreno.

—Estaré ahí en una hora.

Colgué.

Subí las escaleras y fui a la habitación, pero no estaba ahí, supuse que estaba en la suya, lo que me hizo apretar los dientes. Para cuándo entré a la otra habitación, me encontré con Anne abrazando al mismo oso de peluche de siempre. Suspiré y me senté junto a ella, quien miró hacia otra parte para ocultar sus lágrimas, lo que era estúpido porque ya las había visto.

—Lo siento —negó, secándose el rostro con brusquedad.

—No dijiste nada que no supiera ya, mi reacción es estúpida —murmura con voz ahogada.

—No lo es —le quité el maldito peluche que me estaba poniendo de los nervios y tiré de su cuerpo hacia el mío, logrando que sus ojos miraran los míos—. Es una reacción completamente comprensible, y eso me dice que eres totalmente diferente a ellos. —Suspira y cierra los ojos—. Ven aquí.

—Perdón —rodeó mi cuello con sus brazos, dándome la oportunidad de estrecharla entre mis brazos—. No quise gritarte, es solo que...

—Lo sé, cariño, está bien —besé su mejilla antes de que se alejara, sus ojos estaban rojizos en conjunto con su nariz. Quité el resto de sus lágrimas antes de juntar nuestros labios en un beso sin malicia—. Tengo que irme, trataré de llegar temprano.

—Bien —volvió a besarme, esta vez solo presionó sus labios contra los míos unos segundos.

[...]

—Podemos expandir la construcción unos metros más, tenemos terreno de sobra, no veo la preocupación —sugiere Susan—. De todas maneras, en el interior habrá espacio suficiente para todo lo que tienes en mente.

—¿Qué hay del otro terreno? —cuestiono mientras leo el contrato.

—¿El de Singapur? —asiento—. Estamos en trámites, sin embargo, son más dóciles los dueños. Estoy segura que obtendremos una ventaja con la venta del anterior hotel en Singapur, el precio subió, solo debemos esperar.

—Bien —firmo al final de la hoja y le entrego el documento—. Quiero todo esto listo para el lunes.

—Como digas —relee los papeles unos segundos y asiente—. La próxima semana tenemos la junta en Dubái para el cierre del trato.

—Dile a Natasha que reserve un boleto, necesito que estés ahí para encargarte del papeleo.

—Lo haré —se levanta y sale de la oficina.

Me quito la corbata, sintiendo que no puedo respirar, observo la hora en el reloj de mi muñeca, las manecillas de mueven demasiado lento para mi gusto.

El teléfono suena, el nombre de Dean se marca en la pantalla. No lo pienso dos veces y contesto.

—Señor... —escucho la angustia en su voz.

—¿Dean? —cada músculo de mi cuerpo se vuelve de piedra—. ¿Qué es lo que sucede?

—La tienen, señor —me tenso de pies a cabeza, el corazón se me paraliza—. Tienen a Annabella.










Chan, chan, ¡CHAN!

Un capítulo largo, ya saben, si quieren que suba otro hoy, cometen muchos "🔥" para seguir.

Prometo que haré maratón pronto.

¡Voten y cometen mucho!

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