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17. No está.

(+18)

Annabella

Entramos a la habitación entre pasos torpes, nuestras manos están en el cuerpo del otro desde que entramos al ascensor y no hemos podido parar de acariciarnos. Los besos solo aumentan la intensidad con el pasar de los segundos y el deseo emerge desde el lugar más profundo del cual era prisionero.

Ni siquiera encendemos la luz, ya que el reflejo de las luces de afuera parece ser suficiente. El hambre y la lujuria parecen no tener límites entre nosotros, ya que siempre nos necesitamos con urgencia.

Me bajo las tiras del vestido cuando sus labios recorren mi mejilla hasta mi cuello, mis manos tiran de su saco y se lo quito junto con la camisa. Suelto un largo gemido cuando su pulgar presiona mi tenso pezón por el frío, empujo mi lengua dentro de su boca justo cuando volvemos a besarnos. Sus manos me empujan y solo entonces reconozco un vidrio frío en mi espalda, me da la vuelta y ni siquiera me importa en que estemos en el décimo piso del hotel, pues, el recuerdo de sus palabras diciéndome que son polarizados me tranquiliza.

Yo misma me quito el vestido y las bragas, quedándome únicamente con los tacones. Escucho como se deshace del resto de su ropa, pero estoy tan caliente y deseosa que no puedo pensar con claridad. Apoyo las manos y la frente en el frío ventanal frente a mí, cerrando los ojos y suspirando cuando sus manos toman posesión sobre mi piel.

Me muerde, me besa, me aprieta. Solo puedo jadear, decirle cuánto lo amo y cuánto me encanta lo que hace.

Él decide tomar la perfecta posición de posar una de sus manos en mi garganta y la otra en mi cintura, e invadir mi cuerpo con una firme y poderosa embestida.

Los jadeos y gemidos que salen de mi garganta son de puro placer, mis ojos están nublados y mi cuerpo se siente caliente. Estoy ardiendo, literalmente. Y sus embestidas solo aumentan la intensidad, lo siento tan grande y duro en mi interior. Siento que todo me da vueltas, creo que voy a caerme en cualquier momento, pero sé que es imposible. La mano que tiene en mi cadera baja hacia la unión de nuestros cuerpos y sus dedos encuentran mi dolorido clítoris para acariciarlo. Sí, definitivamente voy a morir así.

Empuño las manos, muerdo mi labio inferior para no gritar, pero es inútil, soy una gelatina hecha persona. El fuego asciende por mis piernas y se sitúa en mi vientre, retorciéndolo hasta volverlo en un placentero y potente orgasmo que me roba hasta el sentido común. Soy consciente de que Dom se sigue moviendo en mi interior, pero de un momento a otro me da la vuelta y me aprieta contra él y me besa con fervor, a lo que le devuelvo el beso con una pasión incontrolable. Mis pechos se aplastan contra su fuerte pecho cuando rodeo su cuello con mis brazos, intentando acercarme al él lo más que puedo.

Sus manos bajan por mi espalda hasta posarse bajo mi trasero y alzarme entre sus fuertes brazos. Ahogo un jadeo cuando su miembro vuelve a presionar mi entrada, para después hundirse en mi interior con lentitud.

—Me encanta que no te controles —gruñe contra mis labios, mientras sale de mí y entra con una embestida abismal—. Me encanta oírte gritar, me encanta oírte gemir, que me digas cuánto te gusta, cuánto me amas.

—A mí me encanta que me folles así —entierro mis manos en su pelo, besándolo con brutalidad—. Me encanta que siempre seas así, me encanta amarte.

Dominic adopta un ritmo enérgico, fuerte, bestial. Todo se torna demasiado ante su mirada cargada de placer, de lascivia y de amor. El sonido de nuestras respiraciones, el ritmo de nuestros corazones desenfrenados, ese lazo que nos une, el magnetismo que nos atrae como imanes.

Somos dos piezas completamente diferentes que encajan a la perfección.

Él se graba en mí, en cuerpo, mente y alma. Se impregna en mi piel con propiedad, reclamando lo que es suyo por derecho.

Una segunda ola de placer me sacude, los espasmos de mi anterior orgasmo se mezclan con las corrientes del nuevo, mis manos se presionan en sus hombros cuando la cosa se vuelve totalmente distinta. Sus estocadas son bruscas, la boca se me seca, los ojos se llenan de lágrimas, mi interior se aprieta con fuerza sobre su erección y el orgasmo me sacude hasta dejarme casi inconsciente. Ahogo un grito en sus labios cuando lo siento moverse dentro de mí dos veces más y luego dejarse ir violentamente en mi interior.

No estoy muy segura de dónde estoy, solo sé quiénes somos y que al estar así, somos uno solo.

—Tenemos que repetirlo —digo en un susurro ahogado.

Dom suelta una risita contra mi cuello, luego me sujeta con fuerza y me lleva a la cama en dónde me deja caer suavemente. Le murmuro algo sobre los tacones y él se encarga de quitármelos, dejando un beso en mis tobillos para después desplomarse sobre mi cuerpo.

—No te duermas, aún no terminamos. —Le recuerdo cuando siento su lenta respiración en cuello.

—¿A qué se debe esta ninfomanía? — cuestionó, alejándose un poco para poder verme.

—A que te deseo demasiado —paso mis manos por su nuca y le doy un beso profundo y pasional para reanimarlo—. Te necesito.

—Y yo te necesito a ti —me devuelve el gesto con ganas, para después echarse a un lado y tirar de mi cuerpo sobre el suyo.

Pongo mis manos en su pecho y agacho mi cabeza para arquear una ceja en su dirección.

—¿Harás lo que yo quiera? —muerdo mi labio.

—Nada de lo que te puedas arrepentir.

Me agacho para besar sus labios rojos e hinchados.

—Te amo —le digo cuando se hunde en mi interior.

—Y yo te amo a ti.

[...]

Sin lugar a dudas, despertar junto a la persona que amas, no tiene un precio en específico, porque es lo mejor. Despertar con Dominic siempre será la mejor parte de mi vida.

Los rayos de luz logran hacerme abrir los ojos, percatándome de que estamos en el hotel. Muerdo mi labio al darme cuenta de todo lo que me rodea, estoy en lugar el cual está hecho justo a mi medida. Todo grita mi nombre, los colores cálidos, los cuadros, los girasoles, los árboles, la luz brillante. Él pensó en todo, en mí, principalmente. El hotel cuenta con siete plazas, diez pisos para cada una y veinte habitaciones en cada planta. La piscina, los restaurantes, los casinos, todo es sin duda, el lugar perfecto para todo el mundo.

Definitivamente, no sabía cómo sentirme, sin embargo, muy en el fondo, me sentía halagada.

Estiro la mano hacia la mesita de luz que está junto a la cama, tomo el reloj y veo que son las once de la mañana. Suspiro y detallo el reloj, es un Rolex original, de oro blanco y con detalles en rosa, tiene diamantes incrustados y en la parte posterior, dice mi nombre.

¿Qué clase de regalo era este? Debió costarle una fortuna, pero claro, él era el gran Dominic Whittemore, ¿Qué más podría esperar?

Eres una réplica exacta de su reloj, solo que más femenino. Y me encantaba, estaba enamorada del reloj.

Para cuándo me estaba dando la vuelta, Dom se removió y pasó su brazo por mi cintura, empujándome contra él. Solté una risita que le robó un suspiro, y un beso fue dejado en mi hombro desnudo segundos después.

—Buenos días —susurré, pasando mis dedos por su cuello, yendo directamente hacia su nuca.

—Buenos días —su voz ronca me erizó la piel, incluso lugares que no sabía que existían.

Volvió a cerrar los ojos, quedándose quieto unos segundos.

—¿Estás muy cansado? —me burlé, una sonrisa torcida irrumpió en sus apetecibles labios—. Bueno, no sé qué decirte, tener treinta y cinco años deber ser toda una tortura.

—¿Te estás burlando de mí? —me observó con esos oscuros ojos marrones que tanto me gustaban.

—Oh, no —fingí ser inocente—. Jamás lo haría.

—Qué bueno, de lo contrario...

—Claro que, muchas personas dicen de después de los treinta llega la vejez... ¡Dom! —solté un grito y una carcajada al mismo tiempo cuando tiró de mis piernas y me dejó completamente tendida sobre el colchón, con mis manos a sobre mi cabeza—. Dominic...

—¿Quieres ver todo lo que te hago con mi vejez? —se presiona sin vergüenza alguna contra mí, arrancándome un gemido de sorpresa.

—Dom... —suelto un jadeo y una risotada al aire cuando comienza a hacerme cosquillas—. ¡Dominic!

—¿No era esto lo que querías? —el ataque no cesa, es impresionante la fuerza que tiene, pero sin importar nada me retuerzo contra él.

—¡Basta! —no paro de reírme, el aire me falta, el corazón me palpita descontrolado—. ¡Por favor, Dom!

Me suelta de golpe, dejándome con la respiración agitada y con la difícil tarea de controlar mi risa boba. Muerdo mi labio inferior y lo enfoco a través de mis ojos cristalizados, su cuerpo en algún momento de metió en medio de mis piernas y sus brazos están sosteniéndose a cada lado de mí. Paso mis dedos por su barba perfectamente cortada y por sus labios. Levanto la cabeza para besarlo, un beso que pretendía ser efímero, pero que tomó otro rol diferente. La temperatura aumenta y el beso de torna demasiado intenso, mientras un torbellino de pasión desenfrenada se desata entre los dos.

—No puedo tener suficiente de ti —sus labios se pasean desde mi barbilla hasta mi cuello—. Déjame quererte un poco más...

—¿Solo un poco? —salto con rapidez, siento su sonrisa en mi piel y muerdo mi labio para no reírme.

—¿Es que te parece poco? —cuestionó pasando sus labios por todo el perímetro de mi hombro.

—La verdad, sí —le dije con un tono divertido.

Él no me respondió, sin embargo, siguió besándome, lento y pausado. Cómo si tuviera todo el tiempo del mundo, y antes de que me pudiera dar cuenta, estaba haciéndome el amor de la manera más tierna que podía existir. Me besó, me acarició y me susurró lo mucho que me amaba, y yo no pude quedarme atrás, y le dije cuánto lo amaba y lo importante que era para mí. Nos fundimos en un placentero y profundo abismo de pasión hasta que caímos rendidos en un inminente orgasmo matutino.

Debíamos empezar los días así más seguido.

Mi mejilla descansaba en su pecho, que subía y bajaba por su lenta y tranquila respiración. Me di cuenta de que no estaba dormido por las lentas caricias que repartía por mi espalda y por mi muslo sobre su abdomen. Mis dedos hacían líneas imaginarias sobre su firme pecho, sintiéndome completa al estar con él, y me sorprende lo curioso que puede llegar a ser el encontrar espectacular los detalles más mínimos de una persona.

—Debemos hacer esto más seguido —murmuro cerrando los ojos.

—Pensé que el sexo siempre ha sido bueno.

—¡Eso no! —sonreí, sus brazos me apretaron contra su pecho—. Hablo de esto, olvidarnos que el mundo existe por lo menos un momento.

—Sé a qué te refieres —inclino la cabeza hacia atrás para verlo, parpadeo hacia él—. Es bueno tenerte por completo y sin restricciones.

—Soy tuya, Dom, siempre lo he sido —le digo en voz baja, y veo como sus ojos adquieren un brillo diferente, luego se inclina y presiona un beso contra mi frente—. Tengo hambre.

—¿Quieres desayunar ya? —pregunta luego de varios minutos de silencio.

—No lo sé —ronroneo, me remuevo y escondo mi rostro en su cuello—. ¿Estarás tú en el menú?

—Hmm, puede ser —se pega a mí, para que pueda ser receptora de su calor abrasador—. Jamás me cansaría de ti.

—Ni yo de ti —reí cuando comenzó a repartir besos por mi rostro—. Basta, Dom, quiero ir al baño —me besa una vez más.

—Eres libre —se quita de encima y después se pone de pie.

Dom no tiene vergüenza alguna en pasearse completamente desnudo frente a mí, el muy condenado sabe que está bueno y no duda en usarlo en mi contra.

Me levanté de la cama soltando un exabrupto quejido de molestia ante mi cuerpo entumecido, sin embargo, lo ignoré y levanté la mirada, para encontrarme con la espalda desnuda de Dom y mis rasguños adornando la misma.

Mierda, debía cortarme las uñas.

Camino hacia el baño, procurando encontrar un pronto alivio para la molesta presión en mi vejiga. Me despabilo un poco y tomo una de las batas de toalla para envolverme en la misma y salir.

—¿A qué te refieres? —escucho la voz de Dominic, quién está al teléfono—. ¿Cómo que no la encuentran? —mi ceño se frunció y es entonces cuando salgo del baño por completo, Dom está junto al ventanal, vestido únicamente con su bóxer—. No, no he hablado con ella desde ayer por la tarde, no... —se pasa una mano por el cabello—. No, está bien, iré para allá.

Cuelga, suelta una maldición entre dientes y teclea algo en su teléfono con rapidez.

—¿Dom? —camino hacia él, suspira y me observa—. ¿Qué ocurre?

—Daniela... —traga forzado, me acerco más y pongo mis manos en su torso—. Daniela no está.

—¿No está? —lo miro confundida—. ¿Qué quieres decir con eso?

—Que no está, Anne, no está —levanta las manos y se las pasa por el cabello, un gesto claro de frustración y estrés—. Ayer llegó a su departamento y todo estaba normal, pero esta mañana, después de que se fuera al trabajo... nadie la ha visto, no saben dónde está.

Un escalofrío de terror me recorre de pies a cabeza, y una presión se hace presente en mi estómago.

—Vamos, vístete, te llevaré a casa —pasa sus grandes manos por mis brazos, sacudo la cabeza con rapidez—. Annabella, por favor...

—No, Dom, no —me alejo de él—. Creí que habíamos pasado la etapa de las evasivas —gruño, su mandíbula se aprieta—. Daniela es mi familia también, iré contigo.

—Bien, ve —ordena, mirándome con la preocupación y estrés en sus ojos.

Cariño, todo estará bien —lo rodeo con mis brazos, mirándolo desde mi altura—. Tranquilo.

Deja un beso en la parte superior de mi cabeza, y suspira pesadamente.

Mi mente crea cientos de hipótesis, pero nada me dice en dónde puede estar Daniela, además, ella no es de irse sin avisar ni nada por el estilo.

¿Dónde estás, Dani?








¡AY DIOS!

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