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Capítulo 6 ✔️ [Corregido]

  Escucha con tu corazón; solo así lo entenderás.

Película: Pocahontas.

La bendecida alarma no deja de sonar y ni siquiera tengo fuerzas para buscar el bendito cacharro y lanzarlo lejos. Además, no quiero quedarme sin teléfono, no ahora que tengo a quien escribirle. Bufo molesta, pero con una sonrisa en los labios al recordar quién es la persona que ahora roba mis pensamientos.

Me concentro en un zapato que veo a lo lejos y me quedo ahí un par de minutos, quién diga que al levantarse tiene todas las energías del mundo, miente. Yo de broma y puedo conseguir que mis piernas se muevan sin tropezarse con nada en el proceso.

Cuando por fin tomo mi teléfono para revisar el whatsapp, mi corazón hace una pirueta perfecta al ver un mensaje con el nombre de Marcus y el corazón que le puse. Es una foto nuestra.

Marcus

07:03 hrs: Buongiorno, principessa.

Sonrío como idiota y esta vez, solo por estar sola, me permito soltar un grito de alegría. Eso sí lo entiendo y sé que me dijo: Buen día, princesa, pero aún no tengo idea de que es lo que significa eso que siempre me dice. Tendré que Googlearlo.

No espero ni un segundo más y coloco en el traductor: La mia regina. Su traducción me deja sin aliento y me estruja fuertemente el corazón. Cada vez que me dice eso, me está diciendo: Mi Reina.

—¡Cómo me gusta ese hombre! —grito para mí misma. Le respondo con un corazón y dándole los buenos días.

El tiempo se me pasa volando, mientras coloco la ropa a lavar en la lavadora, recojo la casa canturreando una que otra canción que escucho en la radio. A las 11:14 hrs, mi teléfono suena encima de la mesa y me encamino hacia él, bailando al ritmo de Camila Cabello.

Apenas llego hasta el celular, lo desbloqueo y enseguida la sonrisa que ya adornaba mis labios, se agranda al ver que el mensaje es de Marcus.

Marcus

11:14 hrs: Acabo de salir de la junta. ¿Ya estás lista?

Escaneo rápidamente la casa y sí, ya solo me falta ponerme a cocinar.

Yo.

11:15 hrs: Solo me falta empezar con la comida. ¿Cómo les fue en la junta?

Envío el mensaje y muerdo mi labio inferior, está en línea y rápidamente las dos rayitas se colocan en azul.

Escribiendo...

Mi corazón vuelve a acelerarse a un ritmo descomunal, necesito aprender a controlarme, o de verdad moriré joven y no quiero eso.

Marcus

11:15 hrs: Voy a tomar un taxi, entonces. Nos vemos en quince minutos.

No me pasa desapercibido el hecho de que no haya respondido a mi pregunta sobre la junta. ¿Será que no les fue bien? Si ese es el caso, entonces me voy a esforzar en levantar ese ánimo y nada mejor para eso, que hacerle algo de comida italiana.

Lamentablemente de comida italiana solo sé hacer pizza y eso porque Orlando me enseñó. Pero el caso es que no puedo hacer eso para almorzar, además, no es como que tenga mucho gas doméstico, para utilizar el horno. Descarto esa idea y después de responderle a Marcus con un "ok" y un corazón, le pregunto a mi buen amigo Google, sobre comida italiana.

Enseguida un centenar de opciones son puestas delante de mis ojos, como lo más fácil que veo —y que puedo tener ingredientes acá en casa— es pasta, me voy por esa rama y busco solo pastas.

Una sola llama mi atención y es la Pasta la Caprese. Se ve muy fácil de hacer y además, la mayoría de cosas ya las tengo en el refrigerador, solo me falta comprar el aceite de oliva, la albahaca y el queso mozzarella.

Con eso en mente, me cambio la horrible blusa rota que tenía y me coloco una amarilla más decente, un short blanco y me calzo unas tenis, también amarillas. Lo cierto, es que tengo tenis de todos los colores. Por último cojo mi bolsa, cerciorándome de que el dinero esté adentro y salgo volando.

Lo bueno es que a unas dos calles hay un mercadito donde podré comprar todo y volver a tiempo.

Apenas llego a la entrada del edificio, me encuentro con Marcus bajándose de un taxi. ¿Tanto tardé en cambiarme? Al verme, una enorme sonrisa adorna su precioso rostro y mi corazón rebosa de felicidad.

—Hola —digo un tanto cohibida. Su sola presencia me pone los nervios de punta y el torbellino en mi interior surge nuevamente con más fuerza.

Marcus no parece notar todo lo que estoy sintiendo ahora e intensifica su mirada, haciendo que el montón de escombros que se agrupan en mi estómago, me golpee aún más y me inste a tirarme en el piso.

—Hola, la mia regina.

Sonrío bobaliconamente sabiendo ahora lo que significa, lastimosamente soy una idiota que no pienso muy bien cuando se trata de este hombre y no se me ocurrió traducir "Mi rey", para sorprenderlo. Seré mensa.

—¿Sucede algo? ¿Ibas de salida? —¡Ay!, ya no será una sorpresa.

—Voy al mercadito a comprar unas cosas para el almuerzo. —Todo eso lo digo mirando fijamente mis tenis amarillas, como si no tuviese a la criatura más hermosa delante de mí.

—¿Te acompaño?

Su petición me toma por sorpresa, no creo que el mercadito sea un lugar para Marcus. Allí todo es tan..., no lo sé, desordenado. Las personas van de un lado a otro con sus compras y normalmente uno debe alzar un poco la voz para hacerse escuchar por el vendedor. Todo es un completo caos.

—No creo que sea buena idea, mejor espera adentro. Yo no demorare más de 10 minutos. —Ahora sí alzo la vista para verlo y de su rostro es borrada la linda sonrisa que tenía. Eso me destruye por dentro—. No me mal entiendas, pero no creo que te sientas cómodo estando en el mercadito —explico, sintiéndome horrible por hacerlo a un lado.

—Rose, por favor, no te dejes llevar por lo que ves en mi exterior. No me incomoda en lo absoluto hacer mercado contigo, es más, disfruto tanto de tu compañía, que no importa si tengo que cargar con tus cosas o si solo tengo que verte caminar de un lado a otro, indecisa. Con tal de estar contigo, no importa en dónde estemos.

»Así que, por favor, cambia esa cara de preocupación y vayamos a ese dichoso mercadito a comprar, para así poder hacer el almuerzo juntos y disfrutar contigo lo que queda del día. —Callo.

¿Qué puedo decir yo para objetar algo si todo lo que dijo me llenó de alegría el corazón? Asiento simplemente y comienzo a caminar.

No puedo hablar, menos mal y por lo menos mis piernas están trabajando a la perfección y no se nota mi temblor. Marcus llega a mi lado y sin perder más tiempo, entrelaza nuestras manos. Muerdo mis labios para que un grito de satisfacción no me deje en pena.

Caminamos dos calles y frente a nosotros está el mercadito, como era de esperar, está abarrotado de personas, volteo para ver a Marcus y me sorprende verlo con una sonrisa en los labios. Nada de ceño fruncido o mirada severa, no, al contrario, se ve relajado. Como si este fuera su ambiente favorito.

Algunas miradas se posaron en nosotros y no me sorprende, Marcus está vistiendo un traje que a leguas se nota que lo que cuesta, pagaría unas cuantas rentas de alquiler de mi piso, además, todo en él dice: Impetuosidad. Elegancia en su estado puro. O quizás también sea el hecho de que está tomado de la mano con una chiquilla a la que claramente le dobla la edad y viste estrepitosamente mal. Sí, creo que es un poco de ambas cosas.

—¿Rose? —Parpadeo un par de veces y me concentro en Marcus, estaba tan ensimismada en mis pensamientos que no me he dado cuenta de que me hablaba.

—¿Decías? —pregunto apenada. Sonrío tímida. Marcus niega y sonríe.

—¿Qué vamos a comprar? —Hago un repaso mental para ver qué era lo que tenía que comprar y maldigo para mis adentros por ser incapaz de recordarlo.

—¿Sonaría muy mal decir que lo olvidé? —Me avergüenzo en el mismo instante en que las palabras abandonan mis labios.

¿Qué poder es el que tiene este hombre que me hace poner tan tonta? Más de lo que ya soy. Marcus no se aguanta la risa y atrae aún más la mirada de las personas curiosas, yo quiero hacerme una bolita e irme rodando lejos. Donde nadie pueda verme.

—Marcus —susurro bajito para que note lo avergonzada que estoy.

Funciona, ya que deja de reír y me mira como si fuera un enigma. Algo que tiene que descifrar. Yo sigo pensando que no hay nada que descifrar, podría contarle toda mi vida de punta a cola si solo me lo preguntara.

—A ver, déjame ayudarte. ¿Recuerdas que ibas a preparar de almuerzo? —Asiento y entonces prosigue—. Bien, ¿recuerdas los ingredientes? —Me concentro solo en recordar la lista de ingredientes que leí en Google y entonces sonrío entusiasmada cuando la recuerdo toda.

También recuerdo lo que debo comprar. Feliz y orgullosa de mí misma, tiro de Marcus y nos adentramos al mercadito.

Marcus ríe a carcajada y susurra algo como: "Me encantó poder ayudarte". No le respondo, solo camino con una enorme sonrisa pintada en mis labios y sintiéndome ahora poderosa e invencible. Sentimiento que no duró mucho tiempo.

Llegamos a la tienda para comprar la albahaca y resulta que no hay. Mi humor cae en picada y decidida a no dejarme derrotar tan fácil, camino hasta otra, en esa tampoco hay. Bufo molesta y salgo. Decido que es mejor comprar el queso y el aceite, primero y entonces después buscaré la albahaca más tranquila. Eso hacemos y cuando ya estoy a punto de rendirme —luego de entrar en casi todas las tiendas—, Marcus habla:

—Creo que deberíamos irnos con eso y ya, no creo que sea muy importante la alba...

La mirada furiosa que le dedico, lo hace callar. Se encoge de hombros y mira de nuevo hacia el frente. No me gusta no hacer las cosas bien.

Muy pocas cosas consiguen atraer mi atención y ahora que ese plato lo ha hecho, quiero hacerlo bien. No soy muy buena en la cocina, de hecho, soy más de comer en la calle o preparar algo sencillo cuando no tengo suficiente dinero. Pero quiero sorprenderlo y no, no estoy dispuesta a que no me salga bien. De qué consigo la dichosa albahaca, la consigo. Como que me llamo Rose Alsina.

Ya más segura y menos molesta, entramos en dos tiendas más, casi doy saltos de alegría, cuando delante de mis ojos brillan las albahacas. Mis labios que eran una línea recta, empiezan a curvarse hacia arriba hasta que la sonrisa ya casi no me deja ver. Como soy una exagerada, compro más de la necesaria, solo porque me costó mucho conseguirla. Marcus insiste nuevamente —como lo ha hecho con las dos compras anteriores— en que lo deje pagar la cuenta y como le he dicho anteriormente: Yo te invité, yo pago.

Treinta y cuatro minutos después, por fin salimos del mercadito con todos los ingredientes necesarios y uno adicional: Una Coca-Cola.

Hay que almorzar bien y no puedo permitirme un vino blanco, así que tendrá que ser eso. Como fue el camino de ida, el de regreso es igual. Ninguno de los dos dice nada, pero tampoco existe ese silencio incómodo. Al contrario, en el aire brota es ansias.

¿De qué? No lo sé. Quizás solo sean de comer.

Pero el caos que ocurre en mi interior, me dice que no es precisamente eso, más bien es de poder estar solos y besarnos.1

Llegamos a mi departamento y abro la puerta lentamente, nerviosa y expectante.

—Bienvenido a mi cuatro por cuatro —digo mientras estiro mis manos y doy una vuelta señalando todo a mi alrededor. Marcus sonríe y en serio, ya estoy pensando en mandar a enmarcar esa linda sonrisa que tiene y ponerla en un cuadro para verla día tras día.

—Es muy bonito tu hogar. Lindo color, por cierto. —Sonrío como boba al ver el verde manzana que ocupa todas las paredes.

Digamos que tengo una sana obsesión con el verde. Las paredes, las sillas, el mantel y hasta las sábanas de mi cama, son verdes. Solo las cortinas son de un lindo blanco perla.

Y bueno, los muebles que tengo son de color crema. Están un poco desgastados y además, el perrito que tenía antes, Coqui, se encargó de dañarlos un poco más, por lo que ahora tienen encima una sábana beige. Fue lo mejor que pude hacer por ellos.

Un suspiro melancólico brota de mi interior al recordar a Coqui, y como murió de viejo. Era mi todo, mi mejor amigo, mi hombrecito favorito, mi acompañante y mi confidente. Ni mi madre o mi abuela eran tan cercanas a mí como lo era Coqui.

—¿Sucede algo? ¿Dije algo malo? —Marcus vuelve a sacarme de mis pensamientos y yo niego, sonriéndole.

—No, solo recordé a mi antigua mascota —confieso. Marcus asiente—. Siéntate, pondré algo de música mientras cocino. Estás en tu casa —digo y esas últimas palabras sé que no las dije por ser cordial, realmente se siente bien tenerlo aquí.

Es la primera vez que un hombre entra aquí, mejor dicho, es la primera vez que traigo a un hombre a mi casa. Y en vez de sentirse raro o indebido, se siente bien. Me gusta tenerlo aquí. Marcus niega haciéndome fruncir el entrecejo.

—Yo quiero ayudarte a cocinar. — Niego repetidas veces. De ninguna manera. No permitiré que eso suceda. Si lo dejo ayudarme, sabrá que haré de comida y quiero que sea sorpresa.

—No, tú eres mi invitado. No demoraré mucho, quiero que te sientes y te relajes. En mi habitación hay Netflix, por si prefieres ir a ver algo. —Marcus sonríe ahora socarronamente.

¡Por Zeus, ¿cuántas sonrisas tiene este hombre y con cuál piensa matarme?!

—Señorita Rose, ¿está invitándome a su habitación y solo llevo siete minutos en su hogar? —Me pongo roja como un tomate. ¿Cómo se le ocurre decir eso en voz alta? ¿Y por qué hace que mi intención de ser educada con él, ahora se vea como una propuesta indecente?

—Yo no voy a estar en la habitación —me defiendo, pero mi voz chillona delata mi nerviosismo—. Además, solo quería que te sintieras bien y no te aburrieras. —Ahora si logro que mi voz salga normal.

Marcus acorta la distancia que nos separa y me levanta la barbilla para que pueda verlo. Al hacerlo, un escalofrío me recorre entera. Sus ojos ahora se ven más azul que hace un momento y si antes me mareaba de solo verlos, ahora fácilmente podría desplomarme de una vez.

—Eres demasiado dulce para ser una persona y no una golosina. —Sin decir nada más, su boca se apodera de la mía, dejándome sin aliento...

Y sin hambre. Al menos de comida.

Corregido: 17/04/21

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