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Capítulo 3 ✔️ [Corregido]

La vida me regaló un instante a tu lado.

Mi corazón decidió que ese instante sea eterno.

Película: Enredados.

Abro la puerta y enseguida un delicioso olor a perfume caro, me hace darme cuenta de que la habitación si está siendo ocupada. Sin embargo, estoy acostumbrada a que no estén los huéspedes al momento de limpiar, por lo que, camino un poco más hacia el interior de la habitación y veo sobre la cama una maleta abierta.

Dejo el carrito de limpieza y me adentro otro poco buscando a alguien, no quiero que llegue quién se hospeda aquí y al verme, piense que me robaré algo. No es ser desconfiada, es ser precavida. Los ricos tienen ese pensamiento estúpido de que los de clase baja, todos quieren robarlos.

No veo a nadie, agudizo el oído y me percato del correr del agua, de lo que estoy segura es la ducha. Trago hondo y me acerco nuevamente hasta el carrito de limpieza, dispuesta a salir de la habitación y esperar unos minutos afuera, para después volver a tocar y entrar como se debe.

Camino con paso apresurado y lo apresuro más cuando escucho como la puerta del baño es abierta. Mi corazón bombea sangre a una velocidad alarmante, si sigue así me comenzará a salir sangre hasta por los ojos. Cuando por fin llego a la puerta, tomo el picaporte con mi mano derecha y de no haber sido porque su voz me paralizo, de seguro ya estuviera fuera de la habitación.

—Buenas tardes.

¡Ay, Dios! «Por favor que no sea uno de esos huéspedes obstinados» Repito una y otra vez. Respiro profundo y lentamente me doy la vuelta para encontrarme con un Marcus con el cabello húmedo, una toalla envuelta en su cintura y con su torso desnudo y, debo admitir, que está muy bien cuidado para ser un hombre mayor.

Por Dios, estoy babeando por este hombre y, definitivamente, verlo así no es bueno para mi salud. Trago hondo después de inspeccionarlo —comérmelo con la mirada— de pies a cabeza.

—¿Ya terminó? —Su pregunta me devuelve al aquí y al ahora. Subo la mirada para verlo a la cara y no puedo evitar cuestionarme si se refería a sí terminé de limpiar todo o si terminé de observarlo.

Sea cual sea, me siento como una estúpida, porque la respuesta sería no. No he terminado de limpiar —ni siquiera he empezado– y tampoco he terminado de observar su cuerpo. Necesito deleitar a mis ojos un poco más.

—He yo... —Me callo, intentando descubrir dónde rayos se metió mi cerebro. Te necesito, no es hora de jugar a las escondidas—. Lamento mucho incomodar, le juro que yo toqué la puerta, pero como nadie salió, supuse que estaba desocupada la habitación. Apenas entré y vi que no era ese el caso, me disponía a salir, hasta que usted salió del baño.

»De nuevo le pido que me disculpe, saldré y esperaré afuera a que usted esté listo para después limpiar la habitación —hablo tan rápido y de manera tan atropellada, que no me sorprendería si me hiciera repetir todo con más calma.

Ruego que no sea ese el caso.

Marcus no dice nada, solo camina con paso firme hasta estar frente a mí, pongo todo mi autocontrol a trabajar y me mantengo solo viéndolo a la cara, sin barrer nuevamente su cuerpo con mi mirada.

—Marcus Lombardi —dice, estirando su mano hacia mí.

—Ya lo sabía. —Muerdo mi lengua al ser consciente de que acabo de reconocer que sé su nombre. Marcus ladea un poco la cabeza en señal de confusión—. Su amigo lo llamó por su nombre cuando estaban en el restaurante —le explico y ahora me siento más estúpida todavía.

De todas las caras y nombres que veo y escucho durante el día, nunca me acuerdo de nadie. Salvo de él y eso incluye su nombre.

—Entiendo. ¿Rose? —También recuerda mi nombre. Algo dentro de mi brinca de la emoción.

—Alsina. Rose Alsina. —Me presento y estrecho su mano con la mía.

No diré que sentí una corriente, porque no fue eso lo que sentí, al contrario; sentí todo un maremoto, con un tornado, ligado con una manada de animales corriendo por todo mi cuerpo. Rápidamente lo suelto, no quiero que piense que estoy desesperada por su tacto, aunque así sea. Bueno, solo un poco.

—Es un placer, Rose. Puedes quedarte a limpiar tranquila, yo puedo cambiarme en el baño o aquí, si prefieres. —Mis ojos se abren tanto que temo que salgan corriendo junto con mi acelerado corazón.

¿Está coqueteando conmigo?

¿Sí dijo lo que creí escuchar o ya estoy alucinando?

—¿Disculpe? —inquiero, sorprendida. Marcus sonríe de oreja a oreja y ahora sé que no estoy alucinando ni escuche mal, realmente dijo eso y creo que lo dijo solo para jugar conmigo.

—Estoy bromeando, estaré en la habitación. Puedes empezar por la cocina, si quieres. Aunque de una vez te aviso, que no he utilizado nada, apenas vengo llegando, así que no creo que tengas mucho trabajo aquí. —Asiento sin decir nada más y camino hasta la cocina.

Tengo miedo de abrir la boca y cometer otra tontería, bastante tengo con lo que he dicho hasta ahora.

Marcus tenía razón y en la cocina, en el recibidor y en el balcón, solo tuve que barrer y trapear, todo absolutamente todo, estaba como lo dejé hace dos días atrás. Ahora viene la parte difícil: la habitación donde se encuentra él, y el baño donde acaba de ducharse.

Mi corazón ya se está empezando a acostumbrar a vivir acelerado cuando se trata de estar cerca o tan siquiera de pensar en este hombre. Muy a mi pesar, si sigo así no llegaré a los 22 años y solo falta un mes para eso.

Camino hasta la puerta de la habitación y toco suavemente. Escucho un ligero "pase" y abro la puerta. Respiro hondo al ver como Marcus luce completamente relajado con una camisa azul cielo sin abotonar ningún botón, sentado en la cama con la espalda recostada en el cabezal y con un portátil en sus piernas.

Cabe destacar que los lentes de lectura que está utilizando, no hacen más que volverlo aún más atractivo —si es que es eso posible— para mí.

—Señor, ya terminé afuera. Si no le importa, empezaré con la habitación y después el baño —hablo suave y bajo. De hecho, no sé de dónde salió esa voz, todos me dicen que soy muy escandalosa, pero por algún extraño motivo, con él quiero ser sutil. Marcus levanta la mirada del ordenador para verme y me sonríe.

Por favor, deja de sonreírme de esa manera o terminaré colada por ti.

—¿De qué manera te sonrío, Rose?

Ahora sí que puedes tragarme tierra y escupirme dónde quieras, pero hazlo ya. Acabo de decir eso en voz alta.

¡Por los calzoncillos de mi abuela Virginia, ¿qué es lo que he hecho?!

—Disculpe, señor Lombardi, no volverá a suceder —confieso, tímida, mientras me concentro en mis zapatos blancos, como si fuera la cosa más interesante del mundo.

Lo escucho levantarse de la cama y estoy rezando no sé ni cuantos padres nuestros con no sé cuántos rezos más, para que no se acerque a mí. No sé qué haría si lo tuviera tan cerca. Este hombre tiene la facilidad de ponerme idiota con solo su presencia.

—Vamos, Rose, no hay ningún problema en decir lo que piensas, es justo para eso que tenemos la capacidad de hablar. —Sí, está justo al frente de mí, me obliga a subir la mirada, levantando mi mentón con su dedo índice. Trago duro cuando lo veo tan cerca.

Sus ojos; ese océano en el que podría perderme me insta a nadar en él sin ningún salvavidas.

Cierro los ojos con fuerza. ¿Dónde quedó mi voluntad? Porque ahora mismo solo quiero dejarme llevar por él y lo peor del caso es que ni siquiera sé si él quiere arrastrarme a algo o solo está siendo educado conmigo.

¡Educado y un demonio! Si fuera educado, se hubiera salido de la habitación o simplemente me hubiera ignorado como hacen todos los huéspedes, pero no, él no puede ser igual que el resto. Él tiene que empeñarse en destruir todo mi autocontrol y acercarse así, de esa manera que me debilita por completo.

Cuando abro nuevamente los ojos, los suyos me miran como intentando descifrar.

Cariño, no tienes que descifrarme, podría contarte lo que quisieras, si solo lo preguntas. Me tienes a tu merced. ¿Acaso no lo ves?

—¿Puedo besarte? —No respiro, no sé hacerlo, acabo de olvidar hacer cualquier otra cosa que no sea desear besar sus labios y ahora él me está pidiendo permiso para hacerlo.

Alejo todo pensamiento sensato que quiera hacerme volver a la realidad y por un segundo, me olvido de todo y asiento. Marcus no necesita más que ese asentimiento de mi parte y sin más, la mano que mantenía en mi mentón es movida y colocada con sumo cuidado en mi mejilla derecha, inclino mi cabeza hacia ese lado, disfrutando su caricia.

Marcus acerca su boca a la mía y es allí cuando vuelvo a respirar, sus labios chocan con los míos y todo el mundo deja de girar, en este momento, solo somos él y yo.

Me obliga a abrir la boca paseando su lengua por mis labios y entonces sin pedir permiso, introduce su lengua en mi boca, busca la mía y de manera tímida la muevo siguiendo el vaivén de la suya.

Entramos en una sintonía tan perfecta que me eriza los vellos de la piel. Suelto un gemido involuntario cuando Marcus baja su mano y la posiciona en mi cintura, pegándome a su pecho.

Sin saber qué hacer con mis manos, las paso por dentro de su camisa y las coloco en su espalda, Marcus gruñe en mi boca en respuesta y me besa con más pasión. No sé cuánto tiempo duramos besándonos, pero para cuando nos separamos, solo se escuchan nuestros jadeos y el sonido atronador de nuestros acelerados corazones.

Llevo una mano a mis labios y la hinchazón de estos, me hace darme cuenta de que no estaba soñando, realmente nos besamos. Con miedo de que ahora me corra de la habitación, le diga a mi jefe que hice algo mal y me despidan, levanto la mirada para encontrarme con una ligera sonrisa en sus labios.

—¿Te duelen? —Lo miro confundida sin saber a qué se refiere. Él parece notar mi confusión—. Tus labios, ¿te duelen? —Niego.

—No, es solo que no están acostumbrados a recibir esa clase de besos —confieso sintiéndome estúpida. ¿Por qué este hombre siempre logra hacerme sentir así?

—¿A qué clases de besos están acostumbrados, entonces? —cuestiona, de lo más normal, como si no se diera cuenta del torrente de emociones que despierta en mí.

—Si quiere que le sea sincera, a ninguno en realidad, en mi vida, solo he besado en dos oportunidades y la primera, ni siquiera sé si puede considerarse un beso, parecíamos más dos perros peleando.

Mi confesión parece hacerle gracia ya que una ronca carcajada brota de su interior, haciendo que mi corazón se hinche solo de escucharlo y sin esperar más, me uno a él y ambos reímos de mi poca experiencia besando.

—Bueno, espero haber mejorado tu experiencia —comenta con una sonrisa ladeada, nada parecida a una sonrisa prepotente, no, él no tiene ni idea de que acaba de darme, seguramente, el mejor beso que tendré este año.

Él aún no se hace una idea del mar de emociones que crea dentro de mí, mucho menos si vuelve a besarme como lo acaba de hacer.

Sin embargo, ahora no sé ni qué hacer, ni qué decir. No es que me suceda esto muy a menudo. Normalmente suelo enamorarme por momentos de algunos hombres que me parecen despampanantes, pero vuelvo a olvidarlos apenas bajan del metro.

Sí, son esos amores que ves solo una vez y suelen durar pocos minutos. Pero, con Marcus es diferente. No estoy diciendo que esté locamente enamorada, porque ciertamente no es ese el caso, pero si me gusta y muy a mi pesar, me gusta tanto, que sé de antemano que cuando ya dejé de hospedarse aquí me dolerá como si me estuvieran clavando una daga en el corazón.

Un suspiro melancólico brota de mi interior y Marcus se percata de eso.

—¿Sucede algo, Rose? —Amo, de verdad amo la manera en la que sale mi nombre de sus perfectos labios, con ese acento suyo tan divino.

—¿De dónde eres, Marcus?

Soy consciente de dos cosas, la primera; ignoré su pregunta para no confesarle cuánto me gusta y cuánto me dolerá su partida, y la segunda; que lo acabo de llamar por su nombre y a él eso no parece molestarle.

—Creo que, si ya vamos a empezar con las preguntas, será mejor ponernos cómodos —dice, al tiempo que señala la cama.

Volteo a verla y un hormigueo se apodera de mi bajo vientre.

Ansiedad, ¿quizás?


Corregido: 09/09/22

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