XXXIX.
No hay manera fácil de decir esto.
Así que intentaré hacerlo lo mejor que pueda, por lo que pido perdón por las expresiones que mi mente sea capaz de decir y mi boca también.
Cuando entramos en el lugar puedo simpatizar con todas estas personas que vienen en costosos vestidos y trajes que seguramente cuestan más de lo que pago en tres rentas de mi departamento sino es que más.
¿Por qué quién no querría venir a bailar, beber a un lugar cómo este?
Y lo digo bien en serio, y también un poco a manera de burla.
Desfilo del brazo de mi acompañante deslumbrada por todo lo que me rodea. Paredes en color dorado y blanco perla me saludan a donde sea que me gire. Frente a nosotros se encuentra una plataforma desde donde los culpables de todas de mis desgracias están.
Por suerte y aunque ya hemos entrado en el lobby del lugar aún no nos han visto.
Y lo agradezco enormemente.
No solo me hace sentir cómoda que aquí conozco a Dante sino también la música que proviene desde el salón principal y al que parece que solo puedes acceder si ya has saludado y has sido aprobado por la familia Hamilton que tienen al menos una fila de cinco personas y grupos esperándole solo para decirle "Gracias por haber venido y donado miles de pesos o dólares nuestra estúpida beneficencia".
Y no digo que la beneficencia sea estúpida, así que espero que tal comentario no se confunda con eso, por favor.
Solo creo que si vas a donar un montón de dinero a la caridad deberías de hacerlo sin tener que montar todo un numerito cómo esté que cuesta más de lo que mi ciudad natal entera cuesta.
O más, no se creo que todo esto es un estúpido teatro montado para los medios y los ricos y otros ricos puedan decir que contribuyen con los pobres.
Pero la realidad es que ninguna de estas personas nunca ha visitado uno de esos lugares que dicen que apoyan.
Y si lo llegan a hacer es solo para promoverse, los usan como parte de campañas políticas o de reelección o como un ejemplo de vida de lo que dejaron atrás.
Con discursos banales que comienzan con un: "Yo estaba en un lugar así y logré salir de aquí a base de esfuerzo y trabajo duro y si yo lo logré, tú también puedes".
Tonterías, grita mi ser desde dentro de mi mente.
Una versión de Us de James Bay en cover por alguna voz celestial de hombre me regresa a la realidad y al verdadero motivo del porque estamos en este lugar y no es precisamente para que yo me burle de sus excentricidades o para que me ría en los rincones de mi mente porque despilfarran dinero en bailes como esté que les cuestan miles o millones de pesos cuando solo podrían donar el dinero y ya, no esto va mas allá de eso.
Esto es por Dante y por mí.
Y es él quién me regresa a la realidad justo cuando estamos por llegar al principio de la línea para el primer encuentro con su familia o por lo menos con los que parecen ser los organizadores del evento, sus padres.
Porque estaba segura que tarde o temprano dentro de estas miles de paredes adornadas conocería a los demás miembros de la aclamada y temida familia Hamilton.
A mí lado Dante me aprieta y acerca más y más a su cuerpo a mí y con ello sé que ha tocado nuestro turno de ser presentados. Además un hombre frente a nosotros nos ofrece una señal y la tomamos como la afirmación para seguir caminando en la línea.
Dejo de respirar.
Literal y figurativamente lo hago.
Siento que me ahogo en mi propio hoyo de nervios por unos segundos hasta que Dante habla y es cuando por fin tengo a los señores Hamilton frente a mí ser.
Otra canción proveniente del salón me obliga a sentirme mejor, Hold On de Bishop Briggs solo por Dante.
—Madre, Padre... —dice Dante ante sus padres.
Ellos asienten y sonríen ante la presencia de su hijo.
—Les presento a mi novia, la Señorita Susana Ávila.
Demonios, ¿acaso ha usado la palabra con N?
¿Pero es que este hombre quiere ver el mundo arder?
Sonrió y me mantengo erguida, no ofrezco mi mano a ellos hasta que es el Sr. Hamilton padre es el que me la tiende a mí.
—Es un gusto conocerle Señorita Ávila. —El hombre aprieta levemente mi mano y luego la deja ir sin mostrar casi nada en su rostro.
Es en ese momento que me doy cuenta de quien ha heredado Dante su inexpresivo rostro.
—El gusto es todo mío Sr. Hamilton —le digo de vuelta.
A su lado, su flamante esposa que lleva un color parecido al mío en su vestido me ofrece su mano delicada y con la manicura más sutil que le he visto llevar nunca a una mujer real como solo ella puede serlo.
Uñas bien cortadas y levemente cuadradas de los bordes, no filosas ni largas o vulgares, solo un poco de brillo en el esmalte de color carne y ya está.
Por si acaso les interesaba saber ese detalle.
—Señorita —es todo lo que me dice cuando ella me mira.
Tiene los mismos ojos que su hijo, pero a diferencia de los de él, dentro de los de la mujer no brilla nada. Parece que no tiene nada más que decir, ni nada más que hacerme por lo que avanzamos directamente en la línea y hacia el salón principal.
Cuando nos hemos ido, suelto el aire que llevó guardando desde antes de que fuéramos a saludar.
—Vaya si no ha sido tan malo —me dice Dante a mi lado sin verme a la cara.
Lo detengo un poco y hago que me miré antes de subir los largos escalones que dan al baile.
—¿Te lo ha parecido a ti?
—Sí —contesta inocentemente y sin saber la guerra que le haré después por esa respuesta.
No sé qué demonios habrá visto él en sus padres, pero yo claramente vi el desprecio y el horror que les provoco saber cómo era la novia oficial que tanto habían estado esperando ver y evaluar de su hijo mayor.
—Olvídalo, ya te lo haré saber más tarde.
Él no sabe de qué le habló, lo sé porque solo se encoge de hombros y nuevamente me besa los nudillos de la mano.
Entramos en el salón por fin y me da gusto encontrarnos primero a rostros tan amables como los de nuestros amigos del trabajo, Marcial y Camila.
Desde la base del lugar y en el centro una banda se dedica a tocar toda clase de música en vivo para hacer más amena la noche. El cover de este momento es Still Loving You de los Scorpions.
—Hola, ya veo que han pasado la prueba de fuego con los Hamilton —dijo Camila viniendo hasta mi lado para darme un abrazo ligero y la mejor de sus sonrisas.
—Sí, yo no estaría tan segura de eso. —Dije devolviéndole el abrazo a mi amiga.
De mi otro lado Marcial y Dante hicieron lo mismo que nosotras.
—¿Por qué lo dices?
—Ni sé cómo explicarlo, pero es está sensación que me han dejado los dos en la boca del estómago que no consigo saber que es, aun así sé que no les he dejado la mejor de las impresiones a los dos —le digo todo esto lo menos cerca de Dante que puedo para que no escuché.
Y esto lo hago, porque no es el momento ni el lugar para hacerlo.
Ya lo haré en su casa está noche cuando la velada termine.
—Mira no pienses en eso demasiado, pero si te hace sentir mejor te diré que si realmente les hubieses caído tan mal cómo crees no les habrían permitido ni siquiera seguir por la escalera.
—¿Tú crees?
—Estoy segura.
—Bien, entonces supongo que tendré que hacerte caso en esto.
A mi lado me giro para ver a Dante, está hablando tranquilamente con dos hombres más.
—Tranquila, todo saldrá bien —me dice Camila— y si te ayuda en algo ninguno de los tres dejará que te hagan nada malo, nadie.
La chica no lo dijo pero le vi buscar entre la multitud que ya se había formado dentro del gran salón por alguien.
Así que tendría aquí a alguien que nadie quería que viera o conociera.
Bien, pues que los septuagésimos juegos del hambre comiencen.
***
La noche no estuvo tan mal como yo creía que sería o al menos no lo fue en todo momento. Y Camila y Dante tenían razón mientras ellos no me dejarán sola nadie me haría nada malo.
Por eso tenían mucho cuidado de a quien me presentaban, especialmente con familia y amigos que conocían a todos los Hamilton desde hacía décadas.
Y en realidad con la familia no había tenido problema alguno, por lo que pasada una media hora de conversar los hermanos y esposas de Dante comencé a relajarme un poco y me sentí más cómoda en mi propia piel.
Claro, teniendo siempre cuidado en lo que decía o hacía de todas maneras, por si acaso solamente.
Y Dante también pareció relajarse a medida que la cena fue servida y el baile comenzó.
Hasta que claro llegó la hora de dirigirme al servicio de damas. Porque en cuanto entre fui acorralada por una furiosa mujer, antes de que si quiera pudiera pensar en salir y pedir ayuda se me fue a las palabras como una cabra loca.
—No creía que las mujeres como tú pudieran ser tan descargadas de venir aquí y presentarse ante sus padres.
La mujer puso una mano en el lavabo frente a nosotras pero rápidamente corrió a mi lado y la coloco entre mi cuerpo y la puerta de está. Todo para evitar que yo me saliera sin escuchar lo que ella tenía para decirme.
Me reí internamente por ese gesto de ella hacia mí, sobre todo porque los que me conocen saben que aún con las palabras si una persona se atrevía a faltarme el respeto se iba a arrepentir. Y mucho.
Y me reí también en vivo y en directo porque yo tenía razón está rubia vacía creía ser la Señora de Hamilton, bien pues le enseñaría que la única que se podría llamar así algún día no sería ni ella ni yo.
¿Qué esperaban?
Ya dije una y mil veces que yo no quiero ser su mujer.
—Ah ya decía yo que a esta fiesta le hacía falta la diversión y locura y no te preocupes, para que me entiendas, ese es tu trabajo aquí.
—¿Cómo te atreves? —esperaba que con eso ella entendiera que no estaba tratando con ninguna tonta y se diera por vencida dejándome salir de una vez y por todas.
Pero no lo hizo, no retrocedió ni un centímetro, al contrario pego más su cuerpo contra el mío impidiéndome que pudiera respirar de manera libre y sin aspirar su costosa y abrumante perfume, carísimo de parís.
De seguro...
—Pues así nada más. ¿Cómo ves?
—¡Eres una insolente caza fortunas!
—Quizás sí, quizás no, pero ese no es tu problema ¡insípida oxigenada!
—¡Zorra! ¡Anormal! —Gritó la mujer de manera acalorada.
—Pero claro que no soy normal porque de serlo sería tan aburrida, seca y común como tú.
Y no tenía que hacerlo, pero siempre he querido hacerlo, sobre todo porque es un detalle que está en todos los libros, películas y series románticas de todos los tiempos. Tomé mi copa de champaña y se la arrojé a la cara.
Y luego me salí del lugar.
—Tú vas a ser su perdición, vas a romperle el corazón, pero escúchame bien, no te olvides de mi rostro y de mi nombre cuando esa banda de chismosos te lo digan, haré de todo para separarlos, porque tú zorra de pacotilla le harás trizas el corazón sin piedad, haré de todo para que él sepa la mujer que en verdad eres.
—Suerte con eso loca.
Pero algo me decía en el fondo de mí ser que muy pronto iba a tragarme mis palabras.
Cuando salí del baño un Dante ansioso vino a mi encuentro.
—¿Estás bien? Dime que Débora no te ha hecho nada.
—¿Ella a mí? Jamás cariño. —Le guiñe el ojo derecho levemente y luego me lo llevé de ahí— Vamos que aún no hemos bailado lo suficiente está noche, tú y yo, solos.
Al principio estaba reticente pero después de unos segundos me siguió, aunque de todas maneras siguió buscando por el resto de la noche una pista en mi rostro que le dijera que había pasado realmente en el baño con la rubia.
Por mi parte era todo lo que le debía y haría con respecto a esa situación, al menos por ahora.
Porque nadie se mete con Susana Ávila sin salir terriblemente lastimado.
***
Cuando regresamos a la pista de baile una canción trajo una gran sonrisa a mi rostro.
—No tengo que pedírtelo, pero aun así quiero decirlo. ¿Quieres bailar conmigo mi amor? —Dante me ofrece su mano. La tomó y comenzamos a caminar hacia la pista de baile.
Bitter Sweet Symphony está saliendo de la melodiosa voz de un chico que reconozco como el cantante principal que ha hecho amena la noche para todos, en conjunto con todo su grupo musical de más o menos una docena de personas que le acompaña.
—Que ironía, que tu canción favorita suene justo ahora.
—Eso es porque la he pedido para poder bailarla contigo.
Eso me hace sonreír y quizás sonrojarme un poco más de lo que acostumbro hacer. No puedo evitarlo.
Caer es algo inevitable desde que tengo el privilegio de estar en sus brazos.
Desde el primer día, el primer beso, la primera caricia. He sido suya desde que vi sus ojos preciosos y azules cual mar mirar dentro de los míos.
Él no lo sabe pero desde hacía ya mucho tiempo estaba en mis pensamientos y quizás nunca lo sepa. Porque eso es algo que ni siquiera le dije a Ness. Y eso que ella era mi alma gemela, mi mejor amiga, nunca nos ocultamos nada, jamás. Excepto esto.
Y con cada vuelta, con cada sonrisa, con cada línea de mi cuerpo he decidido que debe ser demostrado, siempre y cuando haya tiempo. Sé que esté se está acabando, sé que no nos queda mucho.
Pronto él me odiará y pasaré a ser uno más de los amargos recuerdos que rondan en su mente.
Él jamás lo dice, pero sé que están ahí.
Pasan a veces cuando nos hemos quedado en silencio en la profunda noche de verano, y ocurren más a menudo de lo que él cree.
Varias veces he tenido que acercarle a mi pecho, rodearle la cintura y juguetear con su cabello mientras duerme, todo para poder espantar las pesadillas.
Él nunca me ha hablado de ellas, pero le he escuchado cuando murmura entre sueños, cuando me llama y no me encuentra en la cama.
Pero cuando el dolor es tan fuerte como el de nosotros no se va con nada. Ni siquiera el beso del verdadero amor puede romper esa maldición. Porque eso es dictado por el impulso de nuestros verdaderos sentimientos, que vienen de lo profundo de nuestro ser.
De lo más oscuro y que nos dice que la culpa no te dejará ir hasta que tú o la vida hagan los ajustes necesarios.
—¿En qué piensas?
—En cuanto te amo, a ti Dante Hamilton.
—Y yo te amo a ti Susana Ávila.
Le tomo por el cuello y le acerco hasta mi boca lentamente.
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