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XVIII.


Gracias a todos los cielos por la fortuna de ser la primera persona en la vida que ha podido presenciar como una persona como Dante Hamilton cae ante los pies de la pizza.

No todos caen por ella, no todos pueden merecerla, no todos la prefieren en estos días, pero hay un consenso a pesar de todo lo anterior, la pizza es legendaria y se defiende con lágrimas de sangre, de los enemigos, de los excéntricos y se alaba porque llega desde Italia para el mundo.

Con piña y jamón.

Con pimientos y cebolla.

Queso extra mozzarella y carne.

O la tradicional de pepperoni con queso mozzarella.

Pero todas son nuestras para que él las pruebe el día de hoy.

Sonrió complacida una vez que puedo guardar en mi memoria para la posteridad la imagen de Dante comiendo una pizza, bocado a bocado, con las especialidades de la pizzería local y más cercana a nuestra casa.

Con queso mozzarella, pimientos verdes, champiñones, pepperoni y carne por todos los lados que te puedas imaginar.

Normalmente Aura y yo pedimos está delicia mitad con cebolla morada y mitad sin ella, pero como no estaba segura de querer aguantar como Aura se la quitaba una a una por pedazo a la delicia humeante que tenía ante mis ojos, mejor me aseguré antes de que se la pudiera llevar a la boca que no contará con nada de ella.

No es que lo le gustará, ella solo decía que la textura no era lo mejor del mundo.

Aunque como la buena y respetada madre que era aun así la ponía en sus comidas sin que ella se diera cuenta.

Siempre licuada o en polvo.

—¿Y qué le parece Señor Hamilton?

—Puedes decirme Dante si lo prefieres —dijo el hombre tratando de meterse un trozo resbaladizo de pizza en la boca.

No lo logró y esta fue a dar directamente a su plato dejándole las manos grasosas y pegajosas.

Aura a un lado mío le tendió un gran montón de servilletas de papel blancas.

—No tantas hija. —La reprendí.

La niña no me hizo mucho caso, pero Dante sí, tomó solo una y la uso para limpiarse. Pero de nuevo no lo consiguió del todo. Quedando un poco de salsa de tomate en sus manos.

—Si quiere puede lavarse las manos y usar cubiertos para comerla de manera más cómoda.

—Sí, gracias, eso sería lo mejor.

—Yo te llevó amigo —Aura se levantó como un resorte de la silla de la mesa de madera de la cocina pero yo la pare en seco porque aún no había terminado de comer ni siquiera su primera rebanada. Yo sabía lo que eso significaba, como yo, Aura estaba nerviosa, tenía miedo del gran hombre que estaba en casa y eso era porque desde que inició está aventura para las dos ningún hombre había pasado tanto tiempo con nosotros.

Ni siquiera ninguno de mis novios tenía permitido estar en casa demasiado tiempo.

Porque el tiempo que mi hija y yo pasábamos solas era solo nuestro.

—No. Tú te quedas a comer. Yo lo llevó. —Dije levantándome.

—Por favor no se molesten, estoy seguro que puedo encontrar el camino hasta el lavabo.

—Tonterías, ya lo llevó yo —me levanté y le pedí que me siguiera.

Has visto esas escenas en las películas en que todo se da en cámara lenta, y sabes que es porque es el momento en que todo encaja donde debe ir.

No es que esperará que este fuera uno de esos momentos, es que tengo que mantenerme serena y centrada para no caer más bajo de lo que ya estoy cayendo ahora mismo con este plan.

Pero es que tengo que hacer que pagué.

Él tiene que pagar.

—Es ahí —señalé el lavabo que teníamos por fuera del cuarto de baño.

Mi casa no era grande, no teníamos muchos lujos, y en realidad no era una casa. Era la mitad de lo que debía ser, o quizás una cuarta parte, vivíamos en una especia de departamento dividido.

La dueña cuando nos lo arrendo preguntó con justa razón quienes vivirían aquí y por supuesto pregunto por lo obvio después de eso.

—¿El padre vendrá alguna vez?

—No. —Dije sin más.

No podría culparlo por querer saber.

Todos los que me conocían querían saber la historia detrás del padre de Aura y porque no vivía con nosotros.

La excusa siempre era la misma, él nos abandonó.

Con esas tres palabras todo quedaba dicho y nadie más nunca había preguntado más. Sobre todo porque cada que alguien lo hacía, yo bajaba la cabeza como si la perdida hubiese sido mía, como si el dolor de haberlo perdido me correspondiera a mí.

Pero no era así, solo era una carta más que usaba para los curiosos que preguntarán.

Solo eso.

Sí, solo eso.

Iba a irme, no iba a esperarlo para regresar a la mesa, la verdad estaba hambrienta después del día tan pesado que había tenido y lo que menos quería era privarme de tal delicia que estaba esperándome en la mesa.

Pero él no me dejo.

Porque él también hizo esa pregunta.

—¿Y el padre de Aura?

—Nos abandonó antes de que ella naciera. —Respondí de manera automática.

Después de todo esa excusa ya me la sabía de memoria, la daba de mil y un formas posibles cada que me hacían esa pregunta.

Así que ya hasta el movimiento de cabeza en señal de la pena me salía de manera automática.

Lo que no me esperaba era la reacción de Dante.

—¡Cómo pudo!

—¿Perdón? —Dije levantando mi cabeza hacia sus ojos azules que me miraban de manera atenta y desesperante, a mí y solo a mí.

—Cómo ha podido dejar a semejante niña de lado...

—No lo sé —dije con un gran nudo en la garganta que no sabía que tenía ahí.

Pero eso si era cierto, no sabía cómo Dante Hamilton había tenido la cobardía de dejar atrás a una hija como Aura.


***


—Muchas gracias por haberme invitado, me la he pasado de maravilla —Dante esperaba junto a la puerta por una despedida de parte de Aura.

—Promete que vendrás a vernos pronto. —Aura le tendió la mano.

—Lo prometo —dijo el hombre agachándose un poco para estrechar la mano de la niña.

Acto seguido le dio una de sus más fragantes sonrisas y se fue hasta la sala donde sus muñecas le esperaban para terminar de ver la televisión con ellas.

—Repito, no sé cómo ha tenido la cobardía para abandonarla ese hombre.

Dante Hamilton no le quitaba la mirada de encima a la niña, que yacía sentada cruzada de piernas en la alfombra de la sala, todo mientras veía atenta la televisión.

—Déjelo ir, es cosa del pasado.

Es tan fácil decirlo, pero tan difícil hacerlo.

Para él y para mí.

—Si ella fuera... —Se quedó a medias en la frase pero aun así yo sabía lo que él quería decir.

Miré a su rostro, lucia cansado y estresado por la vida llena de tormentas y baches que llevaba.

Con una barba que apenas y se le notaba aún estando de cerca, llevaba una camisa un poco arrugada ahora en las orillas, esto, porque Aura le había obligado a sentarse con ella en la pequeña área de la sala para enseñarle sus muñecas.

Y eso le obligo a mantener una posición muy incómoda en la que parte de su vestimenta se arrugo.

—Los niños siempre nos dan la oportunidad de ser mejores. ¿No lo crees? —Le dije viendo cómo sé le quedaba viendo a Aura mientras ella jugaba con un muñeco, un par de trenes y coches que había traído de su cuarto.

—Sí, eso creo.

Yo jamás le he prohibido nada a mi hija, no hay reglas, solo hay que hacer lo correcto cuando se debe hacer, por mí ella puede jugar con carritos, trenes o con muñecas, ella puede ser lo que quiera.

Yo siempre la apoyaré, en todo.

Para eso soy su madre designada por Dios y el universo.

Siempre la he criado con la idea de que hay que ser humilde, respetuosa y amable pero no estúpida. Claro, jamás usaría una palabra así delante de una niña de cinco años, use una más apropiada para su edad cuando se lo expliqué.

Le explico todo como mejor puedo y por suerte ha resultado una niña de lo más inteligente, tal y como lo fue su madre biológica y lo entiende. Entiende cuando hace bien y debe ser premiada y cuando se ha portado mal y debe ser reprendida.

Además para nosotros no hay etiquetas.

—Amor es amor —le dije hace tan solo un año atrás.

Ella no lo entendió hasta que llegó de la escuela con una explicación de su maestra de la escuela.

Ella me contó que una de sus mejores amigas tenía dos mamás cómo ella y que muchos niños y padres no estaban de acuerdo, que lucían molestos y ella no entendía porque.

Y para aclarar la situación para ella le pregunté que si su amiga era feliz cómo era, me dijo que sí, luego le sonreí y asentí.

—Eso es amor, amor sin reservas, sin miedos, libre, sin etiqueta, amor es amor.

Ella asintió y aunque tenía solo cuatro años ya lo había entendido. Ahora solo nos falta entenderlo a nosotros como mundo y como seres humanos.

Pero no, elegimos vivir con el miedo del adulto en lugar de con la simplicidad y la inocencia del niño.

Eso me lleva a un recuerdo de hace tan solo unas horas atrás.


***


Cuando llegamos a casa el primero en querer irse fue el Señor Hamilton, pero no, Aura no le iba a poner la salida tan fácil como él creía que sería.

—¿Seguro que no quieres quedarte a jugar conmigo Dante? —Dice Aura acercándose a Dante Hamilton y extendiéndole su mano para que vaya con ella al tapete de la sala donde todos sus juguetes están regados por todas partes.

—Porque no. —Pero él no lo dice como una pregunta, lo dice como una afirmación, solo para él, lo sé cuando veo dentro de sus ojos. Que brilla plenamente al ver a la niña.

Ella sabe que tendrá que recoger todo eso después, pero ahora mismo eso no me importa, todo está saliendo acorde al plan y es lo único que vale por ahora.

Mi niña me mira, sonríe y me habla.

—Mamá, Dante puede quedarse a cenar pizza con nosotros.

—El Señor Hamilton puede quedarse si quiere.

Dante sonríe y sé que con esos ojos azules mirándome por doble tengo la respuesta que espero. O por lo menos la que debo tener ahora.

Con eso tomó el teléfono fijo de la pared y marco el número de la pizzería.

Cuando parpadeo el recuerdo se ha desvanecido al igual que el Señor Hamilton.

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