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XVI.


Como ya dije antes, no es fácil para mí ceder en nada. O perder.

¿Por qué?

Porque siendo un Hamilton el perder no es una opción.

Pero tampoco desde ese día, no he querido nada más, no he deseado a ninguna mujer como ese día, no he mirado a otra mujer como a esa dulce chica.

Desde chico siempre tuve la teoría de que un hombre puede saber mucho de una chica/mujer por la manera en la que está se viste.

Mujeres con falda y zapatos de tacón en pleno día andando por las calles solo pueden significar una cosa. Compromiso inminente. Si quieres a una mujer seria y desesperada. Quédate con una de esas.

Luego están las chicas que visten más relajadas, con chaquetas de mezclilla y ropa suelta, blusas con escotes en v que dejan ver solo un poco de lo que podrás obtener si les invitas la copa adecuada, pero si te equivocas, las perderás ya jamás las recuperaras, si no buscas solo problemas corre, ellas solo son eso.

Mujeres con la palabra dinero escrita en cada una de sus prendas, que huelen a Channel no. 5, con tacones de diario, esos que les permitan caminar, ejercicio, correr y hasta hacer en el amor en ellos, son de temer, pero solo cuando no tienen lo que quieren cuando lo quieren.

Mujeres con vestidos obscenos y costosos, donde lo único que puedes ver de ellas son sus piernas kilométricas, su perfume costoso, su labial carmín esparcido por toda su boca y su cabello rubio de miles de dólares que les acompaña a donde sea que vayan el viernes por la noche, y el sábado y todos los días de la semana si ellas quieren, ten cuidado ellas te dejaran limpio y si no tienes dinero ni siquiera te voltearan a ver.

Y luego están las mujeres fuertes, calientes por su independencia, esas que sudan confianza y las cuales no se impresionan con nada.

Y a esas mi amigo, si las tienes no las dejes ir.

Y si no las tienes, es por algo.

Porque ellas no se casan, ellas solo dominan el mundo a merced de sus caderas, su cerebro y de sus palabras.

Mujeres como Susana Ávila.

Mujeres como ella, jamás me voltearían a ver, es más las he visto reírse de mí en mi cara y eso es lo que debo reconocer más me pone de ellas.

No quería ir a ese tonto evento de la familia de Marcial, pero mi amigo y Camila terminaron por convencerme de que ya los había dejado esperando demasiadas veces, pero yo no quería ir más que nada porque yo quería ir de cacería está noche.

Estaba de lo más cansado y estresado tratando de hacer lo correcto para la familia Hamilton.

Y necesitaba descargarme, de preferencia con compañía femenina, si saben a lo que me refiero.

Me imaginaba en un bar a las tantas de la noche, cazando desde la zona privilegiada, con un buen trago en la mano, mientras las mujeres bailaban para distraerme con música estrepitosa y ridícula que nunca en mi vida hubiera querido escuchar en el día.

Y que nunca querría recordar.

Como a esas mujeres.

Ellas no eran nada para mí, solo presas que debía de conseguir para colgar después en mi museo de la fama, solo un objeto para presumir después, para alardear de una conquista más del Gran Dante Hamilton.

Pero en su lugar me encontré yendo hacia la casa de mi amigo. Después de todo se lo debía. Y si lograba salir de eso, aun podía estar temprano en algún bar de la ciudad haciendo la segunda cosa que más me gustaba.

Aún más que los negocios.

Bajé de mi auto, toqué la puerta y me indicaron el camino hacia la piscina no sin antes preguntarme si deseaba tomar.

—¿Qué es lo que tiene?

—Para los caballeros, Whiskey, vodka y cerveza de barril —hice una mueca al escuchar lo último, esperaba que al menos mi amigo hubiese tenido gusto para que esa cerveza fuera de categoría.

Pero quien sabe.

Hasta donde tengo entendido era una reunión familiar así que no sabía con qué tipo de personas me iba a encontrar. Conocía a la familia de Marcial y a la de Camila desde niños por eso no me preocupaba, pero no conocía a todos los amigos de los que Marcial me dijo su prometida había invitado.

Quizás eso fue lo que más me atrajo de aquí.

El no saber y el que no me conozcan.

Quizás así podría lograr tener algo más...

Pie tras pie entre en la zona del jardín, atrayendo como siempre primero las miradas de las señoritas, estaba acostumbrado a ellas y cada que podía hacía de todo para que pudieran mirarme todo lo que ellas quisieran.

Y luego, ahí estaba ella.

Por unos segundos vi antes mis ojos lo que siempre quise. A ella.

Entonces parpadeé y ella ya no estaba.

Estaba en shock. ¿Qué acaban de ver mis ojos?

En su lugar me encontré a una señorita Ávila de vestido y a Camila charlando animadamente, hasta que me vieron y casi de manera inmediata parecían estar escondiendo algo con sus cuerpos, o alguien.

—Buenas tardes, espero no haber llegado demasiado tarde. —Dije ante ellas. No quería inmiscuirme en sus asuntos, pero me picaba la curiosidad al saber que estaban ocultando.

—Para nada, Dante —dijo Camila al lado de la señorita Ávila quien no se movía de su lugar y no dejaba de ocultar algo.

Y entonces, una pequeña niña de unos cinco años salió a ver qué pasaba de detrás de la falda de la Señorita Ávila.

Así que esto es lo que han estado ocultándome.

Frente a mí al menos una media docena de niños corrían sin parar por todos los bordes de la piscina.

Ya veo que clase de reunión familiar era.

—Traje esto, sé que es el favorito de los dos —dije ofreciéndole la botella de vino a Camila para que esta la tomará.

Cuando decidí traer como regalo a mis amigos una botella de quinientos dólares de licor no me imaginaba que no iban a poder tomársela, todo porque no era el tipo de reunión donde los adultos podían tomar de manera más libre.

Pero ya la había traído y no pensaba regresarla a casa para terminar bebiéndola yo mismo porque en lo personal y es que no era una botella de lo mejor o a lo que yo estaba acostumbrado, no era para nada mi favorita.

Camila la tomó y no dijo nada, ahí caí en cuenta de que había una persona más en la escena a la que ni siquiera había volteado a ver desde que entré.

—Señorita Ávila. —Dije tratando de rectificar mi error.

—Señor Hamilton. —Respondió ella lo más rápido.

Luego más silencio.

Sé que a las personas normalmente esto les molesta, pero para mí eso era todo lo que me quedaba por decir, silencio.

Una pequeña risilla proveniente de la falda de la Señorita Ávila y unos ojos azules como el mar se asomaron solo para verme.

Cuando tuvieron lo que querían, se esfumaron como el agua cuando entra en contacto el calor. Cual vapor.

—Gracias, la guardaré solo para nosotros, puedes pasar y sentirte como en casa.

Y después ambas chicas con la pequeña de ojos azules tan familiares como la luna y el sol desaparecieron dentro de la casa.


***


Una de las cosas que más me paraliza, es tener la atención de personas que no sabía que buscaba. El público femenino nunca ha sido incómodo para mí, las mujeres me aman, a donde quiera que vaya ellas buscan captar mi atención y contar con mi compañía.

Esto hablando del público normal de mujeres que es con el que estoy acostumbrado a tratar.

Pero que haces cuando otro tipo demográfico de mujeres maduras solicita tu presencia y no te da espacio ni siquiera para respirar.

No hay escape, ni persona que pueda ayudarte.

O mejor dicho que quiera hacerlo.

Estoy rezándoles a todos los santos que conozco gracias a mi abuela ahora mismo para que alguien me saqué de mi miseria. Antes de que estas señoras se pasen del espacio que les he impuesto para respetar mi aire y espacio personal, no obstante sé que al final en cualquier momento lo mandarán al demonio y me tomarán, de eso estoy seguro.

Nunca antes he tenido este problema, las mujeres me ven a donde sea que vaya pero nunca así, nunca de esta manera.

¡Ayuda!

Las mujeres se estaban acercando más y más, mi respiración se estaba volviendo un caos, loca de arriba a abajo, amenazando con levarme hasta la locura y la oscuridad cuando un ángel vino en mi rescate.

Siento su mano llegar por detrás de mi espalda, recorrerla poco a poco hasta que ella pudiera llamarme suyo.

—Cariño ¿dónde has estado? Te dejé solo unos segundos para ir por una bebida y ya casi estás cambiándome por otra —dijo la chica guiñándoles el ojo a las señoras que mantenían cautivo sin darme oportunidad de nada.

Mi asistente sujeto aún más su agarre, tanto que me atrajo tan cerca, tan cerca que pude apreciar de verdad su cabello. Era hermoso eso jamás lo podría negar pero tampoco decir en voz alta a nadie que conociera. Su preciosa melena castaña bailaba alegremente al ritmo de la música y el poco viento que solo un día como esté podía ofrecerle al mundo.

Estábamos en pleno Julio, por lo que días como estos, en los que el viento era más una pequeña brisa de aliento estaban solo para recordarnos que en cuanto quisiera podría dejarse venir el frío.

Pude aspirar su aroma, y era como si todas las flores tropicales del mundo vivieran dentro de su piel y de su ropa.

¿Cómo era capaz una mujer como ella de oler de esa manera tan refrescante e intoxicante al mismo tiempo?

—¿Perdón? —Dije sin moverme.

Traté de no parecer sorprendido, aunque lo estaba.

Traté de recomponerme, de no ver detrás de su delgada camiseta estilo playera que solo hacía más resaltar las curvas de mujer latina que Susana tenía bien afianzadas a los lados de su cuerpo.

Pero era algo que sencillamente no se podía.

Se podía ver casi todo aún a pesar de llevar esa delgada camiseta.

Todo.

—¿Me has conseguido lo que te pedí para nuestra hija? —Siguió preguntando la chica. Sonrió mientras esperaba por mi respuesta.

Y luego la mujer movió su cabeza un poco para indicarme de quien estaba hablando. Las mujeres la siguieron como si en su mirada estuviera la receta de la eterna juventud.

Les dije que las mujeres como Susana Ávila eran de temer, tenían el poder en la palma de su mano pero jamás lo utilizaban. ¿Por qué? Nunca lo sabré.

—Señoras no quiero ser groseras, pero nos necesitan en otra parte. —Con ello mi asistente me sacó de esa penosa situación. Por fin.

Pero una vez lejos ella regresó a su postura de siempre, ella era la asistente y yo el jefe. No importa lo que esas señoras pensarán.

Ella era inalcanzable para mí y para todo el que se le cruzará en el camino.

—Lo siento, pero parecía que necesitaba ayuda. —Dijo la mujer acomodándose en su lugar.

—Sí, gracias —no sabía que hacer o que más decir, pero me pareció lo correcto de hacer. La miré de arriba a abajo, no demasiado rápido, no demasiado lento tampoco.

Quería tomarme el tiempo para apreciar la belleza de una mujer como ella, porque quizás nunca en mi vida tendría la oportunidad de hacerlo de tan cerca.

De nuevo.

Y al llegar a la parte de arriba casi me atragante con mi propia saliva, tuve que aclararme un poco la garganta cuando vi que sus pechos se notaban un poco por encima de la blusa de color negra que la mujer llevaba.

Casi se me va el aliento en ello.

Cuando levanté la mirada, la mujer estaba esperándome. Sonriendo. Cuando yo no dije nada, ella se decidió a hablar.

—Por nada, ahora si me disculpa debo buscar algo de beber.

Pero yo aún no quería que se fuera, así que como el hombre adulto e inteligente que soy pregunté lo primero que se me vino a la mente.

—¿De quién es la niña? —Salió de mi boca.

Esperé por una respuesta y después de lo que me pareció toda una eternidad mi asistente respondió.

—Señor Hamilton, le presento a mi hija, Aurora.

—¿Ella es tu hija?

—Así es.

Llevé mi vista hasta donde una niña de aproximadamente cinco años estaba jugando con Camila de la manera más relajada y divertida que nunca había visto.

Mi niñez es una de las pocas cosas que nunca volveré a repetir, esos recuerdos en los que mi abuela juraba yo sería el único de la familia Hamilton en devolverme el honor habían quedado enterrados en lo más profundo de mi memoria.

Gracias a Dios la abuela no había visto el intento de hombre en el que me había convertido ahora o la atrocidad que había hecho para llegar hasta donde estaba, sino no me lo perdonaría.

Y lo sabía porque ni yo mismo me lo perdonaba.

Ella era la única que me entendía, era la única que me quería por lo que una vez hubo dentro de mí y cuando ella se fue, eso se fue con ella.

Ella era una rubia preciosa de ojos azules tan claros como el mar, como los míos y como pienso a veces que hubiera sido un hijo mío o una hija, sin tan solo hubiese tenido la oportunidad de tenerla.

Si tan solo no hubiera sido un cobarde.

El cabello de la niña caía en su pequeño rostro mientras Camila le arrojaba un poco de agua a la cara, mientras se divertía, reía y jugaba como lo haría un niño normal de su edad.

Como lo haría uno mío.

No, a quién engaño. Si hubiera sido mío, jamás habría reído.

Porque en una familia como la mía, la diversión, la risa y el amor no existían.

Estaba tan absorto en mis propios pensamientos que apenas noté cuando la hermosa chica de peligrosas curvas entró en mi campo de visión. Pero cuando lo hice fue lo único a lo que pude prestarle atención.

Peligrosas curvas, se quedaba corto para lo que ella tenía en realidad a los lados de su cuerpo.

Se me acabo la saliva dentro de mi boca al verla, manos y pies quisieron correr y posarse en ellas. La observé está vez con aún más cuidado que antes y no lo pude evitar, y mientras dentro de mi pantalón una batalla campal se libraba en mi cabeza se imprimían cientos de imágenes con la preciosa y perfecta figura de la Señorita Ávila que me reservaría para después.

Cuando estuviera en la comodidad de mi casa.

Giré un poco mi cabeza y aunque los otros caballeros en la reunión venían acompañados, al igual que yo no pudieron evitar verla cuando ella aparecía en el lugar.

Porque no podías, esperaba que no tuvieran problemas con sus mujeres después por disfrutar de semejante espectáculo hecho por una diosa como Susana Ávila. Pero aún si fuera ese el caso, aunque no lo es de mi parte, gustoso estaría de acabar en las garras de un tigre si puedo pasar unos minutos más viéndola.

Que daría yo por ser el dueño de esas curvas, de tocar aunque solo en sueños lo que pocos han tocado, de llevarla a la cama y hacerle gritar una y otra vez mi nombre mientras llegamos juntos hasta el cielo.

Que daría yo porque una mujer como ella me dejará proclamarla mía.

Solo mía.

No, una mujer como ella no.

Solo Susana Ávila.

—¿Señor?

Alguien gritaba en algún lugar lejano, los labios de la preciosa figura ante mí se movían pero no salía nada de ellos.

—¿Señor?

Dios, eres tú el que me llama al reino de los cielos para darme una recompensa que de ninguna manera merezco pero que si no se me da tarde o temprano he de robarla.

O acaso es el mismo diablo el que me tienta.

Pensar en eso, hizo que regresará a la tierra, a la realidad.

Esto es tentación. No puedo estar aquí.

No debo estar aquí.

—¿Señor? —Escuché de nuevo.

No dejaba de mirarle, de quererla, de desearla.

Mi pantalón parecía estallar ahora mismo.

—¿Se siente bien? —Pregunta mi asistente de nuevo.

—Yo debo estar en otra parte ahora.

Salí corriendo lo más rápido que pude después de eso.

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