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XV.


—¿No dijiste que él no vendría?

—No, yo dije que es posible que no viniera, nunca viene a ninguno de los eventos que organizamos, pensaban que le iba a pedir a Marcial que salieran ellos aparte para celebrar su cumpleaños, es lo que siempre hacen. Lo juro. —Dice ayudándome a meter a Aura en su casa, toma su brazo derecho, yo el izquierdo y la hacemos saltar la separación del piso de adentro con el de afuera.

La niña ríe, no sabe qué pasa.

Camila no sabe qué pasa.

Yo no sé qué pasa.

Nadie sabe qué demonios pasa aquí.


***


Cuando regresamos a la reunión ya había al menos una docena de personas en la gran piscina, incluidos niños y algunos adultos, para mí buena suerte esta tenía una pequeña piscina que se comunicaba con las otras y que era más que nada para que los niños pudiesen jugar dentro de ella sin correr ningún riesgo mortal.

O al menos eso es lo que me dijo Camila que era la razón porque Marcial la había puesto.

Para los niños.

Pero Camila sabía en el fondo, que esa piscina estaba más que destinada que a los niños de los otros integrantes de su familia, más que para los suyos.

Claro que Camila quería hijos, pero no ahora.

Y se lo había dejado bien en claro a su prometido, a lo que él le había respondido que se haría a su tiempo, cuando ella estuviera lista, así fuera ahora o dentro de cinco años, solo le pedía que no esperará demasiado tiempo porque el reloj biológico de ella iba más rápido que el de él.

Ella estaba tan confiada en su prometido como en ella misma, aun así Marcial puso la piscina de esa manera.

Ella lo tomó como un cumplido, no como una manera de apresurarse en cumplir los deseos de su futuro esposo.

—Camila ¿cuándo es la boda? —Dije sin más.

No me explicaba cómo es que teniendo toda una vida ya juntos, una casa y conviviendo con sus amigos y familia como si fueran una pareja casada no lo estaban.

—¿La de Marcial y mía?

—Sí, ¿cuál otra?

La chica me observó y en ella vi una cosa nada más, dudas.

No creo que dudará del amor que le tenía a su novio, pero sí de si esa decisión era la correcta.

Siempre he admirado a las mujeres que no dejan que lo que quieren les quite otras cosas, que si no quieren ser madres o si prefieren quedarse en casa criando a sus hijos lo defienden a capa y espada sin dejar que nadie se los critique o quite.

Y por suerte Camila era una de ellas.

—Si te soy sincera aun no lo decidimos.

—Puedo preguntar ¿por qué?

No iba suponer nada hasta que ella no me contestará, no iba a decir, porque creo que hacen una magnifica pareja, porque creo que haría unos bebés hermosos, porque creo que se aman más allá de lo que nunca he visto a ninguna pareja hacerlo antes, se respetan y bla, bla y bla.

Porque nadie tiene derecho a decidir en una relación más que los involucrados en la misma.

Una pareja es de dos, nada más que eso.

Mi amiga se acercó a la ventana de la habitación donde estaba cambiando a Aura y suspiro.

Un gran y largo suspiro.

—Porque tengo miedo. —No dije nada, no sabía que decir, así que en su lugar me esperé a que ella quisiera explicarse o terminar el tema. Después de dos minutos largos ella se obligó a si misma a hablar— Yo amo a Marcial, pero tengo miedo de que esto sea todo.

—Explícate.

—Tú has visto a esa gente, no toda ha sido invitada por nosotros. Nosotros queríamos que fuera una reunión de lo más íntima, con nuestros amigos nada más. Pero en cuanto la madre de Marcial supo el evento no me dejó hacerlo como quería, yo solo quería que él estuviera feliz y cómodo. Pero su madre y mi madre no nos dejaron, me obligaron a comprar todo esto y adornarlo y tratar con todos los miembros de su familia, incluso con los que no me agradan tanto.

—Sí, lo he visto.

—¿Ves? Esas personas lo complican todo entre nosotros, mi madre desde que comenzamos a salir no ha dejado de darme órdenes y sugerencias de cómo debo manejar mi vida y por su parte Marcial tiene lo mismo de su madre.

—Lo controlan.

—Así es. Me asfixian, no me dejan decidir, tengo miedo de que esto sea todo lo que me voy a convertir en la vida, una madre de los suburbios. Mi madre ya me ha dicho que cuando una mujer se casa ya no tiene oportunidad de trabajar, que debe de renunciar a todo para ser la que llevé la casa y crie a los hijos. ¡Cómo si viviéramos en el siglo pasado!

—¿Y por qué no se van de aquí?

Se acerca más a la ventana y pone un dedo en ella de manera dura y crítica.

—Por él.

Me acerco con ella a la ventana y veo lo que ella ve.

Fuera Dante Hamilton, estaba siendo servido por una de las señoras que Camila mencionó antes que no le caía nada bien.

Así que era por él.

Por Dante Hamilton.

Parece que nosotras no éramos las únicas víctimas de la Dinastía Hamilton.


***


No quise decir nada más sobre el hecho que Camila había admitido frente a mí, era su problema. Además haberla apoyado abiertamente, con palabras habría significado admitir lo que aún no estaba lista para decir en voz alta.

Así que solo lo dejé pasar.

Camila se puso su bañador, acompañado de un pareo de malla solo para cubrirse un poco, yo me puse el mío con un vestido de lo más holgado, fácil de quitar, fueron las palabras que Camila había usado cuando lo compré en el almacén de ropa en días anteriores.

Y Aura su traje de baño de Mulán.

Gracias a Dios mi hija era de las niñas que no estaban obsesionadas con ejemplos malos de princesas.

Como su madre.

A menudo le hablaba a Aura sobre su madre biológica, no le decía todo, pero trataba de mantener vivo el recuerdo, no quería que ni ella ni nadie la olvidaran. No importa cuánto tiempo hubiese pasado.

Para mí, y mientras yo siguiera viva, Ness iba a vivir para siempre, en mi corazón, en los tiernos ojos que Aura hacia antes de quedarse dormida después de ver una película en el sofá, en la comida que secretamente se comía a mis espaldas, en su pequeña sonrisa y en cómo me llamaba mamá a pesar de no serlo.

No dejaría que ella, ni su recuerdo fueran nunca enterrados.

Y a veces era solo por ella, que me encontraba haciendo cosas que no me gustaba hacer, como ver la película de Enredados diez mil veces solo porque mi hija de cinco años quería verla.

O comprar todo de princesas, aunque debía de ser solo en color magenta.

¿Saben lo difícil que es encontrar cosas de ese color en las tiendas?

No respondas sino tienes hijos.

Es casi imposible, tuve que aprender a coser, cuando yo nunca en mi vida había cocido ni siquiera un botón para hacerle disfraces de día de brujas y para los festivales de la escuela.

Tuve que comer mejor, gastar en más verduras y frutas.

Y no es que antes no llevara una vida saludable, solo que claro cuando una es madre debe preocuparse aún más por las cosas que sus hijos se llevan a la boca.

Y créanme que en un principio no fue nada fácil hacer que Aura se comiera todos sus alimentos saludables, en realidad fue toda una odisea, pero tenía que hacerlo.

Hay numerosos estudios que dicen que si no se le enseña a un niño a comer verduras desde los primeros años de vida, será más difícil hacerlo después.

¿Cómo demonios sé eso?

Eso es porque soy mamá.

Y aunque antes hasta llegué a llorar en mis ratos de soledad porque mi hija lloraba porque no le gustaban dichos alimentos, fue con la ayuda de otros padres del vecindario y los médicos que lo logramos.

Recuerdo mis primeras veces en el pediatra como si fuera ayer.

Al primero que tuvimos casi lo volví loco con tantas preguntas y llamadas en la madrugada, tuve que meterme en el gran mercado de los pediatras, desde los más económicos hasta los más o menos costosos, porque eso es lo único que podía pagar, y no fue hasta la tercera especialista que pude encontrar a la indicada.

Porque encontrar a un buen pediatra, que no sea demasiado arrogante, tolerante y paciente es como encontrar el sostén perfecto o al hombre perfecto, prácticamente imposible.

Y dije casi, porque por suerte no lo fue para nosotras.

Sino me hubieran estado ahora visitando en el manicomio.

Ser padre es un sacrificio, si, y es uno que no cualquier persona está dispuesta a aceptar en su vida, sobre todo cuando es el hijo de otra persona al que estás criando.

Nos acercamos a la orilla de la piscina, pero no nos movimos, solo toque el agua con el pie derecho, quería saber su temperatura antes de entrar en ella.

—No te preocupes, tiene un termómetro interno para que el agua no está demasiado fría —dijo Camila quitándose el fino pareo de color verde esmeralda y poniéndolo en un perchero junto a la orilla.

Que cosas tiene la gente rica en sus casas, fue lo único que pude pensar.

—Aun así debo de asegurarme. —Dije sacando el pie de ahí y ayudando a mi hija a meterse de manera delicada y lenta en la piscina.

—¿Esto es ser padre? —Me dice Camila ayudándome a meter a Aura a la pequeña sección de la piscina.

Lejos de parecer una piscina, a mí me parece una jacuzzi. Pero no digo nada, porque sirve para mantener contenta a mi hija y para refrescarnos por el horrible calor que hace el día de hoy.

—No, esto no es nada, no te hagas falsas ilusiones amiga —vi como los ojos de Camila se ilusionaron ante esas palabras. Por suerte, ella había entendido lo que quería decirle.

Ser padre no es fácil.

No es un reto, no es una tarea, no es algo que muchas veces puedes elegir, aunque hoy en día cada quien maneja sus tiempos e intereses para que sean coordinados con su vida, todo para que su paternidad o maternidad pueda ser cuando ellos quieran y no cuando deban.

Y estaba a favor de todos esos pensamientos, solo que yo no había tenido mucha elección cuando Aura llegó a mi vida, por ello daba el mejor consejo que podía dar a todos los que pensaban en ser padres pronto.

—Un hijo es como tener a tu corazón por fuera, pero no te equivoques. Debes verle correr, volar, caerse, intentarlo de nuevo y aunque cuando son niños puedes acompañarlos, cuando crecen a veces no te dejan y aunque creas que no están listos, no es nuestro trabajo hacérselos saber. Solo podemos acompañarlos en una parte del camino y mantenernos a un lado de el para cuando nos necesiten y al final dejarlo ir para que continúen con el ciclo de la vida que ellos crean que es mejor para ellos.

—Suenas como toda una poetisa amiga.

—Gracias.

Me giré para mirar a Aura, estaba sentada a pocos centímetros de mí, esperando a que Camila le arrojara agua con una pequeña pistola de agua que ella misma le había dado cuando sentí la mirada de alguien familiar. Detrás de mí.

Esa mirada fría y desesperante.

Que necesitaba más que a nada en estos momentos, tenía que enfocarlo en obtener lo único que él más quería y que nunca le dejaría tener.

No necesite saber de quien se trataba.

—Voy a ir por un poco de limonada, ¿la cuidas por mí? —Mi amiga asintió, miré a mi hija— ¿Te quedas con Camila, Aura?

Acto seguido caminé hasta donde estaba Dante Hamilton.


***


Este es un mundo de hombres, me quedo claro desde que nací en una familia como la Hamilton.

Estándares altos es un término que se quedaría bajo, muy bajo para alcanzar a darle un significado acertado a esta familia.

El tatarabuelo Hamilton fue un hombre pobre pero jamás se dio por vencido, no dejó mucho en este mundo una vez que se fue de él.

Solo una esposa abnegada y cinco de siete hijos que le sobre vieron a los peores tiempos de hambruna, enfermedades y crisis económicas que venían una a una de todas partes.

Por eso sus hijos una vez que fueron lo suficiente mayores como para pensar por sí mismos, usaron todo lo que su padre les había dejado para hacerse ricos. Mi abuelo solía contar cuando éramos más pequeños historias de cómo le tocó vender licuadoras, estufas, máquinas de escribir de puerta en puerta y hamburguesas desde la cocina más grasienta de Misisipi.

Como conoció todo tipo de lugares, personas y sobre todo chicas. Desde la primera hasta la última y hasta que encontró a la definitivita y la única.

Mi abuela no era como ninguna mujer que he visto nunca, murió cuando yo tenía apenas unos ocho años por lo que no la conocí a profundidad. Pero aun así me dejó una valiosa lección "Para la persona incorrecta, suficiente nunca será suficiente".

Yo pensaba que esto aplicaba solo a parejas del tipo romántico, no que también podría aplicar a los amigos o mucho menos a la familia.

Hasta que mi legado me pasó factura. Hasta que supe era realmente ser un Hamilton.

Nunca quise nada que no creyera que mereciera. Pero tampoco nunca quise más. Estaba estancado hasta que la conocí a ella.

Toda bondad hasta el último cabello de su cabeza.

Ella era la esperanza, ella era las posibilidades, la esperanza y el futuro.

Pero no eran para mí y ahora cada que cierro los ojos ella esa ahí, rogándome que no le haga lo que le hice. Que no la abandone, que no las abandone, que me quedara con ella.

No la amaba, pero quizás pude hacerlo. Quizás pude haberlo intentado, más.

Quise hacerlo, pero no pude, pensé que mi voluntad era más fuerte, pensé que nada podría quebrarme hasta que firme el cheque, porque ese día estaba firmando más, estaba firmando mi sentencia de muerte, mi alma por siempre condenada a las infames llamas del infierno.

Por fin.

Tenía lo que me merecía por ser un Hamilton.


***


De lejos, por el rabillo de mi ojo vi como al menos una docena de señoras estaban demandando demasiado la atención de mi jefe y por muy gracioso y merecido que haya sido verle en el penoso momento con las señoras tenía que rescatarlo.

Me acerqué cuidadosamente sin ser vista y ataje por su espalda.

Puse mi mano en ella y luego hablé.

—Cariño ¿dónde has estado? Te dejé solo unos segundos para ir por una bebida y ya casi estás cambiándome por otra —dije guiñándoles el ojo a las señoras que a ojos de mi jefe parecían ser pirañas y no simples mujeres que nunca en su vida habían visto un espécimen del calibre de Dante Hamilton.

—¿Perdón? —Dijo él sin moverse del lugar.

—¿Me has conseguido lo que te pedí para nuestra hija? —Le dije señalando a la piscina, dentro de ella Camila jugaba de manera animada con Aura.

Dante Hamilton miró hacia dónde yo le indiqué y casi, casi vi una sonrisa, un destello de felicidad pasar ante sus ojos azules e impacientes.

Las mujeres le siguieron con la mirada como si él fuera un gran bombón de chocolate.

Deliciosamente irresistible.

—Señoras no quiero ser groseras, pero nos necesitan en otra parte. —Con ello arrastré a Dante Hamilton de ahí, porque parecía estar tan confundido que había olvidado como respirar.

Una vez lejos me tocó acomodar todo en su lugar.

—Lo siento, pero parecía que necesitaba ayuda.

—Sí, gracias —dijo relajándose un poco, me miró de arriba abajo. Asintió y luego regreso sus ojos a los míos.

Tosió un poco para aclararse la garganta y siguió hablando.

Le había afectado. ¡Bingo!

—Por nada, ahora si me disculpa debo buscar algo de beber.

Di un paso lejos de él pero no me dejó irme.

—¿Quién es la niña? —Preguntó sin quitarle la vista a la piscina. Y aunque realmente pensé que yo no escuché el "quién" sino un "de quién". Yo creo que más bien quiso preguntar ¿de quién es la niña? Después de unos segundos de observarle, lo confirmé.

Aunque al principio las palabras le salieron en forma de balbuceo.

—Señor Hamilton, le presento a mi hija, Aurora.

—¿Ella es tu hija?

—Así es.

—¿Está bien? —No le quitaba la mirada a Aura. Para nada, es más parecía que intentaba registrar dentro de su mente cada uno de sus movimientos, para un día quizás reclamarla como suya.

Eso me molesto.

No.

Ella es solo mía.

Mía.

Tuve que recomponerme rápidamente, porque si no lo hacía descubrirá la verdad antes de que yo pudiera usarla en mi favor en el momento correcto.

Y eso no iba a ser aquí y ahora.

Y también tenía que distraerlo a él.

¿Cómo se distrae a un hombre?

Con carne.

Porque al final de todo, Dante Hamilton era solo un hombre. Y uno con debilidades. Y necesidades.

—¿Señor? —No me miraba. Así que use toda la artillería pesada, deslice un poco la camiseta que llevaba por mis hombros y me la saque en un solo movimiento sin que esta se atorara en mi cabello suelto y luego me puse delante de él para captar su atención.

Y cayó.

Me miró.

Completamente esta vez, de la cabeza a los pies.

—¿Sí?

Llevaba un traje de baño de una sola pieza. Rojo. Para causar aún más provocación en él. Solo en él, porque yo sabía que iba a venir. Aun si él no lo sabía. Y si no, estaba esperando y rezándole a todos los santos que conocía por ello.

Pero el llevar un traje de una sola pieza no significaba que no pudiera verme sexy, caliente o glamurosa.

Con dos aberturas de ambos laos que solo hacían más que entornar mis caderas que ya de por si sobresalían a donde sea que caminará con ellas, encontrándose hasta el final en un cruce que si otra mujer se lo hubiera puesto habría hecho que pareciera demasiado.

Y que en el escote en v, no demasiado abierto daba una oportunidad a la imaginación.

Solo a la imaginación.

Con la espalda descubierta y anudándose fácilmente en la espalda alta y baja.

Sin estampado alguno para no caer de nuevo en lo vulgar.

—¿Señor? —Repetí de nuevo.

Ahora a quien no le quitaban la mirada era a mí.

—¿Se siente bien?

—Yo debo estar en otra parte ahora.

Y dicho eso se fue por las puertas en que había venido.

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