XL.
Estamos por irnos de esta gala por fin cuando soy arrastrada una vez más por el incontrolable impulso de revisar mi maquillaje para no verme demasiado desarreglada y está vez me atrevo a decir que no lo hago para quedar bien con los padres de Dante.
Porque como Camila ya lo ha dicho y como yo misma he podido comprobarlo no les he caído tan mal como yo pensaba.
¿Cómo lo sé?
Porque me ha tocado toparme en conversaciones y bailes con ellos y hasta he bailado con el padre de Dante, claro que no dijo mucho y solo se limito a guiarme a lo largo de un baile lento.
Y eso fue porque su madre quería bailar con su hijo mayor y yo no sería de ninguna manera quién le impidiera hacerlo. Estaba por irme de la pista cuando la mano del Sr. Hamilton padre me atrajo hasta él para iniciar el baile.
Ante ese gesto no pude negarme, con la mirada busqué a Dante por su aprobación cuando le encontré solo asintió hacia mí, acto seguido regreso su atención a su madre quién le estaba tratando de hacer conversación a como diera lugar y para ello requería de toda la atención de su hijo.
Y es por ese gesto de su cabeza y solo por ese gesto que acepté bailar con su padre.
—Se la está pasando bien, Señorita Ávila.
—Así es Sr. Hamilton.
—Por favor llámame Joseph.
—Gracias, y sí, como le decía Joseph me la estoy pasando de maravilla.
Y eso fue todo el contacto que el hombre intento establecer conmigo, y a esa altura me estaba devanando la cabeza tratando de averiguar si el hombre había dicho eso solo por ser cortés y hacer plática y el momento más ameno o porque no sabía cómo preguntar lo que todos queríamos saber.
¿Quién era yo y de dónde es que Dante me había sacado?
Claro, que yo sabía que en cuanto sus padres supieran mi proceder pondrían el grito en el cielo y todo lo que antes me había hecho y tratado bien quedaría en el pasado enterrado bajo tres capas de tierra. Tres metros para ser exactos, que era el método que siempre usaban los Hamilton.
Aun así no pude evitar preguntarme como sería el verdadero ser dentro del cuerpo del Sr, Hamilton padre, quizás cuando era joven, cuando aún no le era robado su verdadero ser y su esencia por la sociedad.
¿Habría sido pintor si pudiera?
¿Habría caído por otra mujer que no hubiera sido su esposa?
¿Sería audaz y valiente?
Habría tenido sueños y esperanzas o siempre habría sido el cascaron vacío y soso que tenía frente a mí ahora.
Esperaba que no, porque yo no me creía que nadie en esta familia antes de Dante haya querido algo, aunque desde el inicio de los tiempos supieran que no lo iban a tener.
No, uno no puede ser vaciado de la inocencia, la pureza y el amor con el que nacemos desde bebés.
Por unos segundos me imaginé como sería entrar en esta familia en serio, ser una más de los modelitos que desfilaban en estas galas como las esposas de los hijos Hamilton.
La imagen no me gusto así que la deseché.
El baile terminó y Dante regresó a mi lado para llevarme al tocador sin rechistar.
No me tardé ni diez minutos, use el servicio, me acomodé el vestido y los zapatos y luego el labial, salí a la puerta y aunque pensaba que mi valiente caballero de blanca y pulcra armadura era el único que me podía esperar pacientemente en la puerta, me equivocaba.
—Hola.
—Samuel ¿qué haces aquí? —me hice hacia atrás un poco para poner distancia entre los dos. No sé porque, solo lo hice como instinto.
Quizás porque si Dante me viera pensaría...
¿Por qué me importa lo que él piense?
Quizás es porque eres suya como él es tuyo ya. Dice mi mente traicionándome de nuevo de manera miserable y estrepitosa.
Consiguiendo que yo sola me acorrale contra las paredes detrás de mí que separan el baño de la vista del salón principal y del baile desde donde debía de estar un muy impaciente Dante ya que le había prometido que cuando fuéramos a casa la fiesta continuaría.
Claro, bajo otros términos y condiciones que está y con menos prendas que las que llevábamos aquí.
—No, ¿tú qué haces aquí? ¿Y con ese payaso de Hamilton?
—Lo que yo haga con mi vida privada y sentimental hace mucho que ya no es tu problema. Y no le digas de esa manera.
—¡Yo le llamó como se me pegue en gana! —Grita desesperándose— ¿Cómo has podido dejar lo nuestro por un maniquí como él?
—Ya te he dicho que no te incumbe lo que haga. —Dije de manera serena.
Vaya, hasta yo estaba sorprendida con cómo estaba manejando esta escena.
Normalmente me habría desecho en lágrimas al verle aquí y hubiera aceptado que le sigo amando mientras iba hacia sus labios, pero no lo he hecho.
¿Por qué no lo he hecho?
¿Acaso aún lo amo?
¿O ya no?
—¿Así que es por él que ya no quieres volver conmigo? ¿Qué te ofrece él que yo no te pueda dar? ¿Dinero, poder? ¿Es eso lo que quieres...? ¡Todos tenían razón en la ciudad, eres una zorra!
Juro que nunca había hecho esto, al menos no a Samuel. Porque de todos los hombres es él quien menos se lo merecía. No mi Samuel, no él.
No, él siempre había sido bueno y justo conmigo y era como un padre para Aura, por eso era su padrino pero debía de hacerlo. Debía de frenar lo que sea que estuviera pasando por su cabeza ahora mismo.
No podía tenerle odiándome, pero si debía de sacrificar esto también para que el plan saliera como debía, lo haría.
Aunque al hacerlo se me rompiera el corazón.
—¡Y tú un cabrón idiota! —Y le dejé ir un buen gancho a la mejilla.
Dante y Marcial llegaron justo a tiempo para verme darle un buen golpe a Samuel y aunque él quiso irse encima de mí, gracias a ellos no lo hizo.
Lo había logrado, le había quebrado por fin, de una vez y por todas.
Había quebrado a aquel que había sido el amor de mi vida por más de una década.
***
Gracias a Dios los padres de Dante no habían visto nada y hasta dónde yo sabía no se habían enterado de nada de lo sucedido. Y esperaba con toda la confianza y suerte que alguna vez ha habido en el mundo que eso se quedará de esa manera.
Al menos hasta que la bomba explotará como debía.
Después de aquella escena nos fuimos de la gala sin hacer muchas preguntas, Dante incluido, pero esto no era todo.
En cuanto llegamos a su departamento las preguntas comenzaron a llegar a mí como metrallas.
—Es él, ¿verdad? ¡Es ese cabrón que vi antes en tu casa! ¿Qué demonios quería Susana?
No le contesté, subí las escaleras de a dos ya sin zapatos. Me los había quitado antes de entrar en el piso.
Y no le contesté no porque no supiera que decirle, sino porque no quería hablar de ello. Hablar de ello dolía como si estuvieran metiendo puñales poco a poco en mis pulmones en lugar de aire.
Me apresuré a subir hasta la habitación que antes había usado para cambiarme cuando había estado aquí en un primer lugar, que también era la suya y cuando estuve dentro cerré la puerta. Le puse el seguro y luego entre lágrimas y dolor de pecho me quité las prendas que llevaba puestas, una a una.
Dante vino detrás de mí pero no alcanzo a entrar en su alcoba antes de que le cerrará la puerta en la cara.
El vestido bajo de una manera tan fácil que casi lo sentí como una señal divina que decía: Aquí esta esto, en esto ganas, no pierdas la fe, todo estará bien.
Excepto que no sabía que iba a pasar de ahora en adelante.
Estaba tan cansada de perder, de ceder ante Dante para ganar en está venganza que ya me parecía inútil y decepcionante con cada día que pasaba. Estaba tan muerta por dentro por lo que había tenido que hacerle a Samuel en la gala.
Él no lo dijo pero lo vi en sus ojos antes de que Dante y Marcial me lo quitaran de encima.
—Susana, abre la puerta —dijo Dante mientras golpeaba de manera histérica la puerta.
Dejé el vestido en la orilla de la cama, me puse la ropa que había traído para cambiarme cuando me fuera. Aunque estaba segura cuando la metí en mi mochila de viaje que me la pondría la mañana siguiente cuando él me llevará de regreso a mi casa.
No ahora, a las doce de la madrugada cuando lo único que se veía en la calle era soledad y tristeza por el día tan agotador y decepcionante que terminaba.
Me sequé las lágrimas con un pañuelo que saqué de la cómoda derecha de la cama del mismo Hamilton y abrí la puerta para irme.
—Susana ¿a dónde vas? —él no se mueve de la puerta, así que me dejó ir contra su cuerpo para moverle.
Cuando cede paso por debajo de su brazo.
Es bueno saber que en zapatos normales soy más baja y también en situaciones como estas donde debo caber en lugares más angostos.
Desde algún lugar de la casa la melodiosa voz de Billie Eilish canta Lovely, dándome aun más la razón escondida y disfrazada de entre sus prosas y líricas para irme.
—Me voy.
Camino hacía la puerta, un hombre del servicio está a los pies de la escalera cuando la bajo pero me ve y luego ve a Dante que lo despacha con un solo movimiento de su mano.
—¿A dónde?
—Déjame ir.
—No, no puedo hacerlo. Te amo, pensé que me amabas, entonces ¿por qué quieres irte?
Un nudo en la garganta se me formó encima del que ya tenía, no podía más, no podía respirar, las lágrimas me dominaban ahora.
Era más lágrimas que persona ya.
Caí al suelo, con mis cosas a un lado sin decir mucho.
Dante vino hacia mí rápidamente y con ello consiguió amortiguar la caída.
Abrí los ojos apenas para decirle lo que siempre he temido decirle en voz alta.
—No puedo seguir haciéndote esto, no a ti, te amo demasiado para cargar con mi pasado también sobre tus hombros.
Y caí en la misma oscuridad que me había estado persiguiendo antes.
***
Todos queremos ser amados y queridos a plenitud y sobre todo sin pesos en nuestros hombros que no nos dejen ser la mejor versión de nosotros mismos con el ser amado.
Sobre todo porque en los tiempos en los que vivimos lo que menos queremos es arriesgarnos, pero aun así buscamos irremediablemente caer enamorados.
Porque eso es el amor, caer.
El problema es que yo siempre he temido a las alturas.
Y por supuesto a caer.
Y sobre todo a caer enamorada.
Cuando abro los ojos estoy sola en la habitación de Dante, me han quitado la ropa que llevaba anteriormente y llevo una blusa más suelta, que es de Dante.
Me han dejado el sujetador y bragas, así como los calcetines y estoy cubierta con una fina manta.
No me muevo, primero dejó que mi cuerpo y mis ojos se acostumbren de a poco al lugar. Me toma unos segundos el acomodar todo lo que me ha ocurrido.
Nunca en mi vida me había comportado de esa manera, nunca le había golpeado a nadie en la cara y mucho menos a Samuel.
Ni tampoco había caído desmayada de manera tan dramática en el suelo.
Han sido demasiados nunca en estos pensamiento últimamente como para recordarlos todos, pero lo que si tengo claro es que ya no puedo seguir bateando para ambos equipos.
Es la hora de decidir con quién te debes quedar.
Uso mis antebrazos para apoyarme en la cama y con ello conseguir sentarme en ella.
A mis pies esta un Dante Hamilton dormido, sentado en una de las sillas que reconozco como de su estudio.
Me salgo de la cama lo más lento y callado que puedo y me acerco a verle. No quiero despertarle, pero si nos queda poco tiempo para decirle y demostrarle cuanto le amo, lo mejor será hacerlo lo más pronto posible.
Le acaricio la mejilla y él se mueve un poco.
Lo cual me hace pensar que quizás tenga que jugar un poco más sucio para hacerle despertar de manera definitiva.
Así que me siento a horcajadas en su regazo. El contacto le hace moverse un poco, estira las manos y sin mostrarme nada en su rostro pone una mano a cada lado de mis caderas.
Como siempre, así que tomó eso como una señal para dejar las cosas en claro.
—Claro que te amo, te amo tanto que no me deja respirar con calma la mayoría del tiempo que no te veo, te amo tanto que me da miedo lastimarte con mis errores —me acercó aún más a su cuerpo y con eso él abre los ojos de par en par— te amo tanto que ya no puedo vivir sin ti.
Sus preciosos ojos azules me devuelven a la vida con solo verme reflejada en ellos.
—Entonces ¿por qué querías irte?
—Porque el pasado puede pesar demasiado algunas veces, hasta para las personas que nada deben.
Lo veo carraspear un poco antes de hablar.
—Tú me conoces como nadie Susana, sabes mis miedos, sueños y anhelos. No hay nadie mejor que tú, nunca lo habrá y no me importa el pasado si a ti no te importa el mío, sé que me comporte como un idiota, no debí de haberte gritado mi amor.
—No, yo no debí de haberme querido ir, siempre olvido que contigo todo puede ser perdonado.
Bueno, casi todo.
Me besa en los labios fugazmente y cuando termina estoy sin aliento por su contacto.
—¿Cuánto tiempo estuve inconsciente en la cama?
—Solo unos pocos minutos, estaba contándolos porque he escuchado por ahí que depende del desmayo es la duración de la recuperación de la persona.
—Me sorprende que no hayas llamado a una ambulancia o un arsenal de médicos para que vinieran a verme y darme el visto bueno.
—Si estuve a nada de hacerlo pero algo me dice que no era nada grave, además si hubiese sido grave lo sabría, y sé que no te gusta que nadie te molesté o te toque sin tu consentimiento previo.
Recordé como antes le había hecho un show entero cuando él mismo me había apoyado tanto cuando Aura había ido a dar al hospital.
—¿Cómo?
—Nunca te lo he dicho pero siempre quise estudiar Medicina.
De nuevo, los nunca en nuestras conversaciones.
Parecía que últimamente todo se resumía a esa palabra. Nunca.
—No, ¿en serio?
—Sí, ¿te parece demasiado imposible de creer?
—No, yo creo que habrías sido un increíble médico —hago muecas ante su rostro y eso hace que el hombre se caiga un poco hacía atrás mientras ríe por mis palabras— ¿qué especialidad hubieras hecho?
—Estaba entre Pediatría y Cardiología.
—Pues nada más de verte con Aura puedo confirmar que hubieras sido un excelente Pediatra, mi amor.
—¿Segura que estás bien? —me pregunta serio.
—Sí, lo prometo, no se ha que ha venido eso del desmayo, quizás fueron demasiadas emociones juntas por una noche —le beso de nuevo, eso envía toda una descarga de sensaciones a mi cuerpo entero— o quizás sea que no hemos cenado mucho en la gala.
—¿Tienes hambre? Puedo pedir que se nos preparé algo.
Nooooo.
Le levantó una de sus manos de mis caderas para fijarme en el reloj de color plata que lleva en la muñeca derecha.
—¿A esta hora? No crees que sea cómo absurdamente tarde para eso.
—Sé que no te gusta que lo diga pero esas personas del servicio están ahí para atendernos, y eso incluye un servicio por todo el día.
Arrugué un poco la nariz ante su respuesta.
—No vamos a levantar a media casa solo porque tenemos antojo de burritos para cenar ¿o sí?
Mi comentario le hace reír de nuevo.
—Entonces ¿qué propones que hagamos?
—Podemos salir si tienes ganas, conozco lugares increíbles que abren las veinticuatro horas del día.
—¿A comer a la calle? —Estira las cejas y amplia los ojos al decir esa última palabra.
—Ah sí, se me olvidaba que tú eres Dante pretencioso y soberbio Jonathan Hamilton.
—Solo tú Susana Ávila eres capaz de usar mi nombre de esa manera sin que me molesté en lo absoluto —y se ríe.
Sonrió al escucharle decir eso.
Me bajo cuidadosamente de su regazo y comienzo a buscar por todas partes mi ropa, pero no están donde se suponía, ni dentro de mi mochila, ni cerca de la cama.
Le miró confundido, él ya se ha puesto de pie y está esperándome.
—Tranquila, están dentro del armario, los he puesto ahí porque no quería que se arrugarán más.
Dios mío mi amor, como odio que no te odio.
—Olvida la cena —digo yendo hacia sus brazos de nuevo.
***
Una palabra resona dentro de mi cabeza. Una palabra que tanto Dante como otras personas han usado a lo largo de mi vida.
Santuario.
Cuando era niña sentía que el mundo se me venía encima, sentía que nunca podría ser amada de la manera en que yo creía que debía ser y la que yo creía que debía merecer.
Tenía, tuve esta expectativa siempre de cómo sería cuando lo tuviera todo.
Creía firmemente y con toda la inocencia del mundo que cuando lo tuviera todo no lo dejaría ir.
Y por supuesto que nunca tendría la opción o decisión de renunciar a aquello que me hacía feliz.
Pero de nuevo, mientras crecía muchas de las cosas que creía se fueron esfumando poco a poco para dejar nada más que la dura realidad en su lugar.
Comencé siendo una soñadora y creyente de que el amor verdadero, al igual que en los cuentos de Ness y en esas películas que veíamos juntas cuando éramos unas adolescentes, podía ser.
Pero la realidad es que el amor es duro y difícil antes de que se convierta en bello y real.
Y la realidad ahora mismo es que le amo, le amo más que a nada y a nadie y quizás por encima de mí misma. No sé cómo es eso posible.
Siento su piel contra la mía, siento su amor y su dedicación correr por mis venas igual que la mía en las suyas. Siento como mi corazón baila al ritmo del suyo.
En su habitación la muestra ha sido creada del amor más puro que dos personas se pueden tener.
Doy gracias a todos los ángeles, incluidos los del infierno por traerle a mi vida, a la tentación, el juego y el amor en persona.
Doy gracias a Dios por traer a Dante Hamilton para ocupar ese vacío y devolverme las esperanzas que nunca pensé tener y que no supe cuando perdí. Pero hoy, están aquí, gracias a él.
Sanctuary de Welshy Arms da vueltas entre las paredes confirmándome lo que yo ya sé.
Este es nuestro santuario y tú estás a salvo con él.
***
El domingo siguiente me voy a casa pasadas las tres de la tarde y solo lo hago porque tengo que ir a ver a mi hija, sonará lo más egoísta del mundo pero es que si no tuviera que compartir mi corazón con ella estaba segura de que lo dejaba por completo con él.
A su lado durmiendo en la cama.
Sí quizás ella no estuviera, quizás estaríamos los dos juntos para siempre yaciendo desnudos en su cama, cada noche.
En realidad si no hubiera sido por ella y Ness en un principio, quizás Dante Hamilton nunca me habría amado.
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