30.- His truth
CONTENIDO +18 (INTENTO DE...)
Caminé rápidamente a la sala de control. Mi sangre hervía dentro de mi anatomía, haciendo que mis pasos sean mucho más acelerados y bruscos. Y es que trabajar con In-ho se había tornado difícil después de unos meses pues, habíamos comenzado con diferencias de opiniones que en ocasiones dejamos ver frente a los VIP y soldados a nuestras órdenes.
Mi máscara cubría mi enojo, por lo que me era fácil saludar a quienes transitaban a mi lado. Sólo un ademán era suficiente para que los guardias hicieran reverencia a modo de saludo. Me dirigí al ascensor, me introduje y presioné el botón numero tres. Las puertas se cerraron y unas ganas inmensas de llorar me atrapó. Mi pecho se contrajo y dolió. Hacía mucho tiempo no sentía aquella sensación de dolor que provocaba mis músculos contraerse bajo la piel de mi pecho.
Cómo odiaba cuando In-ho me mentía.
Las puertas se abrieron, dejándome ver a los soldados círculos trabajando tras los computadores, observando las cámaras que cubrían gran parte de las instalaciones de los juegos. Los jugadores se mostraban derrotados; comían lo que era su almuerzo. Un pan con leche era lo suficiente para que el cuerpo de aquello seres comenzaran a sentir la rabia y el hambre mezclada, formando un torbellino de sensaciones que, en cualquier momento, estallaría en cólera con ellos mismos. Ese día, el juego sorpresa tendría su debut.
—¿Qué haces aquí? —Me reprendió In-ho en tono bajo cuando me vio llegar a su lado. Su mascara distorsionaba su voz real. —Deberías estar...
—¿En la habitación? —Inquirí molesta. Tras la mascara de In-ho pude imaginar su enojo. Cuando enmudecía, tensaba su cuerpo involuntariamente, dándome a entender que mi conducta iracunda e impulsiva lo molestaba al aborde de colapsar frente a todos.
—Quedas a cargo. —Le indicó a uno de sus subordinados. —No quiero fallas. —Advirtió.
El guardia asintió, posicionándose en el lugar donde estaba In-ho hace segundos atrás.
Tomó de mi brazo y me jaló a su lado, dando pasos agigantados. Me empujó hacia la puerta del ascensor y presionó rápidamente el numero cinco, el ultimo piso. Nuestra habitación privada. Allí me volvió a empujar, haciéndome caer sobre la cama. Mi cuerpo rebotó tras la amortiguación de esta.
—¡Basta, _______________!. —Gruñó furioso. Se retiró su mascara para tirarla a algún lado de la habitación. Saqué la mía y la tiré al suelo. Ambos estábamos enojados. Mi rostro ardía y el suyo también. éramos una bomba de tiempo que amenazábamos con explotar y arrasar con todo a su paso. —¿Hasta cuándo te tengo que decir que no tengo nada con la guardia nueva?
—¡Me mentiste! —Grité. —¡Al igual cuando me juraste que la jugadora numero 234 la sacarías a tiempo antes de llegar a ese puto juego de las polcas! —Chillé entre lágrimas. La rabia se había convertido en pena. In-ho golpeó con su puño la pared de la habitación, botando una lampara decorativa de la habitación.
—No puedo interferir en los juegos, _______________. Y tu bien lo sabes. Si ella se integró, fue por su cuenta. —Su voz era inexpresiva y fría. —Aquí todos entran con un propósito, incluso tu.
—¡Era mi amiga! —Chillé. Mis lagrimas rodaban mis mejillas más aún al pensar que pude haber hecho algo por aquella muchacha que había conocido en mi infancia. Bien no sabía mucho sobre su vida, pero el expediente que tenía In-ho en sus manos me dio a entender por qué había llegado a la isla en busca de los millones que prometíamos al ganador de los juegos. Estaba endeudada, y un grupo de mafiosos la buscaba. Ellos demandaban su cabeza. Quería salvarla, no podía dejarla allí si había una hija de por medio. Pero la promesa de In-ho de sacarla y devolverla a su lugar, nunca sucedió. Los 456 jugadores debían permanecer hasta la muerte.
—Aquí ya no son nada. —Dijo tajante.
—Ella era una persona, que tenía una hija, In-ho. —Arremetí. —Hoy te vieron entrar al cuarto de la guardia. Si vamos a ser sinceros, piensa en lo que hiciste hace unas horas atrás. —Me levanté de la cama y le encaré. Desde que había llegado aquella mujer norcoreana In-ho no dudó fijar su interés en ella. Argumentando que sería la próxima líder dentro de los guardias triángulos. Lo que al principio pareció ser un acuerdo en común, luego fue una tortura pues, él nunca daba ordenes directa a sus guardias. Pero con aquella mujer, sí.
In-ho permaneció en silencio. Cerró sus ojos y se mordió el labio inferior. Noté que sus puños estaban cerrados, pero no hizo nada. Lo escuché respirar profundo.
—¿Quieres la verdad? —Me preguntó. No respondí. —¿La quieres maldita sea? —Volvió a preguntar, gritándome. —¿No la quieres?
—La verdad está grabada. —Gruñí.
—Mi verdad, no esa porquería de grabación. —Dijo y me empujó sobre la cama, dejándose caer él también sobre mí.
Rápidamente no dudó en comenzar a besarme. Sus labios se apoderaron de los míos y sus manos de mi cuerpo, deslizándose por doquier. La rabia que inundaba mi cuerpo me permitió pelear por unos segundos, pero él, teniendo más fuerzas y mucha más seducción, logró volverme sumisa. Y es que ese era el problema entre los dos. Luego de peleas intensas en donde poníamos en duda nuestras verdades, terminábamos en la cama haciendo el amor. El circulo era vicioso. Surgía el perdón, la aparente paz entre nosotros y sólo bastaba un error por parte de uno de los dos, para que el otro comenzaba la interminable pelea que, nos volvía al mismo lugar de siempre.
—Esta es mi verdad, _____________. —Susurró en mi oído, atreviéndose a morder el lóbulo de mi oreja. Se separó un poco, para romper mi vestuario por la mitad con sus dos manos, dejándome en ropa interior de inmediato. El costoso vestido que traía quedó destrozado en el piso, al igual que su camisa y sus pantalones. —¿Crees que a esa guardia le haría esto, uhm? ¿Crees que le tendría tanta paciencia como la tengo contigo? ¿Crees que la amaría como lo hago contigo? —Preguntó y yo no supe que decir. Estaba en un remolino de sensaciones placenteras pero que se mezclaban aún con la escasa rabia que quedaba en mi ser.
—In-ho... —Gemí cuando una de sus manos se deslizó hasta mi centro. —Eres un miserable.
Él rio despacio, mordiendo la piel de mi hombro con fuerzas, haciéndome chillar.
—Si, lo soy. Pero aún así estas conmigo. Pese a lo miserable y déspota que sea.
Y era cierto. Ahí estaba, a su lado. apoyándolo y perdonándole todo. Era un maldito imán que no me dejaba salir de su lado, aunque quisiera. No, no era posible si él era el único que me proporcionaba aquel placer en la cama, ni mucho menos la protección que sentía cuando estaba a su lado en cada reunión con los VIP. In-ho podía ser muchas cosas, pero yo no lo podía dejar. Me tenía atada a él.
Mi cuerpo quedó desnudo y a libre demanda para él. Sus ojos brillaron bajo la luz tenue que decoraba el cielo raso de nuestra habitación. Su frente se veía brillosa tras el sudor que recorría su rostro. Mi pecho subía y bajaba frenético al igual que el suyo. Por inercia, entreabrí mis piernas, invitándolo a ser parte de mí. Algo que el no dudó en aceptar.
Cuando lo sentí dentro, mi cuerpo se retorció bajo el suyo. Mis manos se aferraron a su hombro y sus manos a mi cintura. Su cadera comenzó a moverse y sus gruñidos se escucharon escondidos en mi cuello. El vaivén de nuestras caderas junto a nuestros gemidos era lo que reinaba la habitación que por seguridad, era a prueba de sonido.
La intensidad viajaba por nuestros cuerpos.
Tomé en puño su cabello y lo tiré. El placer le hizo gruñir. Mi abdomen chocó contra el suyo, duro y bien trabajado. En un acto por mantener el poder, In-ho tomó mis manos y las guio sobre mí cabeza, sujetando con fuerzas para que yo no intentara nada. El placer aumentaba aún más ante tales posiciones.
—¿Me crees ahora? —Jadeó. —Crees que estaría con esa guardia sabiendo que contigo lo tengo todo?
—Sigues siendo un miserable. —Dije entre jadeos. Su rostro rozó contra el mío, donde sus labios llegaron a los míos y los devoró con ímpetu. La mordida que proporcionó me hizo sentir el sabor metálico de mi propia sangre. El sonrió triunfante.
El vaivén de su cadera comenzaba a intensificarse cada vez más. Supe por sus movimientos que él gozo pronto se acabaría. Mis piernas se aferraron a su cintura y lo apreté contra mí. In-ho gruñó.
—No lo hagas. —Me advirtió. Bien sabía que aquello le causaba bastante placer. —_______________.
—Dime que me amas, In-ho. —Susurré. Lo miré a los ojos. Era la única forma de saber que decía la verdad. —Dime que me amas...
—Si lo hago, _____________. Te amo. —Dijo jadeante. —Más que a cualquier persona...
—No puede haber otra persona... —Refuté.
—No hay nadie. —Su expresión era de dolor. Mi interior se había cerrado en su contra. —_______________, te amo. Y tu lo sabes.
No pude decir palabra alguna. Mi orgasmo comenzaba a sentirse. Dejé de presionar a In-ho lo que le dio el paso a que él se comenzara a mover con rapidez. Mis gemidos y los de él se intensificaron. Era la prueba de que el goce había finalizado.
Mi cuerpo se relajó y el de él también. Se posicionó a mi lado y no dudó en abrazarme y depositar un beso en mi frente.
—¿Por qué estabas en su cuarto? —Pregunté con voz queda.
In-ho suspiró.
—Hay tráfico de órganos. —Dijo.
—¿Qué? Cómo...
—Hay una red de tráfico de órganos aquí. Esa guardia me está dando el dato de quienes participan. Tengo que ser discreto. Ya sufrió un ataque por evitar que trabajen con los jugadores aún conscientes cuando pierden en los juegos. Un par de guardias la atacaron en su habitación.
—Pero eso nos pondría en peligro...
—La verdad es que me da lo mismo lo que hacen con esos cuerpos, pueden comerse sus órganos si quieren, pero están alterando los juegos y necesito dejar una señal de advertencia para los involucrados. —Explicó. —Ella me está ayudando.
—¿Y por qué no me dijiste antes?
In-ho volvió a suspirar.
—_______________, eres mi debilidad. Es un hecho. Y los guardias lo saben. Si los que están involucrados en esto, saben que estoy tras ellos, irán tras de ti. No puedo confiar en todos. Este es un lugar sucio, está lleno de avaricia y traición. Basta con mirar a los jugadores y a nosotros mismos. No puedo involucrarte, _____________. Si te pasa algo...
—No me sucederá nada. —Musité. Besé sus labios con vehemencia. —Sé defenderme. Y lo sabes.
El rio. Quizás recordando aquel golpe de puño que di a unos de los VIP que trató de sobrepasarse conmigo. In-ho observó desde lejos mientras el sujeto se quejaba del daño que dejé en su nariz. Nadie hizo nada por ordenes del líder.
—Lo sé. Pero por favor, no trates de inmiscuirte. Ya te dije la verdad. Esta es mi verdad. Todo lo que acabo de hacer, es para que sepas que te amo.
Por primera vez pude comprender que en la vida de In-ho existía un miedo. Sus ojos como puertas de su alma me demostraron que su debilidad era yo. Pese a que él siempre se mantuvo estoico y sin expresión alguna. Su mente en cambio maquinaba sentimientos y emociones que debía reprimir por respeto.
Si había sido elegido como el Líder, debía mantener su postura.
Mi cuerpo se junto al suyo, lo abracé y besé nuevamente antes de quedarme dormida en sus brazos. Mi corazón encontró la paz y mis preguntas fueron respondidas. Las caricias de In-ho en mi cabello me hicieron caer en un sueño profundo.
No podía negar que temía por su bienestar. Pese a que fuese el líder, ello no lo dejaba exento de una posible rebelión en su contra.
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