
❋ Prólogo: Spring Day
La clase de literatura avanzaba como una brisa templada de primavera, lenta y adormecida, mientras Park Jimin observaba a través de la ventana, evadiéndose de la estructura rígida de su escuela. Afuera, la ciudad se desplegaba como un campo de flores silvestres, y su atención estaba perdida en los pequeños detalles hasta que algo capturó su mirada: un chico deslizándose en skate, como un susurro fresco entre las avenidas, con una sonrisa tan luminosa que parecía capaz de disolver hasta las nubes grises del día. Esa sonrisa amplia y radiante, con dientes grandes y encantadores como los de un conejito, lo hipnotizó.
Por un momento, el chico miró hacia arriba y atrapó la mirada de Jimin, quien sintió un calor súbito en sus mejillas. Justo entonces, la voz de la profesora irrumpió en sus pensamientos, devolviéndolo al aula.
—¡Park! —La maestra lo miraba con ojos de reproche—. Dígame, ¿quién fue Hipatia de Alejandría?
Jimin, aún con la calidez en su rostro, balbuceó torpemente sobre la filósofa, mientras sus pensamientos se iban detrás de esa sonrisa misteriosa. No podía evitar preguntarse si volvería a ver al chico del skate.
(...)
Días después, Jimin salió a pasear a su pequeño perro salchicha, Turrón. Mientras caminaban hacia el parque, el ambiente primaveral parecía llenar de vida a su mascota, que tiraba de la correa en busca de aventuras. Al llegar, Turrón se escapó, corriendo hacia un cachorro de doberman que jugaba torpemente en el césped. El doberman parecía tan amistoso que Jimin no se preocupó y se acercó a los dos perros, solo para detenerse en seco al ver, a unos metros de distancia, al mismo chico del skate.
Estaba allí, con esa sonrisa despreocupada y ojos juguetones. Esta vez, sin skate, acariciaba al doberman, mientras sus miradas se cruzaban una vez más. Jimin sintió su rostro arder y, con una mezcla de nerviosismo y emoción, llamó a su perro, esperando que Turrón volviera a él y le diera una excusa para evitar el contacto. Pero Turrón, rebelde, se negó a irse, y fue el chico quien se acercó con un aire amable.
—Parece que se hicieron amigos de inmediato —dijo, con una voz suave como la brisa de mayo—. Él es Bam, aunque no sabe que aún no es tan grande.
Jimin sonrió, aún nervioso.
—Y él… es Turrón —contestó, intentando no enrojecer.
—¿Turrón? —El chico rió—. ¿También tienes un gato llamado Galleta o solo él tiene nombre de postre?
Entre risas y sonrisas tímidas, Jimin se perdió en sus ojos oscuros, presentándose como si estuviera en un sueño.
(...)
Así pasaron tres meses, entre paseos al parque y charlas sin fin bajo el cielo primaveral. Jimin y Jungkook, como se presentó el chico del skate, se hicieron inseparables. Cada encuentro era como descubrir un nuevo pétalo en una flor, y la tímida coraza de Jimin comenzaba a desvanecerse. Pero una tarde, Jungkook llegó con la ropa desordenada y una herida en su mejilla, apagando la armonía con una sombra que Jimin no esperaba.
—¿Qué te pasó? —preguntó Jimin, con la misma ternura que una flor en primavera.
Pero Jungkook evitó su mirada, desmoronando cualquier intento de cercanía.
—No te preocupes, Jimin. Solo fue un golpe —respondió, con voz dura y distante.
Las palabras cayeron como pétalos marchitos, dejando a Jimin en una incertidumbre dolorosa, sintiendo cómo la barrera entre ambos se volvía inquebrantable.
(...)
Los meses pasaron, y aunque habían tenido momentos difíciles, los lazos que los unían parecían tan fuertes como las raíces de un árbol joven. Sin embargo, en una fiesta de cumpleaños en la que Jungkook, embriagado, se apoyó en él, la cercanía entre ambos se volvió irremediable. En la intimidad de una habitación, lejos del bullicio de la celebración, se encontraron en un abrazo que ya no pudieron ignorar, como si la primavera hubiera florecido en sus corazones.
Los labios de Jungkook atraparon los de Jimin en un beso suave, cada roce llenando el ambiente de una calidez que superaba a cualquier amanecer. Enredados en caricias y susurros, se entregaron a un momento tan intenso y profundo como una floración en su punto máximo, sin saber que al amanecer, la luz traería consigo una realidad diferente.
(...)
La mañana los sorprendió enredados en la suavidad de la cama, con la calidez de un sol tímido filtrándose por la ventana. Pero antes de que Jimin pudiera expresar la alegría que sentía, vio a Jungkook levantarse con premura, evitando su mirada y cerrando la puerta tras de sí sin una despedida. Jimin quedó solo, con el corazón en pedazos, preguntándose si ese amor floreciente que él había sentido también había existido para Jungkook, o si solo había sido un destello efímero, como los primeros capullos de la primavera que nunca alcanzan a abrir del todo.
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