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...El inicio de encuentra en el final...
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Todo inició al morir.

O tal vez unos segundos antes, cuando aún escuchaba el pausado pitar de la máquina a mi lado, y me encontraba en calma. Recuerdo tener los ojos cerrados cuando el aparato que conectaba algunos cables a mi cuerpo comenzó a emitir el ensordecedor y continúo "piiii...".

A ello le siguió el caos y en cierta manera la paz. ¿Absurdo verdad? Pero es cierto. Seguidamente sentí que todo se volvía oscuro a mi alrededor, como si alguien sin querer se hubiera apoyado en el interruptor de la luz, y mi cuerpo comenzó a perder peso. Literalmente me sentía como una pluma.

Era como si no existiera la gravedad y estuviese flotando en aquella habitación. Escuchaba a la gente hablar, pero no lograba entender lo que decían. De la misma manera que se siente al sumergiese bajo el agua y desde allí abajo intentar escuchar como las personas en la superficie hablan y se mueven sin llegar a entender ni una sola palabra, sin que te importe qué es lo que intentan decir, porque lo único que realmente  te interesa es nadar.

Finalmente abrí los ojos y me observé desde lo alto mientras ¿Flotaba?. Yo, es decir, mi cuerpo, se encontraba tendido en la camilla mientras los médicos intentaban (sin éxito) que mi corazón volviera a latir.

Giré hacía a la puerta para encontrarme con tres pares de ojos abiertos y llenos de lágrimas. Mi mamá y mis hermanos.

Él, rodeaba con sus brazos a ambas mujeres haciendo de escudo humano contra la imagen que les presentaba el caos de la habitación del hospital.

Creo que una enfermera les dijo que esperaran afuera, pero no les importó.

Quería decirles que no mirarán. Que no lo hicieran. Que cerraran los ojos y se ahorrarán el sufrimiento. Pero en el fondo sabía que aunque pudieran escucharme no me harían caso ya que todos en la familia somos igual de tercos y obstinados.

Pero en esta ocasión, a diferencia de ellos, yo realmente  no quería ver como los profesionales intentaban explicar a mi familia qué había sucedido conmigo allí mismo, por lo que decidí moverme.

Al principio me costó entender cómo desplazarse en aquella nueva forma, similar a comenzar a caminar nuevamente. «Pasitos de bebé » me decía.

Pasé por los pasillos de terapia intensiva, bajé las escaleras hasta llegar a la guardia y luego la entrada donde una señora frente a una computadora atendía el teléfono fijo mientras le daba instrucciones a un hombre con una mano vendada en trapos que segundo a segundo se tenían de rojo carmesí.

Salí del hospital por la puerta principal y me quedé mirando un cielo invadido de nubes en tono salmón y algo anaranjadas gracias al atardecer. Me quedé allí, pensando. Y pensando.

Había muerto, de ello estaba segura porque vi mi cuerpo sin vida. Es decir, morí.

Había muerto, vi mi cuerpo sin vida y de igual manera no siento tristeza ni pena. Es como sí aquellos sentimientos no concordaran con mi estado actual.

¿Será algo parecido a una especie de “shock” Post traumático?. ¿Una parte de mi aún se encontraba en negación?.

Mirando el cielo, donde trás las nubes el celeste daba lugar al azul y pequeños destellos de estrellas comenzaban a notarse. Allí mismo, frente a la puerta del hospital, pensé en la cosa más estúpida e irrelevante que a alguien pudiese pasarle por la cabeza en aquella situación, o eso supongo yo.
«Morí virgen » dije «¿eso me suma puntos para ir al cielo o no cuenta para nada?» me reí de mi estúpido chiste, me reí sola en la noche como si eso fuera lo más importante en mi vida. Me reí de la forma nerviosa, y si estuviera viva mis ojos se llenarian de lágrimas, las mejillas estarían calientes y rojas. Me reí porque ¿Qué más podía hacer?. Cuando acabe, el azul del cielo era tan oscuro que algunos lo llamarían negro y  susurré viendo las estrellas   « Porque si no cuenta... debí haber vivido más ».

El tiempo transcurre de forma diferente en ésta especie de limbo  en el cual me encuentro, sin estar del todo aquí pero tampoco estando donde fuera que sea allá.

Fuí descubriendo cosas interesantes de mi estado actual : como el hecho de no tener cuerpo. Loco ¿No? Pero, alego que mi anterior estado de "shock" no me permitió darme cuenta con anterioridad de éste hecho tan importante. Aún así me pregunto cómo no me percaté de ello antes, pero una mañana cuando seguía a mi hermana en casa, crucé frente al viejo espejo de la abuela colgado en el comedor y me di cuenta de ésto.

No me sorprendió el no proyectar mi reflejo, «Esto sentirán los vampiros » dije. Seguidamente alcé las manos enfrente de mis ojos cayendo en cuenta de que no podía verlas ni siquiera yo. Quiero decir, las sentía y sabía que se encontraban ahí... pero no lograba verlas. No lograba ver ningúna parte de mi.

Acabé con la conclusión de que podría ser algún tipo de espíritu incorpóreo, quizás solo energía sin forma...
Desearía haber leído mas sobre metafísica, espiritualismo o lo que fuere que intente explicar ésto.

Otro fue el hecho de no encontrarme sola en éste lugar en medio. Pues cuando por casualidad digo algo interesante, en el extraño modo de comunicarse sin necesidad de bocas, ni oídos, ni palabras. Alguien u algo, me responde. De cualquier manera, tampoco soy capaz de verlo; tan solo siento su presencia a mi lado y sus respuestas llegan a mi de formas incomprensibles para mí inteligencia en éstos momentos.

Aún así, no creo que sea como yo. Tal vez es alguien superior como ¿Dios?, ¿Alá?, ¿Buda? O sencillamente la energía que mueve el mundo.

La religión nunca se me dió muy bien a pesar de haber crecido bajo una familia católica, soy más de creer que hay algo superior a nosotros allí afuera que no necesita explicación; simplemente existe y punto.

Sí, también debería haber puesto más atención en la clase de catequesis.


El día del velorio fue uno de los más duros para mi familia.

Todos sufriendo, llorando y abrazándose; intentando consolarse entre ellos en la medida de lo posible, mientras que yo me ubico en un rincón observando.

Escuché a algunos comentar lo buena persona que fuí, que había tenido un futuro prometedor por delante. “¡Vaya desgracia! ¿Cuan cruel puede ser el destino?” Exclamaban. Otros lamentaba lo sucedido y espresaban su angustia y tristeza con silenciosas lágrimas, con miradas de pena y dolor.

«No me gustan estas cosas. Ni ahora ni nunca».

Por suerte no fuí a muchos velorios en mi vida, ya sea por ser muy chiquita para asistir y recordarlo, o sencillamente porque no querían llevarme para así proteger mi joven mente inocente. Lo cual lograron en cierta parte, pero a medida que fuí creciendo las cosas cambiaron y ahora solo recuerdo dos; uno de un familiar en el cual no llegaba a entender del todo lo que sucedía a mi alrededor, y el de mi padre.

Éste último fue el peor. Se llevó a cabo en la capilla del cementerio. Cuando llegué allí con mi hermano tomando mi mano, me quedé de piedra. Sentí su mano soltar la mía, tal vez fui yo quien lo soltó a él pero de un momento a otro se encontraba consolando a mi madre del otro lado de la capilla y yo aún como una estatua en el lugar.

Lo que si recuerdo como si fuera hoy es la sensación de opreción en mi pecho y el no poder controlar mi cuerpo. Quería ser fuerte, pero una fuerza me impedía acercarme a abrazar a mi madre, a mi hermana que estaba sentada mirando a la nada junto a mi tía, o simplemente a ver dentro del ataúd para despedirme.
Literalmente negaba con la cabeza dando pasos hacia atrás hasta chocar una de las paredes.

Estuve un buen rato allí parada intentando calmarme, respirando lentamente y recuperando la fuerza para poner un pie delante del otro y dar mi último adiós.

Me sucede algo muy similar en éstos momentos, me encuentro a un lado en mi rincón, sin poder o quizás sin querer verme allí acostada sin vida.

Será como una negación espiritual: si no lo veo, no pasó.
Pero en el fondo creo, que nadie nunca estará preparado para verse a sí mismo de esa manera.

Después del tiempo estipulado, cargaron el cajón y partió rumbo al cementerio.

En el cementerio fue algo similar, llenaron el lugar de flores, hubo llanto y abrazos mientras la tierra cubría la madera.

Un flash viene a mi de aquél día, cuando nos encontrábamos en el cementerio y la tierra ya se había colocado enterrando el cuerpo de mi padre. Recuerdo perfectamente que un hombre al cual no conozco y del cual su rostro se vuelve borroso en mi mente (comprensible, dada la situación, que no me ponga a analizar la fisionomía de cada individuo cuando la tristeza es más fuerte). Él se acercó a mí, me envolvió con sus brazos en un abrazo de los que das como si la vida dependiera de ello y susurró en mi oído con palabras claras y precisas: “cuidense, cuida a mami”. Luego el hombre se marchó como si nunca hubiese estado allí.

¿Será que él, mi padre, se encontró en el limbo al igual que yo en estos momentos? ¿Será que logró una forma de hacerse notar aquél día? O quizás solo soy yo intentando encontrar sentido a una situación confusa. Buscar una manera de brindar consuelo a los que al final sufrirán más: los que quedan.

Me acerqué a mi familia. Mi madre y hermana se abrazaban sollozando desconsoladas a mi hermano, quién con los ojos rojos y expresión triste las rodeaba con sus brazos sosteniendolas. Estiré lo que siento como mis brazos uniéndome a ellos.

Los sentí estremecerse. Después de unos minutos se calmaron.
«Estoy aquí, no estén tristes» murmuré.

Los días que transcurrieron después de eso fueron poco a poco.

A mí, por otra parte, me costaba acostumbrarme a estar y no estar presente. Algunas veces reía al escuchar algún chiste en la televisión, bailaba al compás de la música mientras mi mamá se encargaba de la cena en la cocina.
También observaba a mi hermano, cuando pasaba por la casa y jugaba a la Playstation; y leía sobre el hombro de mi hermana cualquier libro que ella estuviera leyendo.

Para ellos también era difícil vivir con el dolor de la perdida y lo notaba cada día que pasaba, pero intentaba ayudarlos en la medida de lo posible.

Aunque yo también tenía que lidiar  con mis propias emociones. Sin contar a la presencia enigmática que me sigue allí a donde voy y que, para único que serve es para hacerme sentir que estoy dentro de la casa de gran hermano. A pesar de eso, me encontraba sola. Imagínense la situación, sin que nadie pueda verte u oírte es como estar dentro de una pesadilla y como todas las situaciones complejas, en algún momento se vuelven un problema.

Literalmente estuve a punto de enloquecer.

Por suerte, y gracias a algunos experimentos, logré encontrar a una aliada. Mi perrita, ella es un caniche blanco con la naricita de un rosa bebé algo calladita para su raza y que mientras estuve con vida me seguía a todos lados.

Ahora, en esta situación tampoco es la excepción.

Una madrugada mientras todos en la casa dormían, yo decidí quedarme en la sala observando por la ventana ya que no necesito dormir. Las noches son de lo más frías que he sentido nunca estando con vida, simplemente doy vueltas por la casa o me quedo allí sentada esperando que algo suceda. Lo había hecho varias veces pero está fue diferente.

Escuché patitas acercándose desde la habitación de mi madre donde dormían últimamente mi hermana, la perrita y la dueña del dormitorio, para sentirse acompañadas.

Las patitas dieron lugar a una hermosa cabecita blanca que me miraba desde el pasillo. Me quedé quieta en el sofá donde me encontraba sentada, observando aquellos brillosos ojos oscuros. Y cómo si me viera, realmente me viera y me reconociera, ella hizo sonar sus patitas en el piso cuando caminó rápidamente hasta el sofá y tomando impulso saltó y se ubicó donde tendrían que estar hipotéticamente mis piernas.

Ella se acurrucó formando una bolita de pelo blanco y se durmió.

Sentí su calor venciendo el frío que me rodeaba, sentí algo inexplicable después de tanto tiempo sola y juro que si pudiera, si realmente pudiera me encontraría llorando mientras le acaricio su suave cabecita.

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