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🔮... epílogo

La tenue luz que desprendía la lámpara de la habitación apenas lograba iluminar el rostro de Nessa en el espejo que, ayudado por los últimos rayos del atardecer que se colaban por las ventanas, le permitían tener una visión completa del conjunto que se había puesto al salir del baño.

Afuera había estado nevando y las cantidades de nieve blanca cubrían una gran parte de la ciudad de Salem a pesar de que la nevada había parado desde la noche anterior. En el vecindario, todas las casas estaban decoradas por luces multicolores y muñecos de nieve que habían sido construidos por las familias la última noche de Navidad, en la cual, las brujas no desaprovecharon la oportunidad para colocarse sus gorros y sorprender a sus amigos con una fogatada en lo profundo del bosque. Allí, repartieron sus regalos y pasaron un buen rato. Aprovechando aquel nuevo comienzo que se abría delante de sus ojos. Si, habían perdido seres queridos, y dejado atrás una parte de cada uno que sabían, no iba a regresar. Pero aún así, decidieron que solo celebrarían por lo que consiguieron en el camino.

Nessa aspiró el aroma que había inundado cada rincón de su cuarto y suspiró con exquisitez. Ella se había lavado con agua de jazmines y aceite de almendras dulces para suavizar su piel —órdenes de Meredith—, y tenía que aceptarlo, se sentía increíble. Se miró en el espejo y vio una chica esbelta como la llama de una vela, vestida con algo parecido a la niebla, con una fugaz y hermosa mirada.

Suavemente, untó un poco de perfume detrás de las orejas, no aceite imán, sino una esencia de rosas, y sacudió su pelo perfumado hacia atrás justo como alguien le había enseñado.

Su mente recayó en Jessica por unos segundos, preguntándose qué estaría haciendo y si la estaría viendo donde sea que estuviese. Desde aquella noche en el bosque, no había vuelto a verla de nuevo, pero a Nessa le gustaba pensar que esto se debía a que finalmente había encontrado el camino para alcanzar la paz que necesitaba.

Desde abajo la puerta sonó y, más cerca, una voz masculina gritó:

—Esta es la quinta vez que llaman a la puerta en el día ¡Para ponerme a gritar! ¿Quieres que me ponga a gritar, Nessa?

Ella besó a su padre en la mejilla y bajó corriendo para atender, pensando en que Evan debía llegar en cualquier momento, pero quien estaba detrás de la puerta era otra persona.

Alexandra Alberts.

Nessa parpadeó con impresión. Era como si de repente la luz de la luna se hubiese intensificado en la entrada de su casa. Un aura sobrenatural colgaba de la chica que estaba parada con el hermoso pelo a su alrededor como un manto brillante. Alta y delgada, con tal aire de mando que podría haber sido la diosa Diana, con la luna y las estrellas a su alcance.

—¡Hola! —exclamó la hija del sheriff, sorprendida— Es decir, creí que ya te habías marchado de la ciudad.

—Casi, pero... —hizo una pausa— Tenía algo que decirte antes, ¿Puedo pasar?

—Claro. Entra.

Ella se apartó para darle espacio y la Srta. Alberts caminó hasta el centro del salón, donde las dos tomaron asiento. Nessa le ofreció algo para beber, pero la bruja automáticamente se negó.

—Bueno ¿De qué querías hablar? —cuestionó segundos después, fijando su completa atención en ella.

—Las subestimé. A tí y a las otras... La verdad es que sois un equipo realmente bueno —le dijo, y por su tono de voz, Nessa supo que hablaba muy en serio— Pero hay algo más, y según mi experiencia, tenéis mucho que aprender todavía.

—Estamos trabajando en ello.

—No es solo eso. Necesitáis ayuda de otras brujas con conocimientos reales. Brujas ancianas, como las que me enseñaron a mí.

El entrecejo de Nessa se arrugó con confusión después de esto. Ella había creído que ya no habían más brujas ancianas a excepción de la abuela Blake.

—¿Dónde podríamos...

—En mi pueblo —Alexandra la interrumpió sin apartar los ojos— New Salem. Un lugar fundado por verdaderas brujas que pueden ayudaros.

La sugerencia era increíble, y en su mente, Nessa podía sentir la curiosidad y la emoción que le causaba la idea de conocer a más personas como ellas. Más brujas. Que pudieran hablarles más sobre su historia y enseñarles cosas nuevas de las que ellas no tenían ni idea. Sin embargo, cuando lo pensó mejor, supo que las cosas no eran tan sencillas.

—Pero... eso significaría irnos de aquí. Dejar a nuestras familias. Nuestros amigos. —murmuró, y cuando volvió a alzar la cabeza, se encontró con la mirada comprensiva, pero reverente de la mujer.

—¿Sabes, Nessa? A veces en la vida, es necesario hacer ciertos sacrificios por nuestro propio bien —le dijo— Y aunque a veces estos no nos gusten, tenemos que tener claro que no nos queda otra opción.

Nessa consideró seriamente las palabras de la ex bibliotecaria. Pensó en los dos últimos meses. Desde que se enteró de que era una bruja, a menudo había deseado volver a ser una chica normal. A veces se compadecía de sí misma por las complicaciones que venían con su magia, pero ahora, más que nada, apreciaba más sus habilidades y esperaba poder controlarlas mejor con el tiempo.

Todos ellos habían cambiado mucho después de su último incidente. Ella, en especial, había crecido. Ser una bruja era normal para ella ahora y estaba feliz de serlo allí, en la ciudad de Salem.

Alexandra se aclaró la voz, poniéndose en pie:

—Tu no tienes que decidirlo ahora. Ninguna de vosotras. Pero si en algún momento cambian de opinión, ya sabrán dónde encontrarme.

Una cálida sonrisa agradecida fue lo que Nessa le dio después de esto, y la acompañó a la puerta para despedirla. Esta vez definitivamente. Al mismo tiempo, Evan estaba subiendo las escaleras del porche cuando las vio:

—Adiós, Srta. Alberts.

—Adiós, Evan. —se despidió la mujer con su voz clara y baja, alejándose con pasos lentos por el camino sobre el césped.

El castaño se mostró extrañado por su presencia allí, y con una expresión que denotaba su interrogante en la cara, se volteó hacia su novia.

—¿Algo que deba saber?

Con los ojos perdidos en el camino de la acera, Nessa negó y se puso su bolso en el hombro.

—Hablaremos de eso luego. Ahora nos están esperando.

Con una sonrisa, el castaño le ofreció su mano y ella la tomó para salir juntos hacia la calle.

Ellos encontraron a sus amigos en la colina más alta de Gallows Hill, esperándolos en una vieja camioneta que Noah había comprado días atrás con la excusa de que comenzaría pronto a trabajar en el puerto, pues como era el único hombre en casa, decidió asumir ciertas responsabilidades ahora que estaba cerca y antes de irse a la universidad el próximo año.

Felicity estaba allí con él, con su rostro sonriente a medias. Todavía recuperándose poco a poco de las heridas que había provocado la pérdida de su padre. Llevaba puestos unos jeans azules, cubierta por un abrigo del mismo color y zapatillas, con la melena castaña suelta al viento.

A pocos metros, Nathaniel trataba de prender fuego a su simulada hoguera, sin éxito, mientras reía por alguna que otra broma que soltaba Noah sobre su mandíbula ligeramente torcida.

Meredith y Harper también se encontraban a pocos metros, conversando con las manos escondidas en los bolsillos de sus chaquetas. Las piedras de rubí y cuarzo en sus cuellos brillando a la par que las amatistas de sus muñecas. Nessa pudo ver sus rostros iluminarse cuando la vieron llegar y se acercaron para abrazarla al igual que si hubieran pasado muchos días sin verse. Desde donde estaban, se podían ver todas las luces de la ciudad confundiéndose con las estrellas del cielo, y Nessa sentía que podía flotar allí, viendo a sus amigos así para siempre: sus increíbles y poderosos amigos, riendo y jugando bajo la Luna brillante.

—¡Van a comenzar los fuegos artificiales! —Evan gritó para que todos lo escucharan.

Y cuando la primera luz estalló en el cuadro oscuro que era el cielo, ellos pudieron escuchar los aplausos de las personas en la ciudad.

Luego fueron más y más explosiones de colores blancos, rojos y azules; cosa que provocó que por entre los labios de Nessa se asomase una clara sonrisa de dicha. Aquel era su primer Año Nuevo como bruja.

A través del sonido de las explosiones, comenzaron a escucharse los vítores y exclamaciones de los miembros del equipo que llevaban meses esperando por un momento así. Saltando y abrazándose en conmemoración al primer día del nuevo año.

Nate rodeó a Harper por la cintura y la acercó hacia sí para poder besarla delante de todos.

—¿Qué haces? —la castaña lo detuvo, mirándolo directamente a los ojos— Nos van a ver.

Sin embargo, ella solo pudo encontrar una radiante sonrisa en el rostro del hombre lobo:

—Son nuestros amigos. Déjalos saber.

Ambos se sonrieron mutuamente, sin perder más tiempo antes de unir sus labios en un beso de año nuevo, tierno y lleno de nuevas promesas. De fondo, se alcanzó a percibir el silencio de sus amigos cuando se dieron cuenta, y más tarde, el sonido de sus vítores y risas.

La boca de Nessa estaba tan abierta que podría haber tocado el suelo.

—Pero... pero... pero ¿¡Qué ha sido eso!?

—Se lo traían bien escondido vosotros dos —Noah bromeó, causando que la pareja se echara a reír.

A solo unos pasos, Meredith miró a Felicity. Ambas encima de la parte trasera de la camioneta mirando hacia el paisaje.

—Bueno Corduroy... —dijo con voz melodiosa— Esa es nuestra señal ¿No?

La castaña, cuyos ojos brillaban bajo el reflejo de las luces, volteó su rostro hacia ella y le regaló su mejor cara:

—Defintivamente quizás, Blake.

Lo próximo que se escuchó fue la graciosa carcajada de la pelirroja, quien en medio de la oscuridad, estiró su mano para atrapar la de la chica lobo y entrelazar sus dedos por inercia.

Todo estaba donde debía estar, y la oscuridad había desaparecido por el momento. El club de brujas y lobos estaba a salvo otra vez.

Sentada en el césped junto a Evan, Nessa dio gracias por tener la oportunidad de presenciar algo así, e instintivamente, su vista se posó hacia donde las miradas de sus amigos se perdían en la inmensidad del cielo, dándose cuenta de que ese era su destino y las cosas por las que valía la pena luchar: amigos, familia, amor.

Conexión. Eternamente conectados unos con otros.

Luego, cuando la música de la plaza comenzó a escucharse y la nieve a caer, Meredith se llevó la mano al pecho para apaciguar la tos que había llegado de un momento a otro. Sin detenerse.

Ella se bajó de la camioneta, buscando a tientas su bolso.

—Mer ¿Estás bien? —preguntó Fliss a punto de seguirla, pero la pelirroja le hizo un gesto con la mano para que no se preocupara.

—Un ligero ataque de tos, cariño. Ya mismo vengo.

Meredith abrió la puerta del copiloto y sacó un Kleenex de su cartera negra para cubrirse los labios. Solo faltaba que aquella temporada invernal le hubiera provocado bronquitis. Su voz sonaría como la de una garza desinflada.

Pero no era eso.

Apenas vió el material de la toallita, se dio cuenta de que aquella mancha escarlata no se trataba de su labial rojo, sino de algo más. Viscoso y extraño.

¿Acaso era... sangre?

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