🔮... capítulo veintitrés
Los hermanos Corrigan siempre habían sido fieles compañeros de crímenes en cuanto a ocultarle secretos a sus padres se trataba, y no es que tuvieran pocos a decir verdad.
Ambos eran muy diferentes. Noah detestaba mentirle a su madre, pero Felicity era una maestra del engaño. Su conciencia no se sentía turbada a la hora de contar una mentira, y para ser más realistas, el trabajo más difícil siempre era asegurarse de que su hermano mantuviera la boca cerrada.
─¡Noah! ─gritó, apareciendo sorpresivamente en la puerta de su habitación y haciéndolo pegar un brinco sobre la cama que lo hizo aterrizar en el suelo.
Una mueca de molestia se dibujó en su cara debido a la caída.
─¿Qué pasa? ─preguntó mientras se levantaba. Felicity tuvo que tirar de su brazo para ayudarlo a reincorporarse.
─Mamá y papá se fueron a reunir con la manada. Podemos aprovechar e ir a su habitación ahora.
Él titubeó con algo de inseguridad:
─¿Estás segura de que ninguno de los dos está?
─Yo misma los vi salir ─insistió─ Si estábamos esperando una oportunidad, entonces esta es la que cuenta. Venga, vamos.
Aún no muy convencido, Noah siguió a su hermana hasta la alcoba de sus padres, lugar que nunca antes le había resultado tan parecido a un campo de minas como en ese momento. La cama estaba pulcramente arreglada, a pocos metros del ventanal desde donde se podía ver el bosque. Los adornos combinaban de forma perfecta con la tela de las almohadas, de colores serios y beiges, al igual que los cuadros que colgaban de las paredes.
A diferencia del resto de las viviendas de la ciudad, la casa de la familia Corrigan tenía una estructura más moderna. La segunda planta contaba con amplios balcones, una terraza, y sus propias escaleras hacia el viejo ático donde solían esconder lod artilugios que habían pertenecido a los viejos alfas.
Noah recordaba haberse escondido alguna vez allí con su melliza para disfrazarse y colocarse los collares de las tribus de las que descendían. Pero aquello era muy distinto a lo que estaban a punto de hacer.
─Veamos ¿Dónde mamá guardaría los colmillos? ─preguntó Fliss, mirando de un lado a otro como si la respuesta le fuera a caer del cielo.
─Probablemente en la primera gaveta junto con sus joyas. Tiene cierta adoración con las cosas que se nos han quedado de niños. Piensa que son recuerdos de los que no debe deshacerse.
─¿Ella te lo dijo?
─No, pero la he visto ─respondió─ Álbumes de fotografías, la ropa con la que nos sacaron del hospital, nuestro primer atrapasueños... lo tiene todo en su gavetero.
Cuando él señaló el viejo comodín de madera al lado del armario, Felicity casi quiso gritar:
─¡Eso es! Allí debe estar.
Sin previo aviso, tomó el brazo de su hermano y lo arrastró con ella hacia el mueble, donde sin tener una pizca de cuidado, comenzó a revisar gabinete por gabinete ante la mirada azorada de Noah ¿Qué pasaría si uno de sus padres regresaba de repente?
─Mierda, esta no abre ─maldijo Felicity en baja voz.
─Quizás porque mamá la cierra con llave ─masculló Noah con los nervios a flor de piel─ Hicimos lo que pudimos. Nessa lo entenderá ¿Podemos irnos ya?
─Ni hablar ─ella lo detuvo, con el rostro sereno y perdido, como si estuviera pensando. Noah conocía esa expresión a la perfección, esa que demostraba que tenía otro plan bajo la manga─ Mira y aprende, hermanito.
─Soy mayor ─resaltó, viéndola sacar una horquilla de su pelo. Era un milagro que aquel día hubiera decidido recogerlo.
─Tan solo por diez minutos.
Noah entornó los ojos y se cruzó de brazos. Sentía como si se estuviera moviendo en cámara lenta. Felicity sacó su horquilla, enterrándola dentro de la cerradura. La ajustó un poco, girando de un lado a otro, a favor y en contra de las manecillas del reloj; andando a tientas hasta que algo sucedió.
Clic.
Un alivio creciente recorrió la espalda de Noah cuando su hermana lo miró con una nerviosa sonrisa. Lo había hecho. Ahora tenían que conseguir el diente y salir corriendo de allí.
─Mira esto ─ella sostuvo una foto que había encontrado. Noah la tomó en sus manos─, el peor recuerdo de mi vida.
Ahí estaban los dos, con sus mochilas de viaje en el parque Yellowstone. Una pequeña Felicity tenía una pegatina en forma de corazón en su mejilla, intentando sonreír a pesar de que Noah le jalaba una de las coletas.
─No digas así, lucías bastante tierna ─agregó el rubio, ocultando su sonrisa para no molestarla─ Nadie podría imaginar que casi me ahogas en el lago aquel día.
─Muy chistoso ─dijo, rebuscando entre bolsas de tela que tenían varias cosas, las cuales en algún momento fueron suyas, solo que Fliss ya no las recordaba.
Finalmente, su mano dio con un cofre de plástico diminuto, parecido a las cajitas forradas donde se entregan los anillos de boda. Allí dentro halló lo que tanto buscaba.
─Lo tengo ─anunció, aguantando entre sus dedos un colmillo pequeño, pero que le resultó igual de asqueroso.
Noah guardó lo demás dentro del gabinete.
─Es horrible y huele mal ─volvió a hablar Felicity─ Me pregunto de cual de los dos sería.
─¿Acaso importa? Es hora de irnos ya.
─Eres un gallina. Ni siquiera cuando te digo que lo tengo todo controlado puedes dejar de mostrarte tan pesimista.
─No lo soy ─protestó.
─Sí que lo eres.
─Que quiera tener cuidado para que no nos atrapen es completamente distinto, Fliss.
─¿Niños, qué están haciendo aquí? ─el sentimiento de triunfo murió en ellos cuando escucharon la voz de su madre a sus espaldas.
Alicia Corrigan estaba parada en la puerta de la habitación, su bolso aún colgando del hombro y la cabellera de color miel sujeta con un lápiz. El parecido entre ella y Felicity era increíble, a excepción de los ojos, porque su hija los tenía azules como su padre, y los suyos eran verde marino.
Ambos hermanos tragaron grueso, intercambiando miradas entre ellos.
─Hola mamá ─saludó Noah, sorprendiéndose a sí mismo de lo natural que le estaba saliendo la voz─. Nosotros...
─Estábamos buscando uno de tus amuletos de suerte ─le siguió Fliss, dibujando una sonrisa encantadora en su rostro.
─Felicity tiene una cita.
─Y creí que podría ayudarme, ya sabes, para la fortuna.
La señora Corrigan asintió, extrañada, paseando su mirada del uno al otro.
─Muy bien. Creo que puedo ayudarlos a buscar... y por favor, ya les dije que tienen que parar de completar las frases del otro. Es espeluznante.
─¿No tenías que ir con la manada? ─cuestionó la castaña.
─Vuestro padre se encargó de eso. Yo solo fui al supermercado, pero a último momento me dí cuenta que había dejado mi agenda encima de la cama ¡Qué cabeza tan olvidadiza la mía!
Cierto. Su madre tenía la extraña manía de sacar notas sobre todas las cosas que debía comprar, hacer en casa, o ir a buscar. No iba sin ella a ningún lado, y ellos debieron darse cuenta.
Noah le dedicó una mirada asesina a su melliza.
─Muy bien. Creo que guardé ese amuleto en el gabinete con cerradura...
─¡Ya no hace falta, mamá! ─la castaña tomó a su madre del brazo y le sonrió forzosamente─ Usaré el anillo de piedra lunar que me regalaste por mi cumpleaños. Eso será suficiente.
─Pero cariño...
─¡Te queremos! ─Felicity se puso de puntillas y besó su mejilla con rapidez.
Acto seguido, pasó por al lado de su hermano y se apresuró en sacarlo junto con ella del cuarto. Noah le dedicó una mirada inocente a su madre antes de salir, la cual la dejó más confundida que al inicio. Últimamente esos dos estaban algo distantes y eso no era normal. Pasaban más tiempo fuera de casa que de costumbre. Quizás ya iba siendo hora de tener una conversación seria con su esposo en cuanto a esto.
●●●
─Tanto caminar para terminar recogiendo hierbas ─Nate puso los brazos en jarras, observando a la chica que estaba agachada con una cesta arrancando una serie de plantas que habían al pie de un árbol.
Harper alzó el semblante cansado, todavía igual de radiante que minutos antes, y suspiró. No sabía qué cantidad necesitarían para llevar a cabo el ritual, por esa razón trataba de llevarse consigo todo lo que pudiera para luego no lamentarse solo porque dejó de traer una o dos hojas de laurel.
─Son necesarias para completar el conjuro, pero ni siquiera tengo una lista exacta de cuántas hay que llevar ─le dijo─ Aunque es mejor que sobren. Así no tendremos que regresar a por más cuando volvamos a utilizarlas.
─A este paso tendrán que hacer un invernadero en casa.
─No sería una mala idea ─Harper tiró del tallo tan fuerte, que terminó con el trasero pegado a la tierra─ Ten, sostenme esto.
Quiso pasarle la cesta con las hierbas verdes para poder levantarse, pero cuando Nate fue a cogerla, algo más llamó su atención.
Él pudo ver sus palmas enrojecidas por las quemaduras del esfuerzo, sintiéndose mal por haber cedido ante su advertencia de no recogerlas junto con ella. Tal vez si no le hubiera hecho caso, habrían terminado más rápido.
─Te dije que me dejaras ayudarte ─espetó, como si la estuviera regañando. Harper apartó su mano.
─No es necesario.
─¿Qué no? ¿Has visto ya tus ampollas?
─Con un ungüento natural desaparecerán en pocos días, no te preocupes. Ahora vayamos a por algo de romero ─sonrió, aceptando su ayuda para levantarse del suelo y comenzar a caminar en busca de más.
Las hojas crujían bajo la suela de sus zapatos a medida que avanzaban por entre la maleza. Los rayos del Sol apenas atravesando las ramas que los cubrían desde arriba. Nate conocía los caminos de aquel bosque de memoria, por tanto no se perderían ni iban a necesitar dejar un camino de rocas como a Harper se le ocurrió hacer en un inicio.
Era curioso, pensó él, cómo ella todavía pudiera lucir tan inocente aún teniendo esa chispa de fiereza en sus ojos. Absorbiendo cada cosa a su alrededor como si fuera una prisión para extraer vida. Bien sabía que la apariencia no le hacía justicia a su personalidad. Harper era la chica más inteligente de su escuela y quizás de todo Salem. Nate recordaba ─antes de que todo ese asunto de la alianza llegara─ haberla visto en algún momento, pero siempre pegada a un libro. En la biblioteca, en el almuerzo, o incluso en las gradas cuando iba a las prácticas del equipo de fútbol. Queriendo pasar inadvertida, pero esto era algo imposible.
Pensó que ella podría tener a cualquier chico que quisiera sin esfuerzo, aunque esto fuera solo una opinión.
─Harper..
─¿Uhm?
─¿Cómo has estado? ─preguntó, carraspeand después─. Sabes a lo que me refiero.
Los ojos castaños de la bruja se posaron fugazmente en él y luego volvieron a recorrer el camino.
─Es raro ─respondió de forma escueta─. Creí que yo sería la extraña, pero ahora pasa por el pasillo y ni siquiera me mira, lo que es algo bastante estúpido para alguien con quien estuviste en una relación por más de dos años.
Nate tragó grueso. Y pensar que él podría estar haciendo exactamente lo mismo con Felicity de no ser por las reuniones del grupo.
─Sé que después de las rupturas las personas no se sienten del todo cómodas, pero al menos podría tratarme como si fuera parte del mundo también ¿No crees?
─Pues si pides mi opinión, creo que deberías dejarlo igual ─habló él, sintiendo repentinamente un odio creciente hacia Matt─ Él fue quien te lastimó y ahora te trata como si la culpa fuera tuya cuando no es así. No deberías torturarte por eso. No lo vale. Créeme, hay más chicos que alucinarían por tan solo un minuto escuchándote hablar de mates. Dentro de poco verás que por un amor fallido no es imposible seguir adelante.
Harper lo miró, sintiendo una punzada en las costillas, pero no de enojo sobre lo que había dicho. Sino de admiración y respeto. Eso era lo más lindo que alguien le había dicho desde su ruptura, ignorando las amenazas de muerte que su padre y Meredith juraron cumplir con su ex.
─Gracias por eso, Nate. Realmente lo necesitaba.
─Solo recuerda, la vida es demasiado corta para perderla en odios infantiles y recuerdos de agravios ─resaltó con una atractiva sonrisa, que acentuó más sus rasgos latinos─. Vuelvo y repito: no vale la pena.
─Es increíble. Recuerdas todo lo que te dije esa noche.
─No perderé oportunidades para sacarte en cara que te equivocaste conmigo, Harper McGregor.
─¡Ya pedí disculpas!
─¿Dónde está lo divertido con eso si no puedo sacarte de quicio?
Tal y como si lo hubiese provocado intencionalmente, las mejillas de Harper se enrojecieron un poco, solo que esta vez no era por vergüenza, sino por gracia. Quería ocultar su risa, pero le resultaba muy difícil, necesitaba centrar su atención en otra cosa.
Entonces vio algo arrastrándose por el piso, y un chillido exagerado escapó por su garganta al tiempo que se lanzaba encima del hombre lobo.
─¡Diana protégeme!
─¿Ahora qué ocurre? ─reaccionó Nate a la defensiva. Ella le rodeaba el cuello con ambos brazos y poco le faltaba para enredar las piernas en su cintura con tal de no tocar el piso.
─¡Ese bicho es lo que ocurre!
Cuando el pelinegro miró hacia abajo, se sorprendió grandemente al ver la culebra que se alejaba serpenteando lejos de ellos, probablemente asustada debido a los gritos.
Inevitablemente se echó a reír y Harper lo miró de mala forma.
─¿Qué te da tanta gracia? ─espetó con enojo, recibiendo su graciosa expresión como única respuesta.
─Es que me resulta irónico que una bruja capaz de hacer hechizos le tema a algo así de insignificante.
La castaña quiso elevar una mano para golpearle el hombro, pero lo único que consiguió fue que Nate perdiera el equilibrio y ambos acabasen tumbados uno encima del otro sobre la tierra húmeda y sucia del bosque. Su falda y sus medias se llenaron de lodo, nada que una pequeña lavada no arreglase, pero que igual le molestaba. Ella alzó la cabeza sobre el pecho de Nate, y este la miró. Primero con algo de incomodidad, luego con detenimiento.
Los ojos de Harper eran grandes y aturdidos, las pupilas oscuras, y él se sintió perdido por unos segundos, con los dedos aún clavados en el borde de su cintura. Esto la hizo estremecer, porque había intensidad en la mirada del hombre lobo. Una que no había visto en mucho tiempo.
─¿V-vas a... moverte? ─pronunció entrecortadamente, no recibiendo palabra de vuelta.
Nate estaba más ocupado tratando de recordar cómo hablar, o cómo decirle que aquello le resultaba un pelín incómodo, o cómo disimular que su olor lo había dejado idiotizado por completo. Sin embargo, ella se le adelantó. Estirando la mano para agarrar algo y luego reincorporándose sobre él para mostrarle una pequeña planta.
Esta era fina, verde, y olorosa como ninguna otra. Romero.
─Creo que hemos terminado por aquí ─anunció, y ambos se sonrieron mutuamente.
●●●
Nessa observó a Evan, sin saber cómo rayos podía recordar una receta así de extensa. Ni siquiera ella, que era la mejor en clase de literatura, se sabía un poema de Walt Whitman por entero y tal parecía ser que aquí era mucho peor.
Sostuvo la botella azul entre sus manos, esa que él le pidió exclusivamente que trajera y que contenía toda aquella cantidad de ingredientes hechos polvo: incienso, raíz de mandrágora seca, cuarzo, aserrín de roble y azurita.
─No creí que esto fuera a ser tan complicado ─dijo, apartando su vista para fijarla en Evan.
Él estaba buscando algo entre sus cosas. Lucía concentrado.
─Cuando se trata de un hechizo todo es complicado, Nessa. Deberías saberlo ya ─respondió─ La magia no nace sola, tienes que crearla. Como las reacciones del laboratorio de química.
Ella encogió los labios, pensando que le quedaba mucho por aprender todavía.
Por un segundo realmente sintió envidia del castaño. Pasó toda su corta vida preparándose para cumplir con el deber que le había sido encomendado desde su nacimiento y era sabio como ninguna de ellas llegaría a serlo jamás, pero de igual forma ocultaba muchos secretos.
Estando en su habitación, en aquella casa solitaria, Nessa lo confirmó.
Los conjuradores eran otro tipo de hechiceros que sabían todo sobre la magia oscura, pero nunca obraban con ella porque los mataría. En cambio, preferían transmitir esos conocimientos a las verdaderas brujas, aunque esto significara hacerse responsable de todos sus actos y decisiones.
Cuando regresó junto a ella, Evan trajo consigo varias gemas de cuarzo y granate que utilizó para hacer un círculo alrededor de donde Nessa estaba sentada, haciéndola tragar grueso.
─Evan, ¿No deberíamos tener un círculo de velas también o qué pasa si...
─Tranquila. No necesito echarle un ojo al libro para saber cómo obtener algo de mi propia magia ─la interrumpió, haciendo que esta suspirara entre negaciones.
─De verdad quisiera saber más. No como tú. Sino como Harper o Meredith...
«O como Jessica» iba a decir, pero se quedó en silencio. Evan, en cambio, le dedicó una expresión comprensiva.
─Eres muy nueva, apenas comienzas a ver este mundo de manera diferente.
─Pero también sigo siendo una bruja ─atacó─ y alguien allá afuera quiere cazarme, sepa o no sobre magia... de esta forma nunca podré ser capaz de ayudar a mis amigos.
─Oye...
Nessa intentó ignorarlo, pero él acunó su rostro entre sus manos, obligándola a que lo mirara directamente. No quiso que sintiera lástima por ella, pero eso fue lo último que encontró en sus ojos cuando estos conectaron con los suyos.
Él le tenía fe.
─Escucha, Nessa. El poder es algo que se obtiene paso a paso, a medida que vayas aprendiendo todo lo necesario. No debes forzarlo, solo permitir que sea natural, porque es parte de tu persona.
─¿Y qué pasa si no soy lo suficientemente poderosa? ─cuestionó.
─Yo puedo sentir fuerza en ti ─contestó, haciendo presión en su agarre, luego le pasó un cuchillo y extendió su mano para que la tomara─ Adelante. Hazlo.
Aunque Nessa se mostró dudosa en un inicio, decidió hacer caso a sus instrucciones y deslizó el filo de la hoja por sobre su piel. Evan hizo una pequeña mueca de dolor, al tiempo que ella lo obligaba a mover su mano. La sangre goteó hacia la boca de la botella, uniéndose al polvo, y esta pareció iluminarse de la nada al igual que el medallón que colgaba de su cuello.
Ambos se quedaron admirando por unos segundos, pero entonces, la pelinegra la tapó y cerró los ojos, intentando pronunciar las palabras que había repasado tantas veces desde la noche anterior
─Lacrimae sanguinis clamantis ─dijo, deseando no haberse equivocado en ninguna.
Su respuesta la tuvo en cuanto el contenido de la botella empezó a agitarse, como si dentro de esta se estuviera formando una gran tormenta. Los reflejos de las luces de las gemas bailaban en sus profundidades. Evan observó que esta se agitaba por sí sola, pero Nessa no la soltaba a pesar de que la fuerza se hacía insostenible.
Ella se encontraba tiesa, clavando sus uñas sobre el cristal con los ojos aún cerrados, y pronto, todo se calmó. Nessa dejó el polvo que ahora era dorado sobre la alfombra del suelo, pero no abrió los ojos.
─¿Nessa? ─Evan estiró un brazo con intención de acariciarle la mejilla, pero ella lo frenó bruscamente.
Él sintió una extraña energía recorriendo la zona donde lo había agarrado, algo frío y oscuro, que lo lastimó profundamente, pero Evan no pudo advertirle que le estaba haciendo daño porque ella abrió los ojos y lo que vio dentro de ellos simplemente lo aterró.
Oscuridad. El mismo vacío, creciendo como el mar ¿Cómo podía tener este poder? ¿Y absolutamente sola, sin un aquelarre para ayudarla?
─Nessa despierta ¡Tienes que despertar! ─gritó, pero parecía no reaccionar.
Sus labios se movían, susurrando un montón de palabras incoherentes, hasta que al fin su cuerpo se sacudió en un espasmo que la hizo abrir los ojos y mirar a Evan como si acabara de ser liberada de un espíritu maligno.
Ella lo había sentido... el llamado. La visión.
─Creo que algo le ha pasado a Meredith.
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