🔮... capítulo veintisiete
El sufrimiento por haber perdido a una persona querida era algo desastroso, Nessa lo supo, mucho más que cualquier daño físico o aparentemente doloroso. Ella había perdido antes a su madre, pero en ese entonces era muy joven como para comprender ciertos sentimientos, o incluso recordar su rostro. Si no fuera por las historias y las fotos, ella podría considerar a Maria Queen como una completa desconocida. Pero en este caso las cosas eran completamente distintas.
Perder a Raven había sido un golpe del que tardaría mucho en recuperarse, y hablando con la verdad, estaba segura de que pasarían algunas semanas antes de asimilar la realidad de su muerte. Era apenas la sexta mañana del mes de noviembre y ya sus ánimos se habían marchitado todos, dejando como único consuelo la suavidad de las almohadas y las imágenes en la galería de su teléfono móvil.
Y allí se encontraba ella tres horas después del funeral de su mejor amigo. Recordándolo de la única manera que le era posible: A través de los recuerdos.
Las llamadas de sus amigos y Evan se acumulaban en el buzón de notificaciones, pero ahí se quedarían. No tenía fuerzas ni siquiera para seguir llorando.
—Lástima —Jessica apareció delante de la puerta del armario. Su cabello rubio estaba recogido y su rostro nunca había sido más parecido al de un fantasma que en ese momento— Era un buen muchacho, no se lo merecía.
—Ni siquiera lo conocías —murmuró Nessa, reincorporándose sobre sus pies— Pero ambas estamos de acuerdo en algo, él no lo merecía en lo absoluto.
Ella la escuchó chasquear la lengua a sus espaldas, haciendo un sonido casi musical, pero molesto.
—Rayos, debe de sentirse horrible pensar que ni con toda la magia del mundo puedes traerlo de vuelta ¿No es así? Aunque no podrías saber, nunca se molestaron en buscar una alternativa. Otra tremenda decepción para tu buen amigo Raven.
—¿A qué te refieres?
—Ya sabes —ella miró sus uñas con despreocupación— desilusión, desengaño, desencanto...
—Sé lo que decepción significa, pero ¿Qué estás queriendo decir con eso?
Las facciones en el rostro de Nessa se habían vuelto más rudas mientras la enfrentaba, adivinando con anticipación que nada bueno iba a venir de sus labios. Jessica tenía esa cara que denotaba cierta molestia, a pesar de que aparentaba disimularlo muy bien.
—¿No te preguntas qué habrá pasado por su mente en el momento que todo sucedió? ¿Qué estaría pensando de tí después de que lo dejaras atrás?
—Yo nunca lo dejé atrás —rebatió— ¿Por qué dices eso?
—¿Ni siquiera para estar con Harper y Meredith? —le dijo en un tono más bajo, acercándose lentamente hasta que ambas estuvieron cara a cara— ¿Sabes? Él parecía bastante solo en los pasillos del instituto desde el día en el que pasaste a formar parte de mi aquelarre.
—Nuestro aquelarre. —la corrigió
—Oh, claro. Dime Nessa ¿Qué se siente el haber tomado mi lugar y haber robado a mis amigas?
Por un momento se quedó estática, preguntándose a dónde quería llegar. Pero pasados unos segundos, aquel comentario la hizo abrir los ojos lentamente, como si una luz se hubiese encendido en su cabeza, y de repente, se diera cuenta de algo.
—Estás celosa —pronunció finalmente— Ya entendí todo, estás celosa de mí. Por eso te comportas de esa forma tan borde.
Fue un golpe bajo para Nessa mencionar tal cosa, pero también un ataque para que Jessica se quedara callada, sin nada que decir. Lo que impulsó aún más el enojo de la pelinegra, quien continuó provocándola.
—Envidias mi vida. El que sea una bruja. Mi amistad con Harper y Meredith. Te da envidia que esté viva ¿Es eso?
—Antes de que yo te encontrara no eras nada ¡Nada! Tienes lo que tienes ahora y eres lo que eres porque yo te lo he dado ¡Yo te descubrí! —su voz se alzó de repente, pero nadie a exepción de Nessa logró escucharla— Yq pudiste haberte conformado con solo seguir al margen, pero no. Tú tenías que acercarte más ellas. Tenías que ser tú quien encontrara el Libro de las Sombras.
—¿Tan solo te escuchas? —le dijo, llevándose las manos a la cabeza— En lugar de estar aliviada porque cualquiera de nosotras aún sigue viva, tan solo te molestas por cosas tan insignificantes y actúas como una niñata caprichosa.
Jessica se quedó sin habla, pero se negó a apartar los ojos de Nessa, quien tampoco apartaría la mirada. Toda la frustración, la confusión y la rabia que había sentido por las palabras de la joven Sanderson y el hecho de que acusara a sus amigas de haberla dejado atrás parecía estar saliendo de ella ahora. Y en respuesta, pudo ver la decepción y la indignación de la rubia por su audacia de desafiarla. Fue un enfrentamiento de carácteres, en el que Nessa pensó que podría continuar para siempre.
—Lo olvidarás, ya verás. De la misma forma que ellas se olvidaron de mí.
Nessa no pudo controlar más la ira que se iba acumulando dentro de sí misma, y gritó, vencida por las emociones que ese día había traído consigo. Una llamarada de fuego emanó de sus manos hacia la figura de Jessica, pero ya ella había desaparecido cuando esta impactó contra la pared, dejando una mancha oscura y quemada.
Finalmente, se dejó caer al suelo vencida por el cansancio, manteniéndose allí por lo que pareció una eternidad antes de retornar hacia la cama y cerrar los ojos en espera del próximo día.
●●●
—Gracias por acompañarme a casa, Nate. Papá tuvo que hacer un viaje de última hora a Boston y me dijo justo antes de salir del cementerio.
Mientras la escuchaba darle explicaciones, el hombre lobo se detuvo en el primer peldaño de la escalerilla de la casa victoriana, aquella que tenía paredes grises. Luego miró atentamente a la chica de melena castaña, quien se estaba quitando los guantes de invierno que había llevado a juego con su bufanda.
—Sabes que no tengo problema alguno con eso, Harper.
—Pero igual, pudiste correr el riesgo de que cualquier miembro de la manada te viera conmigo —exclamó ella, usando un tono preocupado de voz. Acto seguido, agachó su cabeza con pena— No me gustaría causarte ningún conflicto con los tuyos.
—Ha sido un favor. Somos amigos, es normal que nos vean juntos —respondió él con obviedad— Además, lo que piensa mi manada dejó de importarme hace mucho. Así que ya para de disculparte.
Al instante, el rostro de la bruja se tornó de un color rosa pálido. Parecido al de un pastel. Nate no intentaba ser borde con ella. De hecho, se lo había dicho de la forma más despreocupada y calmada posible, pero eso no evitó que se sintiera extraña al pensar que él sería capaz de enfrentarse a los de su propia especie solo porque no aprobaran una amistad como la suya.
Aunque, a decir verdad, Nate tenía sus propias razones para no confiar ni siquiera en su propia familia. Pues como ya muchos sabían, su progenitora no era el mejor ejemplo de madre amorosa y dedicada; y su día a día estaba lleno de tantas decepciones que, hablando con la verdad, pasar un agradable rato con la joven McGregor se estaba convertiendo en su único bálsamo.
Pocos segundos después, en los labios de Harper se formó una ocurrente y graciosa sonrisa, como si acabara de darse cuenta de una cosa que antes no.
—Desearía que pudiéramos tener más momentos como en el bosque —murmuró— No lo sé, siento que cuando estoy contigo podría pasar horas hablando sin cansarme. O sin dejar de ser yo misma.
Inconscientemente, a Nate también se le escapó una sonrisa cuando la escuchó decir eso:
— Si, yo también lo siento así.
Un incómodo silencio se interpuso entre los dos, y Harper se quedó allí mirándolo como si esperara algo más.
—¿Vas a pasar?
Él titubeó, dejándose vencer por los nervios:
—Probablemente debería volver a casa. Mi madre está sola.
—Oh, vale —ella asintió, y la luz que antes poseía su rostro pareció apagarse un poco— Pues, supongo que te veré en la escuela.
—Si, supongo. Hasta entonces.
—Adiós...
Nate dio media vuelta para marcharse, pero apenas caminó tres pasos lejos del portón, comenzó a pensar en lo bien que se sentía estar allí, seguro de que ella lo entendería mejor que nadie y lo haría olvidar el lío tremendo que lo esperaba al llegar a casa. Además, Harper parecía feliz con su presencia cerca. Razón suficiente para quedarse solo por un rato más.
—¡Harper espera! —la llamó, justo antes de que ella pudiera cerrar la puerta. El pecho de Nate subió con un suspiro— ¿Tenías algo que mostrarme?
Y allí estaba nuevamente esa mirada, como si las facciones de la joven hubieran sido dibujadas con la delicadeza y la alegría de un ángel.
Minutos después, los dos estaban sentados en la comodidad del sofá, intercambiando entre ellos sobre todo y nunca tocando demasiado los problemas que los rodeaban. Hablaron sobre la muerte, con los colores oscuros que la acompañaban. Sobre las brujas y los lobos, y aquella enemistad que por años había perdurado sin conocerse realmente su verdadero inicio. Y por último, ella volvió a tocar el tema que los había llevado a discutir la primera vez en la oficina del señor Sanderson.
—Este es el único ejemplar que tengo de la novela, y es el primero que leí además —le dijo, poniendo en sus manos un libro viejo y descolorido— Era de mi madre. Por eso quise leerlo apenas lo encontré. Se dice que las Brönte también fueron brujas, así que intuyo que por tal razón a ella le gustaban tanto.
—¿Tienes algún recuerdo de ella?
—Me gusta pensar que sí. En mi mente veo a la persona más increíble y bonita del mundo —suspiró— Mi padre dice que tengo el mismo brillo de sus ojos ¿Lo imaginas?
Nate se mantuvo mirándola por unos segundos, al igual que si intentara descifrar la veracidad de sus palabras.
—Sí, creo que puedo notarlo.
—¿El qué?
—Tus ojos —dijo, fascinado— A veces pienso que tienen la misma intensidad que una noche de luna llena. Y eso es... la mejor cosa en el mundo.
Aquello hizo que las mejillas de la castaña se colorearan aún más, si es que eso era posible. Harper exhaló profundamente y se rio, tratando de alisarse el cabello, pero este permaneció hermosamente despeinado.
—¿Sabes por qué me gusta tanto?
Aunque hubiera querido saber la respuesta, Nate se vio obligado a negar.
—Porque nos hace ver que no todo en la vida es bueno... pero que a pesar de la maldad, amar a otra persona es un dolor que vale la pena sufrir —le dijo, con su voz clara y musical— Lo estuve pensando mucho y, la verdad, es que creo que las veces en las que me he equivocado habrán válido la pena el día que encuentre a la persona correcta.
Ambos elevaron el semblante a la vez y sus ojos se encontraron. Como dos fuerzas distintas que se atraen en lugar de repelarse.
—Puede que comience a entender de lo que hablas.
Nate no supo de dónde rayos habían salido aquellas palabras, pero no tuvo mucho tiempo para pensar en si fueron o no las correctas, porque Harper no apartaba su rostro a pesar de que sabía perfectamente a qué se estaba refiriendo. Y él, por alguna razón, tampoco lo hizo.
Nunca se había sentido tan atontado o perdido, sin saber qué más decir. Era como si ella supiera lo que estaba provocando, sin siquiera pretenderlo, y eso le diera cierta curiosidad por saber qué tan lejos podría llegar.
Sin embargo, ninguno de los dos se atrevió a acercarse más de lo debido. Lo que le permitió a Nate apartarse antes de hacer algo de lo que probablemente después se arrepentiría.
—Creo que ahora sí debería irme —tragó grueso— Me esperan en casa.
Esta vez, Harper no insistió:
—Claro. Gracias una vez más por haberme traído.
—No es nada —por un momento, se mostró indeciso. Acto seguido, se inclinó y dejó un suave beso en su mejilla antes de salir por la puerta— Hasta mañana.
Como una estatua, Harper se quedó paralizada delante de las escaleras. Sintiendo que su estómago se encogía y su rostro ardía al igual que un volcán
¿Aquello sería bueno o malo?
●●●
Evan había visto muchas clases de poder en su vida. Desde el momento que la verdad le fue revelada, mucho antes de lo que sus amigos pudieran siquiera imaginar.
Siempre había pensado que la magia no era mala, así fuese blanca o negra. Solo era mala la forma en la que las personas la manejaban, y por eso, su familia se encargó de hacerle saber los pros y los contras de cada decisión que tomase en cuanto al mundo que lo rodeaba desde que era un niño.
Pero no todo era como muchos pensaban.
Sí, su vida personal era un libro cerrado, y él tenía sus razones para que siguiera siendo así.
Mientras miraba un viejo álbum familiar, su mente no dejaba de vagar en el tiempo. Pensó en sus padres, tan alejados de su hijo como si fueran unos completos desconocidos. Años habían pasado desde lo ocurrido aquel día en las calles de New Orleans, pero aún así, ellos no dejaron de culparlo nunca.
Él acarició la foto amarillenta, ya degradada y vieja, de una joven de dieciséis años. Su aspecto era soñador y sus mejillas sonrosadas se arrugaban mientras sonreía hacia donde el fotógrafo le había pedido que mirase.
Él castaño tragó grueso, y una lágrima solitaria se escapó de sus ojos, tambaleándose, hasta caer sobre las pulcras sábanas de su cama.
Acto seguido, pasó hacia la siguiente página y encontró una foto de una inmenso grupo en el siglo diecinueve, donde una mujer de piel tan pálida como la nieve y cabello tan oscuro como la noche lucía un vestido vaporoso, con el medallón que él poseía actualmente colgando del cuello.
Sus ojos la reconocieron como Azula Fairfax. Su antepasada. La mujer de la que nadie pudo adueñarse. Y la mayor estudiadora de los opuestos de su especie...
Las brujas.
Evan había leído todos sus libros y por eso sabía hasta qué punto podía llegar el poder de una bruja corriente. Debido a esto, temía de lo que Nessa estuviera ocultando dentro de sí misma, porque él podía sentir la inmensidad de la magia retenida en su interior, y no era nada bueno. Creía haber leído alguna vez en el diario de Azula sobre una bruja a quien ella amó, pero después de un tiempo, se dio cuenta de que ya no era como la persona que conocía. La oscuridad la había dominado y no quería nada más que venganza por lo que le habían obligado a vivir.
Ni siquiera el amor fue suficiente para hacerla cambiar su visión.
Evan tragó grueso, y al tiempo que su vista se perdía por el cristal de la ventana algo dentro de él deseó con todas sus fuerzas que eso no sucediera con Nessa Aunque bien sabía que, si ella resultaba ser la descendiente de la amante de Azula, la sangre maldita corría por sus venas.
Evan la amaba, incluso antes de que ella pudiera siquiera saberlo. La amó desde el primer momento que sus miradas se cruzaron, cuando sintió que a través de sus ojos su corazón volvería a latir con verdaderas ganas de vivir. La amó antes de llegar a Salem, y la amaba ahora, sin siquiera saber por qué lo hacía.
No fue algo súbito. Simplemente estuvo allí todo el tiempo. Dormido en su pecho hasta que la conoció. Podía resultar incomprensible para otros ojos, pero él lo sabía, y también sabía que no podía permitir que nada malo le pasara. No hasta saber la gravedad de lo que podría ocurrir si su poder fuera liberado.
No, no debía dejar que los sentimientos negativos se apoderaran de ella. Porque no hay nada más peligroso que una bruja que pierde su camino. Puesto que si la oscuridad alguna vez llega a tocar su corazón, sería como convertirla en la mano del diablo.
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