🔮... capítulo veintiocho
Cuando cerró los ojos la otra noche, no lo había hecho sabiendo que luego le sería muy difícil volver a abrirlos. Al igual que si sus párpados estuvieran pegados, intentar separarlos fue parecido a cortar de su propia carne. De forma que cuando su visión se ajustó finalmente al paisaje, la imagen le resultó tan horrible como dolorosa.
Ella vio algo tan oscuro como la suela de un zapato dando vueltas en un mismo eje.
Eran pies girando por encima de su cabeza.
Nessa ahogó un grito en su garganta y se reincorporó miedosamente, arrastrándose hacia atrás con su mente tan ida como si tuviera telarañas en ella. Pero cuando volvió a mirar hacia arriba, tuvo que hacer un esfuerzo tremendo por no vomitar.
Habían miles de ellas. Brujas. Hombres y mujeres con sus cuellos rotos. Colgando de los árboles al igual que si fueran estandartes. Girando y girando en cámara lenta bajo un cielo sin Sol.
«No me siento bien. No me siento bien» era lo único que podía pensar ante aquel espectáculo de muerte. Donde los cadáveres oscilantes tenían la piel azul debido al tiempo que probablemente habían pasado colgados en el mismo sitio y sus trajes y vestidos llenos de parches se movían ante el más leve soplo del viento.
De esa forma, un olor desagradable se coló por su nariz. Asqueroso y repugnante. Que la hizo pensar en los Campos de Concentración en los que nunca había estado, pero que claramente podía imaginarse ahora. Una ola de náuseas pasó por ella, hasta dejarla hiperventilando cuando sus pies descalzos bajo la bata de dormir llegaron a una parte del prado donde ya no habían horcas, pero sí hogueras.
El calor de su aliento se mezcló con el crepitar del fuego y los cuerpos quemados parecieron estarla mirando a través del espacio que los separaba. Algunos con los dientes aún intactos.
Casi que le era posible escuchar los desgarradores gritos de los inocentes pidiendo misericordia antes de ser todos devorados por las llamas.
«Pobres. Todos ellos» la lengua se le quedó atorada en la garganta, y en lugar de correr, sus rodillas dieron contra la tierra fría y húmeda de lo que antes había sido el espacio más oscuro de Gallows Hill. Allí donde las nubes fueron el manto que cubrió con pesar a las voces de aquellos que entonaron una canción de pena antes de desaparecer para siempre. Ella podía oírlas muy bajo, perdidas en algún espacio del tiempo. Pidiendo por sus almas para que no quedaran varadas en el vacío. Afligidas mientras lloraban con lágrimas de sangre, creando una maldición para aquellos cuya verdadera culpa nunca fue descubierta, y por la cual, ellos agonizaron en espera de su propia muerte.
Nessa sintió como si su cuerpo entero le pesara, sus pensamientos daban volteretas, y sus uñas rasparon la superficie del suelo hasta sangrar.
¿Por qué? ¿Por qué le estaban mostrando eso?
—Tenías razón... —escuchó una voz desconocida— No tenemos a nadie a quien culpar más que a nosotras mismas.
Lentamente, se fue girando hasta que sus ojos chocaron con una mirada oscura, muy parecida a la suya. La mujer a sus espaldas tenía la piel ligeramente quemada, sus facciones eran orientales, y las vestimentas que la cubrían eran viejas como las de un esclavo.
—¿Qué? —fue lo único que pudo formular.
Nessa sabía muy bien quién era.
Tituba.
La única que aceptó la verdad delante del pueblo.
—Tu y yo invocamos la oscuridad en Salem —le dijo— Ahora es tiempo de culminar lo que empezamos.
—Yo no hice nada.
La mujer ladeó lentamente la cabeza:
—Eso es lo que tu crees.
De repente, hubo un estruendo tan grande como el caer de un rayo en la tierra, y todo a su alrededor se pintó de negro.
●●●
—Mamá mandó a preguntar si quieres que te lleve a la escuela —anunció Marissa, deteniéndose en el umbral de la habitación. Ni un milímetro más, ni un milímetro menos. Bien sabía que si se pasaba de la línea le esperaría el castigo de su vida después de haber violado la regla de no entrar a la habitación de su hermana mayor por más de cuatro veces.
Meredith cerró la puerta del armario, dejándose descubrir con aquel vestido colegial negro y ajustado que le hacía juego con sus botas altas. Las ondas de cabello rojo le caían irregularmente por el rostro, dándole un aire intimidante que llegó a asustarla un poco.
Marissa, a diferencia de Mer, tenía el cabello más anaranjado. El típico color natural de cualquier pelirroja americana, y no se preocupaba en lo absoluto por arreglarse o comprar maquillaje para ir al colegio. De hecho, siempre estaba usando ropa holgada y cómoda, sin importar lo que dijeran los demás.
Siempre se había sentido inferior a Meredith de alguna manera. Aunque no era para menos. Su propia persona a veces inspiraba a otros el deseo de arrodillarse a sus pies.
—No gracias, mocosa —respondió con naturalidad— Me siento bien conduciendo por mí misma.
—Como quieras.
—¡Ah! Y Marissa —la frenó antes de que pudiera dar otro paso— Hazme el favor de ponerte algo de brillo de labios. No me gusta que mi hermanita vaya por el colegio luciendo como una marimacho.
—Ese es tu problema, Meredith.
—¡Buena suerte con los chicos entonces! —gritó al verla salir, entornando los ojos con exasperación mientras recogía su pequeña mochila de encima de la ventana.
Fue entonces cuando algo más captó su atención en el exterior. Una masa de nubes oscuras que se acercaban peligrosamente a la ciudade hicieron que sus ojos se achicaran ante su ceño fruncido.
Para las demás personas podría tratarse de cualquier cambio brusco del clima, pero para una bruja con conocimientos de magia y una madre que había visto la sección de meteorología la noche anterior, eso era demasiado extraño como para no considerarlo el inicio de una catástrofe.
Varios minutos después, tanto ella como Evan se encontraron delante del claro donde solían practicar los hechizos del Libro de las Sombras. Los dos respirando irregularmente debido a la carrera que tuvieron que dar. Incluso Harper, que se les unió poco tiempo después, parecía un desastre con su coleta a medio peinar y sus mejillas coloradas.
—¿Qué está pasando en Gallows Hill? —preguntó apoyando una mano en su pecho.
Evan alzó la cabeza, viendo cómo el cielo parecía encogerse para abrirle paso a un huracán. Los truenos resonaban en el cielo, altos y bravos.
—No lo sé —tragó grueso, sus ojos no podían apartarse del tornado que recién comenzaba a formarse— Pero no creo que se deba a ningún juego del clima.
—Vaya. Has descubierto el agua tibia —le aplaudió Mer, recibiendo una mirada de reproche por parte del chico, justo cuando Harper los interrumpió con una pregunta:
—¿Dónde está Nessa?
Automáticamente, los rasgos del rostro de Evan se tensaron, al igual que los de Mer. Ninguno de los dos sabía esa respuesta.
—Ella no contestó el teléfono —murmuró la de apellido Blake.
Otro relámpago surcó el aire y los hizo saltar en el lugar. Ese había caído muy cerca.
—Viene de la colina —dijo Evan, y los tres echaron a correr en esa dirección.
Al bajar la tierra empinada, todo estaba sumido en el más increíble de los caos. El viento soplaba furioso, golpeando sus cuerpos con tanta fuerza que se les hacía difícil caminar. Las nubes bajaban en forma de una cola extensa hasta tocar la tierra, arrasando con todo a su paso. Tal parecía que a los árboles les quedaba muy poco para salir desprendidos de su lugar, y en el centro de toda esa catástrofe estaba Nessa.
Su delgado cuerpo apenas era una mota humana haciendo función de núcleo para aquel fenómeno.
Evan logró reconocerla por la incomparable mata de pelo negro que se movía violentamente. Pero su cuerpo, tanto como sus expresiones, parecían hechos de piedra.
—¿Esa es...? ¿Es ella?—Harper se cubrió los labios con una mano— ¡Por Diana!
—Debe de estar poseída. Mirad sus ojos, están completamente oscurecidos.
—Pero ¿Por quien? —Meredith lucía horrorizada, exigiendo respuestas a Evan, más de las que él podía darles.
—Cualquier espíritu que se haya aprovechado de su vulnerabilidad después del funeral de Raven. —contestó, entrecerrando los ojos ante las molestas ráfagas de aire— Usualmente son los cazadores quienes atraen los malos espíritus para que las brujas se muestren. Dibujan una runa en alguna parte de su cuerpo y eso las deja débiles ante cualquier amenaza.
Desde su lugar, ninguno de ellos podía saber con exactitud qué estaba haciendo, pero a juzgar por la forma en la que sus brazos se elevaban al cielo, de su boca debía estar saliendo algún tipo de conjuro.
Meredith estalló como una bomba:
—¡Joder! ¿¡Qué vamos a hacer ahora!?
—Teneis que hacer un exorcismo —Evan intentó calmarla sujetándola se los brazos— En el Libro de las Sombras debe haber uno.
—Harper, tú eres la intelectual y la inteligente —saltó, dándole un suave empujoncito a la aludida hacia adelante— Te aprendes los resúmenes de memoria, tienes que recordar los hechizos.
—Quizás, pero tenemos que recitarlo las dos.
—¡Te digo que yo no me lo sé!
En un intento por hacerlas reaccionar ante su desesperación, el castaño las agarró a ambas de las muñecas y dijo:
—Ustedes son miembros de un mismo aquelarre, están conectadas a todos los elementos que las rodean e incluso con vosotras mismas. Ahora concéntrense en ese lazo y verán que los pensamientos de una se convertirán en los se la otra.
Tras un efusivo asentimiento, Meredith y Harper se dieron la mano para fusionar su energía.
Juntas, comenzaron el hechizo de exorcismo exactamente como la castaña lo recordaba. Recitaron los cánticos y enfocaron sus mentes en los elementos que las rodeaban. Evan sintió una excitación temblorosa dentro de su pecho cuando las vio avanzar hacia delante, con los ojos cerrados, intentando llegar a su compañera. La energía que sintieron recorriendo sus cuerpos fue el doble de la última vez que realizaron un encantamiento. Ambas tuvieron la sensación de que se estaban elevando, dejándose llevar más y más alto. Era un sentimiento oscuro, de eso no cabía duda; estaba lleno de poder, a partes iguales de dolor y gloria.
La respiración de Evan se aceleró, sintiendo que las estaba perdiendo a ellas también.
Se obligó a sujetarlas a ambas por los hombros, incluso sabiendo que esto debilitaría su magia. Ellas parecían tan abrumadas como lo estuvo él la primera vez que hizo algo parecido, pero podían ver la oscuridad brotando de los ojos de Nessa como lágrimas y de su boca como si fuera sangre. Bajando por su barbilla, su cuello y su pecho, por el interior de sus piernas, hasta que se filtró en la tierra húmeda.
Meredith y Harper levantaron los brazos en forma de V y gritaron el encantamiento con sus voces más fuertes:
"Exorcizamus te, omnis immundus spiritus, omnis potestas mala, omnis incursio ab adversario infernali. Exite. Aufertur de conspectu meo. Hoc corpus innocens, libera nunc ¡Abire!"*
Evan vio las sombras negras levantarse y salir del cuerpo como humo. Los espíritus se estaban liberando, estaba seguro de eso. Él pudo sentir su energía correr por encima de su cabeza y pasar por sus costados, fría, oscura y rápida, en un gélido silbido mortal.
Luego se escuchó un grito y los tres salieron desprendidos hacia atrás.
Por un momento, las dos brujas se quedaron mirando hacia arriba al tiempo que todo a su alrededor volvía a ser como antes. Luego se pusieron de pie, todavía tambaleándose, y vieron a Evan arrastrarse hasta el cuerpo de Nessa.
El castaño descubrió la marca oscura en su hombro, la cual se fue desvaneciendo mientras la estrechaba en sus brazos.
—Todavía puedo olerlas ardiendo —la escuchó murmurar— ¿No puedes olerlo? Están justo aquí. A nuestro alrededor.
—¿Quienes?
Pero ella cerró los ojos, abrazando la dulce inconsciencia, y él simplemente sostuvo su cabeza contra su pecho, percibiendo cómo su corazón latía de manera uniforme y constante. Nunca se había sentido tan aliviado por nada en toda su vida.
—¿Ella está bien? —oyó preguntar a Harper, quien se acercaba junto a Mer. Ambas con notable preocupación.
Él volvió a delinear la gentil forma de los rasgos de Nessa, que antes había sido sustituida por una fría oscuridad, y por primera vez en mucho tiempo tuvo miedo de lo que eso pudiera significar.
—Lo estará.
«Por ahora», terminó de pensar. Sellando sus palabras con un beso en su frente tibia.
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