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🔮... capítulo veintinueve

Meredith agusó la vista mientras observaba su rostro en el espejo, alzando un dedo para quitarse un poco del labial rojo que se le había corrido de los labios. Después de esto, sonrió con suficiencia, como si no pudiera amarse más de lo que ya lo hacía.

Una foto de su familia estaba en la puerta de su casillero, junto con otra que compartía con Jess y Harper en el pasado Festival de Primavera que se celebró en la ciudad, cuando ganó el concurso de Miss Salem. Recuerdos en los que vagamente se fijaba ya, puesto que si lo hacía, terminaría sintiendo cosas de las que probablemente luego le sería difícil deshacerse.

«Tenemos que agregar una con la Hermana Oscura» pensó animadamente, ignorando que a esas alturas Nessa no se encontraría de humor para una foto. Ni nadie que estuviera en su lugar, a decidir verdad.

Ella se colocó el móvil en la oreja cuando este sonó insistentemente con ese tono de fábrica que aún no se había molestado en cambiar.

—¿Vas camino a la biblioteca? —cuestionó Harper desde la otra línea, haciendo que sus ojos se entornaran con fastidio.

—Ufff por el amor a Diana ¿Alguna vez dejarás de ser tan aburrida Harper? Sí, sí. Ya voy llegando. Aunque igualmente no creo que vaya a encontrar nada relevante.

Meredith casi que podía imaginarse su expresión enojada mientras la oía bufar.

—Recuérdame por qué fue a mí a quien le tocó la parte más difícil de la misión.

—Porque tú eres la genio y siempre encuentras las palabras correctas para decir. Además... —canturreó en voz baja y traviesa— Es una buena excusa para pasar más tiempo con Nathaniel creo yo.

—¡Yo no... aish —apenas fue consciente de su alteración, Harper moderó su tono de voz—. No quiero pasar tiempo con... bueno, no de esa forma. Somos amigos, Mer. Deja de crearte historias.

—Claro, claro —asintió como si realmente le hiciera caso— Yo solo decía porque ahora estás más soltera que mi abuela y necesitas algo de movimiento... Dime ¿Crees que sea mejor en la cama que Matt? He oído que los hombres lobo no decepcionan.

—¡Meredith Blake!

—¡Venga ya! Como si no lo hubieses pensado.

—Eres incorregible.

—A lo mejor si le preguntas a Felicity...

—¡Oye ya está bien! —la chitó— Recuerda que las brujas y los lobos no han compaginado por años y tampoco lo harán ahora. Son leyes de su manada y nuestras también.

—Si tú lo dices...

Harper volvió a gruñir:

—Voy a colgarte, tengo cosas que hacer.

—Nos vemos luego, Doña Perfecta.

Apenas terminó de colgar, la pelirroja puso el resto de sus cosas en el casillero y lo cerró con fuerza, haciendo un estruendo típico para que todos los demás estudiantes en el pasillo se fijaran en que ella iba pasando. El dobladillo de su falda de animadora se movía con cada exagerado meneo que hacía al caminar, captando más de una mirada en su camino a la biblioteca mientras revisaba las notificaciones de su Instagram, ignorando por completo las que tenían que ver con la Profesora Hale.

Iba tan ensimismada que ni siquiera se percató de que había alguien delante, hasta que este la detuvo por los brazos para no chocar con ella.

—Oh, perdone —saltó de pronto, alzando la vista para llevarse una mejor sorpresa— ¡Hola, Sr. Stanton!

El hombre de melena oscura, aspecto elegante y altura considerable le dió una sonrisa cautivadora que la hizo corresponder con una expresión idiotizada.

—¿Cómo ha estado, señorita Blake?

—Pues ahí... sobreviviendo —dijo, pero luego de darse cuenta, se apresuró en arreglar aquella barbaridad que había soltado— Ya sabe, a todos los exámenes y esas cosas.

—No vi a su amiga, la srta. Queen, en mi clase esta mañana ¿La ha visto por los pasillos?

La sonrisa de Meredith desapareció como por arte de magia, siendo sustituida por una mueca de fastidio.

—Ah... claro. Nessa —masculló— No vino hoy. Está enferma.

—Pues si la ve luego recuérdele que me debe dos ensayos evaluativos.

—¡Seguro!

Luego de aquel inesperado encuentro, Meredith se giró con un movimiento suave, tan ligero como una pluma. Pero algo más llamó su atención.

Los ojos azules de Felicity Corrigan parecían perdidos mientras ella misma guardaba varios libros en el interior de su taquilla. Una sombra de tristeza y depresión parecía estar parada a su lado, haciéndole compañía mientras influía en cada uno de sus gestos.

—¿A qué viene esa cara de cubito de hielo derretido, Corduroy?

En el segundo que escuchó la voz de Meredith a sus espaldas, la castaña se volteó en medio de una mueca:

—Supongo que debido a que ayer mismo asistí al funeral de una persona conocida —respondió como si no fuese lo más obvio— No entiendo cómo tú puedes estar tan... radiante.

—Si eso fue un cumplido, entonces gracias —los ojos de Meredith brillaron con un destello soñador— Mi sonrisa es un bendición que no se muestra todos los días, así que siéntete afortunada. Y con respecto a lo otro, me reservo las condolencias para cuando esté con Nessa, pero mientras tanto, sigo siendo yo porque creo que es la única forma de no deprimirme.... ¡Oh! Y porque puede que tenga algún tipo de trastorno bipolar.

—Ojalá todos tuviéramos tu misma voluntad para seguir adelante.

Al escuchar su voz tan floja, la pelirroja arrugó los labios con molestia. Como si le incomodara su forma de sentirse.

—Vaya —dijo— Eso me suena a traumita.

—Algo así.

—Entonces ven conmigo, Felicity Corrigan. Porque te aseguro que soy muuuy buena escuchando. Y tu puedes hablarme mientras tomamos un helado —agregó, tomando su mano en el proceso para arrastrarla consigo hacia algún lugar del que solo ella sabía.

Felicity apartó un mechón rojo que se le había pegado a la cara cuando ella la hizo girar sobre sus propios talones.

—Aún no he dicho que sí.

—No es una sugerencia. Camina —espetó, y a la mujer lobo no le quedó de otra que seguirla a través de la multitud de adolescentes que se adueñaron del pasillo cuando sonó la campana.

Al mismo tiempo, unos ojos azules como el cielo libre de tempestad las siguieron con la vista hasta verlas desaparecer por la puerta. Velando cada uno de sus pasos al igual que un centinela.

La Srta. Alberts arrugó los labios, posicionada en medio del pasillo con los brazos cruzados mientras las personas pasaban por su lado sin reparar mucho en ella. Su expresión era severa y furiosa como la de un cuervo, con sus pupilas destilando una clase de oscuridad en sus profundidades que era muy difícil de notar.

Siendo consciente de que no era la única, que alguien más la observaba, se volteó lentamente sobre su hombro y notó la mirada del Profesor Stanton sobre su espalda a lo lejos. Igual o más interesado en lo que sea que estuviera estudiando.

Ella echó su melena platinada hacia atrás, como el hilo de oro del rey Midas, y comenzó a alejarse de allí con pasos firmes, certeros, dispuesta a tomar la delantera en aquella pequeña guerra que se habían creado.

En los labios del hombre se fue dibujando una media sonrisa.

No sería Salem si no hubieran más secretos en el aire.


●●●


—¿Cómo crees que vaya a reaccionar?

Nate miró a Harper, quien continuaba en silencio mientras observaba a través de la ventana de la puerta. Dentro del salón de clases se encontraba Louis Sanderson revisando una serie de papeles que tenía pendientes encima de su escritorio. Parecía calmado, mirando a través de sus gafas con absoluta concentración.

—El Profesor Sanderson es una persona muy cerrada, pero igualmente sigue siendo el mismo hombre que conocimos de niñas—murmuró, más para convencerse a sí misma que a su compañero— Puede culpar a la brujería de lo que sucedió con su hija, o puede ayudarnos cuando le contemos la verdad.

—O también molestarse...

—Pero es lo único que tenemos ahora, Nate.

—El único no —le recordó— Están tu padre y la abuela Blake...

—La abuela Blake está completamente loca y probablemente se caigan los cielos cuando mi padre se entere que estuvimos haciendo magia —ella negó— Ni hablar. Tomaré lo que pueda ahora con lo que tengo. Lo demás lo decidiremos después con el resto del grupo.

—Vale, pero pase lo que pase —dijo tomando su mano— Estoy contigo, Harper.

La castaña le sonrió, agradecida, y apretó su mano con cariño cuando ambos atravesaron la puerta del salón.

El profesor, quien había estado agachado evaluando su documentación, elevó la cabeza al verlos pasar y se quitó las gafas. Ellos pudieron notar que lucía mucho más joven cuando no las tenía puestas.

—¿Harper? —preguntó con extrañeza— Te ví ayer con tu padre en el funeral del hijo de los Logan ¿Sucede algo?

—De hecho, sí. Quería hablarle sobre Jessica —respondió sin rodeos, obligándose a tragar grueso—, y de ser posible, pedirle algunas explicaciones.

—No te estoy entendiendo, pequeña.

Harper trató de relajarse un poco, aunque era difícil hablar con la mirada atenta del adulto puesta en ella. Por lo menos, sus ojos no estaban mirándola con enemistad o desconfianza, y la mano de Nate continuaba aferrada a la suya, reduciendo su miedo.

—La razón por la que ella salió esa noche de casa fue porque tenía algo que decirnos. A mí y a Mer —dijo tras un suspiro—. Pero nunca llegó al lugar acordado.

—¿De qué clase de cosa quería hablaros?

—Sr. Sanderson... Jessica sabía que era una bruja —le reveló— Nosotras también.

Los dos tuvieron que soportar ver la mirada horrorizada del hombre cuando escuchó esas palabras. Cambiando de una de rara tranquilidad a otra de inquietante escándalo.

—Cielo santo —un murmullo emanó de su garganta, al tiempo que se ponía en pie y caminaba lentamente a su alrededor.

Nate y Harper se quedaron estáticos, tan solo esperando a que él terminara de asimilar tal información.

—Cuando lo descubrimos, quedamos demasiado fascinadas sobre todo lo que podíamos hacer que no supimos lo que esto podía causar —habló la bruja con un dije de arrepentimiento en su voz—. Lo siento mucho.

—¿Tenéis alguna idea de quién pudo haber sido el asesino de mi hija?

—No —contestó—. Pero creemos que puede estar relacionado con los cazadores de brujas.

—La historia se repite.

El entrecejo de Harper se arrugó con confusión:

—¿A qué se refiere?

—No es algo que me toque decirles a vosotras —negó— Quizás si Jessica estuviera viva le contaría, pero en vuestro caso, son sus padres quienes deben hacerlo.

—Profesor Sanderson vinimos aquí precisamente porque no sabemos a quién más recurrir. Están asustadas ¿No puede verlo? —interrumpió Nate, y su voz casi sonó como una súplica.

—Sabemos que usted nos estaba estudiando —continuó Harper— Vimos el pizarrón de su oficina. Ese que muestra a qué línea de sangre pertenecemos cada una. Y ahora le pregunto ¿Qué tiene eso que ver?

—No cabes la tumba más hondo de lo que puedes, niña. Remover el pasado solo les causará más desdichas.

—¡Pero necesito saber! —estalló— Estoy harta de secretos. Harta de caminar a ciegas en una fosa de peligro. Por favor, necesito saber la verdad —y por si fuera poco, volvió a insistir— Por favor.

—No es algo simple de digerir.

—Puedo con ello —dijo, arrastrando una silla junto con Nate para tomar lugar delante del padre de Jess. Estaba decidida a salir de allí con toda la verdad.

El Profesor Sanderson tomó una profunda respiración:

—Como habrás podido darte cuenta, vosotras sois descendientes de aquellas verdaderas brujas a las que los aldeanos de Salem no pudieron colgar. Muchas de ellas lograron escapar cuando tuvieron tiempo, y otras no corrieron con la misma suerte ¿Alguna vez oíste hablar de los métodos que utilizaban para hacerlas confesar? Los humanos solían aplastarlas con pesas hasta su muerte.

En el rostro de Harper apareció una mueca de horror. Era como si pudiera sentir el peso de las piedras triturando sus costillas también.

—No te horrorices todavía, esto solo es una parte de las cosas que hacían con las se negaban a aceptar lo que eran. Las mujeres libres de tales acusaciones, sin embargo, perecieron por las falsas acusaciones de Abigail Williams y Betty Parrish. Niñas caprichosas que culpaban de su delirio a quienes odiaban inventando historias, pero la única de las acusadas que aceptó haber practicado brujería fue la esclava Tituba. Quien luego de haber sido abusada por su amo, Samuel Parrish, juró cobrar venganza contra todos.

—¿Qué fue lo que hizo?

—Ella traicionó a sus hermanas por el capricho de quitarle la vida a sus superiores, y a cambio, sus hermanas la maldijeron a ella —continuó con un tono ensombrecido— Pero ya era demasiado tarde. Alguien más las había descubierto, y era solo cuestión de tiempo para que los salemitas iniciaran la caza. No obstante, ella no fue la única. Otras como Mary Walcott traicionaron a las suyas de formas mucho peores... entregándolas a los verdugos para salvar su propio pellejo. Actos imperdonables para los miembros de su propio aquelarre.

Harper mordió su labio, angustiada.

—Entonces, de eso se trata todo —murmuró— Brujas malditas.

—Su sangre se había esparcido con el tiempo y el paso de los años. La sangre de las sobrevivientes que crearon un legado perseguido por la oscuridad de las almas afligidas—el Sr. Sanderson la miró con fijeza— Estaba escrito, siempre fueron ustedes. Destinadas a pagar por lo que ellas hicieron.

—¿Cómo así?

—Por lo que me he dedicado a investigar desde hace años. El aquelarre de Salem, antes de partir, se encargó de castigar a tres de sus integrantes. Creó algo conocido como La Maldición de las Tres Brujas. La cual dictaba que más de trescientos cincuenta años después, las descendientes de aquellas brujas pagarían con la condena que ellas no cumplieron. Tres niñas serían el último legado.

—Y... ¿Cuales fueron las tres brujas que traicionaron a su aquelarre?

Él tragó en seco:

—Antes creí que nuestra antepasada, Bridget Bishop, había sido una de ellas. Pero no. Jessica nunca fue la tercera bruja de la maldición. Tampoco Sarah Good, la antepasada de Elizabeth.

La fuerza del terror que Harper estaba sintiendo en ese momento se acrecentó, y el suelo de repente se sentía muy inestable. Quiso desmayarse. Si sólo pudiera desmayarse no tendría que pensar. Pero no pudo.

—Somos nosotras ¿No es así?

—Las tres traidoras del aquelarre de los salemitas fueron la esposa del alcalde, la asesina de ángeles y la esclava oriental —expresó con voz ensombrecida— Mary Walcott, Anne Hale y Tituba.

«Tres hilos» pensó Harper. Tres hilos que conectaban con ella, Meredith y Nessa respectivamente.

Una sensación ácida recorrió su garganta después de esto. Pero ella no dejó que la afectara, porque todavía le faltaba algo más por saber.

—¿Qué tiene eso que ver con nuestros padres?

—Nosotros supimos de la maldición poco antes de que ustedes fueran concebidas —respondió— Pero como suelen decir las antiguas escrituras: "El destino es inevitable", y cuando eran apenas unos bebés, Rebecca, Christine y Jeremiah encontraron una brecha que les permitía daros la oportunidad de vencer la maldición. Pero tuvieron que dar su vida a cambio...

—Mi madre murió... ¿Por mí? —pronunció entrecortadamente.

—Tenían que entregarse —asintió— Ellos se llevaron a mi esposa, a sus amigos, y a la otra chica de su aquelarre.

—¿Quiénes? —la voz de Harper era desesperada, pero el Profesor Sanderon negó porque carecía de tales respuestas.

—No lo sé.

Ella se le quedó mirando con los labios entreabiertos y el pecho agitado. Sin poder creer del todo lo que estaba escuchando.

—Todos estos años pensando que se había marchado, y en realidad no fue así —susurró, sin poder dar crédito a sus palabras— Papá siempre habla de mi madre siendo tan valiente, pero él nunca ha dicho exactamente por qué. Ahora lo sé. Estuvo mintiéndome todo este tiempo.

—Probablemente pensó que te perturbaría si lo supieras.

Harper estaba agitando su cabeza, anonadada, nauseabunda:

—¡La abuela Blake! Ella también debe de haberlo sabido. Dios, todos los padres que están involucrados en esto deben de haberlo sabido. Y ninguno nos lo dijo ¿Por qué no me dijeron? ¿O a Meredith? Quizás Jessica todavía estuviera viva de haberlo sabido.

—No les dijimos nada por miedo a cómo reaccionarían. Y debo decir que tenían razón. Estas cayéndote a pedazos.

¿Y como no?

«Mi propio padre», pensó la castaña ¿Cómo podía estar de pie y mirarla después de mentirle por tantos años? ¿Cómo podía hablar de su madre con tanto amor? Y la señora Blake, que había apoyado en seguir guardando el gran secreto. Todos tenían una conspiración de silencio para mantenerlas alejadas de la verdad.

—Hay una cosa que debes saber, y es que la maldición tiene un efecto distinto para cada una, pero no soy yo quien debe decíroslo —resaltó el Profesor Sanderson.

—Descuide. Ha hecho mucho con solo esto.

—Lamento no poder ayudar mucho en cuanto a los cazadores de brujas, pero esta es una página que, aunque no las afecte ahora, lo hará cuando cumplan los veinte años.

Harper asintió. Aquella era considerada la etapa en la que las brujas llegaban a la mayoría de edad, y aunque hubiese querido seguir preguntando más acerca de esto, se sentía como si su voz se hubiera esfumado y ahora su cuerpo fuera una masa flácida incapaz de encontrar fuerzas para ponerse en pie.

Ella se apoyó en Nate, quien rodeó su cintura con un brazo para evitar que cayese debido a todo lo que le había sido revelado sobre su futuro.

Todavía no podía creerlo del todo... que las cosas pudieran ser más complicadas de lo que ya.

Los dos se despidieron del padre de Jessica y este le insistió una vez más en que debía dirigirse a su progenitor. Elliot McGregor era el único que podía aclarar sus dudas en un momento así.

La castaña asintió con desgano, justo antes de salir hacia el pasillo y apoyarse en una de las paredes pintadas de blanco, agachándose hasta que su túnica de color marfil le cubrió los dedos de los pies.

—Nate —lo llamó, y automáticamente el chico estaba a su lado, ayudándola a ponerse en pie— ¿Crees que puedas llevarme a mi casa? Sé que te lo he pedido demasiadas veces esta semana, pero realmente lo necesito.

—Puedes pedirme lo que quieras, Harper. Además, no creo que estés en condiciones de conducir tú sola.

Tiró de ella con ambas manos y Harper se dejó llevar como si fuera una muñeca. Con su cabeza siendo atormentada por demasiados pensamientos, todos ellos siendo acompañados por las palabras que había escuchado antes y las cuales se repetían una y otra vez al igual que un disco rayado.

Mientras tanto, en el interior del salón, el Profesor Sanderson había terminado de marcar un número en su lista de contactos, y ahora, esperaba a que la contestadora le saliera. Como siempre.

—Elliot, tenemos un problema...


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