🔮... capítulo treinta y tres
Noah estaba convencido de que no muchos se interesarían en saber más sobre su pobre y aburrida vida, aunque si era sincero consigo mismo, no es que él les diera boleto libre a todos para dar un solo paso en su dirección. Al fin y al cabo ¿Quién iba a querer acercarse a un chico con problemas para controlarse? Su hermana y sus padres habían hablado muchas veces con él al respecto, y lo único que podía garantizarles por el momento era que continuaba trabajando en ello. Sus reuniones con la anciana más sabia de la manada estaban siendo de ayuda. Ya no se enfurecía con tanta facilidad al escuchar las historias que corrían sobre él por los pasillos del instituto, ni mucho menos prestaba caso a las burlas de los deportistas del equipo de fútbol.
Se sentía como alguien más corriente, por así decirlo.
El dolor de la transformación se sentía menos ahora que se encontraba más calmado y veía al mundo de una forma distinta. Siendo este el tema de conversación que tuvo con su padre hacía apenas unos días. Por supuesto, cumpliendo la promesa que había hecho al club de no contar la verdad sobre las brujas. Cada día se le hacía más difícil seguir mintiendo, y se preguntaba por qué no podía ser como sus amigos. A ellos se les daba de maravilla. No como él, que se sentía como un soldado el cual es enviado al frente de batalla estando allí parado.
Sus padres habían hecho un llamado a todos los miembros de la manada para que se reunieran la noche de miércoles en el salón de su casa. Como acostumbraban hacer todas las semanas en el bosque, solo que siendo conscientes del peligro que acechaba los alrededores, prefirieron mantenerse bajo techo aquella luna llena.
Mientras escuchaba a su padre hablar sobre cómo debían asegurar el territorio y separarse en grupos de seis para capturar a lo que sea que estuviese perturbando la paz de Salem, Noah se apoyó en la pared acompañando a Nate, quien parecía inmerso en sus propios pensamientos. Al igual que él, demasiado aburrido como para prestar atención. Su vista se paseó alrededor de la habitación, y por cada persona que allí se encontraba. Alcanzó a ver a Felicity al lado de su padre, como una mini versión femenina suya. Derecha y seria, con la melena castaña clara y su expresión impenetrable mostrándose delante de la manada. Luego estaba su madre, con el rostro divinamente cansado y tan pálido como las cortinas de la ventana. Todo sobre ella era blanco y negro: la cara blanca, el pelo oscuro, y esas pestañas que formaban las medias lunas en su rostro.
Y entonces, estaban los demás. Mercy García, la madre de su mejor amigo, más alcoholizada que sobria como siempre. Tobias Henderson, el pescador que vivía cerca de la bahía. Willa Smith, la mujer de la tienda de golosinas. La anciana Caroline, que solía visitar a su madre todos los fines de semana y fabricar atrapasueños para venderlos a los jóvenes del club artesanal. Todos los descendientes de Lycan estaban allí. Antiguos, viejos y nuevos licántropos. Fieles a las órdenes de su líder: Chase Corrigan. Su padre. Un hombre alto, fuerte y de pelo oscuro como el carbón. Las personas solían decir que se parecían, a pesar de los rubios mechones que llenaban la cabeza de Noah. Pero él estaba seguro de que nunca podría tener el mismo sentido del deber y la valentía del alfa, simplemente porque distaba mucho de tener su mismo carácter.
Él se sentía bien siendo beta, y planeaba seguir así, aunque no podría decir lo mismo de su hermana, quien, a diferencia suya, había nacido con madera de líder. Además, tenía muchas cosas de las que preocuparse antes que pensar en ello. Su inestabilidad, por ejemplo. A la que todavía le temía.
-Oye ¿Qué tal si salimos de aquí? -sugirió en un susurro, zarandeando el hombro de Nate ligeramente.
Este miró hacia todos lados, como si quisiera asegurarse que nadie les estaba prestando atención antes de seguirlo por entre las demás personas y salir por la puerta de la cocina hacia el exterior, al patio trasero. Allí, ambos se sentaron a ver la gran luna amarilla. La Luna de Luto, según contaban las leyendas. Noah fue a la cocina a por algo de beber, y cuando regresó, le ofreció una botella de cerveza.
-Las he robado de la nevera -le dijo- Son de mi padre, pero no hará nada que bebamos aunque sea una vez.
-Tienes razón -normalmente, él sería el responsable de los dos y le diría que estaba mal, pero esa noche necesitaba sentir el sabor frío y amargo en su garganta. Por lo que se la quitó de la mano y ambos las chocaron. Brindando por algo de lo que no tenían idea.
Por un momento, permanecieron en silencio, pensando sobre todo y todos. Noah tenía su cabeza dando vueltas debido a las mentiras que le costaba guardar, y Nate... Nate continuaba pensando en la tarde anterior. En la playa, el viento y el conocido sentimiento de las mariposas aleteando en su estómago.
-Hace algún tiempo que no hacíamos nada como esto -dijo Noah, rompiendo el silencio.
El pelinegro lo miró:
-No. Pero supongo que en medio de tantos líos ni siquiera a los chicos malos les queda tiempo para pasar el rato.
-O para ver un partido de fútbol en la tele. Dios, echo de menos esos días -dijo tras un largo suspiro, provocando que Nate lo observara con extrañeza.
-Tu nunca has visto fútbol televisivo. De hecho, preferías el show de las Kardashian.
-Tampoco especifiqué qué es lo que echaba de menos -resaltó bromista, y ambos se echaron a reír.
Luego hubo silencio, mientras el siseo bajo de las plantas al rozarse unas con otras comenzaba a hacerse notar más en la noche. Noah miró sus zapatillas con fijeza.
-La anciana Caroline dijo que estoy mejorando considerablemente bien -agregó, alzando la cabeza- Mis problemas de ira no se han ido del todo, pero ahora tengo mayor control sobre ello.
Nate abrió mucho los ojos. Impresionado.
-Eso no me lo habías dicho ¡Felicidades!
-Tuve mi última cita hace solo unos días. Es bueno ¿No es así?
-Demasiado -exclamó, dándole una cariñosa palmada en el hombro- Estoy realmente orgulloso de tí.
Noah tuvo que asentir, seguro de que había hecho bien al contarle primero. Su mejor amigo siempre solía ser la primera persona en apoyarlo después de Fliss, ya fuera por sus problemas de ira u otros temas.
-Gracias... por estar ahí y también por soportarme en mis momentos no tan pasivos -le dijo con honestidad, causando que este negara.
-Lo dices como si hubiera sido un castigo.
-De hecho, creo que sí te metí en bastantes problemas.
-No digas tonterías -dijo Nate- Eres mi amigo, haría lo que sea por tí.
El rubio se sintió agradecido porque, además de ser su único compañero, la lealtad de Nate significaba algo muy importante para él. No obstante, hacía algunos días que lo veía diferente, y tenía curiosidad por saber qué sucedía.
-¿Puedo preguntarte algo?
-¿Para qué preguntas antes si al final lo harás de cualquier forma?
-¿Por qué estás tan ido últimamente? -pronunció al final- Tal parece que te has fumado una caja entera de hierba para lobos.
-No me pasa nada.
-Oye, si sabes que puedes contarme lo que sea ¿No? -le recordó- Puedes incluso seguir hablando de chicas conmigo a pesar de que ya no estés con mi hermana.
-No estoy así por una chica.
-¿Me vas a decir que lo que se traen tu y Harper McGregor no es nada por lo que tenga que preocuparme?
El apellidado García miró con asombro aquella expresión sugerente que le dedicaba, como si de repente Noah hubiera tenido el poder para leer sus pensamientos y entender lo que estaba pasando por su cabeza en ese preciso momento.
-¿Es tan obvio?
El rubio dejó escapar una risa, que fue acallada cuando acercó la boca de la botella a sus labios para tomar un poco más. La verdad, es que no lo disimulaba en lo absoluto. Noah podía ser algo despistado a veces, pero no era idiota. Lo conocía como a un hermano, y tenía que aceptar que estaba algo cambiado desde su ruptura con Felicity. Antes parecía destrozado, y ahora, sus ojos habían vuelto a brillar otra vez. Estaba feliz por él, por haber avanzado...
Solo había algo negativo en todo eso.
-Sabes lo que piensan aquí de las brujas -le dijo, haciéndole recordar aquella vieja lección que los padres de la manada le daban a sus hijos.
-Lo sé, pero ella es diferente Noah -respondió Nate, apartando la mirada para perderse en algún punto del espacio- Es inteligente, dulce, ingeniosa, amable. Podrías pasarte horas tan solo escuchándola porque no te cansarías. Siempre tiene algo que decir, y sabes que es un caso perdido intentar contradecirla porque de una forma u otra siempre dice lo correcto ¿Sabes que su cabello huele a vainilla? Puedes percibirlo a kilómetros, nunca he olido algo tan delicioso en mi vida.
Cuando terminó de hablar, se dio cuenta de que que Noah ahora lo miraba más extrañado y bromista que antes. Como si le hubiese aparecido una nariz de payaso en la cara.
-¿Y después me dices que no es por una chica? -exclamó- Nate, es una bruja.
-Eso no importa para mí -le dijo. Lo que lo dejó incluso más impresionado todavía. Al parecer, las cosas eran mucho más profundas de lo que él podría siquiera imaginarse.
-¿Al menos sabes que ella siente lo mismo?
-No sé, pero ten por seguro que lo averiguaré.
Tuvo que reír, porque realmente la situación era lo bastante loca como para ello.
-¡Ese es el Nathaniel García que conozco! El que se enamora rápidamente sin apenas un mes de haber terminado con su antigua relación.
-¿Tengo que recordarte que tu hermana fue quien me cortó a mí?
-Buen punto.
-Solo quiero saber qué es lo que me pasa con ella -Nate agachó la cabeza, mirando hacia el suelo.
-¿Hablas de por qué sonríes como un imbécil cada vez que la mencionas? Ya, hasta yo querría saber la razón.
Los dos alzaron sus botellas de cerveza y las chocaron nuevamente en un sonido corto.
-Por los problemas amorosos -propuso Nate.
-Y porque yo nunca me vea metido en uno. Salud -culminó Noah, antes de separarse para dar otro sorbo.
●●●
A pesar de que era ya tarde en la noche, todo el vecindario continuaba estando iluminado, y Nessa podía sentir el frío aire, pero sólo porque esto la hacía consciente de su propio cuerpo, de cada parte de ella, sintiendo un hormigueo eléctrico mientras Evan la abrazaba desde atrás.
Él había llegado en medio de la noche, había escalado hasta su ventana como un príncipe encantador para que su padre no los pillara y ambos se habían quedado en el tejado mirando hacia la luna. Sus brazos la tenían sujeta por la cintura, fuertes, impidiendo así que pudiera separarse o caer desde aquella altura. Las nubes se movían unas con otras, como cuerpos celestes que bailan en la lejanía. Y Nessa, perdida en las sensaciones y el paisaje, comenzó a imaginarse a sí misma bailando sola en el bosque, bajo la clara luz. Como Diana, la diosa de la caza y los animales.
Ella podía verse en su camisón de noche blanco y sus pies desnudos, su pelo flojo sobre sus hombros, alzando la vista hacia una fogatada donde sus demás hermanas bailarían con ella al igual que algo delicado y hermoso. Bailar delante del fuego es cosa de hechiceras después de todo, sus antepasados lo habían hecho, y Meredith le había dicho igualmente que era una sugerencia interesante, pero que le encantaría experimentar alguna vez. Sin embargo, la sola idea de imaginarse a sí misma en la oscuridad del bosque, con la presencia de aquellos ojos rojos ansiando probar de su carne, la hacía estremecerse como una hoja.
Horribles pensamientos del cuerpo de Raven enterrado bajo la tierra fría llegaban a su mente, y ella se obligaba a apretar los ojos para que estos desaparecieran.
Aferrándose a los fuertes brazos de Evan, ella miró a la Luna, expectante, como si esperara algo de ella, pero ¿Qué podría ser? Recordó algo vagamente mientras rebuscaba en su mente, y las palabras vinieron a ella como un poema.
Que el viento y el cielo me cubran con su velo...
Lo extraño es que no se sentía como algo que ella hubiera escrito. Sino que se sentía como si fuera algo que ella hubiera leído o escuchado hace mucho tiempo.
No digas tonterías, pensaba. No lo termines.
Una repentina convicción se apoderó de ella, de que quizás no debía recurrir a los poderes sin saber qué podían causar. Pero el poema atravesaba su mente, como el lejano tintineo de una campana y las últimas palabras cayeron en su lugar. Ella no pudo detenerlas.
Que el viento y el cielo me cubran con su velo. Que la tierra y el mar alejen de mí el mal.
-¿Pasa algo? -Evan la sintió temblar bajo su toque, y Nessa saltó al darse cuenta de lo que casi había hecho ¿Acaso era tonta? ¿De qué tenía miedo? Aquello no debía significar nada. El mundo seguía siendo igual que siempre. Las palabras eran solo palabras.
-Creo que me estaba quedando dormida. -murmuró un poco aturdida, cosa que hizo al chico arrugar el entrecejo.
-¿Quieres entrar?
-No -negó, acomodándose mejor para recostar la cabeza en su pecho- Me gusta estar aquí.
Y era cierto. No sabía cuánto tiempo habían estado en esa posición, pero tampoco le importaba. Porque sentía paz allí.
Entonces, suavemente, elevó su rostro para besarlo y él agachó el suyo para alcanzar sus labios en respuesta. Besar a Evan era como tocar un rayo de luz y luego ser consumida por una llama. Cada choque de dulzura era mayor que el anterior. Casi sin sentido, con deleite, y ella ya ni siquiera recordaba por qué se sentía tan abrumada. Si es que parecía tan simple, tan hermoso. Podría pasar toda la noche acariciando sus mechones castaños mientras él le recorría la piel de la cintura con sus manos. Lentamente, embriagados por el calor que desprendían juntos.
-¿Qué te está preocupando tanto? -preguntó cuando se separaron, y Nessa supo que no podría mentirle. Era increíble como, para conocerse tan solo un mes y medio, las cosas habían escalado tan rápidamente, pero a la vez tan correctas.
Ella miró sus manos entrelazadas y dejó que un largo suspiro recorriera su garganta:
-Ya te dije que soy adoptada.
-Así es.
-Por eso quería preguntarte si ¿Sería muy egoísta de mi parte querer saber más sobre mis padres biológicos? -cuestionó, enderezándose un poco para mirarlo a los ojos- Es decir, estoy realmente feliz con mi vida y amo a papá, pero... ¿Sabes? Me gustaría descubrir quién soy realmente y tengo la sensación de que solo así lo lograré.
Un par de segundos le tomó a Evan para pensar en lo que le había dicho, y con el brillo de la noche enredado en su pelo oscuro, dejando su rostro cubierto con las sombras, él se acercó hasta que sus frentes estuvieron unidas.
-Creo que es realmente valiente que quieras saber más sobre tu pasado. Si yo me encontrara en tu lugar probablemente haría lo mismo...
-Pero... -lo interrumpió, porque si Evan podía conocerla realmente bien, ella también lo hacía viceversa.
Él dejó un suave pico en su nariz:
-Pero también creo que para descubrirte a tí misma debes recorrer un camino completamente distinto.
-¿A qué te refieres?
-No necesitas tener un pasado para saber el tipo de persona que eres o vas a ser. Eso debes averiguarlo por tí misma.
Diciendo esto, alzó una mano para acariciar la curva de su mejilla ligeramente, causando que Nessa cerrara los ojos ante la delicadeza de su tacto mientras él la observaba. Si tan solo pudiera mantenerla en una caja fuerte, así nada ni nadie, ni maldiciones de miles de años, ni cazadores fantasmas podrían perturbar su paz. Quería llevarla lejos de allí, donde pudiera protegerla y que nadie la alejase de su lado. Donde fueran solo ellos dos.
Pero Nessa era una bruja. Su deber consistía en aprender a protegerse a sí misma y a los suyos. No podía ser egoísta e ir contra eso porque, simplemente, estaba en su naturaleza ser libre.
-El pasado solo es una página que quemamos tras nosotros... aunque después solo nos queden las cenizas para recordar.
-¿Tú tienes uno?
-Del cual me gustaría poder borrar muchas cosas.
-¿Cómo cuales?
-Muertes, malas decisiones, relaciones que no debieron ser -contestó, y luego agitó la cabeza entre negaciones- No importa ahora.
Nessa tenía curiosidad por preguntar más sobre su vida. Quería romper esa muralla de cristal que parecía rodearlo cuando trataba de hablar sobre sí mismo. Pero a la vez temía de cual fuera su reacción, y que esto lo hiciera enojar ¿Qué tan malo podría ser abrirse con ella?
Nessa sabía que habían ciertas cosas de las que a nadie le gusta hablar, pero no creía que él fuera una de esas personas cuya vida ha sido un desastre desde el inicio. Quizás si le daba algo más de tiempo, este le contaría las cosas que ahora se negaba a decir. Mientras tanto, ella continuaría compartiendo todos y cada uno de sus pensamientos con él.
-¿Te conté cual es el nombre de mi madre? -preguntó de repente- Me parece que nunca te hablé de ella, ni siquiera cuando no sabía que estábamos emparentadas
-No, no me has dicho. Pero de seguro debe ser muy bonito.
-Lo es, de hecho -ella rio- Se llamaba Teresa... Teresa Reyes.
Él se quedó callado, mirándola con fijeza y un dije de confusión, al igual que si se hubiera quedado en blanco y ahora necesitara regresar de nuevo a la Tierra.
-¿Evan? -oírla pronunciar su nombre fue el golpe de realidad que lo hizo reaccionar, aunque no del todo cuerdo como antes. Todavía sentía los escalofríos en su piel, pero tuvo que obligarse a concentrarse en otra cosa, como abrazarla.
Ella supo que había algo extraño en su repentino cambio de humor, pero decidió ignorarlo porque estaba cansada. Sin embargo, la espina de la molestia estaba ya clavada en su frente. Haciéndola preguntarse por qué ¿Por qué yo debo ser quien confíe ciegamente y tú solo ocultas secretos?
●●●
Felicity fue interceptada por su padre cuando quiso subir las escaleras a su habitación. Se sentía tremendamente exhausta después de la reunión, y lo único que le apetecía era cerrar sus ojos por solo unas horas antes de volver a despertar.
Chase Corrigan le dedicó esa mirada profunda que la conocía perfectamente, y ella dió media vuelta:
-¿Pasa algo, papá?
-Solo quería asegurarme de que estabas bien. Te noto algo deprimida últimamente -respondió este, posando sus grandes manos en sus hombros. Fliss solo negó.
-Estoy bien. Así que tanto tú como mamá ya pueden dejar de preocuparse tanto.
-Oye, puede que seas una adolescente ya crecidita, pero sigues siendo mi hija -la interrumpió- Es normal que me preocupe por tí cuando noto que ya ni siquiera sonríes.
La castaña tragó grueso, esperando que no pudiera darse cuenta de lo incómoda que se sentía hablando sobre eso con él.
-Estoy bien, papá. De verdad.
-Haré como que te creo -él suspiró- Quería hablar contigo y con tu hermano. No me agrada la idea de que salgan después del ocaso, sobretodo por todo lo que está pasando.
-Si te mantiene más tranquilo, Hablaré con Noah yo misma.
El adulto sonrió, acunando las mejillas de su hija entre sus manos para acercar su rostro y dejar un suave beso en su frente.
-Te quiero, Felicity -le dijo.
-Y yo a tí.
Al llegar arriba, se dejó caer encima de la cama como un peso muerto y dejó que sus manos descansaran a ambos lados de su cuerpo. Ella estaba tan agotada de tantas emociones que ni siquiera podía levantarse para ponerse un pijama. Solo se mantuvo allí, mirando el techo como si fuera la imagen más interesante que pudiera encontrar dentro de aquellas cuatro paredes. Pero de pronto, este comenzó a cambiar. Fliss tuvo la extraña sensación de que se iba acercando, como si le fuera a caer encima. Aunque, en realidad, solo se estaba moldeando. Pequeños puntos brillantes como luciérnagas comenzaron a aparecer de la nada. Débiles, al igual que astros a lo lejos en la galaxia, hasta dar la impresión de tener su propio cielo nocturno en el interior de su habitación.
Su celular sonó con un mensaje y ella tuvo que estirar la mano para agarrarlo y leer:
«Pensé que podría ayudarte a dormir. Meredith»
Una sensación agradable se le instaló en el pecho después de esto, similar a un hormigueo eléctrico que la hizo cerrar sus ojos por un instante y pensar en que realmente se encontraba bajo el cielo estrellado, recostada en una colina sobre la suave hierba de un prado.
Todo estaba muy tranquilo. Pasivo, al igual que una sonata de piano.
Hasta que ese olor volvió a llegar a su nariz.
Felicity se reincorporó de golpe, reconociéndolo. Era el mismo que había sentido con Evan en el bosque, que pertenecía a aquella mujer misteriosa.
Rápidamente y antes de que este desapareciera por completo, Fliss se puso en pie y caminó hasta el ventanal. Descubriendo una melena tan clara como un rayo de luz, que se movía por la acera con prisa.
Allí estaba. Era ella.
La castaña pensó que no podía perder esa oportunidad, y a pesar de su cansancio, abrió lentamente la ventana para saltar por ella y caer en el suelo del jardín, a la vez que sentía los huesos de su cuerpo rompiéndose rápidamente.
El tiempo que duró la transformación fue suficiente para perderla de vista, pero el aroma del perfume continuaba impregnado en su nariz, por lo que no le resultó difícil llegar hasta el lugar donde se encontraba. Allí, escondida entre la maleza de los arbustos con sus ojos amarillos observando atentamente, la loba pudo ver a la mujer conversando con quien parecía ser un vecino. La casa que tenía delante era muy similar a un castillo de madera. Antiguo, pero muy bien conservado. Hablaban sobre cosas comunes: el trabajo, las compras, el día a día. No era difícil entenderlos debido a sus poderes sobrenaturales, pero en el momento que la extraña desconocida se despidió y volvió a subir los escalones de la gran casa para entrar en ella, Felicity se dijo que tendría que volver a la mañana siguiente para descubrir su identidad de una maldita vez.
No obstante, cuando esta se volteó sobre sus propios talones para asomar su rostro por el balcón del porche, reconocerla resultó ser la cosa más sencilla del mundo. Porque nadie, ni siquiera ella, habría pensado que la nueva bibliotecaria de la escuela tuviera algo que ver. Pero se equivocó.
Alexandra Alberts estaba más metida en eso de lo que podría imaginar.
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