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🔮... capítulo treinta y siete

El largo pelo rubio de Jessica le caía sobre el rostro como cascada, sirviendo de escudo entre ella y el mundo. Sus dedos delineaban las hojas amarillentas del Libro de las Sombras y todos los dibujos que habían en ellas, imaginando que realmente podía sentir la superficie de estas.

Un nudo de inexplicable procedencia se estaba formando en su estómago, presionando con fuerza y haciéndola experimentar algo que creía haber olvidado con la muerte: la capacidad de sentir. Sentimientos negativos, fríos y secos como la cáscara de una nuez. Imposibles de ignorar. Ella miró la falda rosa de su vestido y luego alzó la cabeza para encontrarse a Nessa, quien terminaba de vestirse para salir de casa.

-Por favor no vayas -le dijo, y su voz sonó como una súplica, haciendo que la pelinegra se volteara para observarla con confusión. Ni siquiera había notado que estaba allí.

-¿Hace cuánto estás aquí?

-Vine para advertirte. Tengo el presentimiento de que algo muy malo está a punto de pasar -continuó, esperando que hiciera caso a sus premoniciones.

Por primera vez desde que su fantasma había aparecido en su habitación, Nessa pudo ver que sus ojos azules estaban llenos de verdadero miedo.

-Jessica, sé que últimamente todo está patas arriba. Pero si yo y el Profesor Stanton logramos encontrar el hechizo de expulsión, estaremos a salvo nuevamente.

Ella volvió a negar. No tenía nada que ver con el hecho de que ella estuviera confiando tan rápidamente en un plan hecho por una persona que apenas conocía, sino porque, una vez atravesara la puerta de la entrada, algo malo pasaría.

-No lo sé, Nessa -volvió a mirarla- Por favor, solo quédate y llama a las chicas. Cuéntales la verdad.

-Precisamente no lo hice porque quiero que estén a salvo -le explicó- Iré a ese encuentro sola. Está decidido.

La apellidada Sanderson se mantuvo tranquila en su sitio, sabiendo que aunque hubiera querido, no podría haber hecho otra cosa para convencerla de quedarse. Vio como Nessa se alejaba, una sinfonía en negro y blanco debido a su blusa de muselina, hasta cerrar la puerta delante de ella. La rubia dejó que las sensaciones volvieran a desaparecer, como si nunca hubieran estado allí.

Y entonces, se hizo polvo.

●●●

-¿Ya podemos entrar? -preguntó Noah por quinta vez desde que habían llegado, provocando que su hermana y su mejor amigo le dedicaran una mirada exasperante.

Felicity se frotó la frente con una mano, apartando las gotas de sudor que extrañamente se habían formado allí y dejando escapar un profundo suspiro al tiempo que sus ojos se fijaban en el chico castaño del suéter azul. Era Evan, quien no había dejado de vigilar la gran casa de estructura colonial desde que habían llegado.

La tarde era oscura, nublada, y la expresión del castaño parecía combinar perfectamente con eso.

-Aún no, Noah. -advirtió- Tenemos que esperar a que salga.

-Llevamos una hora y media esperando -protestó el mayor de los Corrigan- y ni siquiera sabemos si realmente está dentro.

-Está dentro -lo interrumpió su hermana, muy segura de lo que decía- Puedo captar su olor. Es un perfume tan dulzón que sería fácil sentirlo a cuatro manzanas de distancia.

-¿Y qué pasa si no planea salir a ningún lado? -cuestionó Nate. Este estaba sentado en el suelo, detrás del muro como los demás- No lo sé. Quizás haya hecho las compras del supermercado esta mañana o no tiene familiares ancianos a los que visitar en las tardes.

-En conclusión, puede que estemos haciendo el papel de idiotas sentándonos aquí a esperar.

-Dejen de fastidiar ya ustedes dos -los regañó Felicity, dejando de lado su chaqueta porque comenzaba ya a picarle. No sabía cuánto tiempo más tendrían que esperar, así que era mejor acomodarse.

Evan se quedaría vigilando, como mismo había hecho todo el tiempo. Sin descanso, esperando con una paciencia que ninguno de ellos poseía. Otra media hora pasó, y cuando estuvo casi a punto de darse por vencido, vio cómo la puerta de la casa de la Srta. Alberts se abría y esta salía con su bolso en el hombro. Probablemente para ir hacia algún lugar del que ellos no tenían ni idea, pero que hacía de esa su oportunidad perfecta.

-Chicos...

Los tres lobos adolescentes yacían todos dormidos con las espaldas apoyadas en el muro de piedra. Noah tenía la boca media abierta y un hilo de baba corría por la comisura de sus labios. Casi al punto de caer sobre el hombro de Nate, quien servía de almohada tanto para él como para Felicity. Esta última encogida al igual que un feto en el vientre materno.

«Lo que faltaba» pensó el conjurador, yendo a sacudir el hombro de la única chica para despertarla. Lo que provocó que por instinto los demás también abrieran los ojos.

-¿A quién hay que desfigurar? -Noah se reincorporó de golpe, todavía con los ojos adormilados.

Evan pestañeó:

-Nada de desfigurar a nadie por el momento.

-Bah. Le quitas lo divertido a la vida.

Felicity se acercó y miró por encima de la gruesa piedra hacia la residencia. Todo estaba despejado y el aroma característico de la bibliotecaria había disminuido conforme la casa se encontraba completamente vacía.

-Es hora -ella y Evan intercambiaron una mirada de confirmación- Vayamos.

Lo bueno de un vecindario como aquel, era que las casas se encontraban alejadas unas de otras. De forma que los vecinos no tendrían por qué fijarse en los asuntos de los demás, a no ser que tuvieran un telescopio para mirar a través de los árboles del jardín. Una vez en el porche, Fliss dio la idea de entrar a través de la ventana, pero Evan le advirtió que no era necesario.

-Fores apertas -pronunció en baja voz, haciendo que la cerradura de la puerta emitiera un sonido extraño y luego se abriera ante ellos.

-Nunca me acostumbraré a esto -dijo Fliss, pasando al interior antes que cualquiera.

Adentro se encontraron con que todo estaba sumido en completa oscuridad. Las ventanas estaban cerradas, y de no ser porque ellos habían abierto la puerta, no habrían sabido ni donde pisaban sus zapatos.

Evan dió un paso hacia delante. Listo para comenzar a registrar la casa, pero cuando entró completamente y la puerta se cerró de golpe tras él, haciendo un ruido estruendoso, supo que algo andaba mal. Todo estaba demasiado tranquilo, demasiado fácil...

De pronto, las luces se prendieron y la escena delante de sus ojos tomó forma.

La habitación principal era grande y estaba ordenada. Sus paredes estaban pintadas de azul oceánico y terminadas con molduras de techo de color blanco brillante. Los suelos de madera estaban recién encerados y el aire del interior de la habitación era cálido y olía a cedro con el calor de un fuego de leña.

Alexandra Alberts estaba allí, sola, descansando en un sofá descolorido frente a la chimenea. Su cabello de plata caía en ondas sobre sus hombros, enmarcando su rostro sonrosado y sonriente.

-Finalmente -dijo ella.- Pensé que nunca se atreverían a venir hasta aquí.

Al instante, los cuatro supieron que habían cometido un terrible error. Todo eso había sido una trampa.

No obstante, algo más llamó su atención. Evan sintió que el amuleto azul de su familia vibraba sobre su pecho, emitiendo una luz poderosa que iba dirigida principalmente a la mujer delante de ellos. Eso solo podía significar una cosa.

La Srta. Alberts no era una cazadora. Ella era...

-¿Realmente creyeron que podrían burlar a una bruja? -pronunció, acercándose a ellos amenazadoramente- Montón de niños ingenuos.

Él trató de pensar en un hechizo, cualquier hechizo, para ayudar a sus amigos a salir de esa situación, pero no se le ocurrió ninguno. Era como si su cerebro se hubiera restablecido a una página en blanco. Ella lo había dejado completamente impotente, de alguna manera. Escuchó cómo Nate y Noah gruñían a sus espaldas, mostrando sus colmillos a modo de advertencia, pero la rubia no parecía temerles.

-No gastes tu energía tratando de hacer un hechizo, conjurador -lo interrumpió- Solo la magia oscura funciona en esta casa.

Era obvio, pensó. Incluso más que eso.

Felicity trató de moverse de su sitio, pero era como si de repente se hubiera quedado pegada al suelo. Su cuerpo no se movía, al igual que el de los demás, y si no podían defenderse, entonces realmente estaban perdidos.

Alexandra se paseó alrededor de ellos, como si estuviera viendo el cristal de un museo con total atención. Fliss pudo notar el brazalete que llevaba en su muñeca derecha, con el símbolo de una estrella de cinco puntas.

«Meredith, Nessa, Harper. Necesitamos su ayuda» suplicó el castaño, esperando que su mensaje llegara.

-Muy bien, muy bien -asintió pensativa tras evaluarlos- ¿Qué se puede hacer para sacarle las palabras a un intruso?... Supongo que tendré que averiguarlo con vosotros.

Un rugido atravesó la garganta de Noah, pero eso fue todo lo que pudieron escuchar antes de que ella los sumiera a todos en un profundo sueño.

●●●

El sendero de camino al cementerio estaba hecho de roca gris, o granito, Nessa no sabía bien. Lo que sí era seguro, era que el paisaje en aquella tarde nublada se hacía algo terrorífico.

Era una caminata bastante larga, casi hasta las afueras de la ciudad, pero como ya se había acostumbrado a ir a visitar la tumba de su madre el día de su cumpleaños, Nessa se encontraba familiarizada con todo aquello. Mucho más después de tener que enterrar a su mejor amigo allí mismo.

Por un momento, mientras atravesaba el arco de la entrada y se abría paso por entre el camino de lápidas, Nessa sintió un ligero escalofrío recorriéndole la espina dorsal.

«Menudo sitio para planear un encuentro» pensó para sus adentros, pero en parte, sabía que tampoco era un lugar donde las personas solían ir con frecuencia. Por eso lo hacía perfecto.

Cuidadosamente, descendió por la senda de losas, tambaleándose debido a sus botas de tacón. Luego alzó la vista y una edificación más bien vieja se dibujó en su campo de visión. La mayor parte del tejado de la iglesia estaba muy mal cuidado, aunque el campanario seguía intacto; una torre que se alargaba hacia el cielo muy por encima de su cabeza. Las cuatro paredes manchadas de suciedad le daban la bienvenida, a pesar de que la puerta estaba cerrada.

No había rastro alguno del Sr. Stanton por ningún lado.

¿Habré llegado demasiado temprano? Se preguntó a sí misma, dando una vuelta sobre su propio eje para estudiar los alrededores. Habían muchas estatuas de ángeles y personas adornando el paseo entre las tumbas, quizás para hacer menos horrible o deprimente la llegada de los visitantes. Pero Nessa descubrió que si se ponía a observarlos con mayor fijeza, le resultaría escalofriante como sus ojos parecían mirarla en silencio.

Una oleada de náuseas le revolvieron el estómago de solo imaginar que estas se moverían para acercarse a ella, dispuestas a hacerle daño.

«Boberías» suspiró, al tiempo que escondía sus manos dentro de los bolsillos de su abrigo. Entonces, sintió algo más. Un movimiento de roca, similar al chirrido de una piedra, como si alguien más hubiera usado sus uñas para raspar la superficie de alguna de ellas.

O quizás habían sido garras.

Ella se volteó súbitamente con el ruido, mirando hacia todos lados como si se hubiese vuelto loca.

No había nada ahí, pero lo sentía cerca.

Sus pies retrocedieron lentamente hasta chocar con la puerta de la iglesia, en la cual se apoyó sin contar con que se abriría y la dejaría caer al suelo dando gritos.

-Srta. Queen ¿Se encuentra bien?

De pronto, abrió los ojos, encontrándose con la mirada azul y confusa de su profesor de Historia. Ya no había nada más. Las malas sensaciones se habían esfumado. Estaba a salvo.

-¡Oh Sr. Stanton! Pensé que no vendría -exclamó con alivio, viendo cómo las comisuras de los labios del pelinegro se curvaban en una graciosa sonrisa.

Él se acercó y tomó la mano de Nessa en un agarre firme para levantarla sobre sus pies.

-¿Qué hacías en el suelo, Nessa?

-Pues verá, yo...

Ella miró hacia abajo para decir algo, pero luego se paralizó, sintiendo su corazón golpeando como un martillo, mientras que la sangre drenaba de su cara.

Su cuerpo no respondía a su cerebro, no podía alejarse por más que lo intentara. Todo lo que podía ver era el sello de su anillo en el dedo índice, tallado con un símbolo que le recordó a las inscripciones del Libro de las Sombras. Inscripciones en latín que ahora sabía a qué pertenecían.

La piedra del anillo era negra y ancha, con un brillo maligno como su propia obsidiana oscura. La que descansaba en su pecho desde el día que...

Nessa miró de nuevo a su profesor y vio la cara que había visto durante la feria. Un rostro que se acercó a ella, más rápido y más rápido, más y más grande. Un cruel y frío rostro. La mirada del mal escondido.

Por un instante, las piezas lograron conectar en su cabeza. La noche del incendio en el instituto, había sido él quien la había sacado sujetándola por el brazo. El mismo brazo donde el cazador la había marcado con una runa.

-Yo siendo tu, me lo habría pensado dos veces antes de confiar tan pronto en un extraño, querida.

«Tonta. Diez veces tonta» maldijo.

Nessa se balanceó en sus propios pies. Ella no podía ver nada excepto la oscuridad de los ojos del Sr. Stanton. Eran como roca vidriosa volcánica, como el cielo a la medianoche, como obsidiana...

Y estos estaban tragándosela.

Nessa. La voz de Evan estaba en su mente, llamándola cuando la negrura la rodeó de prisa y ella cayó rendida en los brazos del cazador.

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