🔮... capítulo treinta y dos
Apenas el reloj marcó las cuatro de la tarde, Harper se sentó en la mesa de la cocina para esperar a su padre, siendo ese el lugar donde usualmente solía verlo al llegar a casa. Durante este tiempo, se dedicó a hojear un viejo álbum de fotografías que había sacado de uno de los cajones que guardaba bajo la cama, con el forro un poco polvoriento, pero todavía intacto.
Página tras página, ella siempre encontraba algún recuerdo bonito que la hacía sonreír, pero ese día no lo hizo. En parte debido a ese sabor amargo que le recorría la garganta, y por otro lado los nervios que le hacían tamborilear con los dedos encima de la superficie de la mesa. Ella nunca había estado tan dispuesta a enfrentar a su padre como en ese momento, pero también se sentía mal por ello. Elliot McGregor siempre fue un padre cariñoso, que velaba por su bienestar y estaba a su lado en cada triunfo y cada caída. Por eso, la idea de odiarlo la hacía sentir como la peor persona del mundo.
—Harper ¿Estás aquí tan temprano? —ella se enderezó de golpe cuando lo escuchó pasar al interior de la cocina, dejando su chaqueta sobre una silla— Creí que pasarías la tarde con Meredith y tu otra amiga...
—Tenía cosas más importantes que hacer.
Él se acercó y miró por encima de su hombro.
—Ya veo ¿Recordando viejas memorias? —preguntó, señalando una de las fotos. En esa, estaban él y Harper encima de un bote de pesca en la bahía de Salem— Esta es mi favorita. Recuerdo que no te separabas de la cinturilla de mis pantalones porque tenías miedo de caerte al agua.
La castaña suspiró. Aquel era el momento. No había vuelta atrás.
—En realidad, tenía que preguntarte algo.
El Sr. McGregor se volteó mientras servía un poco de leche en un vaso.
—Lo que sea —dijo, prestando completa atención a lo que ella tenía para decirle. Harper tuvo que tomar otra profunda respiración para armarse de valor y decir:
—¿Qué sucedió exactamente con mi madre?
La pregunta lo tomó por sorpresa, causando que este frunciera el entrecejo confusamente.
—¿A qué te refieres?
—Sé sobre la maldición —reveló, viendo cómo la expresión de su progenitor cambiaba considerablemente—... y también sé lo que hicieron los antiguos miembros del aquelarre de Salem para crear la brecha. Mi madre estaba entre ellos ¿No es así?
Una nube de completo asombro se apoderó del rostro de Eliot McGregor. Estaba estupefacto, intentando analizar la situación mientras buscaba en su mente algo que decir. Pero por más que sus labios se movían, tratando de pronunciar alguna palabra, nada salía de él.
—¿Papá? —ella nunca lo había visto tan perdido o confuso, como si no tuviera manera de enfrentar la interrogante que su hija de diecisiete años le hacía.
Su atractivo rostro de rasgos europeos ahora estaba pálido, rogando por una salida mientras la miraba con fijeza.
—Tu madre era muy valiente y te amaba muchísimo. Ambos lo hacíamos —logró articular en un hilo de voz, el cual se fue elevando a medida que que su pecho se llenaba— El día que naciste, fue el mejor de toda nuestras vidas, y supimos que haríamos cualquier cosa para protegerte de lo que sea que intentara herirte.
Despacio, dolorosamente, Harper le dió la espalda para apoyarse de nuevo encima de la superficie de la mesa.
—Me mentiste —le dijo— Y yo te creí. Todos estos años, me hiciste creer que ella nos había dejado. Incluso llegué a pensar que se había ido por mi culpa.
—Harper....
—¿Por qué la dejaste hacer el sacrificio sola? —interrogó, volteándose subitamente con su mirada severa y llena de rencor— ¿Por qué no fuiste tú? ¿Por qué tuvo que ser ella?
—¡Yo tampoco quería que lo hiciera! —se explicó— Le pedí miles de veces que se detuviera. Estaba seguro de que podríamos encontrar otra solución juntos, pero Christine estaba segura de que no había otra manera. Y fue con Jeremiah y los demás miembros del coven a mis espaldas. Cuando me dí cuenta era demasiado tarde. Intenté detenerla, te lo juro... pero no lo logré y no hay un solo día que no me martirice por eso.
Ella se mantuvo en silencio por un largo tiempo, mientras investigaba las profundidades de esos ojos tan similares a los suyos. Entonces, despacio, agitó su cabeza.
—Una pregunta más —murmuró— ¿Cual fue el castigo de Mary Walcott?
Antes de que él pudiera decirle algo que la hiciera dudar, ella volvió a resaltar:
—Sé que soy su última descendiente, y si voy a ser castigada injustamente por una traición que no cometí, necesito saber cuál es la sentencia que estoy destinada a pagar.
El Sr. McGregor tragó en seco, con su mentón temblando ligeramente al igual que sus labios. A simple vista, podía notarse que tenía miedo, pero no por haber vivido todos esos años ocultando el secreto, sino por la reacción de la que había temido desde el primer momento que la tuvo en sus brazos.
—Muerte por fuego —pronunció con voz rota, agachando la cabeza con impotencia.
Harper tuvo que hacer un esfuerzo sobrehumano por no romperse en ese preciso segundo, donde sentía que todas las paredes se movían a su alrededor, y el suelo resbalaba bajo sus pies.
El Sr. McGregor trató de acercarse para abrazarla.
—Sabía que tarde o temprano lo ibas a descubrir. Siempre has sido muy lista, incluso para mí. Por eso espero sepas que, si no te conté nada, fue porque no quería que formaras parte de ese mundo. La brujería me ha quitado mucho, Harper, y no quiero que también me separe de tí.
Ella asintió, como si estuviera ida o borracha.
—Demasiado tarde.
Sin agregar nada, sin mirar atrás, se levantó y caminó lejos de su padre.
—¿A dónde vas... —cuestionó este, pero ya era demasiado tarde, pues lo único que se escuchó de fondo fue el sonido de la puerta al cerrarse.
Mientras tanto, en la casa de los Queen, Nessa había encontrado su propio lugar sentada en la parte superior de las escaleras. Y desde allí, se lo pasó pensando toda la tarde.
Por primera vez en mucho tiempo, se sentía como si una parte de su interior se hubiera quedado completamente vacía, y su mente, ahora frágil, amenazaba con romperse al igual que un vaso de vidrio.
Todo en el interior de aquella casa era tan quieto y frío, el silencio absoluto, perfecto para que los escalofríos comenzaran a apoderarse de su cuerpo, y lo más penoso de todo era que no sabía qué hacer para solucionarlo.
De pronto, tuvo la sensación de alguien más que caminaba hacia ella y se sentaba a su lado en el primer escalón. Cuando se volteó, vió una mata de cabello rubio similar al Sol de noviembre.
—Creí que no volverías a aparecerte por aquí.
Jessica sonrió a medias, liberando un largo suspiro. Ella tampoco parecía alegre. De hecho, su aspecto era bastante triste. Como el de una flor marchita.
—Sí. Yo también lo creí —respondió, tomándose unos segundos— Estuve pensando mucho después de todo lo que te sucedió, y quería decirte que lo siento mucho.
Nessa la miró extrañada.
—¿Por?
—Todo —dijo, y por la gravedad de su voz, la pelinegra pudo notar que estaba siendo completamente sincera— Lo siento por haberme comportado tan mal contigo en medio de un momento donde claramente me necesitabas. Lo siento por haberme sentido celosa de tí sin ningún motivo. También siento el no haber sido una mejor persona con mis amigas, o una buena hija para mi padre. En fin... siento no haber sido nada de lo que merecían.
Tuvo que mostrarse impresionada nada más terminar de escucharla, porque claramente no era algo que se esperaría viniendo de ella ¿Jessica Sanderson pidiendo perdón por actuar como una perra? Eso no se veía todos los días.
—En ese caso, yo pido perdón por haberte llamado envidiosa.
—Está bien. Me lo merecía.
—Que bueno que lo sabes.
Ambas rieron por lo bajo y alzaron el semblante a la vez, mirándose mutuamente en plan bromista.
En ese preciso momento, escucharon un ruido proveniente del salón. Al parecer, el sheriff había llegado y estaba dejando su chaleco encima del sofá al tiempo que liberaba un largo suspiro de cansancio.
Aquella era una imagen con la que Nessa estaba muy familiarizada. Ver a su padre llegar a casa exhausto después de un largo día de trabajo.
—¿Le vas a decir la verdad? —escuchó como el fantasma a su lado le preguntaba, provocando que su piel se erizara.
—Trato, pero si te soy sincera, tengo mucho miedo de saber cómo reaccionará.
—Es tu padre. Eso nada lo va a cambiar —Jessica agregó— Él estuvo ahí cuando eras pequeña. Cuando aprendiste a caminar y a montar tu primera bicicleta. Fue tu primera palabra, tu primer amigo... y si te pones a pensarlo, el ADN no hace a una familia, Nessa. Sino el amor.
La rubia volvió a señalar el piso de abajo, empujándola a que fuera de una vez, y quizás así se sentiría en paz consigo misma.
—Vamos, cuéntale. Yo estaré justo aquí.
Nessa asintió, inclinando la frente brevemente contra la fría pared.
¿Qué hacer ahora que lo sabía todo?
Dubitativa, volvió a dirigir su vista hacia Benjamin Queen, quien recogía el diario junto al felpudo de la puerta para llevarlo a la mesita ratona. Sus facciones envejecidas por el tiempo, pero nunca perdiendo la energía que lo empujaba a levantarse con ese excelente humor todos los días. Preparando su desayuno mientras cantaba una canción del grupo Kansas y saludándola con un cálido beso de buenos días.
Ella no quería perder eso. Sobretodo porque era lo único literalmente normal que conservaba de su antigua vida. Lo único que la seguía manteniendo cuerda en medio de tantos líos sobrenaturales.
Quizás algún día decidiera ser valiente y decirle, pero no sería esa vez.
—Quiero que él sepa lo agradecida que estoy por haberme dado todo lo que tengo y por haberme hecho quien soy ahora mismo. Realmente quiero —susurró— pero será otro día. Hoy no.
Acto seguido, se puso en pie ante la mirada atenta de Jessica y bajó las escaleras rápidamente para correr hacia su padre. Tomándolo desprevenido cuando al girarse, esta lo sorprendió rodeando su cuello con los brazos.
—¡Wow! —el sheriff exclamó, correspondiendo a aquel efusivo abrazo— ¿A qué ha venido eso? —preguntó, pero al no obtener respuesta, comenzó a preocuparse— ¿Estás bien, Ness?
Ella asintió, siendo consciente de que nada había cambiado. Aquel seguía siendo su lugar seguro. El hogar al que siempre podría retornar si algo salía mal. La verdadera fuente de su magia.
—Estoy bien, papá —y decirlo, se le hizo más real que nunca.
●●●
Nate tuvo que salir de su cuarto sin prestar mucha atención a los gritos de su madre, porque si le hacía caso y no la ignoraba, probablemente terminarían discutiendo nuevamente. Y él ya estaba exhausto de que todos los días fueran los mismos problemas: Ella bebía y él recogía los platos rotos del suelo. Un asco de vida.
Pero Nate era leal, de los pocos en su manada que aún tenían esa cualidad. Aunque a veces esta resultara siendo una desventaja. Él nunca dejaría a su madre por muy difícil de controlar que fuera a veces. Mucho menos con todos esos desconocidos visitándola en las noches. Nunca se sabía cuándo unos podrían volverse más violentos que otros.
—¡Responde la maldita puerta, Nathaniel! —volvió a gritar su madre desde el piso de arriba, y él apretó los ojos.
—Ya voy.
Tuvo que tragar grueso y contar hasta diez delante de la entrada, probablemente para recibir al repartidor de comida china o el tipo del correo. Pero mucha fue su sorpresa al darse cuenta de quién se trataba.
—¿Harper? —exclamó, apresurándose en salir y cerrar la puerta a sus espaldas— ¿Qué estás haciendo aquí? Si mi madre capta tu olor estarás en problemas.
Pero a esas alturas, a la castaña le daba igual qué pasaría con ella si la manada se enteraba de que había estado en su territorio. Y Nate pudo notarlo. Pues apenas se tomó un segundo para observarla, no tardó en percatarse de que algo no andaba bien.
Su cabello castaño estaba algo desordenado, tenía las mejillas rojas como si acabara de llegar corriendo, y sus ojos estaban cubiertos por una ligera capa cristalina.
—Discutí con mi padre —murmuró, e incluso de esa forma, su voz había sonado casi tan rota como su aspecto.
Nate no supo qué decir o qué hacer. No le gustaba verla de aquella forma, y eso lo descubrió el día que la encontró llorando en su coche.
—Ven aquí —él la estrechó en sus brazos y Harper hundió el rostro en su pecho— Si puedo hacer algo por tí, solo dime. Haré lo que sea para que vuelvas a sentirte mejor.
—Honestamente, no lo sé —dijo, sollozando sonoramente y aferrándose más a él— Ni siquiera sé por qué estoy aquí... quizás porque mis amigas están lidiando con sus propios problemas y yo no tengo a nadie más que me conozca como realmente soy.
Él volvió a abrazarla con fuerza, temiendo que si la soltaba esta se haría pedazos, como un plato roto. Harper olía a vainilla y perfume. Un aroma diferente, casi celestial, que lo dejó atontado.
Si tan solo pudiera quedarse así toda una vida, se aseguraría de que nadie volviera a hacerle daño.
—Tengo una idea —le dijo segundos después, separándose apenas para que ambos pudieran mirarse. Él alzó una mano y secó una lágrima con su dedo— Solo necesito saber una cosa. Si ahora mismo te pidiera que me dejaras llevarte lejos de aquí ¿Me seguirías?
Harper se preguntó, por un instante, si sería correcto. Pero los ojos oscuros de Nate no ocultaban ningún peligro. Eran transparentes de una forma que ella podía leer con facilidad, y eso la tranquilizaba.
—Lo haría —respondió, sintiendo como él tomaba su mano y la guiaba rápidamente hacia la motocicleta que yacía aparcada a un costado de la pequeña casa.
Sonriendo, Nate le pasó un casco y ella se lo acomodó con nerviosismo. Era la primera vez que montaba un vehículo de esos, y siendo sincera, ni siquiera sabía que él tuviera uno.
—¿A dónde me vas a llevar? —cuestionó cuando se subió en la parte de atrás, abrazándose a su cintura.
El hombre lobo rió.
—Hasta donde nos guíe el viento.
Harper estuvo a punto de preguntarle a qué se refería con eso, pero cuando ambos salieron a la calle y el furioso viento golpeó su rostro y agitó su cabello hacia su espalda, tuvo que reconocer que se sentía increíble.
Ver cómo los autos pasaban por su lado, las personas, y las casas que dejaban atrás gracias a la gran velocidad con la que iba el vehículo, la llenó de un sentimiento de libertad que no había sentido nunca antes en su vida.
No tardaron mucho en salir de la ciudad. Cada minuto que pasaba era mucho más glorioso que el anterior, mientras veían el horizonte naranja abrirse paso delante de sus ojos, y cuando Nate finalmente detuvo su moto horas después, lo hizo en medio de una carretera que daba una vista preciosa del mar.
Azul. Un color tan intenso que Harper no sabía cómo describirlo, y las olas brillaban bajo la luz del Sol como diamantes, antes de chocar contra la orilla haciendo un sonido hipnótico, rítmico, como los latidos de un corazón gigante o la respiración de la tierra.
Quiso extender sus brazos hacia el océano y sentir la brisa, pero no se atrevió.
—¿Qué es este lugar? —la pregunta nació como un poema, incentivado por la curiosidad de saber más.
Nate rió ante su expresión hipnotizada.
—Cape Cod —respondió con naturalidad— Estamos un poco lejos de casa, lo sé. Pero supuse que te gustaría la vista ¿Hace cuanto no venías a la playa?
—No lo sé. Un año quizás.
Él se mostró impresionado ante su respuesta, riendo por lo adorable que lucía con su pelo alborotado y las mejillas sonrosadas. Suavemente, le acomodó los mechones con una caricia que no lo pareció y echó a caminar con dirección a la arena.
—¿Por qué no te acercas?
—No puedo, no he traído vestido —ella saltó, mirando sus jeans oscuros y la blusa blanca bajo su chaleco de lana.
No obstante, el chico siguió haciendo gestos con su mano para que lo siguiera.
—Venga, Har. No hay mejor sensación que la de tocar el agua y mojarte los pies ¡Es asombroso, ven!
Silenciosamente, Harper se dejó convencer por su insistencia y lo siguió, quitándose los botines para que sus dedos pudieran sentir el tacto suave y húmedo de la arena.
Para ese entonces, la sonrisa que surcó su rostro era todo un poema, y Nate pudo jurar que era lo más bonito que hubiera visto jamás.
Harper se quedó cerca de la orilla, esperando a que una ola la alcanzara, sonriendo nerviosamente cuando llegó hasta el final y la espuma de mar tocó sus pies desnudos sobre la superficie mojada. El paisaje y el océano eran del mismo color, un profundo azul joya, reuniéndose con el horizonte al final de aquella pintura que la hizo sentir como si fuera parte de la inmensidad del cielo, la tierra y el mar.
Tanta era su admiración, que no se percató de cuando él tomó su mano, y ahora miraba sus dedos entrelazándose por inercia. Casi de forma natural.
—Voy a morir, Nate —ella susurró, casi como si intentara convencerse a sí misma de que era cierto— Si no encontramos la forma de romper la maldición, todas vamos a morir.
Frunciendo el entrecejo con preocupación, el hombre lobo volvió a apartar los mechones de cabello castaño que se le habían cruzado en la cara, aprovechando ese gesto para acariciar su mejilla.
—Harper mírame —le dijo, y esto sonó como una orden clara. A Harper no le quedó de otra que elevar el semblante y mirarlo directamente a los ojos— Vamos a encontrar una manera de resolverlo ¿Vale? Ni tu, ni Meredith, ni mucho menos Nessa vais a morir.
—¿Y qué pasa si no?
—Pues antes tendrán que pasar por encima de mi cadáver si quieren llegar a tí. Y créeme que no voy a dejar que eso ocurra. —respondió, como si la idea de protegerla siempre hubiera estado en su mente, haciéndola sonreír a medias.
Nate se preguntó cómo alguien podía verse tan maravillosa por algo tan simple como eso, y es que estando allí, con las gotas de agua salada perlando su rostro, pudo darse cuenta de que ese realmente era su elemento.
—Mira, ahí está —rió, provocando que ella lo observara con confusión.
—¿Qué cosa?
—Esa expresión —dijo— la próxima vez que quieras llorar, recuerda que tienes una sonrisa demasiado bonita para ocultarla. Ya te lo dije una vez, pero parece que tendré que recordártelo mas a menudo.
—No me molestaría que lo hicieras.
De hecho, Harper estaba segura de que podría pasarse horas escuchándolo decir solo eso, pero se guardó el comentario. El momento era demasiado hermoso como para echarlo a perder, demasiado...
De solo pensarlo se sentía más rara aún. Mareada, pero sin poder apartar la vista.
Él la miraba, hipnotizado. Apenas pudiendo respirar. Ambos estaban tan cerca; que ella podía ver sus ojos, del mismo color que el cielo nocturno, podía sentir su respiración en su piel y la calidez de su cuerpo como el Sol.
Diferente, pensó de nuevo, era diferente de cualquier otro chico que conocía, y no precisamente porque fuera una criatura sobrenatural. Era todo él. Atractivo a su forma, y dijera lo que dijera, siempre era con honestidad. Incluso cuando la halagaba, ella no veía dobles intenciones en eso. No intentaba conseguir nada de ella. Su amabilidad no se sentía forzada.
Y Harper tuvo que aceptarlo. Le encantaba que fuera así.
Una dulce corriente caliente la recorrió por dentro cuando sus miradas chocaron en medio de aquel pequeño espacio que los separaba, secundada por una sensación de posibilidad y desenfreno. Estaba temblando y sentía los latidos del corazón en sus dedos, pero no sabía si eran los suyos o los de él.
Nate ahora sostenía su cintura, esta vez con más fuerza, mientras miraba sus ojos brillantes.
Si tan solo se acercara más, si tan solo pudiera inclinarse y rozar levemente la curva de sus labios... ¿Cómo se sentiría?
Ambos tuvieron el impulso de hacerlo, pero entonces, el sonido de su celular en el bolsillo los hizo separarse de golpe.
Por un momento, se preocupó por la idea de que algo hubiera ocurrido con su madre. Pero se tranquilizó al ver que era solo Zoey. Posiblemente para discutir algo sobre el proyecto de ciencias que debían hacer juntos.
Harper carraspeó con incomodidad al ver el nombre en la pantalla, y de repente, su rostro parecía tan frío como un témpano de hielo siendo iluminado por el atardecer.
—Puedes contestar. Te esperaré en la motocicleta. —dijo en tono bajo, dando media vuelta para alejarse de nuevo hacia la carretera.
Él se quedó confundido, todavía preguntándose qué rayos acababa de pasar, y por qué ella había actuado de forma tan cortante cuando vió la llamada.
¿Es que acaso estaba... celosa? No, Harper no era así.
Pero habían tenido un momento, y era más que evidente que ella lo deseaba tanto como él. Ninguno de los dos podía negarlo ahora.
Sin embargo, tal parecía ser que aún les asustaba descubrir lo que había detrás de aquella atracción. Algo que por ser ellos, podría considerarse hasta mal visto por los de su especie. Puede que incluso hasta prohibido.
El aire sopló, golpeando su cuerpo helado y solitario en aquella playa. Haciendo que su piel percibiera los rastros que había dejado el fantasma de su toque.
Un hombre lobo cayendo por una bruja ¿Quien lo habría pensado?
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