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🔮... capítulo treinta y cuatro

—¡Harper! —Nate corrió a través del pasillo cuando la vio saliendo de la biblioteca. Había estado evadiéndolo durante dos días y ya no podía aguantarlo más.

Volvió a llamarla una vez más, pero ella continuaba sin escucharlo, o intentando aparentar que no lo hacía para concentrarse en caminar más rápido y así perderlo antes de que pudiera alcanzarla. Sin embargo, supo que era demasiado tarde cuando sintió que la agarraba del brazo y la obligaba a voltearse para encararlo directamente.

Ella quiso ser una cobarde y no alzar la mirada, porque sabía que eso la haría flaquear. Pero falló y ¡Demonios! ¿Por qué tenía que verse tan guapo incluso preocupado? Tal parecía ser que se le haría una arruga en la frente de tanto fruncir el entrecejo.

—¿Qué sucede? He estado intentando hablar contigo desde aquella tarde, pero me evitas todo el tiempo —cuestionó, sin aún soltarla porque presentía que de hacerlo ella escaparía.

Harper tuvo que hacerse la desentendida ante sus palabras:

—¿Evitarte? Yo no te he evitado.

—Sí que lo haces. Has dejado de hablarme de un día para otro y ni siquiera me miras cuando estoy cerca para fingir que no me has visto.

—Pues perdóname por suponer que tenías cosas más importantes que hacer —contestó con voz musical— Tu proyecto con Zoey Patterson por ejemplo. Eso debe de robarte bastante tiempo.

De repente, las cosas comenzaron a tomar un poco de sentido ¿Así que de eso se trataba todo? Nate no pudo evitar que las comisuras de sus labios se fueran curvando poco a poco.

—¿Acaso esos son celos lo que escucho, McGregor?

—¿Por qué habría? —ella atacó, elevando su mentón para demostrar que no le importaba— Tu eres libre de hacer lo que quieras y con quien quieras sin que nadie te diga nada. Ahora suéltame de una vez.

—No hasta que hablemos.

Harper se sintió ofendida ante su negativa. Él nunca se habría negado a dejarla ir si necesitaba estar sola, pero tal parecía ser que su renuencia se debía a que, de alguna manera, le estaba exigiendo con su feroz mirada algún tipo de explicación, y no precisamente debido a su ignorancia durante esos dos días que apenas cruzaron palabras en lo absoluto.

Realmente, Nathaniel no entendía por qué actuaba así. Si es que era más que evidente que su sola presencia causaba estragos en ella. Tuvo la necesidad de hablarle, de hacerla entender, pero no podía estando en medio del pasillo con estudiantes yendo de aquí para allá. Así que cuando sus ojos se posaron en una puerta, Harper abrió mucho los ojos a modo de advertencia.

—Nate, no. Te lo advierto...

—Como si realmente fuera a escucharte —bufó él, antes de arrastrarla consigo dentro del salón de clases vacío. Esta vez no podría huir ni aunque quisiera.

Harper taconeó torpemente y se volteó furiosa para verlo cerrar la puerta a sus espaldas. Su cabello castaño chocolate moviéndose encantadoramente a pesar de sus bruscos movimientos, a igual que su vestido de tejido morado que ahora estaba algo arrugado a diferencia de cuando se lo había puesto esa mañana.

Sus mejillas estaban rojas por el enojo, su expresión más enfurruñada que nunca, y aún así a Nate le pareció la cosa más preciosa del mundo.

—¿¡Acaso te volviste loco!? —su voz sonaba alterada, quizás porque nunca se imaginó que él actuaría de aquella manera. Pero estaba claro que no se rendiría hasta oírlo de sus propios labios.

—Probablemente.

Él se acercó, pero ella dio dos pasos hacia atrás.

—Zoey es sólo la chica con quien me asignaron a hacer el proyecto —intentó explicarse— No tengo nada con ella, y no podría atraerme menos. Estoy interesado en alguien más.

—Pues no necesito saber. Tu vida personal no es asunto mío.

—¿Entonces por qué me ignoras y te enojaste después de ver su llamada?

El rostro de Harper se puso tan rojo como una manzana, o puede que incluso más.

—Que te den.

Trató de empujarlo para salir de aquel lugar, pero Nate fue mucho más rápido y la tomó por debajo de los codos. La espalda de la castaña chocó contra una pared, sin lastimarse, pero sintiéndose acorralada por todos lados. Sus párpados volvieron a separarse y sus ojos chocaron con la mirada del hombre lobo, perdiéndose en la intensa oscuridad que la había abrazado. Ya nada cabía en su cabeza, se había olvidado por completo de todo, incluso de lo que habían venido a hacer.

—Si te acercas más voy a gritar —lo amenazó.

—Te reto a que lo hagas.

Odiaba que supiera cómo dejarla desarmada, también a sí misma por no poder reaccionar, pero en esos momentos se sentía demasiado ida como para llevarle la contraria. 

Ellos ahora estaban tan cerca... tan cerca. Nate se sorprendió a sí mismo mirando sus labios, y el corazón de Harper se saltó un latido cuando lo vio inclinarse.

—Si quisieras alejarme ya lo habrías hecho —murmuró muy cerca de su rostro— Habrías usado tu magia para apartarme, pero no lo has hecho.

—Bueno, quizás lo hago porque no quiero lastimarte.

—Creo que eres tú quien necesita convencerse un poco más de eso.

Silencio, otra vez. La tensión era palpable en el aire, como un cordón que se paseaba alrededor de ellos hasta enlazarlos en un nudo. Conectándolos directamente corazón con corazón, empujándolos inconscientemente el uno al otro. Harper casi que pudo sentir la suavidad de sus labios tocando los suyos cuando él se acercó para terminar lo que ambos habían comenzado en aquella playa, sintiendo que algo dentro de ella quemaba como una hoguera que se apagó abruptamente cuando la puerta del salón volvió a abrirse y ambos tuvieron que volver a separarse.

El resto de los jóvenes pasaron y se fueron sentando en los pupitres entre conversaciones. Totalmente ajenos a la pareja, mientras esperaban al profesor asignado para esa clase.

Harper aprovechó esta oportunidad para irse, y esta vez Nate no se lo impidió. Ambos estaban asimilando, una vez más, lo que habían sentido estando solos. Reconociendo lo que les pasaba ahora más que nunca.

La castaña tuvo que encerrarse en el baño de señoritas y ponerse una mano en el pecho para calmar los latidos desenfrenados de su corazón.

Suavemente, alzó la cabeza y vio el brillo de sus ojos reflejado en el cristal del espejo. ¿Qué era eso? ¿Y por qué se sentía tan increíblemente emocionante?

Sonrió, y como si estuviera loca, agachó la cabeza entre negaciones. A veces no podía entenderse ni siquiera a sí misma ¿A qué le tenía miedo? ¿Por qué simplemente no se dejaba llevar si estaba más que claro que ella también lo deseaba? Todo era tan dulce y a la vez tan difícil.

Suspiró. El aire en sus pulmones sintiéndose tan caliente al igual que todo su cuerpo. Quizás solo necesitaba pensar, aclarar su cabeza, tomar una decisión. Y entonces, solo entonces, lo llamaría.

Si es que su desesperación no la llevaba a rendirse antes del anochecer.

●●●

Felicity se había pasado un largo rato apoyada en la pared del doblar del pasillo que va hacia la cancha de fútbol, donde el equipo se encontraba entrenando a esas horas. Sus ojos azules no se apartaban de la puerta de la biblioteca, como si esperara que en cualquier momento alguien en específico fuera a salir por esta.

Al poco rato, Evan apareció de la nada. Tenía su mochila colgada en el hombro y lucía como un campesino que recién terminaba de trabajar en su huerto. Su cabello oscuro parecía estar peinado, a pesar de lucir un poco revuelto, y sus ojos desprendían un aura similar a dos gemas.

Fliss lo miró, apartándose de la pared con los brazos cruzados sobre su pecho.

—Llegas tarde.

—Ni siquiera me dijiste que era algo de importancia —reclamó este en baja voz, sin entender por qué susurraban si no había nadie más con ellos allí— ¿Qué pasa?

—Encontré a la mujer del bosque.

Los ojos del chico se abrieron mucho, mostrando su asombro. Claramente se refería a aquella mujer que ambos habían encontrado en medio de su búsqueda en los bosques, el día que ocurrió el asesinato de Raven Logan. Felicity dirigió su vista nuevamente hacia la puerta, cuando sus poderes auditivos le permitieron escuchar que alguien estaba a punto de salir.

Lo primero que ambos vieron fue una cabellera dorada similar al color de la plata y el oro fundidos juntos, y luego a la figura alta, elegante y delgada de la persona a quien pertenecía.

—¿La Srta. Alberts? —Evan cuestionó, impresionado mientras la veía cruzar el pasillo con su bolso colgando en su hombro.

—La seguí ayer —continuó Fliss, echando a caminar silenciosamente con él a sus espaldas— Desde aquella noche y gracias a tu brebaje su olor se quedó conmigo.

—¿Así pudiste encontrarla?

—Mas o menos. Ya sabes, la mente reconoce los aromas que tu nariz se encarga de captar, pero este particularmente nunca se fue. Ni siquiera me pasó por la cabeza de que eso se debiera a que, en realidad, nunca estuve demasiado lejos de ella.

Ella se volteó hacia un lado, escrutando su rostro serio:

—¿Crees que sea una cazadora?

—Tengo un muy mal presentimiento.

—Si, yo también —dijo, recordando la vez en la que los atrapó a ella y a Nate husmeando en la biblioteca— Desde el primer día.

Los dos continuaron caminando, sus pasos haciéndose más certeros y firmes sobre el suelo del instituto, pero ella era como un espejismo. Se iba alejando cada vez más a medida que ellos avanzaban. Su cabeza era como un punto al final de un túnel infinito por el que se iban sintiendo cada vez más mareados, y donde su único sostén era el dibujo que alcanzaban a ver en su muñeca izquierda.

El pecho de Felicity dolió como si alguien le estuviera apretando los pulmones desde adentro, pero siguió caminando. Más por inercia que por otra cosa. Distinguiendo en su oído un pitido extraño que se fue elevando y que la hacía querer tirarse al suelo a descansar. Evan, siendo más consciente de lo que sucedía, comenzó a murmurar una serie de palabras en latín que hicieron que las sombras desaparecieran de su alrededor, alcanzando a ver que la salida estaba más cerca de lo que creía y que la bibliotecaria ya la había atravesado.

Rápidamente, echó a correr para alcanzarla, pero cuando estuvo a punto de salir las puertas se cerraron delante de él, haciendo un ruido tremendo. Intentó abrirlas otra vez, pero alguien las había bloqueado desde afuera.

—Maldición —masculló entre dientes, sobresaltándose cuando escuchó la voz entrecortada de Felicity, la cual lo hizo girar sobre sus propios talones con preocupación.

Ella estaba en el suelo, sosteniendo su cuello con la respiración acelerada como una locomotora.

—Fliss ¿Te encuentras bien?

—Esa zorra lo ha hecho —acusó, sosteniéndose de sus brazos para ponerse en pie— Era como si no pudiese respirar dentro de una caja metálica. Detesto los espacios cerrados y pequeños.

Evan alzó la cabeza y volvió a mirar hacia la puerta.

—Necesitamos respuestas. Ella debe de saber dónde están los cazadores, o por lo menos tener una idea.

—¿De qué estás hablando? —tosió con fuerza— Hablas como si no tuvieran nada que ver.

Él negó repetidamente.

—Puede o no ser ¿Has visto la runa que tenía tatuada en la muñeca? ¿La doble v horizontal con una línea en el medio? —Fliss asintió, y él prosiguió— Es una runa de poder. Se usa para extraer magia de otros seres sobrenaturales.

—¡Entonces es ella! ¡Ella es la cazadora que ha estado marcando a las brujas muertas!

Evan suspiró. En parte ella podría tener razón, pero por otro lado...

—¿Qué pasa? —cuestionó Fliss— ¿Por qué no pareces seguro?

—Porque no lo estoy —le dijo, despertando la presencia de otra interrogante en su cabeza después de esto.

En ese mismo momento, el timbre volvió a sonar y la marejada de estudiantes saliendo de sus respectivas clases comenzó a llenar todo alrededor. Felicity y Evan intentaron actuar lo más natural posible, mientras se introducían en el montón y encontraban a Meredith y Nessa caminando con dirección al patio escolar.

La pelinegra sonrió abiertamente al ver a su novio y se adelantó para abrazarlo, momento en el que su compañera pudo divisar una mota de incomodidad en el rostro de la chica lobo. Fue entonces cuando los puntos en su cabeza comenzaron a tener sentido. Meredith era una mente brillante, y no solo porque memorizaba los hechizos mejor que sus amigas. Sino porque además de todo, su ingenio valía oro.

—¿Qué estaban haciendo vosotros por aquí? —preguntó inocentemente, tomando sus manos por encima de la falda de su uniforme de animadora.

—Felicity estaba buscando a Noah y nos cruzamos —explicó Evan— Íbamos a las gradas.

—¡Oh! entonces pueden acompañarnos —Nessa saltó.

—No creo que...

—Tengo entrenamiento con las cheerleaders ahora y me gusta que me animen —la pelirroja cortó sus palabras y se agarró del brazo de Felicity sin previo aviso— Es como tener mi propio club de fans. A no ser que vosotros tengan algo más que hacer, claro está.

Esto lo había dicho como si estuviera inquiriendo algo. Como si pudiera hacerse una idea de que ellos le ocultaban algo y quisiera sacárselo a través de su mirada de muñeca. El conjurador y la mujer lobo se quedaron congelados.

—No que va —respondieron al unísono. Meredith sonrió con suficiencia.

—¿Pasó algo, chicos? —la hija del sheriff tenía el ceño ligeramente fruncido— Estáis pálidos como el infierno.

—Sí, Evan ¿Pasó algo? —le siguió Mer cruzándose de brazos. Tal parecía ser que disfrutaba verlos con los nervios de punta.

El castaño negó y depositó un rápido beso en la frente de su novia.

—Vosotras son quienes están demasiado paranoicas.

—Bueno, dado a que recientemente nos hemos enterado de que en un futuro acabaremos las tres bajo tierra, paranoica no es la palabra que usaría para describirnos ahora mismo

—Solo olvídalo, Mer. Nos adelantaremos para pasar antes por mi casillero —dijo Nessa.

—Vale, pastelito. Nos vemos allí.

Cuando finalmente quedaron solo ellas dos, Felicity se cruzó de brazos delante de Meredith, quien se volteó con lentitud y la observó como si acabara de descubrir la última primicia.

—Al fin solas, mi pequeña Corduroy.

—¿Qué quieres, Meredith? —cuestionó, sabiendo de antemano que algo se traía.

—Solo saber si mi regalo para ti fue de ayuda.

La castaña suspiró, y a su mente llegó el brillo de las miles de estrellas en el techo de su habitación.

—Lo fue. Gracias.

—Una cosa más —apuntó— ¿Cuando ibas a decirme que la chica de quién estabas enamorada era nuestra querida Nessa?

Las facciones de Felicity comenzaron a cambiar, hasta adoptar una expresión asustadiza y alarmada. Justo como se sentía ella en esos momentos.

—¿Cómo lo...

—Es muy obvio. Leer a las personas es mi talento oculto. Así que escúpelo, no debe ser nada lindo verla con otra persona.

—Eso no te incumbe, Meredith —le dijo, reacia a hablar sobre el tema— Lo que sentí por ella es algo que solo me pertenece a mí, y no necesito hablarlo con nadie más para sentir que lo he superado.

—Que no ha sido así ¿Verdad?

Meredith la vio resoplar exasperadamente, antes de pasar por su lado, empujando su hombro en el proceso.

—Yo solo quiero ayudarte, Felicity —agregó, volteándose a la vez que ella lo hacía— Quiero ser tu amiga, por eso creo que deberías dejar de ocultarte.

—Demasiado tarde para eso —pronunció, continuando su camino hasta desaparecer de su campo de vista.

Los ojos de la pelirroja pestañearon una y otra vez, ocultando la cristalización en ellos. Pero no era debido a lo mal que la habían hecho sentir sus palabras, sino por la tristeza que sentía al pensar que de todos... Felicity era la única que parecía más incomprendida.

●●●

Al caer la noche, Harper se encontraba mirando el reloj cuco del salón impacientemente. De vez en cuando poniéndose en pie para comenzar a caminar de un lado a otro. Su padre se había marchado esa misma tarde por un asunto de la editorial en Boston y no regresaría hasta el día siguiente. Estaba sola en casa porque no había estado de acuerdo en contratar una niñera teniendo ya suficiente edad para cuidarse a sí misma. Aunque ahora que lo pensaba, aquellas paredes la hacían sentir demasiado sola y nerviosa.

La luz que desprendían las llamas de la chimenea bordeaban su delgada silueta mientras se paseaba por encima de la alfombra, descalza, con sus shorts de algodón apenas cubriendo el largo de sus piernas.

«¿Por qué no llega? ¿Por qué no llega? ¿Por qué no llega?...» se preguntaba una y otra vez, asustada de la posibilidad de que no fuera a venir. De que se hubiera cansado de su miedo a fracasar otra vez.

Afuera hacía frío, por lo que las ventanas estaban cerradas. Pero la incertidumbre que la invadía era suficiente para erizar los bellos de su piel, y mucho más cuando sintió que alguien llamaba a la puerta.

Con las manos sudando, tiró del picaporte y sus ojos se encontraron con la imagen más tranquilizadora que podría tener en esos momentos. Nate traía puesta una chaqueta oscura y usaba su característica ropa de siempre: jeans desgastados y zapatillas deportivas. Nada llamativo, pero a ella no le importaba en lo absoluto que no fuera vestido como modelo de Abercrombie. Al fin y al cabo, pusiera lo que se pusiese, no dejaría de ser él.

Por unos segundos, ambos se mantuvieron en silencio, hasta que ella lo invitó a pasar adentro. La osadía con la que se enfrentaron aquella mañana había desaparecido y en su lugar ahora estaba la incertidumbre.

Él no dijo nada y ella tampoco. Ni siquiera cuando se quedaron delante de la hoguera, frente a frente, con el fuego crepitando. Harper sentía que su lengua se le enredaba en la garganta y dio gracias a que las demás luces estuviesen apagadas. Así él no podría darse cuenta de su estado.

No obstante, al escucharlo carraspear ligeramente, supo que no podría alargar aquel silencio mucho más.

—¿Por qué me llamaste? —preguntó Nate, con su voz generosa ya no desafiándola, sino empujándola a hablar.

Sin embargo, la castaña seguía estando insegura. Por lo que cuando sus labios finalmente lograron formular algo más que simples gimoteos, su voz salió un poco entrecortada al principio.

—Quería estar realmente segura de lo que deseaba hacer. Es por eso que me puse pensar sobre tú y yo, y todo lo que ha pasado —comenzó diciendo— Hasta que me dí cuenta de algo.

—¿Qué?

Ella elevó los ojos, esta vez batallando con él por ser más valiente.

—Pues, me di cuenta de que no tiene caso huir de... lo que sea que pueda ser esto. Porque me gustas, Nate. Y muchísimo —reveló, y de su pecho la sensación de molestia se esfumó—. Te has convertido en mi amigo, la persona a la que recurro cuando necesito romperme, y aún así, a pesar de todo lo malo que ha estado pasando, tú no te has alejado de mí.

Él dejó escapar una amarga risa, como si le resultara gracioso que todavía no terminara de entender que eso último no era posible.

—Yo haría lo que fuera por verte bien. Mantenerte a salvo...

—Lo sé. Por eso necesitaba decírtelo —ella lo interrumpió, dando un paso más cerca— Eres mi lugar seguro, Nathaniel. Y no quiero que pienses que no siento nada por tí, porque es todo lo contrario.

Inconscientemente, ambos se habían acercado tanto que ahora Harper podía apoyar las manos sobre su pecho, como si quisiera sentir sus latidos martilleando rítmicamente. La luz de la chimenea se reflejaba en su rostro, mitad luz y mitad oscuridad, mirándolo fijamente de una forma que Nate nunca había visto en los ojos de nadie más. Ella era hermosa, incluso con su pelo descuidado y sin una gota de maquillaje. Podría hacerlo caer a sus pies si quisiera, solo tenía que pedirlo. Estaba seguro de que rogaría por nunca separarse de su lado.

Harper percibió que el contacto de su piel sobre la tela de su camiseta le estaba quemando, preguntándose cómo sería de no tener esa barrera entre ellos, y si esta la consumiría de ser así.

El silencio abundó, y ambos se miraron mutuamente. Era como si, de repente, hubieran intercambiado los papeles. Como si él pudiera tener el poder de dejarla paralizada sobre sus pies y ella fuera una criatura salvaje que se congeló en el tiempo. Obnubilada por aquella nueva sensación de posibilidad.

Era un hecho. Ambos estaban perdidos.

—Podría besarte ahora mismo —lo escuchó murmurar con su voz ronca, nublada por el deseo.

Ella ni siquiera dudó.

—Hazlo.

Entonces sucedió. Él acunó su rostro entre sus manos e hizo que sus labios se encontraran. Un impacto tan demoledor que podría haber reducido sus sentidos a polvo.

Harper se sintió ingrávida, mientras la boca de Nate se movía con maestría sobre la suya. En una danza tan lenta, tan dulce y tan... maravillosa. Haciéndole desear demasiado. Provocando que sus manos recorrieran un camino desde sus hombros hasta su nuca. Empujándolo más a ella.

Al principio, todo era más delicado, más suave, aprendiendo la forma y el sabor de sus besos. Pero cuando ella le permitió entrar, la intensidad comenzó a elevarse hasta un punto de no retorno. Sus lenguas luchando en una batalla de dominio, buscando el control, pero entregándose completamente después de haber estado luchando contra lo que creían incorrecto, y aunque solo habían sido algunas semanas, para ellos se sentía como siglos.

Nate hubiera querido nunca acabar. Pero cuando Harper se apartó, pudo ver cierta expectación brillando en lo profundo de sus pupilas. Pronto se dio cuenta de lo que quería cuando ella comenzó a levantar su camisa lentamente. Pidiéndole permiso con su mirada cargada de silenciosa emoción.

Al inicio titubeó, pero la duda se esfumó tan rápido como vino y él mismo terminó de quitarse la prenda al tiempo que ella hacía lo mismo con la suyas. Sus labios apenas separándose en todo el trayecto que les tomó desde la alfombra hasta el sofá.

La espalda de Harper dio contra los almohadones, que la recibieron generosamente mientras la sensaciones de desenfreno y deseo la rebasaban como una ola de fuerza demoledora. El calor del fuego fundiéndose en cada poro de su piel, abrazándola para hacer del momento más intenso de lo que ya.

Ambos estaban cayendo, pero tan dulcemente.

El hombre lobo besó sus piernas, acariciando toda la piel expuesta hasta que sus dedos dieron con la cintura de los shorts cortos. Los cuales retiró antes de colocarse encima suyo, abrazándola mientras se devoraban con solo besos, piel con piel, moviéndose a un mismo ritmo mientras el salón se llenaba con el sonido de sus gemidos y jadeos.

En un momento, él se separó para mirarla directamente a los ojos y Harper pudo ver el firmamento entero dentro de ellos. La luz de las estrellas, los planetas, y el universo en toda su inmensidad. Llamándola, tirando de ella con la misma agresividad de un huracán.

Así que a eso sabía lo prohibido, pensó. Ese desear tanto, sabiendo que está mal.

La bruja echó su cabeza hacia atrás para darle mejor acceso a su cuello, sintiendo la humedad de sus labios causar una nueva revolución de sensaciones dentro de su pecho. Luego se separaron, esta vez para terminar de quitarse las prendas que sobraban. Ya no les importaba la desnudez del otro. Ese era un detalle que habían pasado por alto, porque ya no quedaba nada más por lo que avergonzarse. No había palabras, ni inseguridades, solo el sentimiento de pertenencia reflejado en cada una de las acciones que le siguieron.

Nate volvió a besarla, esta vez haciendo una promesa encerrada en la suavidad de sus besos. Una que Harper recibió extasiada, más completa de lo que jamás se había sentido, y entonces, el fuego de la chimenea volvió a iluminar sus cuerpos hasta consumirse horas después.

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