🔮... capítulo treinta y cinco
Un día entero había pasado y Felicity aún continuaba sintiendo aquella opresión en el pecho que apenas le permitía respirar. Enviando fuertes corrientes de debilidad por cada parte de su cuerpo y afectando los latidos de su corazón. No quería irse a casa, a pesar de que se sentía fatal. Solo necesitaba hablar con su hermano, pero ambos tenían clases por separado, y ella tampoco estaba de humor para pasar noventa minutos escuchando a un adulto hablar sobre combustiones atómicas.
Así que había encontrado algo de paz sentada allí en las gradas, cuando el campo de fútbol se encontraba completamente vacío y ella era la única persona en medio de tanto silencio. De alguna forma, estar allí acrecentaba todavía más el vacío que sentía internamente, al igual que una burbuja que había crecido hasta abarcarla por completo, de forma que la aislaba a sí misma y a sus sentimientos de todo aquel que osara acercarse. Creyendo que algo dentro de ella no tenía arreglo, que era tan defectuoso que ni ella misma podía comprenderlo. Y si era así ¿Entonces quién querría ayudarla a solucionar el lío que era? Estaba claro que nadie.
Otra ráfaga de aire frío sopló a través del campo, echando hacia atrás los cabellos castaños de la chica y haciendo revolotear hojas secas por el suelo de las gradas.
—Corduroy —Felicity alzó la cabeza, viendo a la figura de Meredith detenerse delante de ella. Había terminado su reunión con las animadoras hacía solo un momento y todavía tenía la melena roja recogida en un moño flojo.
Viéndola con aquel uniforme, Fliss solo pensó que era como una resplandeciente muñequita en tafetán rosa y falda negra.
—¿Qué estás haciendo aquí? —preguntó, apartando bruscamente una lágrima de sus ojos.
Meredith cambió el peso de su cuerpo de un pie al otro.
—¿Te encuentras bien?
—Yo pregunté primero.
—Pero es una pregunta estúpida, que hiciste solo para que no me fijara en tu pésimo aspecto. Por tanto, la mía es mucho más importante —decretó, volviendo a repetir— ¿Te encuentras bien?
La chica lobo estaba extrañamente tranquila ahora, aunque su mente continuaba siendo un vacío zumbante.
—No
—Me lo figuraba.
Vencida, Felicity volvió a agachar la vista a sus zapatos y se quedó callada bajo la mirada comprensiva que le dedicaba la pelirroja, quien dejó su bolso a un lado para sentarse cerca de ella.
—Creo saber qué te sucede —le dijo— Tienes miedo de que dejarte llevar porque te sientes insegura de tí misma. De tus gustos y lo que eres...
—En realidad, solo temo que nadie me acepte por como soy. Fallar sentimentalmente. No ser lo que esperan que sea.
—Deberías dejar de tener esa clase pensamientos. No te hacen bien.
—Ojalá fuera tan fácil.
Meredith lo entendía. Algunas personas eran más difíciles que otras en ese sentido. Unos tienen miedo, y otros enfrentan lo que sienten. Ella solo no sabía cómo actuar.
Suavemente, la pelirroja se atrevió a tomar sus manos, las cuales estaban más pálidas que de costumbre, y las apretó entre las suyas.
—Déjame decirte algo —pronunció en un susurro, captando su atención— La persona que se acerque y no vea lo que yo estoy viendo ahora mismo, entonces es porque no tiene idea de lo que realmente vale la pena.
Felicity parpadeó varias veces.
—¿Y qué ves?
—Una chica con armas, Corrigan. Una criatura intrépida. Que posee una belleza tremenda y que incluso a veces me hace sentir envidia. También veo un ser leal, que corre delante del peligro sin vacilar, aunque a veces eso pueda terminar siendo un riesgo —tomó una bocanada de aire para seguir— Es curioso, como para haber tenido una relación de años todavía te sientas así. Pero si te sirve de algo, yo he visto a los dos. A la mujer y a la loba, y ambas son maravillosas.
Felicity nunca había sentido sus mejillas arder tanto como en ese momento. Era raro, pero en medio de ese trance en el que su voz no respondía, su mente parecía hacerlo en silencio y se estaba fijando en cosas que antes le habrían resultado muy raras de descubrir. Como en los pequeños detalles que el rostro de Mer ocultaba detrás del maquillaje. En sus ojos aleonados y los labios bien definidos. Lo más similar a una modelo de Vogue que podría existir.
En ese instante, se dio cuenta de que era hermosa. No sólo por el aspecto o el modo en que llevaba peinados los cabellos. Era hermosa en sí misma: esbelta, imperial, un objeto hecho de seda y fuego interior. Vio que los labios de ella se abrían ligeramente, con lentitud, y entonces, alzó la vista para mirarla a los ojos
—Siento haberte contestado de esa forma ayer. No debí.
—Está bien si no quieres hablar de ciertas cosas, Felicity. Quizás yo me excedí demasiado y pasé la línea que no debía. Pasa que a veces mi curiosidad me supera —se encogió de hombros con simpleza— Pero hablaba en serio cuando te dije que quiero ser tu amiga. Es más, me atrevería a decir que me gustaría intentar algo más que eso...
—¿A qué te refieres?
Fliss vaciló, solo por el tiempo suficiente para que Meredith sonriera con la misma travesura de una niña, haciéndola preguntarse qué estaría pasando por su cabeza.
Entonces, sin avisos o contemplaciones, acercó su rostro y unió sus labios en una suave caricia.
Al principio fue todo demasiado sorpresivo. Tanto que Meredith pudo sentir como los huesos de la otra chica se estremecían como hojas. Pero después notó el cambio, la transformación en su boca mientras ella cedía, respondiendo lentamente, devolviendo su dulce beso con idéntica suavidad.
Ella aguardó hasta que la paz alcanzó los sentidos de la mujer lobo, haciendo añicos su inseguridad, y supo que había vencido.
—¿Qué ha sido eso? —preguntó cuando se separaron, y la expresión en el rostro de la bruja era igual de apremiante.
—Eso significa que puede que me gustes un poco —respondió con naturalidad— Significa que yo no tengo miedo de intentarlo.
—Yo... no sabía que tú...
—Cariño, apenas me conoces. Hay muchas cosas que todavía no sabes de mí —comentó Mer, y Fliss no tuvo como refutar eso, porque era cierto. Incluso después de pasar tanto tiempo juntas, se dio cuenta de que todavía no sabía mucho sobre la vida de Meredith Blake.
Sin embargo, los nervios, el miedo y la impotencia volvieron a apoderarse de ella apenas pudo razonar. Haciéndola dudar.
—Mer... yo...
—Oye, está bien —ella la interrumpió antes de que pudiera terminar, tomando su mano para dejarla nuevamente sobre su regazo— Puedes pensarlo, tomarte tu tiempo... y entonces, cuando estés lista, ve a buscarme.
Las pupilas radiantes de la castaña se elevaron hasta chocar con su mirada, justo antes de que Meredith dejara un fugaz beso en su mejilla y se levantara para marcharse por el mismo camino por el cual había venido.
El silencio volvió a adueñarse del lugar, y por primera vez en semanas, Felicity sonrió.
●●●
Harper tuvo que hacer un esfuerzo sobrehumano por no echar a correr hasta el punto de encuentro, pero casi podría decirse que iba saltándose los pasos como si tuviera alas en los zapatos. Justo como el dios Hermes en la mitología griega. Por mucho que quería apresurarse, más estudiantes se interponían en su camino para saludarla o hablarle de algún tipo de evento del que no le interesaba saber. Era algo como «¿Quieres venir a mi fiesta este fin de semana, Harper?», o «Me encanta esa blusa, Harper ¿Es nueva?», o «¡Oh Harper, hoy estás radiante!». Y era cierto. Esto último ni ella misma podía negarlo, ya que ese día su sonrisa parecía haber sido forrada con una nube radiante. Lo que al parecer, llamaba más la atención que nunca.
Era difícil avanzar si a los tres segundos tenías a alguien nuevo con quien lidiar, y a Harper no le gustaba ser grosera con nadie. Ese era su mayor problema. La sensación de tener mil ojos concentrados en ella no desaparecía, y lo peor de todo es que era cierto. Fue la primera vez en su vida que hubiera deseado ser invisible, solo para pasar desapercibida en lugar de saber lo que todos se preguntaban al verla ¿Acaso se estarían haciendo alguna idea? Porque sus ojos la perseguían y la acosaban en silencio, como víboras. Querían conocer la verdad, todos ellos. Pero no los dejaría.
Apartando esos pensamientos, se abrazó a sí misma y se alejó caminando por la puerta principal, sabiendo perfectamente a donde iba. Vio el verde césped de la colina y aceleró sus pasos. Ese era un lugar que estaba protegido por un muro de piedra, como si la escuela no existiera a sus espaldas. Podía mirar hacia abajo y ver la carretera y más allá, pero nadie podía verla a ella.
—¡Sorpresa! —sintió los brazos de alguien rodeándola desde atrás.
Los labios de Nate despositaron un cándido beso en su mejilla mientras la apretaba contra sí.
—No podías pasar ni un segundo sin hacer eso —ella dijo.
—¿Puedes culparme? Tengo a la chica más guapa del mundo en mis brazos.
Girando la cabeza, Harper sonrió cálida y alegremente. Había cosas que quería decirle, cosas que necesitaba aclarar exactamente sobre lo que estaban haciendo, o lo que habían hecho, pero se mordió la lengua por el momento, contenta de quedarse allí unos minutos más, deleitándose con la sensación de su cuerpo presionado contra el suyo y el latido constante de su corazón. Los recuerdos de su noche juntos jugaban en un bucle en su cabeza, y ella no tuvo que meditar mucho en ello para saber que había sido la mejor noche de su vida. No solo por el sexo, sino por la emoción que venía con él, la forma en que la miró y la forma en que había pronunciado su nombre.
—¿Qué estamos haciendo? —preguntó tras un suspiro, apenas separándose, dándose cuenta que habían terminado apoyados sobre el árbol. Nate con su espalda contra el tronco y ella empujándolo.
—No lo sé. Pero definitivamente quieres abusar de mí —bromeó el hombre lobo, recibiendo un golpecito en el hombro por su parte.
—Tenemos que hablar —susurró mientras se apartaba, con los ojos fijos en los de él. Aquella era una conversación necesaria, una que él sabía que se avecinaba.
No habían dicho mucho durante toda la noche, el deseo había impulsado sus acciones todo el camino. Pero Nate estaba de acuerdo, necesitaban darle un nombre a todo eso.
—Sí, supongo que deberíamos —no estaba seguro de por dónde empezar, y mientras luchaba por encontrar las palabras, podía ver su diversión creciendo. Una sonrisa tirando de sus labios— Anoche fue...
—Increíble —terminó por él, la euforia desplazándose a través de su voz.
—Sí, definitivamente eso —se detuvo para tragar, con el estómago revoloteando nerviosamente.
A pesar de lo que estaba viendo en ella, no podía dejar de preguntarse si tal vez él estaba adelantándose demasiado, dando saltos que no debería estar dando. Hacía veinticuatro horas ni siquiera habría considerado la posibilidad de una relación con ella. Ahora no había nada que él quisiera más.
—Pero más que eso, ¿Verdad? —preguntó vacilante, maldiciéndose a sí mismo por sonar tan incierto.
Por un segundo, Harper se quedó en silencio, solo mirándolo, y pudo sentir su corazón latiendo en su pecho.
—No —le dio otro beso, persistiendo el tiempo suficiente para arrancar un gemido de frustración cuando se apartó— No, definitivamente fue más.
Ahora era su turno de lucir nerviosa, agachando un poco la cabeza y mirándolo desde debajo de sus pestañas.
—Quiero decir, si eso es lo que quieres. Porque...
—No me importa lo que piense mi gente de vosotras. Las conozco lo suficiente para saber que nada de lo que ellos dicen es cierto —la interrumpió—, y no voy a atreverme a perderte cuando recién te he tenido. Mi pregunta ahora es si tú...
—Sí quiero —dijo en voz baja.— Antes no lo habría visto venir. Pero ahora, después de esto, lo quiero. Quiero mucho más.
—Yo también. —su brillante sonrisa duró un segundo, luego vaciló levemente— pero podría complicarse si piensas en cómo reaccionarán los demás.
Esa posibilidad ya se le había ocurrido. Los dos estaban conectados de muchas maneras: a través de sus amigos, su club, y los problemas que los rodeaban. Agregar un nuevo asunto a ese lío podría afectarlos más que solo a ellos. Pero estando allí, mirándola, él no podía pensar en nada más. El pequeño sabor de eso que tenían y que había probado era suficiente, más que suficiente para convencerlo de que se arriesgara. Si las cosas iban mal, si había algún tipo de consecuencias, él sabía que los dos podían manejarlo.
—Podría ser —estuvo de acuerdo, asintiendo lentamente y esperando su reacción. Él había tomado una decisión, pero no podía leer la de ella.
—¿En serio te importa? —Harper sonrió.
—Ni siquiera un poquito.
—Yo tampoco.
Antes de que pudiera decir algo más, ella se inclinó para darle otro beso. Sus dedos se envolvieron alrededor de su brazo, dándole el impulso para deslizarse más cerca y cuando finalmente se apartó, se quedó sin aliento, plenamente consciente de la sonrisa tonta en su rostro y completamente incapaz de hacer nada al respecto.
—Quizás no deberíamos decir nada. Dejar esto entre nosotros por lo menos hasta que las cosas mejoren.
—¿Hablas de mantenerlo en secreto?
—Sí. Eso digo —ella suspiró y frunció los labios— Las cosas actualmente están bastante jodidas, Nate. Entre la criatura y el asesino que anda matando brujas por la ciudad, tenemos suficientes problemas con los que lidiar como grupo. Yo solo... pienso que debemos esperar un poco antes de decirles.
Él asintió con la cabeza, incapaz de discutir.
—Bueno, tengo experiencia en esto de mentirle a los demás. Eres tu por quien estoy más preocupado ¿Puedes siquiera mantener la cara seria?
—Nunca lo he intentado, pero quiero que esto funcione y también proteger a nuestro equipo. Ahora mismo es lo que más me importa en todo el mundo. Incluso más que esa estúpida maldición.
Él la estudió de cerca por un momento, viendo la vulnerabilidad en su expresión, el anhelo desnudo. Supo en ese momento que no podría negarse.
—Será difícil mantener mis ojos lejos de tí todo el tiempo, pero trataré.
Harper sonrió, acercándose para abrazarlo y volver a besarlo una y otra vez. Cosa que habría querido hacer hasta que sus labios se desgastaran, pero sabía que eso era imposible.
Pasaron un rato allí los dos, hablando sobre todo, y cuando el timbre volvió a sonar, tuvieron que regresar uno después que el otro para no levantar sospechas. Únicamente pensando en la próxima vez que volverían verse y preguntándose qué tanto se extenderían esos encuentros.
●●●
Detenerse en medio de aquel pasillo resultaba algo extraño ahora que se ponía a pensarlo. O puede que solo fuera su perturbada cabeza que, a esas alturas, la hacía pensar como una maldita paranoica.
Recuerdos de Raven paseándose de una esquina a otra, llamándola por su nombre completo y persiguiéndola hasta los casilleros llegaron a su mente como un flechazo. Al igual que un recuerdo que pasó hace mucho tiempo. No siendo así, pero sí sintiéndose de esa forma. Los pocos estudiantes que quedaban empezaban ya a regresar a sus clases.
El tiempo corría y ella estaba atrasada.
Caminó con la cabeza gacha hasta que sus propios pies se detuvieron por instinto a solo unos pasos. Nessa se lo pensó más de dos veces antes de abrir su taquilla, porque algo en el aire parecía estar mal. No podía dejar de sentirlo, preguntándose que habría en ella, a pesar de que recordaba haberla abierto esa misma mañana.
Puso la combinación lentamente, todo era demasiado tranquilo, demasiado fácil... hasta que esta se abrió. Nada extraño había en su interior, salvo por una cosa. Aquel papel doblado a la mitad que descansaba encima de sus libros y el cual ella tomó entre sus manos temblorosas, acariciando el material blanco.
«Sé lo que eres, y quiero ayudarte» ponía la escritura «Encuéntrame en el salón número once después de clases. Prometo que no haré nada para perjudicarte»
En ese momento, Nessa ni siquiera podía maquinar sus sospechas. Sentía como sus ojos se estuviesen expandiendo como los de un búho y su boca se abriera en una bocanada silenciosa.
De pronto, el aire que recorría los pasillos se le hizo realmente frío. La soledad estaba comenzando a asustarla, y creía ser observada por todos lados. Interrogantes, dudas, e inseguridades llegaron acompañadas por las teclas de un piano en su cabeza. Haciéndola respirar con una lentitud no propia de ella y tornando el ambiente mucho más asfixiante.
Ella pensó que quizás debía decirle a Evan, o incluso al resto del grupo, pero entonces recordó que en la nota se dirigían directamente a ella y solo a ella, por lo que si esa persona terminaba siendo un embustero, entonces los demás no se verían envueltos en problemas. A veces podía ser muy miedosa, pero no era tonta tampoco. No, esa era su oportunidad de salvar a sus amigos. Comenzaría a hacer las cosas por su cuenta y se demostraría a sí misma que no era tan débil como parecía.
Nessa guardó la nota en el bolsillo de su chaqueta y se pasó contando las horas que quedaban hasta que el timbre sonó para culminar otro día de clases. Entonces, y solo entonces, se dirigió hasta el lugar dicho.
Al llegar, se sorprendió de descubrir que ya había estado allí antes, solo que sus nervios no le permitían pensar con claridad y sus manos temblaron con anticipación al tocar el picaporte de la puerta. Pero lo que encontró detrás, sin embargo, fue incluso más desconcertante.
—¿Profesor Stanton?
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