Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Capítulo 1



El océano auguraba una noche agitada. Empezó a llover cuando menos imaginaron y había embravecido el mar en cuestión de segundos.

Vicente se despertó en el momento en que una ráfaga de agua salitre chocó contra la proa del barco. El hombre terminó de bruces en el suelo con un fuerte dolor en sus caderas y extremidades, incluso se había golpeado la cara contra la madera vieja y podrida por el tiempo. Aún abrumado por el golpe, se levantó valiéndose de todo objeto cercano hasta estar en pie. Miró hacia la pequeña ventanilla de su habitación donde la marea alta y enardecida se visualizaba imponente. No podría ver más allá.

Hacía más de dos días que su viaje empezó y no parecía terminar, por lo menos no todavía. Las exigencias de su padre hicieron que tomara sus pertenencias y marchara hacia un lugar del que poco sabía más allá de sus riquezas y de lo que su familia contó en una pequeña reunión. Estaba enojado. No era su intención salir del país, mucho menos de la manera en que lo hizo, pero tampoco deseaba aguantar los enojos, regaños y desatenciones de su padre.

Se colocó un abrigo al escuchar varios golpes en la puerta y suspiró cansino del viaje y de quien llamaba a la puerta con insistencia, pero guardaba la compostura. Ningún tripulante podría tener los modales de él menos aun cuando en la cubierta no hacían más que gritar cosas sin sentido.

—Joven.

Francisco miró a su señor con tanta tranquilidad que a veces lo sacaba de sus casillas.

—Debo pedirle que se quede en su recamara. Allá afuera hay un verdadero desastre. —murmuró en tono bajo, como si alguien pudiera escucharlo.

—Mejor así. Quiero ver el desastre de cerca, amigo mío.

Salió con miras a las escaleras que lo llevarían a cubierta y con aquel corpulento hombre detrás de él inquieto por el ímpetu de su amo. Francisco colgaba con la maldición de conocer muy bien a Vicente Fermín y esa misma ventaja hacía que supiera qué clase de cosas pasaba por su mente. Lo conocía desde que era un pálido capullo de ojos grandes e intensos con el color de las hojas durante el otoño y la cabellera rubia que iba opacándose con el pasar de los años, hasta verlo convertirse en un adulto. El mismo adulto que se apresuraba a detener antes de escuchar la potente voz del capitán replicar.

Lo había oído claramente cuando lo anunció: «Nadie que no fuera de la tripulación debía salir». Serían un estorbo y no lo dudaba.

Advirtiéndolo, se adelantó e impidió que siguiera hasta las escalinatas.

—¡Francisco! —resopló Vicente.

—Retírese a su dormitorio, joven. No lo volveré a decir. —exclamó autoritario.

Bien sabía que no tendría manera de pasar por encima de él. Que se había impuesto un muro en su frente y que aun deseándolo no iría a cubierta donde las voces eran más fuertes que antes. Cuando Francisco podía ser testarudo, lo hacía y ese había sido su momento.

—Está bien, Fran, por hoy has ganado. —Atisbó.

Francisco suspiró agradecido.

—Seguramente al amanecer habrá descendido la marea. —comentó Vicente.

—Es lo que esperamos, joven.

—¿Es lo que esperamos? Fran, yo esperaría llegar a esa dichosa provincia antes de morir en altamar. —Sonsacó sarcástico.

—¿Entonces ha decidido dejar de insultar su suerte? Demos gracias a Dios. —ironizó.

Vicente sonrió pleno. Ni se había cansado de refunfuñar por su mala suerte ni lo haría aun pisando tierra. En tal caso morir en las aguas del océano le parecía mejor, pero tenía consideración por el hombre junto a él. En pleno mar su comentario era demasiado negativo.

—Al contrario, pero no podemos tentarla ¿No es así? —Se mofó.

Francisco arrugó el ceño y con una mueca de desconcierto en su rostro se dispuso a seguirlo.

Si algo sabía hacer Francisco era seguir al joven hombre de veintiocho años y Vicente, muy consciente de que lo haría hasta el fin del mundo, lo convirtió en su cómplice en más de una ocasión. Antes de hacerse a la mar, se había inmiscuido en cuanto problema viese oportuno, pues como era costumbre las malas lenguas harían llegar tales rumores a su padre. Fran, aquel inseparable sujeto, borraba sus huellas siempre que podía, sin embargo, en más de una ocasión era imposible. Era ese rumor que llegaba hasta los oídos de su padre lo que a Vicente le emocionaba de una forma poderosa.

Vicente volvió a la recamara donde si bien no portaba muchas pertenencias con él, la mayoría se encontraban en el suelo por el vaivén del navío. Se limitó a rescatar un pedazo de papel con la letra rígida de su padre mientras Francisco se apresuraba a recoger el resto de las pertenencias.

—¿Tienes una idea de qué quiere de mí? —Indagó.

Francisco suspiró, se tomó el atrevimiento de sentarse en la cama.

—He de suponer que es lo que todo padre desea para sus hijos —comentó pensativo—. Bienestar, posición, conocimiento...

No alcanzó a terminar cuando la forzosa risa de Vicente se escuchó.

—Por supuesto: has respondido tal como me esperaba, Fran —negó resignado con la cabeza —. No sé por qué he preguntado.

—Joven, conozco a su padre y ambos sabemos las cualidades que lo preceden, por favor no dude de sus deseos. En el fondo es lo que todo padre desea.

Vicente enarcó una ceja y resopló. No lo discutiría, mucho menos con él que hacía lo posible para proteger su imagen.

—Retírate, Fran —exclamó—. Deberías ir a descansar —murmuró.

Se lanzó en la cama con la vista fija en el techo. Francisco entendió el gesto rápidamente y, luego de una leve reverencia, salió.



...

Exhalaba un vaho gracias a la temperatura.

El frío calaba sus huesos hasta sentir que se congelaba. Miró sus manos ahora moradas, sus uñas de un color negruzco y sus extremidades congeladas con la escarcha cubriéndolo. Escuchó un sonido constante, suave como el de los dedos sobre las teclas del piano; alzó la mirada fijándose en el sitio de dónde provenía. Un espejo de más de un metro, de pocas ornamentas y manchado en sus esquinas le mostraba su silueta. No dejaba de golpearlo y de gritar a viva voz palabras inconexas y lejanas. Vicente se levantó temeroso con los ojos desorbitados y la respiración acelerada. Se apresuró en tomar la espada que siempre portaba y mantenía a un costado del camastro, la blandía hacia espejo. Ya no estaba, tan solo él y su rostro pálido lleno del terror que le produjo verse a sí mismo demacrado al punto de parecer un cadáver.

Se giró hacia la puerta cuando escuchó el sonido del pomo y el chirrido que producía al abrirse. Inquieto y decidido, Vicente estaba dispuesto a apuñalar a quien entrara. Francisco lo miró incrédulo y extrañado de que quien estuviese frente a él fuese el mismo Vicente Fermín que había dejado horas atrás.

—¿Joven? ¿Vicente?

Se acercó a él sigiloso. Tenía los ojos puestos en el arma que temblaba en las manos del muchacho. La sostuvo en manos y se la quitó con la misma precaución que se le tiene a un animal salvaje: viéndolo a los ojos y con la respiración en vilo. Echó la espada al suelo. Contempló al muchacho sentarse para hundir el rostro entre sus manos ahora cálidas.

—¿Qué sucedió? ¿Alguien entró? Luce alterado —exclamó sin dejar de ver la pequeña habitación.

La impresión no dejaba a Vicente, lo miró por un segundo para volver a bajarla. Se refregaba los ojos intensamente de manera en que aquello pudiera sacar las imágenes en su cabeza, pero sabía que no pasaría.

—Nada... nada. —musitó resignado—. Lamento haberte preocupado, Fran, estoy bien.

Francisco se incorporó, arrugó el ceño. No estaba por completo convencido, pero dudaba de que dijera algo al respecto. Prefirió dejar pasar el hecho por ese día.

—Iré por aire fresco, he de suponer que ahora sí me dejarás —lanzó divertido para evitar más preguntas de su compañero.

Francisco no respondió, lo dejó irse pues creía conveniente que lo hiciera. Solo hasta que estuvo en la soledad de la habitación entendió la mirada desconcertada de Vicente.

...

La madera crujía bajo los pies de Vicente por cada paso que daba hasta que se detuvo frente al barandal de rústicas terminaciones. Veía la tranquilidad del océano a diferencia de la noche anterior. Aún podía ver pequeños pozos de agua que se secarían poco a poco y parte de la tripulación trapeaba el resto. Había tomado el primer barco que salía y no le había importado cual fuera a pesar de las constantes advertencias de Francisco, el resultado había sido estar en un navío que a todas luces se hundiría en cualquier momento. Esa había sido la razón para escogerlo en primera instancia.

El capitán era un hombre corpulento, tan poco atlético y de perfil robusto con barbas rizadas y prominentes atadas en un entretejido. La marca de las cruces sobre su calvicie y la ausencia de una oreja habían causado conmoción en Francisco cuando supo en qué navío viajarían. Aun así, Robert Gomora, un hombre de evidente sonrisa no pulcra por la falta de dientes, les había dado la bienvenida como si fuesen uno más de su tripulación. Era un comerciante que había obtenido muy buenas ventas desde que tomó la ruta y que, al ver a Vicente Fermín, no dudó que también obtendría algo bueno de tal invitado. Lo supo cuando le mostró la bolsita de cuero con varias monedas. Había sido más que suficiente.

—Capitán, ¿sabe cuándo llegaremos?

El capitán torció el gesto irónico.

—Quiere llegar pronto ¿No?

—La verdad no me interesa llegar, pero entenderá que mi amigo sí. —Se acercó a él—. Le tiene miedo al mar —susurró encogido de hombros.

—¡Hombre, debía imaginarlo! Los ricachones como ustedes tienen ciertas costumbres ridículas, igual a sus temores.

Vicente sonrió, negó con la cabeza las palabras del Capitán.

—Debiera cuidar su lengua, capitán.

—Y usted su vida —recalcó palmeando su hombro—. Algunos hombres parecen caminar con la muerte a cuestas, señor Fermín.

La sonrisa de Vicente se desvaneció al tiempo que Gomora volvía a su lugar, regocijado. Le recordó lo que había vivido y visto minutos antes: la silueta demacrada de su cuerpo. Torció el gesto volviendo a ver al mar, estaba indispuesto. Vomitó.

Luego de varios días de viaje Vicente escuchaba la frase tan anhelada por Francisco y la que él, muy a su pesar, debía oír. «Tierra a la vista».

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro