Música, fiesta, boliche, gente festejando en la noche. Nate se sienta en la barra, compra una bebida alcohólica y piensa en todo lo que dijo, suspira.

―¿Por qué esa cara, muchacho?

Él frunce el ceño y mira al barman.

―Papá ¿Qué haces vestido así?

Se ríe.

―Disfruto de mis habilidades divinas, lo que deberías hacer tú, aunque... no tomes. ―Se lo quita y lo bebe él―. ¡Mm! Delicioso.

Rueda los ojos.

―¿Qué quieres?

―Felicitarte. ―Sonríe―. Al fin haces lo que te pido.

―Sabías perfectamente que lo haría.

―Sí, pero ahora falta que le entregues tu corazón.

―Mi corazón es mío ―exclama directo.

―Desde que lo convertí en anillo ha dejado de ser tuyo ―se burla―. Además... ―Agarra su mano y le remanga la muñeca, mostrando así las líneas dibujadas allí, pero su expresión cambia―. Nueve veces, y yo pensando que eran ocho ―exclama serio―. ¿Otra vez te intentaste matar?

Se suelta.

―No, esa vez fue diferente. ―Se cubre.

―No te creo, eres un desequilibrado como tu madre.

Levanta el dedo medio.

―Desequilibra esto.

―Qué maleducado, yo no te enseñé eso. ―Sonríe.

Baja la mano.

―Ya termina de una vez y vete.

―¿Dónde me quedé? ―Hace cara de que piensa―. Tu corazón... cuestión que ya no te puedes morir, así que no puedes escapar.

―¿Qué? ¿Me estás amenazando? No volveré a ese lugar ―le indica.

―No volverás, si te portas bien. ―Mueve la mano.

―Ve a molestar a tus esposas y a mí déjame en paz. ―Bufa.

Se pone la palma en el pecho.

―Es lo que más quiero, de verdad, pero tengo que salvar el Inframundo primero...

―Claro, a costa mía.