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8

 Impacto mi puño contra la pared de la ducha, haciendo sangrar a mis nudillos. ¿Por qué no acepté entrar a su remolque cuando me invitó?

Ella me había rechazado y apostaba mi mano hábil que eso era exactamente lo que haría. Sin embargo, fue muy clara: no era una mujer de una sola noche y a expensas de mis sospechas, confirmarlo me llenó el pecho de un tonto regocijo.

Sentir el calor de sus palmas atravesando la tela de mi camisa para estacionarse sobre mi pecho, el tenue roce de su mejilla contra mi espalda y verla confiada sobre mi motocicleta, me excitó de un modo animal.

Nunca había subido a alguien a mi Harley.

Una sensación de pertenencia y posesividad, las ganas de pasar por delante del idiota de Rusty para mostrarle quién la llevaba a casa esta noche, rugía en mi interior.

Cosas inexplicables. Cosas que no deseaba experimentar bajo ningún punto de vista. Cosas que no correspondía alimentar.

Sus grandes ojos castaño-verdoso con un intrincado patrón de motas doradas suplicaban cosas que su cabeza no estaba dispuesta a reconocer; el tono de plegaria en su voz, ambos puños junto a su cuerpo y el titubeo en sus pasos, me dieron a entender que estaba arrepentida de negarme una noche de puro placer.

Nadie me rechazó nunca y a pesar de vaticinarlo, fue duro de asumir.

¿En qué demonios estaba pensando cuando la dejé allí de pie, luchando con sus propias indecisiones?¡La idea era seducirla, arruinarla por completo y matar al cabrón de su padre con el dolor de su hija!

Cuando el agua comienza a salir fría, salgo del diminuto cuadro de ducha. Para un tipo grande como yo, la escasa superficie es más que incómoda.

Arrastro el vapor del espejo que cuelga sobre el lavatorio y observo la misma imagen otra vez: el rostro de un tipo que se mueve por instinto, sin corazón, que no recuerda un deseo más fervoroso que el de hacer justicia por el daño que le han hecho a su madre frente a sus ojos de niño.

Insistir sobre la sombra en el jardín trasero minutos antes de escuchar su agónico pedido de ayuda no fue suficiente para los peritos. Creían que yo era un niño que fantaseaba porque no podía soportar la muerte de su madre, que estaba en shock y que desconocía, obviamente, que mamá era una adicta.

La segunda noche en la que mi madre llevó a Albert Collins a cenar, ella me dio una extensa charla sobre cuán amble debía ser con la gente y que era imperioso tratar bien a los invitados. Que no estaba de acuerdo con las mentiras que había inventado la primera vez y que tendría que acostumbrarme a la presencia de su nueva pareja.

Yo era un chico de pocos amigos, introvertido, que se imaginaba siendo un policía al servicio de la comunidad.

Mamá nunca reprochaba mi comportamiento de niño ni tampoco criticaba mi analítica forma de ser, pero su anhelo por ser digna de su novio me llenó la barriga de malos presentimientos.

Ese día todo fue distinto; desde su charla para hacerme entrar en razones sobre lo que debía hacer, hasta su persuasión para que me sintiera cómodo compartiendo el techo con este hombre que venía otra vez a nuestra bella casa de impronta neoclásica, herencia de mis padres paternos.

Papá ganaba lo suficiente para mantener un estilo de vida que mamá "necesitaba". Según él, la había "arrancado" del lujo y del confort de su hogar para formar una familia y no se merecía menos que una gran casa.

Esa noche intenté hacerme el gracioso en la medida de lo posible; Albert festejaba cada una de mis ocurrencias aunque mamá forzaba su risa. Ella estaba rara...como si guardara un secreto del que no podía hablar abiertamente.

Sin embargo, en mi cabeza solo había espacio para una sospecha: ese sujeto escondía algo; no era solo el hombre de modos suaves, elegante, soltero y bien parecido.

Era un cazafortunas.

No supe qué significaba esa palabra hasta que tuve muchos más años y vi en la televisión el caso de un tipo que enamoraba a las mujeres, las engañaba y les quitaba su dinero.

Aquella fue una revelación, sobre todo, porque mi madre me dejó algunos ahorros a los que accedí cuando cumplí dieciocho años. ¿Qué fue de la casa familiar, de sus joyas, de sus tan preciados libros...?

Yo no era consciente de los bienes que ella poseía en el banco ni del dinero que guardaba en una cajón de su mesa de noche, dinero que se encontró intacto cuando la policía requisó la propiedad.

La teoría de un robo cayó rápidamente, reforzando la teoría del suicidio.

Usé mi herencia apenas tuve posesión de ella: adquirí el apartamento de Chicago en el que actualmente vivo y saldé algunas deudas del matrimonio Venturi. Ellos me habían dado una nueva familia y era mi deber colaborarle a Hannah y Arthur.

Seco mi cuerpo, me pongo ropa interior, una sudadera y unos pantalones de ejercicio y abro mi portátil sobre mis muslos.

Rápidamente, tecleo un correo electrónico a Mitchell, poniéndolo al corriente de mis planes. No pasan cinco minutos que está llamándome por teléfono.

¿Este hombre no duerme nunca?

―¿Adónde quieres llegar con esto, Fabien? ―Estaba durmiendo contra mi pronóstico, su voz ronca y arrastrada es evidente.

―Sospecho que mi madre no fue la única víctima de este estafador.

―No hay una puta acusación en su contra. Me he encargado de investigarlo antes de que me lo pidas.

―Por eso eres el mejor; sin embargo, no confío en los crímenes perfectos.

―Claro que no, lo que es imperfecto es el criterio de los profesionales a cargo.

―Exacto y por esa misma razón estoy dispuesto a ir hasta el fondo del asunto.

―¿Has establecido contacto con la chica?

―Sí.

―¿Sospecha los motivos que te acercaron a ella?

―Sabe mi nombre y que soy policía. Obviamente, no le he dicho que llegaré a su padre a través suyo.

―Fabien, esto es peligroso. Si realmente el sujeto es un asesino, fue el mejor de su clase: tu madre murió hace casi treinta años, la de la chica hace veinte y todavía sigue libre. Es un puto genio o tiene a toda la policía comprada.

―O ambas...

―O ambas. Para el caso, es probable que descubra tus intenciones antes de que lo sepas. Se ha mantenido en las sombras por años. ¡Décadas! La casualidad jugó a tu favor cuando el sistema de reconocimiento facial descubrió algunas características en él similares a los identikits que ingresaste a las plataformas.

―Casualidad o no, lo conseguí.

Martin Harris jamás tuvo una infracción a su nombre; esposo de Aida, padre de Veronika. Dueño de nada y asesino de elite según mis sospechas.

―Fabien, te recomiendo que no involucres a la muchacha en esto. Podemos rastrear a Harris, no hace falta que...

―Gracias Mitchell. ―Lapido la conversación a un severo adiós. Él inspira y exhala profundo, sabiendo que no cambiaré de opinión.

―A tu disposición, chico.

Cuelgo con disgusto; las cosas están tomando un color distinto al que imaginé cuando urdí este plan.

No tendría que resultarme difícil dejar a Veronika al margen y redireccionar mi ataque, de hecho, mi profesión está plagada de situaciones imprevistas; sin embargo, no quiero alejarme. Quiero hacerla parte de mi venganza.

Y quieres hacerla parte de algo más que odias reconocer.

Acallo las voces que me dicen que mis intereses personales están anteponiéndose a los profesionales, puesto que es una locura creer que Veronika Harris pueda superar el estatus de romance pasajero.

Mi cabeza no deja de mover sus engranajes, pensando.

De averiguar que su padre está implicado en la muerte de su madre, ¿Veronika lo defenestrará tal como pretendo? Romperle el corazón es una idea tan maquiavélica como inestable. ¿Y si está ciega de amor por su padre y le perdona cualquier cosa?

Ruego que Gustave pueda darme material de análisis para trazar límites que no afecten mi plan original.

Mierda.

Froto mi barba apenas crecida y me zambullo en la cama.

Por lo pronto, no puedo hacer nada más que descansar.

***

Me despierto de mal genio, cansado y adolorido por la extraña posición en la que conseguí dormir. El colchón tampoco ayuda demasiado en mi descanso: es delgado, duro y tiene olor a humedad.

Mis comentarios en su página web no serán nada positivos.

Mi estómago ruje y mi reloj interno me avisa que han pasado varias horas de su última ingesta de alimentos.

Efectivamente, el número que arroja el celular es contundente: son las doce del mediodía. Me levanto de la cama como si me hubieran arrojado aceite hirviendo en el pecho y voy en dirección al único sitio donde sé que debo estar.

Minutos más tarde aparco frente al consultorio móvil de Veronika.

Continuaré con mi coqueteo hasta llevarla a mi cama; esperaré las novedades de Mitchell y me regodearé con su padecer tanto cuando le diga que su padre asesinó a su adorada Aida Harris como cuando la abandone a su suerte después de seducirla.

Teniendo en cuenta el anhelo en sus ojos al hablar de su padre y el dolor por la poca conexión entre ambos, estimo que la desilusión será grande y profunda. Haré de su vida un infierno; que no quiera respirar, que no desee ni siquiera despegarse de su cama.

Pan comido.

Bajo de mi motocicleta esperando porque tenga unos minutos para llevarla a comer cuando noto un inquieto alboroto frente a la puerta del enorme vehículo que conduce.

―¿Qué sucede aquí? ―me abro paso entre el murmullo de la gente.

―La doctora está allí dentro con una mujer a punto de parir ―expresa una señora de cabello gris, con un rosario entre sus manos. No deja de persignarse y rezar.

―Déjenme pasar ―Avanzo con arrogante actitud para cuando un tipo construido como una puta pared me detiene.

―La doctora ya pidió una ambulancia. Ordenó que nadie ingrese. ―se cruza de brazos.

No tenía pensado hacer uso y abuso de mi placa, pero si no me dejan otra alternativa...

La exhibo y todo el brío de este sujeto se va por el desagüe.

―Estoy en condiciones de tenderle una mano a ambas mujeres. ―lo convenzo, aunque no del todo.

Acomodo mi chaqueta, el tipo refunfuña hasta que accede a moverse y frente a la puerta, golpeo y me anuncio en voz alta, esperando que el bullicio exterior no tape mis palabras.

―Veronika, soy Fabien. ¡Puedo ayudarte! ―Lo cierto es que jamás he presenciado un parto de principio a fin. He asistido a alguna que otra mujer descompuesta, llevándola al hospital más cercano para que diera a luz y nada más. Tengo los conocimientos básicos aprendidos en la academia, pero no el trabajo de campo que se necesita en momentos como este.

―¡Adelante! ―grita y no pierdo un segundo en obedecer.

Esquivo con cuidado una mesa con rueditas repleta de botellas con desinfectantes, paquetes de gasas, pilas de trapos con vapor y una batea con agua. Finalmente, doy con una cortina que me separa de la verdadera acción.

Lo que veo no es más ni menos que la madre naturaleza haciendo su trabajo: la mujer está tendida sobre una camilla obstétrica, con las piernas abiertas y los talones encajados en dos pies metálicos.

Trago fuerte.

He estado en la morgue muchas veces, incluso en escenas del crimen, pero jamás frente a una mujer en esta situación.

Siempre hay una primera vez para todo...

―Si vienes a colaborar, te necesito enfocado. Ella está con mucho dolor, el bebé se sube del canal de parto constantemente y ya no está pujando con fuerza. Su presión sanguínea decae y la ambulancia que solicité hace quince minutos aún no está ni cerca de aparecer. ―Profesional y segura de lo que dice, Veronika introduce la mano en la vagina de la paciente. Rota su muñeca y el grito de la mujer es desgarrador.

Me siento junto a la futura madre. La morena está con el rostro enrojecido y sudado por demás.

No dudo en tomarla de la mano.

―Mucho gusto, soy Fabien. ¿Cómo te llamas? ―la mujer me mira sin dejar de gimotear y removerse en la camilla.

―Bran...Brandi...―sisea, sumamente dolorida.

―Pues una copa de tu nombre no nos vendría mal en este momento, ¿verdad? ―Hago un rápido -y tonto- juego de palabras entre su nombre y el licor y espero no ganarme una bofetada de su parte. O, lo que es peor, una puñalada de escalpelo por parte de la doc.

Para mi fortuna, la paciente ríe y se relaja. Sonrío a medias, notando los ojos brillantes de Veronika fijándose en mí. Un "qué tonto" sale de su bonita boca de fresa.

―¿Es tu primer bebé? ―pregunto, apelando a mi maniobra disuasiva, con el fin de que reúna suficiente energía para un próximo pujo. Veronika mira su reloj con persistencia.

―S-sí ―la chica no debe superar los veinte años. Es demasiado joven.

―Brandi, ahora debes inhalar y exhalar varias veces, ¿puedes con eso? ―la muchacha asiente ante el pedido de Veronika y la mira como a una deidad. En este momento, la actitud de la doctora es todo lo que está bien ―. Oye, es más fácil si estás tranquila ―La chica puja pero no pasa nada. La doc descarta sus guantes y mira el monitor de lado, con las líneas oscilantes en plena actividad ―. El bebé está normalizando sus latidos. Los tenía muy alto, probablemente estresado por el esfuerzo. Esperaremos un poco más y probaremos otros pujos más en unos minutos.

―¡¿Más?! ―la joven y yo chillamos a dúo.

Me disculpo susurradamente y me pongo de pie, no sin antes besar la mano de la futura madre.

―Todo estará bien, descuida.

La pobre chica asiente con la poca fuerza que le queda. Veronika pasa a mi lado, me da un golpecito en el hombro y me convoca hacia un rincón alejado de la camilla.

―El cordón está enroscándose en el cuello del bebé. Estoy en línea directa con el hospital más cercano, pero no sé cuánto más tardarán en llegar ya que estaban alertas por un choque en la carretera ―se frota los ojos y sigue ―. Creo que lo mejor será practicarle una cesárea. ―Se muerde el labio, incómoda con su decisión.

―¿Sabes hacerla?

―Sí, claro, aunque no es mi especialidad. Ella me dijo que nadie ha controlado su embarazo por lo que podemos encontrarnos con muchos inconvenientes inesperados. Eso es lo único que me afecta ahora mismo.

―Eso no suena bien.

―Necesito un equipo de profesionales que atiendan tanto al niño como a la madre; no podré sola con los insumos que tengo. No estoy preparada para mantenerla mucho tiempo aquí dentro. ―Susurra. No se muestra nerviosa sino con convicción.

Eso es muy respetable.

―Puedo ir a una farmacia ―sugiero con inocencia cuando ella me acaricia el bíceps y me da un beso inesperado en la mejilla.

Sus labios de seda rozan mi piel y se me eriza cada vello con ese mínimo contacto.

―Creo que con hacerle compañía y darle palabras de aliento es suficiente. No tiene a nadie que la espere en casa o le tienda una mano una vez que tenga al bebé.

―Eso apesta.

Un pitido agudo nos saca de esta pequeña burbuja y Veronika corre hacia Brandi con rapidez.

Como un acto reflejo me abofeteo las mejillas e inspiro profundo. Lamento no saber si Veronika cuenta con un buen alijo de alcohol para beber un gran trago.

Parpadeo, intentando procesar lo que acaba de ocurrir y sacudo mi cabeza, volviendo a ser el insensible pero eficaz Fabien Venturi.

Tal como solicitó, me coloco junto a Brandi, apoyándola, ajustando su mano con la mía y practicando respiraciones en conjunto con la parturienta.

Veronika le hace tacto y el frunce en su boca es una mala señal.

―Brandi, necesitaré practicare una cesárea de emergencia. No tenemos alternativa.

―¿Por qué?¿Mi bebé está bien?

―No te mentiré en este punto: su ritmo cardíaco ahora mismo está siendo muy irregular y no queremos arriesgar su vida. ―La chica gimotea, nos mira a ambos con desazón y le beso la sien, calmándola ―. Es una intervención molesta y con un postoperatorio incómodo, pero que sé realizar. Necesito tu consentimiento, cariño ―Veronika le besa la otra mano, la que no es sostenida por mí y logra transmitirle una paz increíble.

―Y...¿y la ambulancia?

―Me temo que no llegará en breve. Debemos actuar rápido, cielo.

Brandi dice que sí con la cabeza y Veronika le acerca unos papeles que la autorizarán a la práctica de su parto.

―Confía en ella, es la mejor ―susurro a la muchacha de enormes ojos café y con los nervios de punta.

―Se ven lindos juntos ―Exhala en un último aliento y me deja sin respuesta.

Veronika está en el fregadero limpiando los elementos que utilizará en la intervención, dándonos la espalda y demasiado concentrada como para haber escuchado a la muchacha.

―Ella hace que todo sea más fácil ―no sé qué significan esas palabras ni por qué han salido de mi boca, pero son ciertas en este instante.

―Fabien, te necesito aquí ―Veronika ordena como si fuera un General del Ejército y no tardo ni un segundo en acatar su indicación. En otro contexto, ni siquiera hubiera elevado la vista, pero aquí hay una madre y su bebé por nacer que no admiten cavilaciones de mi parte ―. Ponte estos guantes. Los instrumentos están en orden, tal como los usaré. ―Señala desde unas gasas extendidas sobre su mesa de trabajo hasta una impecable fila de elementos puntiagudos que me dan terror.

¿Los empuñará cuando descubra realmente cuál es mi verdadero propósito? Evaluaré hacer mi descargo en una habitación de hotel o en la mitad de un bosque, no aquí.

Asiento como un buen alumno y nos ponemos frente a Brandi, fatigada y desesperanzada con el curso de las cosas.

―Cariño, te colocaré una inyección para el dolor. Te anestesiará la zona pélvica, lo cual permitirá que no sientas el corte.

―¿Veré a mi bebé?

―Por supuesto, es anestesia local. Prometo que no te perderás el nacimiento de tu hijo.―Tal como dije a Brandi, Veronika se oye como si todo fuera fácil y natural.

Una extraña sensación se ajusta a mi pecho; admiración, respeto y sensibilidad. Sí, la roca que tengo como corazón parece moverse después de tantísimos años de latir en modo automático, motorizado únicamente por la venganza y el dolor.

―¿Listos?

―Claro que sí. ―Vuelvo al presente y me encomiendo a este impensado capítulo de mi vida.

***

Mis manos están limpísimas, las mangas de mi camisa se arremolinan en mis antebrazos y mi barbijo desechable cubre mi boca mientras entrego uno a uno los instrumentos que me pide Veronika.

He visto más cantidad de occisos que la mayoría de las personas comunes y fallecidos en toda clase de circunstancias: desde aquellos que murieron en su casa, junto a sus parientes y objetos personales, hasta los arrollados por un tren en completa soledad.

No obstante, lo que estoy por presenciar es la vida en su máxima expresión: un llanto agudo se agolpa en mis oídos y ya no veo un corte de tejidos, músculos desgarrados, órganos movedizos y sangre corriendo, sino que diviso a una bebé con unos pulmones muy fuertes y a una madre llorando acompañada de dos desconocidos que la ayudaron a parirla.

Acto seguido, la doc me entrega las tijeras y me brinda el honor de cortar el cordón umbilical.

―Justo aquí ―me señala, experta, sudada y linda como el cielo mismo.

Hago la incisión, ella coge a la niña, la limpia y verifica que sus signos vitales sean los óptimos.

Veronika apoya a la recién nacida sobre el pecho de Brandi y mis hombros se aflojan de golpe; luego, veo que la arropa con unas sábanas estériles y la coloca en una cuna provisoria, un cajón al que ha acolchado con mantas y trapos limpios.

Al cabo de unos minutos, Brandi ya está cosida y se ha quedado rendida en la camilla. Le acaricio la frente, pensando en qué será de ella cuando sea dada de alta con su niña en los brazos. Estará sola contra el mundo.

―Yo me estoy preguntando lo mismo. ―Veronika seca el sudor de su frente con su guardapolvo de doctora y lo arroja a una pila con cosas descartables.

Resoplo con empatía y desazón, ya que no es la única mujer que tendrá que arreglárselas de regreso a la "vida real". Veronika rodea la camilla y me toma de las manos.

Debería impedir que me acaricie los nudillos con su pulgar como lo está haciendo ahora, o incluso, que me mire con esa ternura capaz de derretir los casquetes polares.

No, no merezco ni una cosa ni la otra.

Tampoco que me de otro beso, esta vez, en la comisura de los labios.

―Gracias. ―Murmura, su aliento rozando la carne caliente de mi boca, urgida por un beso más salvaje.

Paso saliva por mi garganta, doy un paso al frente pegando el pecho con el suyo y...

―¡Doctora! ¡La ambulancia ya está aquí! ―Ninguno ha notado las sirenas. ¿Cuán inmersos en nuestros propios pensamientos estábamos que no las escuchamos? Golpes fuertes en la puerta de su vehículo evitan que yo cometa una locura.

Sé que debo seducirla, pero eso debe ocurrir cuando tengo el control de mis actos, no en un momento de debilidad.

No con tantas emociones confusas circulando a nuestro alrededor.

Quiero besarla y follarla cuando esté listo para admitir que no hay sentimientos de adoración involucrados, ni cuando estamos vulnerables, con la adrenalina en descenso y exhaustos.

―Debo abrir ―se escabulle hacia la puerta y no pasa ni un minuto que un grupo de médicos preparan todo para el traslado de Brandi y su bebé.

Cuando Veronika asoma la cabeza fuera de su consultorio, la gente rompe en aplausos y no es para menos; ella se sonroja, bonita y tímida. Se acaba de convertir en la heroína del parque Jellystone.

Es una mujer con nervios de acero, con una templanza envidiable y resolutiva. Una mujer que, de no ser la hija de mi enemigo número uno, no dudaría en invitar a una cita lujosa, un fin de semana en Europa o lo que me pida.

Estoy oficialmente bien jodido.

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