Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

4

―Yo la vi primero ―me dice el idiota del cantinero cuando Veronika desaparece de mi campo visual. Evidentemente, me he quedado más tiempo del necesario viéndola marcharse con el paso un tanto errático.

No obstante, logró sortear las mesas con eficiencia y salir indemne del lugar.

¿Debería acompañarla?

No muestres tus cartas aún.

Mi mente tironea entre apresurar las cosas, ya que no cuento con tiempo o dejarlas fluir y no abalanzarme a la primera oportunidad.

―Hey, tú. ¿me escuchaste?

―¿Perdón? ―Gano tiempo, no tengo problemas de sordera.

―Que yo la vi primero.

―¿A quién? ―Un segundo y medio más. Tic tac.

―A la doc.

―¿Doc? ―finjo duda.

Otros dos segundos.

―La que se acaba de ir es la doctora Veronika. Está con su remolque médico en las afueras del parque Jellystone. ―Señala una mujer bajita, pelirroja y sexi como el infierno que coquetea conmigo mientras me merodea como gata en celo.

En otra oportunidad, no dudaría en invitaría al sector de los aseos o a alguna oficina privada; ahora mismo, no estoy en plan cazador y mis ojos se han entretenido – satisfactoriamente – con Veronika Harris.

Las fotografías que aportó Gus Mitchell no le hacen justicia a su beldad; la expresión en sus ojos dorados, su sonrisa amplia y ese cabello desordenado, en nada se parecían a la seria y prolija doctora Harris que trabajaba en el hospital de Cleveland.

No es mi estilo de mujer, pero reconozco que es atractiva.

Apenas puse un pie en ese restaurante bullicioso y escaso de glamur, no pude evitar sorprenderme. Hubiera apostado que una mujer con tanto dinero como ella no se sentiría a gusto en un sitio con tan poco vuelo como este. Grata fue mi sorpresa al verla; Mitchell hizo un buen trabajo al asegurarme que la encontraría aquí. Evidentemente, es una mujer de hábitos.

Otro punto más para el viejo zorro.

Mi vista la había buscado en una de las mesas, hasta que la encontró en la barra con el cuerpo en una extraña contorsión. Estaba muy animada viendo al muchacho de la barra caminando entre los clientes.

Tomé asiento a su lado tan sigilosamente que no advirtió mi presencia; tampoco, que otro de los cantineros me dio una cerveza de la casa.

Durante esos escasos minutos pensé en varias formas de abordarla, de comenzar con mi plan, hasta que ella misma se encargó de facilitar el asunto: sus pies se enredaron al bajar de la banqueta, lo cual permitió que yo desplegara mi papel de caballero de brillante armadura.

Alerta de spoiler: no soy nada de eso.

Al verla, la sangre burbujeó en mi pecho. Ira, remordimiento, redención, la ilusión de mi madre cuando me dijo que estaba viéndose con alguien, los ojos cínicos del tipo que me la arrebató siendo ella tan joven y yo tan pequeño...

Sería un largo y extenuante camino a andar, pero estaba dispuesto a cumplir con la promesa que le hice frente a su ataúd: tomar venganza.

Por años soñé con el nombre del sujeto que la engañó con promesas de amor, que la estafó y la dejó sin nada. Aquel que la llevó a la muerte lenta y premeditadamente.

¿Barbitúricos? ¿Mi mamá? ¡Ja! Ella era una ferviente creyente de las tisanas y productos naturales, jamás de los medicamentos duros. Que tomara un ibuprofeno por un dolor de cabeza era casi un milagro.

¿Depresiva por la muerte de mi padre? Claro que estaba dolida y perdida, pero era fuerte como un roble y nunca me dejaría a la deriva.

Me acomodo nuevamente en el taburete de cuero negro y madera para cuando la pelirroja me ofrece la carta de menú para acompañar mi bebida.

―¿Placer o trabajo? ―pregunta con interés.

―Un poco de ambos, supongo ―Evado la verdadera naturaleza de mi objetivo.

―¿Estás quedándote por aquí?

―En un hotel cercano ―Soy impreciso. Asimismo, intento estrechar buenos lazos con la camarera; ella podría ser buena fuente de información―...así que hay una doctora en el parque Jellystone ―Releo la carta cuando comienzo con mis averiguaciones ―. Una hamburguesa de la casa con patatas, por favor. ―Pido, rompiendo con mi dieta y esperando su respuesta.

―Me gustan los hombres que ejercitan y se dan todos los gustos ―se marcha por un instante por detrás de la barra con mi solicitud en un papel. A su regreso agradezco que no se haya olvidado de mi comentario ―. Supongo que eres nuevo en el área si me preguntas por la doc. ¿No es genial que alguien dedique tiempo y dinero a hacer estas cosas desinteresadamente por gente que no conoce? Ya ha estado en varias ciudades con su móvil sanitario.

―¿Lo hace gratis? ―Me asombro como el buen actor que soy.

―Sí, esa mujer es un ángel.

Y su padre, el demonio.

Asiento con la cabeza, notando que un par de ojos oscuros me agujerean el cráneo: el muchacho que meó sobre la doctora creyendo que era de su propiedad no me quita la mirada de encima.

Ni en tu sueños me intimidas, chico.

A los pocos minutos recibo mi orden y por segunda vez en la noche me llevo una buena impresión: el plato está caliente, bien sazonado y la segunda cerveza es más sabrosa que la primera.

No es un plato de una gran cadena de restaurantes de Chicago o Nueva York, tampoco experimental como lo que me suelo preparar los fines de semana que estoy libre, pero será una buena recarga de energía después de muchísimas horas de viaje y masticación de rencores.

Como tranquilo; la música de Dave Matthews es una buena compañía, no hay clientes por los cuales preocuparse y aunque al chico rubio sigo sin agradarle, el ambiente es acogedor.

A la hora y media de estadía ya he evitado la invitación de dos mujeres; una, instándome a sentarme en su mesa junto a ella. La otra, fue más allá y me acarició el brazo en un esfuerzo por conquistarme. Mi "no estoy interesado, gracias" , sumado a una sonrisa plástica la dejó conforme por un rato hasta que encontró un tipo con aspecto de leñador al fondo de la sala mucho más dispuesto.

El restaurante está colmado de gente a pesar de la poca publicidad lugareña. Escrito en una pizarra de instituto posicionada en la puerta, el nombre del bar/restaurante apenas es visible para cualquiera que pase por delante.

Evidentemente, los comentarios de la gente son los que mantienen en pie a este lugar perdido a poco de la carretera más importante de la ciudad.

―¿Se te ofrece algo más? ―La pelirroja se apoya en la barra, exhibiendo sin pudor la curva de su redondeado culo y recostando su generoso escote sobre sus brazos cruzados.

―La cuenta, por favor.

―¿No se te apetece un café?¿Postre?

―Es muy amable de tu parte, pero no. ―Limpio mis labios con una servilleta ante su puchero frustrado. La camarera levanta una sección de la barra de madera y pasa en dirección a la caja registradora, esquiva al idiota que sigue ahuecándome la cabeza con su mirada y me entrega el comprobante de pago.

Cuento los billetes para cuando la chica se inclina nuevamente sobre el mostrador de trabajo, esta vez, dándome un plano directo de su sostén de encaje rojo. Levanto una ceja agradecido por las vistas, pero sin ánimos de jugar.

―Eres lindo, pero ella está fuera de tu liga. ―Murmura. Levanto la mirada, enfocándome en sus vivaces ojos azules y su sonrisa traviesa. Responde al tipo de mujer que me atrae para una noche aburrida como esta: curvilínea, con un gran cabello y dueña de una lengua filosa.

―No entiendo. ―Allá vamos premio Oscar.

―No ignoré el modo en que mirabas a la doctora. Lleva cuatro días aquí y todos los hombres del pueblo han coqueteado con ella. A ninguno aceptó y no creo que seas la excepción. ―Parpadeo, ignorando una pequeñísima puntada de orgullo por saber que no sería el único rechazado. Me concentro, en cambio, en este ida y vuelta del que espero obtener información valiosa.

―¿Por qué crees que estaría interesado en ella?

―Intuición femenina, sexto sentido o simple observación de los sucesos. Llámalo como quieras. ―Es hábil, me gusta. Insisto.

―Entonces, ¿por qué crees que la doctora no estaría interesada en mí? Has manifestado que soy "lindo" ―reproduzco su adjetivo con precisión.

La pelirroja sonríe y agradables hoyuelos se dibujan en sus mejillas regordetas. Muerdo mi labio, poniendo foco en lo importante.

―Ella no es de aquí y no luce como una mujer a la que te puedas llevar a la cama por una sola noche. Además, a juzgar por su remolque y su altruismo, es evidente que no necesita de un tipo que la mantenga. Es profesional, independiente y con dinero. ―Es dinero sangriento, pienso con la mandíbula tensa. Trago rudamente.

―¿Toda esa información es por cuenta propia o te la ha dicho?

―Si regresas mañana, puede que averigües las cosas por ti mismo, ¿no crees que merece el esfuerzo? ―Me guiña un ojo señalando el frasco de propinas.

Se ha ganado un billete grande después de todo.

***

Acostado en la cama del hotel me cuesta dormir.

Dar con la hija de Albert Collins, Martin Harris según los verdaderos registros, me tiene inquieto.

Mamá era reservada, sobre todo teniendo en cuenta que era una mujer joven y viuda con un niño pequeño a cargo.

Recuerdo la emoción de su rostro cuando me contó que hombre iría a casa a cenar. Como todo niño que adora a su padre, hice berrinche y no le hablé por un par de horas.

Mi madre, con toda su paciencia y cariño, se sentó en mi cama y confesó que ella también estaba triste por la muerte de mi papá, pero que debía seguir adelante. Nunca le dije que yo escuchaba cuando ella lloraba en el baño sin consuelo ni que veía cuando arrastraba sus lágrimas mientras yo fingía estar dormido.

Con la serenidad que la caracterizaba insistió en que ese tal Albert era un empresario que trabajaba muy duro y que se dedicaba a lo mismo que ella: comprar y vender casas. También contó que no tenía hijos y que prometió traerme un obsequio.

Finalmente, como todo niño al que le mencionan la palabra "juguete" en cualquier transacción, dije que no me molestaría conocerlo.

Ella se marchó feliz de mi habitación.

Esa noche me dolió la barriga. Estaba nervioso.

Cuando lo vi por primera vez me pareció un tipo con una sonrisa demasiado fácil y extremadamente preocupado porque me sintiera cómodo a su alrededor.

En el sofá de la sala buscaba el hombro desnudo mi madre, pero a ella se la veía un poco inquieta. Llevaba un vestido veraniego amarillo con flores grandes, bonito, y que jamás le vi antes. Supuse que le interesaba impresionar a su nuevo novio.

Él preguntó por mis maestras del instituto, por mis tareas escolares y sobre mis aficiones deportivas. Mentí en todas las respuestas: le dije que mis maestras me odiaban porque no me gustaba hacer los deberes y que me agradaba el cricket.

Albert se limitó a reír a carcajadas a pesar del color escarlata de las mejillas de mi madre. Acto seguido, enfadada por mi poca cooperación, me regañó obligándome a ir a mi cuarto. Victorioso, me puse de pie y corrí los escalones que me separaban de mi habitación.

La segunda cena no fue distinta: él trajo un vino costoso a juzgar por las cejas elevadas de mi madre al leer la etiqueta, en tanto que a mí me regaló un libro que un nunca leí.

El rostro de ese psicópata jamás me abandonó, ni siquiera después de tantos años. Las sombras de su silueta escapando unos minutos antes de que mamá gimiera arrodillada en los escalones pidiendo socorro, tampoco.

Desde entonces, supe cuál sería mi objetivo en esta vida: encontrar al tipo que la drogó y así matarlo lenta y cruelmente.

Tras años de buscar su rostro en múltiples plataformas de investigación de la policía con los únicos rasgos y datos que mi cabeza conservaba, quedándome por horas en la estación para hallar un mínimo rastro, lo encontré.

Se sintió como el puto premio a tanto sacrificio y dolor.

¿Cómo era posible que de los miles de Albert Collins del país ninguno era él?

Una imagen al azar tomada en la cafetería de una gasolinera en las afueras de Cleveland hace unos cuantos meses me dio la pista necesaria para rastrear su paradero; tan pronto como la cámara del lugar lo localizó él se esfumó, como si supiera que por primera vez el gato había podido cazar al huidizo ratón.

Contratar a Gustave Mitchell para que averiguase su verdadero nombre y quién era la mujer con la que se saludaba fugazmente en el video, fue el siguiente paso.

Saber que tenía una hija, Veronika Harris, redireccionó mis planes; ponerla en la ecuación y canalizar mi venganza a través de ella, sabía más dulce que nunca. Destrozar su mente, hacerla sufrir, reducirla a un ser miserable y que me llevara de camino a su padre, era mi propósito.

Sintonizo la televisión buscando algo de ruido que me distienda. Ladeo el cuello de derecha a izquierda en un habitual ejercicio descontracturante, hago algunas flexiones, elongo y boxeo contra un saco imaginario, respetando los movimientos básicos del entrenamiento. Es tarde y no puedo darme el lujo de despertar a nadie en este hotel con paredes de papel.

Me doy una ducha y para cuando salgo con una toalla anudada en mi cintura, el golpeteo contra la pared de mi cuarto llama mi atención. Unos gemidos femeninos me dan a entender que al lado también están ejercitándose.

Eso devuelve a mi cabeza a Tessa, a su mirada acuosa y a su labio tembloroso cuando me fui de su apartamento. Me niego a mensajearla, pero me duele, porque a pesar de todo es mi amiga y seguiremos trabajando juntos.

Con ella había compartido más de dos años de oficina hasta que fue trasladada a la patrulla de calles. El contacto continuó y lo que pasó en su cumpleaños ya lo he contado.

No éramos exclusivos, aunque podía sospechar que ella jamás se había acostado con nadie además de mí. Yo no era un libertino, pero no podía decir que practicaba mi celibato.

Abro mi portátil organizando la información provista por Gustave Mitchell. La había escaneado y volcado a mi aparato, manteniendo la original dentro de la pequeña caja fuerte que alojo tras un compartimento falso que he montado en el piso de madera bajo mi cama, en mi casa de Chicago.

Eliminando correos electrónicos sin importancia, atiendo a uno sin leer cuyo remitente es de mi amigo Mitch. No conforme con lo que le pedí en primera instancia, se había encargado de conseguir datos extras de Robert Heich, el exesposo de Veronika.

¿Cuál habrá sido la causa de su divorcio?

Sin enroscar mi cabeza en detalles privados e irrelevantes, me informa que él tiene diez años más que Veronika y es un reconocido obstetra que trabaja en el mismo hospital que ella.

¿Se separaron en buenos términos?

"El tipo la cagó con una doctora de otro sector", es todo el texto que Gustave escribió en el cuerpo del correo.

Parece que estuviera leyendo mi mente...

Descargo la información que adjuntó y la archivo. A posteriori, abro algunas fotografías más que tienen a Veronika Harris de protagonista.

Muerdo mi labio reconociendo en la mujer a una persona atractiva a pesar del cansancio y de su borrachera hace algunas horas.

Sus ojos de un extraño color avellana verdoso, gatunos y brillantes, recorriéndome sin tapujos cuando la sostuve con mis manos, habían conseguido que mis pulmones se sintieran de concreto.

Mascullo improperios que involucran a mi polla y la extremada atención puesta en esta mujer con la que debo involucrarme con fines puramente profesionales.

Obviamente, saber que me acostaré con una belleza así es un adicional a mi sed de revancha. Debo engañarla, quitarle el corazón, destruir sus emociones.

Debo hacer que Martin Harris o como quiera que se llame, sufra y sienta lo que es perder a alguien que amas en manos del desquicio. Debo llegar a él a como dé lugar.

Mañana, me dije. Mañana daré otro gran paso.

**************************

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro