Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

32

Creo que estoy soñando o que el humo de los explosivos me ha drogado lo suficiente cuando veo a Veronika.

Sin embargo, su menudo cuerpo impacta contra el mío con tanta fuerza, aun en desmedro de la médica que está constatando mis signos vitales, que permite darme cuenta de que es real y está aquí.

―¡Fabien! ―sus brazos se aferran a los míos. La doctora que está junto a mí la mira con cara de pocos amigos y le susurra un "por favor, déjeme trabajar" que Roni fulmina con odiosa mirada. No obstante, se ubica del lado opuesto al que me están controlando la tensión arterial ―. ¡Oh, mi Dios! Estás herido. ¡Está herido en la cabeza! ¿Cómo se le ocurre ver su presión sanguínea si tiene una herida sangrante allí arriba? ―Expeditiva, ingresa a la ambulancia y consigue algodón, gasas y una botella de alcohol ―. Necesitaré guantes desechables y cinta.

―¡Yo soy la doctora aquí, señora! ―le dice la rubia con aspecto de modelo que está a cargo de la seguridad médica.

―Yo también soy doctora y él...¡él es mío! ―Abro los ojos tan grandes como puedo. La doctora – cuyo apellido es Poppling – me mira, perpleja, alejándose de la escena.

Sonrío y elevo mis hombros.

―Yo no me metería con ella...¡auch! ―digo y me quejo cuando Veronika apoya una bola de algodón embebido en alcohol sobre mi corte.

―Mierda, creo que habrá que suturar. ―gruñe y aprovechando que estamos solos, le rodeo la muñeca con la mía.

Esquiva mis ojos, enfocándolos en cualquier lado.

―Veronika, ¿Qué estás haciendo aquí? No se supone que vendrías. Ni a Chicago ni a este sitio.

―Estoy ayudando. De nada. ―No se me escapa que luce un chaleco antibalas. Ha estado cerca todo este tiempo y mi pecho se infla.

El bullicio en torno a nosotros no es opcional, pero todo se paraliza cuando la tos de su padre logra romper el ruido existente. Sus ojos viajan a los de Martin Harris, quien está siendo escoltado en dirección a un coche patrulla.

―¡Oh, Dios! ¡Oh, Dios! ¡Mi papá! ―Roni se lleva las manos a la boca, sin importar el algodón sucio que sostiene en una.

―Él está bien, te lo aseguro. No tiene ni un rasguño ―Veo el debate que se establece en su cabeza; duda si correr detrás del patrullero que acaba de salir a toda velocidad como si llevara al mismísimo demonio dentro.

Bueno, casi.

―Entonces, ¿él te hizo esto? ―Veronika vuelve su mirada a mí.

―Solo buscó amedrentarme. No tenía intenciones de matarme. ―Aun debo dar muchas explicaciones y reservar información, pero quiero ganarme su confianza nuevamente.

Regresa a trabajar en mi cabeza, para cuando el detective Branson y Rijkard, el jefe de la división de investigaciones -su superior inmediato- se acercan.

―Veronika, por favor. ―le pide amablemente el detective.

―No, aquí hay que suturar. Cuatro o cinco puntos y...

―La doctora Poppling está designada para eso ―señala a la mujer, de brazos cruzados y con boca fruncida, apoyada contra la ambulancia y con una ceja en alto. Es obvio que fue a quejarse por la irrupción de Roni ―. Deberías venir con nosotros a la estación y esperar allí por Fabien.

―No, no me iré de aquí sin él.

―Veronika, ¿cuál fue nuestro acuerdo? ―la voz ronca de Emil la silencia. Como por arte de magia, ella asiente y sella sus labios.

Ahora entiendo cómo es que está aquí: Branson la trajo.

¿Cómo y por qué? Esas son dudas que deberán saciarse más tarde.

Roni se marcha y debo conformarme con su tibio adiós. Deseo abrazarla, besarla hasta el hartazgo y dormir toda la semana hasta el fin de mis días a su lado, pero todavía falta mucha agua por correr bajo el puente.

Los sargentos detallan el protocolo a seguir. Iré con ellos y seré interrogado, ya que la conversación con Harris no ha podido transmitirse con claridad dada la hermeticidad del recinto en el cual me escondió, lo cual me indica que el padre de Roni quería que yo y solo yo supiera sus pedidos y conociera el trasfondo de sus decisiones.

***

Es de medianoche y los párpados me pesan. Me han dado medicinas para apaciguar el dolor y evitar infecciones. Estoy sentado en el sofá de la oficina de Branson y cuando el toc-toc en la puerta suena, me espabilo.

―¿Puedo? ―la voz de Roni se asoma junto a su cabeza.

―Sí, por supuesto ―me reacomodo en mi lugar y me cacheteo las mejillas. Necesito despertarme cuanto antes ―. Ubícate donde quieras ―supongo que escogerá cualquiera de las dos sillas disponibles, pero no. Por el contrario, elige tomar asiento en el extremo opuesto del sofá que actualmente ocupo.

―¿Estás bien? ―Atina a tocarme la cabeza, deteniéndose en el último segundo.

―Sí, con un poco de sueño ―respondo con una media sonrisa.

Hay un espacio de silencio entre nosotros que no sé cómo llenar. El anhelo porque se arroje a mis brazos tal como hizo cuando la vi es sofocante, aunque supongo que solo fue producto de la adrenalina y sentimientos encontrados.

―¿Cómo estás tú? ―Rompo la incomodidad que flota.

―Asustada. Nerviosa. ―Se nota, a juzgar por sus manos temblorosas.

―¿Pudiste hablar con tu padre? ―El jefe hizo una enorme excepción al permitirle que pase solo dos minutos a verlo.

―Sí, lo hice. Y me dio esto para ti. ―Mete la mano en el bolsillo de sus vaqueros y me entrega un papel plegado. Lo tomo, escéptico, y lo abro. Parpadeo hasta reconocer los números

―¿Coordenadas?

―No dijo nada al respecto.

―Debería entregárselas a Branson ―en cuanto me pongo de pie, un vahído se apodera de mis pasos, haciéndome tropezar hacia adelante. Veronika logra interceptarme, me toma del brazo y me acerca al sofá ―. Maldición. ―Gruño.

―Te levantaste muy rápido y las medicinas están surtiendo su efecto, Fabien. Quédate aquí. Este papel no se ira a ningún lado.

―No, pero...

―Mi padre tampoco lo hará, al menos eso me aseguraron tus compañeros―su voz triste me desarma.

Arrastro mi culo por el cuero descolorido, acercándome a ella. Espero porque escape y cuando no lo hace, mi corazón bombea más fuerte, con un soplo de esperanza.

La proximidad me permite distinguir dos lágrimas escapando de sus ojos; me apresuro a arrastrárselas con sendos pulgares. Rodeo su cuello con mis palmas, dibujo con mis ojos sus rasgos adoloridos y me mortifico por todo, me culpo por el revés de las cosas. Por el origen, también.

―Lo siento, Roni. Lo siento por ti, por mí, por tu padre, por los míos...

―¿Sabes? Por un momento creí que esto era una pesadilla y que papá era acusado injustamente.

Trago, esperando su descargo.

―Verlo en ese cubículo, esposado, siendo custodiado, me hizo dar cuenta de que nada podía ser falso. Él era un estafador, un asesino. ―Suspira, derrotada ―. Aun así, lo he perdonado como padre, por sus errores, por sus ausencias. No puedo decirle lo mismo del hombre que, presuntamente, provocó la muerte de mi madre y de la tuya.

―Tu padre te ama. Con sus errores, desde su egoísmo, pero lo hace. ―me mira, buscando mi validación.

―Merece la cárcel. Merece que la justicia haga su trabajo de una puñetera vez ―su voz sale más aguda que lo normal, traicionándola.

Estamos tan cerca que podría besarla. Dios sabe cuánto la necesito. Sin embargo, no puedo engañarme. Un simple roce de labios no bastaría para saciar esta sed, esta abstinencia acuciante.

―¿Por qué viniste a Chicago?

Desploma su respiración, temo que lo avanzado hasta entonces entre ambos, se desvanezca.

―Porque estaba segura de que hoy perdería a uno de ustedes. A uno de los dos hombres de mi vida.

Su declaración es crudamente honesta y no niego lo fuerte y rápido que bombea mi sangre.

―No nos perdiste, Roni. No al menos en sentido físico.

―Lo sé, aunque no creo que la cárcel sea muy distinta a la muerte ―Puede que tenga razón.

No debería, pero acaricio sus mejillas con el dorso de mis nudillos y perfilo su mandíbula con la yema de mis dedos. Ella baja sus párpados, impidiendo que vea lo que piensa. Se entrega a mi roce gentil mas no a nuestras miradas.

―Gracias por el automóvil de juguete ―sisea ―. Gracias por la carta ―se me paraliza el corazón. Siendo honesto, creí que jamás leería lo que escribí.

―Son tonterías al lado del daño que te provoqué.

Pasa saliva, tensando los músculos de su garganta. Se mantiene en trance, con los ojos encapuchados.

―Nunca será suficiente lo que haga para pedirte perdón. ―gimoteo.

―Fabien, yo...

―Shhh, tu odio está bien direccionado. He arrojado a tu padre a los lobos a base de mentiras y traiciones.

―Él se metió en la boca del lobo sin tu ayuda, Fabien.

No la contradigo.

Cuando sus labios se entreabren ante el toque perezoso que mis dedos trazan bajo sus orejas, mi cuerpo se tensa de expectación con ansias de saborearla, con la angurria de que seamos aquellos dos espíritus sin ataduras que se encontraron y colisionaron una noche de otoño dentro de su remolque.

Me acerco, estoy a un milímetro de distancia, a punto de besarla, para cuando la puerta de la oficina se abre y nuestra burbuja se rompe. Ella abre los ojos repentinamente y se aparta, advirtiendo el cambio de atmósfera.

Yo me aferro al brazo del sofá y miro de lado, como quien acaba de ser pillado en infracción.

―Oh, lo siento...pensé que...―la intromisión de Branson no es bienvenida. En absoluto.

―Detective ―toso y evito las respuestas incómodas―, Veronika me ha entregado esto ―Extiendo la anotación de Harris desde mi lugar y él la toma.

―¿Qué es?

―Mi padre pidió que se lo diera a Fabien. Dice que allí encontrarán muchas respuestas.

―Comprendo. ¿Tienes idea qué significan estas coordenadas? ―Frunce su ceño, mirándonos.

―Ni idea ―la respuesta de Veronika sale entrecortada.

―Bueno, vaya, quizás sea algo importante. O no, teniendo en cuenta que el tipo nos ha tenido en vilo por más de treinta años.

Roni lleva la mano a su pecho, sin dudas, asumiendo el peso de las acusaciones disfrazadas de sarcasmo.

―Tendremos que dar esta información a Anders e informar a Rogers y Rijkard No quiero que nos arriesguemos a seguir una pista falsa.

―Por supuesto ―asiento y me pongo de pie, con precaución. Esta vez, Veronika me cuida desde lejos.

Erguido, con la mesa cerca ante cualquier incidente, me ofrezco a comenzar con la búsqueda.

―No, de ningún modo irás con ellos, Venturi. Ahora mismo deberías ir a tu casa y descansar. Tenemos mucho trabajo por delante y tú ya has hecho tu parte.

―No podré descansar ni dormir hasta no saber cuál es el mensaje detrás de ese papel. ―Gruño.

―Con la cantidad de analgésicos en tu sistema, es más que obvio que te dormirás en cuanto toques una almohada ―Branson me da una palmadita en el omóplato y se acerca a Veronika con un pedido especial―: Cuida de él. Lo necesita. ―Ella afirma con un ligero movimiento de cabeza, pero dudo que quiera quedarse "a cuidarme".

Cuando el detective se marcha, avanzo hacia la puerta.

―Puede que Branson tenga razón. Necesito estar al ciento por ciento ―Presiono el puente de mi nariz y bostezo groseramente. El cansancio es inevitable.

―Por supuesto, déjame acompañarte a tu casa y luego me iré.

―¿Qué?

―No sería humano ni profesional dejar que te vayas a tu casa en estas condiciones, solo.

―Oh, claro. Sí, poco humano y nada profesional. Entiendo. ―me mofo.

―Fabien, no seas idiota. Iré contigo y una vez que corrobore que estás bien, rentaré una habitación de hotel y...―detengo su divague poniendo un dedo sobre sus bonitos labios.

―De ningún modo te irás de mi apartamento a estas horas de la noche.

―Fabien, no puedo quedarme contigo.

―Hagamos un trato ―rueda los ojos antes de escuchar mi oferta ―: Iremos a mi casa y te quedarás en la habitación de invitados. En este estado, claramente, no puedo hacerte daño.

―Fabien, jamás pensaría que me harías daño.

―Te lo hice, cariño ―Bajo el cuello, mirándola fijo. Nuestras respiraciones se entrelazan en un perverso nudo y aun con los ojos cansados, veo la indecisión en los suyos.

―Está bien, acepto.

―Ok. Tomaremos un taxi y dejaré mi moto en la estación. Vendré por ella en otro momento.

Atravieso la delegación como un maldito zombi, con Veronika algunos pasos por detrás de mí, apretando mi codo, guiándome pese a que conozco estos pasillos como la palma de mi mano. Luego, se adelanta y pide un taxi mientras la nevisca cae sobre nuestros hombros.

Por fortuna esto es Chicago y los taxis nunca duermen.

***

Debo hacer un esfuerzo titánico para embocar la llave en la cerradura.

―¿Es esta? ―Roni la pone frente a mi nariz y acepto no sin antes dudar. Hace el trabajo que tan difícil me resultó y abre mi apartamento. El habitual aroma a lavanda me hace parpadear, despertándome por un segundo.

No determino si estoy caminando muy lento porque mi cerebro no procesa mis movimientos o si Veronika lo hace muy rápido, ya que para cuando enfoco la vista, mi culo pesado está en el sofá, tengo dos píldoras en una mano y un vaso con agua en la otra.

―La doctora Poppling me las dio. Teniendo en cuenta la hora que es, es la nueva toma.

Asiento sin protestar y las paso por la garganta con una mueca de desagrado. Odio las medicinas. Eficiente, recoge el vaso vacío, lo deja en el fregadero y enciende la lámpara del corredor que une las habitaciones.

―Vamos, te llevaré a tu cama ―me dice y toda clase de ideas locas se me figuran en la mente.

La pobrecita cree que ella sola podrá con mis noventa kilos casi muertos.

Ja.

Resoplo y me pongo de pie con la mayor rectitud posible. Arrastro los pies mientras Veronika se coloca bajo mi axila y me acompaña, confiando en que es su fuerza la que me hace andar.

Evito desilusionarla- otra vez más- y le dejo que me ayude y crea que es Sansón.

Caigo desplomado sobre el colchón y automáticamente me siento flotar. Mis brazos están abiertos en cruz y mi boca se relaja mirando hacia el techo.

Soy una marioneta que apenas se mueve.

Mis ojos se cierran, luchando con la poca sensibilidad que mi cuerpo mantiene.

Percibo cuando Veronika me quita las botas, me jala las mangas de la chaqueta y tironea el resto de mi ropa en un intento por desvestirme. Una tonta sonrisa pellizca mis labios y las palabras se escabullen entre ellos.

―Es muy sexy que quieras quitarme la ropa, Veronika. ―en mi boca parece habitar un paquete de algodón.

Escucho un resoplido parecido a una risita y pagaría una fortuna por poder verla a través de mis párpados, pesados como dos cortinas de hierro.

―No te ilusiones, Fabien, no me aprovecharé de ti ―Susurra y me eriza la piel a pesar de la férrea negativa.

¿Tiene idea de lo que me hace sentir y pensar? Mi polla se siente dura a pesar de los calmantes.

―Soy tuyo, Roni. En cuerpo y alma.

―Shhh, estás drogado.

―De ningún modo ―respondo esta vez, haciendo un enorme esfuerzo por mirarla ―. He sido un idiota, un mentiroso, un traidor y todos aquellos calificativos nefastos que se te ocurran. Sin embargo, debes creerme cuando te digo que te amo. Mis días sin ti han sido miserables y asquerosos.

―No puedes culparme por no confiar en tus declaraciones.

Sus palmas calientes me quitan la camisa. Siento frío cuando se aparta y la escucho abrir un cajón. Acto seguido, me coloca una sudadera sobre el torso flojo y me empuja hacia el colchón. Me duelen las costillas, algo magulladas pero sin contusiones de consideración. No lo digo.

Boca arriba, abro los ojos y la lámpara pendiendo del techo es un borrón; llevo mis manos a mi corazón. La hebilla del cinturón se abre y mis pantalones se aflojan.

Esta vez, quiero ayudarla pero no puedo. Mis piernas no colaboran.

Determinada como un león, se las arregla a favor de mi comodidad.

―Mmm, ¿quieres un pantalón de pijama o duermes en bóxer? ―su voz es cada vez más lejana.

―Así está bien. ―le digo y de repente, me convierto en un cuerpo ciego, sordo y mudo.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro