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30

Faltan dos días para terminar el año.

Dos días para que Martin Harris y Alice Pearce suban al crucero de la muerte.

He dormido un puñado de horas pensando en una estrategia. No he recibido ningún mensaje de Mitchell ni del detective Branson.

Bebo el tercer café de la mañana y reviso mi teléfono. Veronika tampoco ha escrito, como es de esperar.

Me siento en el sofá de mi apartamento y tomo el pequeño anotador que siempre me acompaña. No seré un detective a toda regla como mi padre, pero me sirve para volcar datos aleatorios que se mueven en mi cabeza sin dirección y necesitan salir de allí.

Escribo el nombre de Harris en primer lugar, como el peligroso hombre que es. Subrayo su apellido y dirijo unas cuantas flechas: una señala a su hija Veronika y la otra a Alice, una tercera a mis padres y una cuarta a la madre de Roni, su única y legal esposa según los registros oficiales.

Pongo al dinero como móvil principal de su accionar. Sin embargo, y según datos proporcionados por Mitch, no hay un solo documento a nombre de Martin Harris, lo cual me deja un pensamiento: ¿hay un testaferro?¿Existe alguien o algún tipo de sociedad que se ha quedado con todos los bienes que ha acumulado con sus estafas?

La nómina de mujeres estafadas por este hombre es de diez de acuerdo con los registros secretos a los que ha accedido Branson. De esas decena, solo dos hicieron una denuncia formal ante la policía de sus estados, denuncias que jamás llegaron a nada por falta de información convincente.

Sus palabras, no las mías.

De las ocho restantes, dos fallecieron: una fue mi mamá, otra, su propia esposa y madre de su hija. Las otras seis, accedieron a entrevistas vagas que Branson les hizo en primera persona; esas coincidían con el patrón establecido por mi compañero y el nombre que proporcionaron, sin embargo, no era el mismo.

Sigo sin creer cómo es que mi madre se enredó con un sujeto tan despreciable cómo él. ¿Qué le prometió?¿Cómo es que lo dejó acercarse tanto?

¿Tan necesitada de afecto se encontraba para caer en brazos de ese tipo?

Una pregunta que se ha repetido a lo largo del tiempo vuelve a mí: ¿en manos de quién quedó mi casa familiar? La justicia fue bastante resolutiva al respecto: se expidió diciendo que no se hallaron los papeles originales que acreditasen que mis padres eran los dueños. No hay nada que yo pudiera hacer al respecto.

Despojado de la única posesión material que mis padres tenían, no fueron sino un puñado de fotos y algo de ropa lo que la gente de servicios sociales recogió para mí antes de comenzar a vagar por distintos hogares.

La casa se mantenía bastante bien por haber sido una propiedad que había estado en poder de la familia de mi padre por tanto tiempo. Mis abuelos no eran ricos, pero el padre de mi padre había sido un militar con un cargo considerable.

Esa casa fue el legado que heredó mi padre y donde vivió con mi madre por diez años. A menudo paso por la puerta, me detengo en la verdad de enfrente y contemplo su aspecto a través de los ojos del niño feliz que alguna vez fui allí dentro.

Pintada de otro color, con un garaje adicional de lado, todavía sigue siendo una de las viviendas más bonitas del vecindario. Se le ha sumado una verja perimetral de hierro alto con arabescos y un columpio que cuelga del nogal que siempre custodió la entrada.

Hace varias semanas que lleva vacía, lo sé por el cartel que ha sido colocado por una agencia de bienes raíces. Nunca he tenido el coraje de llamar y averiguar su costo. Tampoco, a nombre de quién está y cómo es que pudo ponerse en el mercado sin contar con la autorización del dueño.

Supongo que Harris no es el único que hace las cosas de forma ilegal.

Anoto varias cosas a continuación:

- Nombre del propietario de la casa familiar. ¿Cómo es que nunca fui declarado único heredero?

- Patrimonio de Veronika: ¿qué pasó con los bienes de su madre?

- Patrimonio de las mujeres estafadas: ¿dónde está escondido?

- Averiguar las intenciones de Alice Pearce.

Envío una fotografía de mi listado a Mitchell. Lo he puesto al corriente de mi conversación con Branson y después de hacer una tonta escenita de celos profesionales, apoyó porque fuera por una línea de investigación "extra".

También, porque me postulara para el futuro cargo de detective.

Dos horas más tarde, estoy en la estación de policía con un montón de papelerío en mi escritorio. ¿Por qué nunca baja la pila de cosas por sellar y acomodar? ¿Es que ningún novato puede ocuparse de esto?

Mi celular vibra en mis pantalones y ruego porque sea Veronika.

La inquietud, sin embargo, llega en forma de "número desconocido".

Tan pronto como abro el diálogo, mi cuerpo se pone en señal de alerta y el incesante bombeo de sangre aturde mis oídos. No soy un tipo que se deje intimidar fácilmente ni que se horrorice con los mensajes anónimos, pero dado los acontecimientos de los últimos días, es bueno ser precavido.

Desconocido: Encuéntrame junto a las vías de la estación Monroe, hoy a las 17hs.

Desconocido: No cuentes nada. Ven SOLO.

Si no intuyera quién me escribe, la respuesta a esos mensajes sería "¿Quién rayos eres y por qué iría a verte?".

Como sé exactamente quién es, mis dedos teclean un "hecho", sin discutir.

Con el dulce sabor de que no todo está perdido, camino hacia la oficina de Branson. Probablemente hoy no esté aquí sino haciendo trabajo de campo, pero tiento a mi suerte.

Cuando escucho un "adelante", sonrío porque las cartas están de mi lado.

Cierro la puerta a mis espaldas con el corazón latiendo en un desordenado frenesí.

―Puede que estemos ante la oportunidad de nuestras vidas.

―¿De qué estás hablando? ―Frunce el ceño y se quita los lentes de aumento, dejándolo sobre unos expedientes amarillentos.

―Martin Harris me ha pedido que vaya a verlo. Obviamente, sin compañía.

―Sabes que hacer eso sería una locura, ¿verdad? ―Me arrebata mi móvil y lee los mensajes.

―Tampoco puedo ordenar el despliegue de las fuerzas sin una razón convincente, mucho menos, por un antojo personal.

Branson piensa, cautivo de sus propias emociones. Veo su conflicto, el movimiento de sus engranajes mentales.

Finalmente, suspira profundo.

―Deja que hable con Rogers.

―Detective, él no conoce de mis temas pendientes con Harris.

―No te preocupes ―dice, rodeando su escritorio y dándome una palmada de consuelo ―, tengo mis formas de persuadirlo.

―Y eso sería...

―Yo quiero jubilarme y él quiere un nuevo detective. Si llegamos a buen puerto con este caso, pueda que tenga la excusa para irme y tú, para ascender.

―Él fue abierto en su deseo porque tome tu lugar.

―Claro que sí, pero déjame decirte que sus superiores no opinan lo mismo.

No tengo palabras para rebatir su argumento; si me preguntan, he querido hacer carrera como detective, seguir el camino de mi padre, aunque en estos últimos días, lo siento como una deuda personal que quiero saldar cuanto antes.

***

Está oscureciendo.

Hay más gente de lo habitual en la calle a pesar del frío, puesto que estamos a menos de dos días de año nuevo y parece que todos han salido a hacer compras de último minuto.

No tengo novedades de Veronika hasta el momento, pero a juzgar por la prontitud en el mensaje de su padre, intuyo que han hablado. Cualquier esperanza de tener su lealtad de mi lado murió cuando recibí ese pedido de Harris en el teléfono.

Lo eligió por sobre mí y puedo entenderla.

Jamás la juzgaría.

Tomo un café a una calle de la estación, un comportamiento común y corriente para cualquiera; quiero que Harris vea que he venido sin compañía, aunque no creo que sea tan tonto de pensarlo realmente.

El sitio se caracteriza por no pertenecer a una de esas grandes cadenas con chicos que te llaman por tu nombre de pila, muy resueltos y exageradamente amables.

Esta cafetería es austera, las tazas de porcelana han sido lavadas millones de veces y las mesas, si bien están limpias, tienen los bordes de fórmica levantados y amarillentos.

Leo el periódico del día, perdiéndome en la sección de horóscopo y la de deportes. Nada me importa menos que saber las nuevas incorporaciones de la temporada de la NBA ni cómo me irá en el amor en esta semana.

Gracias, pero ya sé que me va como la mierda.

La adrenalina corre por mi cuerpo a demasiada velocidad. Respiro varias veces para tranquilizar mi pulso, sin levantar sospechas de ninguna clase.

Branson no ha sido abierto con respecto al modo en que convenció a Rogers y a sus superiores respecto al despliegue policial que prometió, pensando que solo bastaría un "quédate tranquilo que cuentas con apoyo". Lógicamente no hay patrullas ni colegas uniformados a la vista. Supongo que se han camuflado en el montón.

O al menos eso espero.

Estudio las cabinas a mi alrededor: parejas de jovencitos que apenas superan la edad legal para beber se ríen y comparten donas glaseadas. Hay dos hombres solitarios en las mesas de las esquinas, uno en cada una de ellas, pero parecen tan o igual de distraídos que yo, con su móvil en una mano y un café en la otra.

Diviso dos mujeres que hablan secretamente, como si se estuvieran pasando los chismes de la semana. A menudo miran hacia fuera, señalando al hombre rubio de barba prolija pero larga, de cuerpo enorme y atractivo que está junto a su motocicleta, justo a la salida del café.

El tipo mira su teléfono, fastidiado. Quizás ha quedado con alguien que llega tarde o acaba de ser rechazado. ¿Quién sabe?

Regreso mi mirada a la noticia central del periódico y lo cierro. Esta puede ser la oportunidad de mi vida, de acabar con mi venganza, con el dolor que se ha estado asentando en mi cuerpo por años y años.

―¿Quisieras pedir algo más? ―la voz de la camarera es dulce. La muchacha es muy bonita, lleva su cabello rojo recogido en una trenza y sus mejillas van a tono con su pelo cuando me habla.

En otra oportunidad le hubiera pedido su número. El viejo Fabien, acostumbrado a los ligues casuales, no hubiera perdido tiempo en coquetearle sino que iría directo al grano.

A causa de Veronika, mis viejos hábitos han quedado fuera de servicio.

―La cuenta, por favor.

―¿Solo eso?

―Me temo que soy un hombre tomado, lo siento ―Una floja sonrisa es suficiente para demostrarme su decepción. Se voltea y se marcha en dirección a la mujer que está férreamente sentada detrás de la caja de cobro.

Inhalo y dejo varios billetes bajo la taza vacía, junto a una interesante propina. Es mucho más de lo que cuesta según el menú pero supongo que me siento culpable por no corresponder a las insinuaciones de la joven camarera.

Una vez fuera, busco un cigarro y lo enciendo. El motero me ve y asiente con la cabeza.

¿Es un agente encubierto o solo es cordial?

Camino lentamente hacia el destino indicado.

Hay una pregunta que ha resonado en mi cabeza más veces de las que quiero admitir y es tan simple como intrincada: ¿para qué me ha citado Harris?

Matarme sería la primera opción aunque la más estúpida. ¿Qué ganaría con tenerme muerto? Lo sé, su hija no se acercaría nunca más en busca de respuestas pero si cree que nadie además de mí conoce sobre mi investigación, es muy tonto.

Ejercer algún perverso juego mental es otra opción. Pero ¿qué demostraría? ¿Cuál es su bonus? Su presencia en mi vida ha hecho mucho más daño del que cree. ¿Tiene idea de lo dramático que fue estar junto a mi madre, llorando e implorando porque se despierte? ¿Sabe cuánto lo desprecié? ¿Es capaz de ver he sus rasgos acecharon mi mente por treinta años?

Quizás sea el momento de decírselo en la cara, en persona y sin intermediarios.

El movimiento alrededor de la estación de tren es intenso. Ya es de noche y el tráfico vehicular es ensordecedor. Me mezclo entre la gente y camino por el oscuro corredor que bordea el punto de encuentro, sin dejar de escanear mi alrededor.

Hay viejos contenedores del puerto abandonados y me huele a que Harris no ha escogido este lugar al azar, mucho menos la hora.

Termino de pitar y piso la colilla humeante en el piso. El olor a comida refrita me revuelve el estómago y la basura rebalsa de los cestos; no me asombraría encontrar un par de vagabundos revolviendo las sobras. O ratas. O perros hambrientos.

Los alrededores son nauseabundos, tal como los motivos que me tienen precisamente aquí.

―Puntual. Me gusta. ―el frío cañón de un arma se adhiere a mi sien y el siseo de las palabras apenas roza mi oído izquierdo. El muy hijo de puta no es tan idiota como estipulé. Se ha movido como un profesional, con sigilo, aprovechando el único segundo de distracción que he tenido desde que llegué ―. Muévete, sin chistar. No mires hacia atrás, solo camina y con las manos lejos de tu cuerpo ―Ordena con indiscutible voz.

Retrocedo con un andar torpe, dado que tengo un revolver en la cabeza y una mano ajustada al cuello.

Esperablemente, me mete en uno de esos contenedores ciegos que solo la gente como él sabe cómo acceder. Espero que la policía también lo sepa, porque es muy poco probable que yo salga de este agujero con vida.

Introduce su mano libre en los bolsillos de mi chaqueta y se hace de mi teléfono, arrojándolo al piso. Palpa los bolsillos de mis vaqueros, encontrando mis cigarros.

―Mal hábito ―los desparrama sobre el suelo.

Luego, desengancha mi arma reglamentaria de la cintura y ajusta su punta a la altura de mis riñones.

―Siéntate allí. ―Exige, señalando una silla con patas metálicas y asiento plástico.

―¿Y qué si no quiero? ―Lucho verbalmente ya que no llevo la ventaja.

―Te despedirás muy rápido de esta vida.

―He estado muerto desde que asesinaste a mi madre.

―Sin embargo te vi muy vivo junto a mi hija ―el golpe en mi cráneo es certero, dejándome de rodillas en el piso. A eso, le suma una patada en mis costillas. Me doblo por la cintura y llevo mi mano a la cabeza por instinto, descubriendo que me ha hecho un corte molesto ―. Son dos golpecitos inofensivos. No seas tan blando.

Intento ponerme de pie, pero el dolor es más profundo del que pensé. Me empuja con ambas armas sobre mi cuerpo. Trastabillo y consigo sentarme adonde me indicó. Acto seguido y sin perderme pisada, me esposa las manos en la espalda en una hábil maniobra, ajustándome en uno de los barrotes de la silla. Lo mismo con mis pies. Se ha aprovechado de mi mareo para reducir mis reflejos porque ni siquiera pude mover mis piernas.

Viejo zorro.

―Ahora estamos mejor. ―Arrastra una segunda silla y la pone frente a mí. Esto se parece a un careo de una película de bajo presupuesto. El policía bueno y justiciero contra el villano perverso.

―Como digas... ―Siento el hilo caliente de sangre cayendo sobre mi sien izquierda. Muevo la cabeza llevando mi cabello hacia atrás.

―Permíteme decirte que me has sorprendido mucho, Fabien ―cruza una pierna sobre la otra. En ambas manos posee armas de fuego y su actitud es relajada ―. Has sido persistente y luchador. En otro contexto, me agradaría un hombre así para Veronika. ―Chasquea su lengua y ladea la cabeza, en fingida conmoción.

―¿Por qué no me matas y ya, Harris? Ya has asesinado a mi padre y a mi madre. ¿Qué te detiene de hacer lo mismo conmigo? ―Pruebo sus límites; ahora mismo no sé si realmente tengo el respaldo de Branson y mis compañeros o si mi rastro se ha disuelto. Es imposible que el transmisor que llevo en el botón de mi camisa capte señal estando en este recinto hermético. Los chicos apenas tuvieron tiempo de pergeñar un plan para no perder contacto con ellos.

―Tu padre estaba husmeando demasiado. No me gustan los curiosos.

Mis molares crujen, profundizando el latido en mi cabeza.

―Y tu madre, bueno...debía quedarme seguro que no sabía nada. ―Branson estaba en lo cierto: se acercó a ella para quitarle información.

―Mi madre nunca se metía en los asuntos de mi padre. ¿Por qué asesinarla?

―Porque descubrió quién era yo, Fabien. Descubrió que la había estafado. Evidentemente, tu papá no se había llevado todos los secretos a su tumba ―Rueda los ojos, dando por sentado que mi pregunta era una tontería.

Un vago recuerdo posterior a esa última cena compartida aparece como un fogonazo en mi mente: mamá grita, él gruñe llamándola "mentirosa" , ella devolviéndole una retahíla de insultos. Una botella cae al piso y estalla en pedazos. Las sillas chirrían y de golpe, el silencio. Luego, unos pasos livianos y la puerta de servicio que se abre y se cierra, dando cuenta que una persona se marchó.

Salgo de mi cuarto minutos después, cuando ya no hay ruidos. Voy en puntas de pie por el corredor de la planta superior sin imaginar que encontraría a mi madre, arrastrándose por la escalera pidiendo ayuda. Moribunda, con el teléfono en la mano.

―¿Por qué me confiesas esto?

―Porque ya me cansé de jugar.

Lo miro con los ojos entrecerrados. Su confesión me desorienta.

―Sé que has arrastrado a la policía hasta aquí. No soy tan estúpido de creer que cumpliste con lo que te pedí, Fabien.

―Te detendrán y te pondrán tras las rejas. Mucho más tiempo, si me matas. ¿Cuál es tu victoria? No eres de los que juegan sabiendo que perderá.

―Protección.

―¿Qué?

―Protección para Roni.

―Roni no está involucrada en ninguno de tus asuntos. ―Grazno.

―Alice quería matar a Veronika. Lo descubrí hace algunas horas y es el motivo principal por el cual te cité aquí y no estoy armando mi valija para subir al crucero.

Me pongo rígido en la silla, mi espalda es una tabla. En el límite entre creerle o no, prefiero lo primero, al menos, hasta que se equivoque y me proporcione un ápice de sospecha.

―Alice también planeaba matarme en el barco. Un trabajo limpio como el que viene haciendo hace mucho, mucho tiempo ―esta vez, sus ojos vagan por el piso. Lo veo sinceramente desilusionado. ¿Le tengo compasión? No, en absoluto. Pero reconozco a un hombre derrotado, casi agotado ―. No merezco a una hija como ella. ¿Sabes?, ni siquiera presencié su nacimiento porque estaba...aquí...limpiando los posibles daños colaterales de mi accionar...

―¿Estás refiriéndote a mi madre? ―La náusea ocupa mi boca como un veneno.

―No me enorgullezco de eso. Fue algo de último momento, dadas las circunstancias. No tenía salida después de que me dijera que sabía mi nombre verdadero y mis andanzas.

―Mi madre estaba embarazada de ti, Harris ―lo miro, asqueado. Esa información constaba en el expediente y recuerdo que, al leerla, vomité.

Lo cojo con la guardia baja; niega con la cabeza.

―Solo...fue una vez...no es posible...―susurra, aunque cede ante el descubrimiento.

―Constaba en su autopsia. Me extraña que no lo supieras, dado que el comisario estaba atrás de ello.

Traga, asimilando el peso de mis palabras.

―Debes cuidar a Veronika. Con tu vida. ―Una de las armas se apoya floja sobre su rodilla.

―Hasta hace un minuto no me querías de yerno ―Pongo la boca de lado, irónico. Me permito jugar un poco con él.

―Sigo sin ser tu mayor fan, pero sé cuánto la amas. Lo vi y lo odié al instante que descubrí quién eras.

―¿Cómo lo averiguaste?

―Tu nombre y tus ojos te delataron ―muerdo mi labio, jamás pensé que sería tan fácil ―. Honestamente, no podía creer las agallas que tuviste para aparecerte en mi casa y usar a mi hija para llevar a cabo tu propósito.

―Lo hice. En un comienzo.

Rebuzna por la nariz y enfoca sus ojos en mí.

―Lo supuse. Aunque quería asesinarte con mis propias manos, vi el amor en su rostro y en el tuyo ―Escupe como una maldición ―. Hay cosas que no se fingen, lo aprendí. El verdadero amor no se simula.

―No te tenía como un hombre romántico.

―No lo soy, pero aprendí a los golpes, Fabien. Mi ambición me hizo perder a las dos mujeres más importantes de mi vida: Aida y mi hija.

―Asesinaste a Aida. Y no me vengas con tecnicismos baratos; no habrás apuntado a su sien, pero metiste mierdas en su bebida.

―Sus padres tenían mucha influencia en sus decisiones; de hecho, los hijos de puta la hicieron firmar un testamento antes de morir en el cual nombran a Roni como la única heredera de sus bienes. Sumó una tonta cláusula que, con ambos viejos muertos, se activó. ¿Pude haber conseguido falsificarla y hacerme de su dinero? Sí. ¿Pude haberme escapado con la fortuna que le correspondía a mi hija? Claro.

―¿Qué te lo impidió?

―Fui un padre de mierda la mayor parte de mi tiempo y aunque cueste que lo creas, amaba a Aida. Era joven, bella. Enérgica. ―Su voz se entrecorta, sentimental. Aun así no se deja abatir ―. Quise hacer las cosas bien por una vez y escuché a mi conciencia.

―¿De qué se trata esa cláusula? ―Empujo mi buena suerte un poco más.

―No la compartiré contigo. ―Se guarda el secreto, pero estimo que no será por mucho.

―¿Qué buscas con este circo, Harris? Me tienes a tu merced, encerrado e incomunicado.

―Ya te lo he dicho: quiero que me asegures que Roni estará a salvo contigo. Jamás te hubiera elegido para ella, pero es tonto no admitir que eres el único capaz de cuidarla.

―¿Y por qué vernos aquí? Por qué no en una cafetería o un bar, donde me puedas dar tu bendición. ―Hola sarcasmo ―. Te agrada lo dramático, ¿cierto? ―me burlo, más relajado aunque en alerta.

―Tengo mi estilo, una reputación que mantener.

―Retenerme contra mi voluntad sumará años a tu condena, Harris.

―Morir en altamar o en una jaula no es muy diferente.

―¿Por qué no escaparte a otro lugar? Has estado fuera del radar policial por una treintena. Un profesional del escapismo, si me permites el halago.

Se guarda una sonrisa, compensándome con una declaración.

―Porque Alice está obsesionada con mi hija, con su fortuna, la misma que pasé por alto. Está enferma de codicia. Por eso necesito que la protejas.

―La justicia ordenará su captura tan pronto como te ponga a disposición de la ley.

―Ella es más inteligente de lo que suponen, Fabien. ¿Cómo crees que amasó su gran fortuna?¿Como crees que nadie la condenó por la muerte de sus tres esposos?

―¿Por qué ligarte con ella?

Traga duro, sus ojos enmascaran dolor, cansancio, decepción. Son muy parecidos a los de Veronika y ese detalle no me es nada cómodo.

Suspira.

―Porque ella era intocable. Nadie jodía con Alice. Tenía contactos, gente ligada al poder. Fue amante de Morton ―nombra al comisario de turno al momento de la muerte de mi madre. Siento un horrible escalofrío escalando por mi piel. Él operaba bajo las sombras y ella, a plena luz del día.

―Llevaste a Roni a la cueva del lobo cuando la invitaste en nochebuena.

―No lo supe hasta que descubrí su plan. Veronika siempre estuvo fuera de los límites. Ella lo sabía y me traicionó.

―Le obsequió veneno disfrazado de perfume. ―Acuso, enojado.

―No lo supe hasta que se lo entregó. Vi tu rostro, escuché atentamente cada una de tus preguntas.

La sangre moja mis labios en su lenta trayectoria hasta mi barbilla. La mirada de Martin Harris es todo menos mentirosa.

―¿Quién es el dueño de mi casa? ―Finalmente, le pregunto, esperando una respuesta que se ha demorado mucho.

―Te asombraría.

―Ilumíname.

―Aun no. ―me fastidia.

Voy por lo seguro. Me arden las muñecas debido a la sujeción y siento mi herida tirante y ardiente.

―¿Por qué no entregarte en el departamento de policía? Los chicos te hubieran preparado una efusiva bienvenida.

―Gracias, pero de aparecer allí, no podría hacer esto ―con extrema frialdad, su revolver apunta a su cabeza. Quiero levantarme, pero mi amarre a la silla me dificulta ponerme de pie. Tambaleo, avanzo unos malditos centímetros y caigo.

―¡Harris, no lo hagas!¡De ninguna maldita manera! ―Grito, furioso―. Veronika no puede perder a su padre de este modo.

―Veronika no me merece en su vida. La he lastimado, le he quitado a su madre. Cuídala.

―¿Por qué no pedirle perdón?¿Por qué lo hiciste así?

―Porque ella era tan parecida a su madre que no podía aguantarlo. ―Llora, con una inesperada angustia. Las lágrimas caen una tras otra sobre su arrugado rostro y ningún actor de Hollywood sería capaz de semejante despliegue sentimental ―. ¡Júrame que la protegerás! ―Endurece la postura de su brazo y a punto de jalar el gatillo, de que yo le responda que siempre lo haré, una explosión hace que él caiga de su silla y yo vuele hacia atrás.

El ruido me ha dejado con un pitido espantoso en los oídos. Mi mejilla está pegada al piso frío y sucio. Ladeo el rostro con una extenuante lentitud y por el rabillo del ojo veo a un grupo de agentes abriéndose paso entre el humo.

Levantan a Harris y está vivo. Lo esposan sin esfuerzo. Él luce derrotado, entregado a su suerte. Me mira con sus ojos color avellana y baja la cabeza.

Tose y tose, deteniendo a los policías que lo sostienen.

Alguien del FBI se me acerca y corta los precintos de las manos y los pies. El agente habla y habla pero no consigo escucharlo. Me coge del brazo y me arrastra al exterior del recinto. Yo también toso.

El aire que no hacía mucho tiempo atrás me parecía inmundo, ahora es oxígeno puro. Salivo, toso y toso limpiando mis pulmones, mi garganta ardiendo.

El perímetro está completamente vallado ahora, hay dos ambulancias a la salida del oscuro pasillo en el cual me metí, pero no es sino la figura de Veronika la que me llama la atención.

¿Qué mierda hace aquí?

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