
29
Sin dudas no creí que las cosas decantaran de este modo, pero, finalmente, así lo hicieron.
Verónica me odia y no es que esperara algo distinto.
Lo que no me ayuda en absoluto es haberme enamorado de ella, así de irracional, con el peso del fastidioso insomnio y el épico malhumor potenciado mil veces.
El detective Branson se caracteriza por su reserva y lo entiendo, por eso es por lo que nos llevamos bien apenas comenzamos a trabajar juntos.
Hoy parece que hubiera encontrado su lengua y no deja de hablar.
La jaqueca es una perra y me duele el corazón; ese músculo duro e inmóvil que ni yo mismo creí que funcionara.
Ha pasado menos de un día desde que tomé un avión a casa de Veronika y en menos de dos horas tenía mi culo de regreso a Chicago. Menos de veinticuatro, si soy preciso, desde que la dejé rota y con mi pedido de tiempo a mi favor.
No ha confirmado ni declinado mi petición, lo cual me tiene agarrado de las bolas.
Mitchell ha conseguido una tonelada de información con respecto a Alice Pearce, o mejor dicho, de Alice Bowless, datos vitales que la ligan directamente con Martin Harris y una red de estafadores centrados en los negocios inmobiliarios.
Su vínculo con la policía de Cleveland ha sido determinante para mantenerlos a resguardo durante estos años y que su impunidad se propagase por tantas ciudades.
Nunca estuve enamorado.
Ni siquiera creí que estaba en mis cartas.
Veronika desafió todos mis límites, llevándome a lugares que no hubiera encontrado por mi propia cuenta.
―Deberías irte a tu casa, no me sirves en este estado ―las palabras crudas del detective me sacan de mi nube mental. Son ciertas y dañinas.
―No, no puedo ir a casa.
―¿Una esposa molesta? ―Eleva una ceja, casi divertido.
―Una casa vacía ―respondo. Silba y apila los papeles que hemos estado repasando desde hace rato. Nuevas pistas nos llevan a un sospechoso en el caso de la joven asesinada en su apartamento: su hermanastro.
¿Cómo es que ningún vecino registró movimientos raros o escuchó gritos de defensa? Numerosos testigos dieron cuenta de la mala relación de la chica con el muchacho, tres años mayor que ella. Según ellos, solían pelear en la acera, en el lobby o incluso, en la unidad de la víctima. Nada que hiciera pensar que el hombre sería un asesino.
En tanto que a la mujer la describen como una artista bohemia, un tanto libertina en sus parejas sexuales y adepta a las fiestas hasta altas horas, el joven es mencionado como un atractivo ejecutivo, siempre bien vestido y amable en sus modos.
Rasco mi cabeza y caigo sobre el respaldo de la incómoda silla del pequeño y anticuado despacho del sargento Branson.
―Fabien, necesito que estés con todo el enfoque puesto aquí y me temo que no hoy no es el día. Haznos un favor y márchate.
―Lo sé y lo siento. No suelo sentirme como un inútil. ―Mi puño da suaves golpecitos sobre su viejo escritorio.
―Por supuesto que no, Rogers no te hubiera enviado para ayudarme y mucho menos, para sumar puntos en lo que respecta a una nueva designación si no confiara plenamente en ti.
―¿De qué estás hablando?
―¿En serio lo preguntas? Chico, estoy por jubilarme. Me queda poco tiempo en la fuerza y necesito un reemplazo. Es solo que mi orgullo está detrás de un buen caso para retirarme en paz. Tu nombre suena cada vez más fuerte.
―¿Mi nombre?
―Rogers pone las manos en el fuego por ti. Además, tu sangre te precede ―me quedo con la boca abierta, no hay modo en el infierno que él sepa quién era mi padre biológico.
¿O sí?
"Branson es el mejor detective de Chicago, ¿cómo ignorarlo?".
―Fabien, tu padre hablaba de ti con su pecho inflado de emoción y afecto. Y ciertamente, tu nombre es muy particular como para no tenerlo en cuenta―las mismas palabras en la boca de Martin Harris me habían causado estupor cuando se las escuché. Dichas por Branson, no son más que certeras conclusiones ―. Tienes los mismos ojos que tu madre e idéntico andar que tu padre; el modo en que coges tu cigarro entre los dedos y lo miras antes de darle una última calada e incluso, la media sonrisa que tironea tus labios casi con fatiga. Cuando él caminaba en la escena del crimen levantaba suspiros de las agentes y respeto de los hombres que trabajábamos a su lado. Esas cosas no se olvidan, te marcan.
Me quedo sin palabras, estupefacto. Continúa contribuyendo a mi asombro.
―Puede que hayas cambiado de apellido y que hayas pasado más tiempo en casa de los Venturi que en la de tus padres biológicos, pero para un viejo zorro para mí, experto en detalles y atar los cabos sueltos, nada es casual.
El aturdimiento me embarga haciendo que la verdad caiga por su propio peso: si Branson solo tuvo que hacer dos más dos, es posible que Martin Harris también me haya reconocido. ¿Cómo pensé que saldría indemne?¿Cómo me arriesgué a sentarme en su propia mesa sin pensarlo mejor?
Estoy a punto de perderlo todo; me quedaré sin Veronika y sin ejecutar mi venganza por mi estúpido descuido. Froto mi barbilla, raspándome la mano a causa del vello crecido en ella.
No hace falta que hable de mi madre, él solo saca el tema a relucir.
―Fue horrible, Fabien. Ni siquiera me permitieron entrar en el caso. Las pericias fueron rápidas y todo concluyó en un chasquido.
―¿Quién estaría interesado en hacer eso?
―Durante algún tiempo se sospechó del comisario Morton. Fue relevado de su puesto años más tarde, acusado por varios casos de corrupción, algo que captó la opinión pública por un par de días. En su momento, nadie habría sido capaz de poner en tela de juicio su criterio al momento de dar cierre a los expedientes; su palabra era incuestionable, verdad absoluta. Y así se hacía. Ya sabes, la policía de Chicago ha recibido innumerables denuncias en su contra y el comisario no se salvó. Él se encargaba en persona de desecharlas ―resopla de lado.
Mordisqueo mi uña, nervioso. La luz amarillenta de su despacho es tétrica y un añadido extra a esta conversación de mierda.
―Yo tuve acceso al expediente de mi madre ―le confieso. Abre sus ojos -aunque no tanto - y deja de lado su pipa para brindarme su total atención ―. Sé que se hallaron vestigios de sustancias ilegales que nada tenían que ver con los calmantes que estaban desparramados sin sentido sobre su cama. Se trató de un envenenamiento.
Branson no se asombra y por el contrario, ladea su cabeza.
―¿Qué sucede? ―cuestiono. Pasa ambas manos por su cabello ondulado y plateado hacia atrás y se pone de pie. Es un tipo grande, tanto de edad como de contextura, simple en su modo de vestir – pantalones oscuros y camisas claras bajo su chaleco de uniforme - y muy eficiente en su trabajo.
Me asombra que me deje sentado en esta silla, sin darme explicaciones y salga de la oficina sin más. Frunzo el ceño y a los pocos segundos regresa con una pequeña libreta con tapa de cuero, vieja y ajada.
―"El viudo negro" ―la hace chasquear contra el filo de su escritorio y prosigue ―: Albert Collins, Theodore Tucson, Alvin Forrier...varios nombres para una misma persona. Nunca pude dar con su verdadera identidad.
―Martin Harris ―exhalo con este nuevo golpe de timón.
Branson pasa las hojas de su cuadernillo hasta detenerse en un esquema muy preciso del probable rostro del acusado. Lo gira hacia mí y quedo estupefacto.
―Es él. ―Cuatro letras con un peso más que significativo.
―Lo estuvimos siguiendo por años, incluso antes de la tragedia de tu madre. Era un fantasma ―Abanico las hojas sin ver más que palabras sueltas y nombres al azar, flechas y tachaduras propias de un investigador inquieto.
―¿Cómo es que diste con su perfil? ―Señalo el identikit tan similar al rostro de carne y hueso que me estremece.
―¿Recuerdas a la señora Diana McKenzie? ―me esfuerzo y una vaga imagen de la señora más chismosa de mi antiguo vecindario viene a mí. Como una estampilla, solía estar adherida a la ventana de su casa de estilo victoriano, corriendo la cortina cada vez que alguien se apostaba en las cercanías. Conocía la vida y obra de cada uno de los vecinos y sus vestidos tejidos eran legendarios.
Y horribles.
―Creo saber quién es ― Sonrío.
―Ella declaró a horas de hallar el cadáver de tu madre y comenzar con las pericias en tu casa. Vino a esta misma estación, temblando y aturdida, pidiendo protección y jurando que todo lo que estaba por decir era cierto.
Mis ojos se abren como dos platos y mi boca se desconecta de mi voz.
―Dijo que vio un hombre que se marchó de tu casa familiar horas antes de encontrar el cadáver de tu madre.
―¿Cómo es que eso no consta en el expediente? ―Acuso, indignado por la omisión de información. ¿O no lo leí?
No, Fabien, conoces de memoria cada palabra que hay en esos putos papeles.
―Como te dije, el comisario estaba muy interesado en cerrar el caso.
―¡Maldición!
Él entrecruza sus manos sobre su libreta.
―Se informó que la mujer falleció por "muerte natural", según dijeron los forenses a pesar del grado de descomposición en el que se encontraba ―entrecomilla y se me revuelve el estómago porque sé que de natural no debe haber tenido nada y de casualidad, mucho menos ―. Lo cierto es que recibimos la denuncia de un matrimonio al que se le perdió la gata y la encontraron en el porche de la señora McKenzie. Reportaron que identificaron un olor nauseabundo saliendo de la casa de la mujer; sin hijos, sin esposo que pudiera notar su ausencia. Te ahorraré los detalles escabrosos de su hallazgo.
Muerdo mi puño con rabia. Tanta información que podría haberse usado a favor, tanto impunidad...
―Eso no es todo, Fabien. ―suspira, con el agobio de la verdad surcando sus ojos. Se siente en conflicto, con información que quiere pero sabe que no debería otorgarme. Hace una pausa que parece eterna― : Fue tu padre quien arrancó con el caso de Harris. ―Mira hacia su cuadernillo.
Empalidezco. El solo hecho de saberlo cambia la perspectiva de la situación.
―O sea que...
―Sí. Al menos esa fue mi teoría también.
Martin Harris no solo asesinó a mi madre sino que alguien ligado a su entorno hizo lo propio con mi padre.
Mi sangre hierve y como Hulk, ardo de furia. Trago con dolor mientras acomodo las piezas de este desastroso descubrimiento.
―Siento haber tardado tanto tiempo en contarte sobre esto. De no haber sido por tu propia investigación y porque Roger nos unió en este caso, probablemente esto hubiera muerto conmigo. No quería perturbarte; tu habías continuado junto a otra familia, estabas haciendo una buena carrera aquí dentro. No era justo joderte con esto.
Trago con angustia, con un horrible pesar en mi pecho.
―Tuve que dejar atrás esta investigación y seguir adelante, sin olvidarme de Richard y Maria Knight. Yo admiraba a tu viejo. Él hablaba maravillas de ti y de tu madre ―le creo, tanto, que puedo ver su sinceridad en sus ojos. El quiebre en su la voz de un tipo duro como él no me resulta indiferente.
―He estado obsesionado con Harris desde que quedé huérfano. Nadie creyó en mí, ¡nadie! ―gruño, sollozando ―. Lo encontré, ¿sabes? Encontré al maldito.
Es su turno de sorprenderse. Se inclina sobre el escritorio y abre su libro de apuntes.
―Pude hacer una conexión con él. En realidad, con su hija ―a causa del rubor que trepa por mis mejillas no tardo en delatarme. Su respiración cambia de ritmo y su mirada se intriga.
―Su hija. ―Afirma.
―No pensé que las cosas sucedieran tan rápido.
―Un incendio sucede rápido. Solo hace falta un poco de chispa y unas gotas de combustible ―su analogía es certera ―. Entonces, te enamoraste de la hija de Harris ―concluye, inteligentemente.
―Traté de evitarlo. ―Asiento. ¿Cómo ocultarle algo a un detective tan avezado como él? Me sacaría la afirmación de todos modos.
―¿Ella supo que era tu objetivo?
―No, hasta ayer. No sé cómo hizo la conexión a partir de un collar.
―¿Cómo dices?
―Tiene un collar que, según sus palabras, fue un obsequio de casamiento de su padre hacia su madre. Ese collar es el mismo que mi padre envió a diseñar por un joyero en Chicago.
―Mierda. ¿Piensas que Harris se lo robó a su madre y fue tan idiota de regalárselo a su esposa?
―Hasta al más inteligente de los tipos siempre se le escapa una pista. O simplemente, no creyó que después de tantos años yo seguiría con su búsqueda, mucho menos que me metería con su hija.
Menea la cabeza, rastros de molestia sin resolver entremezclados con cada patas de gallo y arrugas en su rostro.
―Lo siento mucho, Fabien. Supongo que es una situación irremediable.
―Harris me conoció en nochebuena.
―¡¿Qué?!
―Veronika me invitó a su casa en Cleveland, una propiedad a nombre de Alice Pearce.
No pierde un segundo en procesar la información.
―¿Por qué es que su nombre me suena familiar? ―se toca la barbilla, pensante.
―Porque ha enterrado a sus padres, a tres esposos y ahora está en pareja con el mismísimo Harris. Además, ha regalado a Veronika un perfume hecho de mierdas.
―Bueno, los perfumes suelen tener mezclas variadas de hierbas y...
―Somníferos no son cosas que precisamente mezcles en una fragancia que tocará tu piel.
Branson silba y tamborilea sus dedos en su escritorio.
―Oye, ¿esta mujer no es accionaria de los laboratorios Teasseaur?
Pienso.
―La misma.
―Demonios Fabien, esto es más grande de lo que creíamos ―se rasca la nuca y, desde que lo conozco, es la primera vez que lo veo desorientado ―. Hijo, ¿qué piensas a hacer al respecto? ―parece ser la pregunta del millón. Mitchell, de hecho, me la ha formulado una y otra vez.
―He perdido a Roni por esto. Mínimamente, debo luchar para que mis padres tengan la justicia que se merece, al igual que su madre.
―Su madre era Aida Harris, ¿cierto?
―Exacto.
Nervioso, recurre a su cuadernillo.
―¡Lo sabía!
―¿Qué cosa!
―Una vez que supe cuál era el modus operandi de este canalla, intenté probar suerte buscando jóvenes herederas de bajo perfil, chicas nacidas en cuna de oro, de familias ricas.
―Es un trabajo demasiado azaroso para un tipo experto como tú.
―Lo sé, pero me dio más resultados de los que crees: este tipo tenía un patrón de mujer. Rubias, de grandes ojos azules, menores de 25 años. Hijas únicas. ―mi piel se eriza ante la descripción ―. Jóvenes y vulnerables.
―Un imbécil...
―Sin embargo, creo que el caso de tu madre fue diferente: él se acercó a ella a través de tu padre. La conoció una vez que Richard murió, probablemente, intentando averiguar cuánto sabía acerca de las investigaciones que él había iniciado.
―¿Por qué asesinarla? Probablemente ella ni siquiera estaba al tanto del trabajo de papá.
―Tal vez, sí. Tal vez, no. Ese es un secreto que nunca conoceremos a ciencia cierta.
―Mamá murió para cuando nació Veronika. ―Él asiente haciendo cuentas mentales, absorbiendo cada mínimo detalle que yo pueda brindarle.
―Es obvio que el matrimonio con Aida era una pantalla.
Mira de lado, una actitud que descubrí, le permite concentrarse cuando algo ronda su cabeza pero no tiene la fuerza suficiente para convertirse en una teoría fuerte.
―Necesito un día, Fabien.
―No cuento con mucho tiempo.
―¿Por qué? ¿Por miedo a que Veronika hable?
―En parte. Sé que está dolida por descubrir que su padre puede ser un potencial asesino y que no me he comportado bien con ella; no obstante, también sé que quiere justicia para su madre. Ahora mismo, el conflicto en su cabeza debe estar jugándole una mala pasada. ―Juega con su bolígrafo y ajusta su lapso de tiempo.
―Dame unas cinco horas. ¿Crees que podrás?
―Si no tengo otra alternativa, claro. ―me levanto de su silla y me duele el culo. No había notado cuánto tiempo estuve en este asiento de mierda ―. Deberías cambiar estas. ―Señalo la silla que gira con dificultad. Ya no es mullida ni confortable. Sin dudas, ha visto años mejores.
―Cuando sea tu oficina, podrás comprarle los muebles que quieras y pintarla de rosa, si lo prefieres ―me guiña el ojo. Ambos sabemos que de resolver este caso, nos beneficiaremos mutuamente.
Por primera vez en muchas horas, me siento entusiasmado por algo.
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