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Google me arroja los resultados obvios: que Fabien es policía y que ha participado de algunos casos resonantes en Chicago, fotos tomadas al azar en algún caso...nada trascendental.

Es un simple agente que a menudo participa en investigaciones más profundas y acompaña al detective principal de la estación.

No posee redes sociales, tampoco un perfil de trabajo en línea. O al menos no los encontré bajo ese nombre.

¿Usará su verdadero apellido para eso?

Estas noches sin hablar cara a cara han sido una tortura. Mentí al decirle que estaba cansada, por lo que solo conversamos algunos minutos, sin vernos.

Odio mentir, odio sentir esta duda socavando mi pecho y agujereándolo a causa de sus secretos y los de mi padre.

Papá no es investigador privado ni mucho menos. Nunca fue lo suficientemente sensible para creer que huele a la gente, pero supongo que para ser un hombre de negocios debe ser perceptivo.

Elaine me envía algunos datos interesantes junto a una serie de archivos que remiten a la horrorosa muerte de sus padres. El primer artículo periodístico es pequeño, poco legible, aunque se lee perfectamente que el policía caído en una confusa situación es Richard Knight. Se lo menciona como la víctima de un evento en el cual no se le robaron pertenencias y los disparos fueron certeros, a su pecho y en su día libre a plena luz del día.

Rodeo mi garganta ante el malestar.

El segundo y el tercer informe hablan sobre la atroz muerte de Maria Knight, una joven mujer viuda que trabajaba para una de las agencias de bienes raíces más renombradas de Chicago. El caso, si bien fue caratulado como suicidio, fue resonante porque la policía acudió al lugar tras un llamado, un día más tarde, hecho por su hijo, un menor.

Aparentemente el niño, en estado de shock, pidió auxilio después de permanecer más de diez horas junto al cadáver, esperando "porque despierte". Según las pericias, la mujer había ingerido antidepresivos. Las muestras fueron halladas en su habitación y en su estómago.

Caigo desplomada en el sofá de la sala. El horror sube a mi boca en forma de vómito; corro al baño de servicio y desecho lo poco que danza en mi estómago desde la mañana.

No he podido dormir bien últimamente, la posibilidad de tener información sobre Fabien me mantuvo alerta y molesta con mi actitud. Muchas veces me encontré mirando mi celular a punto de escribir a mi amiga para que cese en su investigación y de ese modo, seguir viviendo en la ignorancia.

Nada de lo que descubrí, más allá de los nombres y los detalles escabrosos, me resulta desconocido: Fabien no ha mentido. Al menos no en lo sustancial de su vida.

¿Qué puede estar ocultando, entonces?

Regreso a mi sitio después de lavar mi rostro y beber un poco de agua del refrigerador. El solo hecho de pensar en ese niño esperando porque su madre vuelva de la muerte me estremece por completo.

Releo las noticias, intentando comprender. Mi mamá también ha fallecido de modo traumático, pero la fortuna hizo que yo no estuviera en casa para verlo. No sé si fue mejor o peor, ya que pasé de verla por última vez en el porche de casa cuando subí al bus escolar a confiar que estaba dentro de un ataúd cerrado. Sus múltiples lesiones impidieron un servicio a cajón abierto.

Estudiando a fondo las borrosas imágenes descubro parecidos entre Fabien y su madre; la fotografía que la prensa tomó en el entierro de su esposo la muestra con un vestido negro hasta las pantorrillas, de mangas largas y un ramo de flores en su mano.

Azucenas.

Unas gafas grandes, ahumadas, cubren sus ojos. ¿Habrán tenido el particular color de Fabien? Sin dudas, ella era rubia. Su cabello lacio cae prolijamente hasta sus hombros, terminando en rizos grandes y armados.

Miro la imagen, desgarrada por la situación, buscando señales del hombre que me desvela y me ha robado el sentido común; efectivamente, a unos metros del cuerpo femenino, se encuentra un niño íntegramente vestido de negro, con cabello rebelde y mirada vaga, con la mano de una mujer mayor sobre su hombro.

Llevo mis dedos a la pantalla, acariciando a ese pequeño que aún no había atravesado por el mismísimo infierno. Sollozando, adolorida, en el susurro imaginario que le concedo, noto un particular detalle que me estremece.

Maria Knight luce un collar con un motivo muy especial. Llevo mi mano a mi propio cuello por instinto, lógicamente, sin encontrar nada más que una fina cadena de oro con un dije de mi inicial. Un obsequio que me dio mi madre, sin saber que una semana después iba a morir.

―No, no, ¡esto no es posible! ―Mis pies no se pueden desenredar lo suficientemente rápido cuando intento salir corriendo a mi habitación en busca de la prueba que corrobore o no mi hallazgo. Ruego porque solo sea un error de apreciación, una mala jugada de mi vista cansada tras varias horas de trabajo y espionaje. Un tonto juego mental.

Cuando encuentro el collar con un corazón bordeado por pequeños diamantes rosas, me congelo en el extremo de la cama.

Me tiemblan las manos cuando lo toco. Esta es una de las poquísimas joyas que heredé de mi madre, un obsequio que mi padre le hizo cuando se casaron en secreto y él me lo dio cuando ella falleció.

El reflejo nauseoso regresa, pero esta vez no vomito. De inmediato comparo la joya que tengo en mi poder y la que veo colgando del cuello de Maria Knight.

La historia según palabras de mamá, era que este diseño fue especialmente encargado por mi padre en una de las tiendas más exclusivas de la ciudad, siendo uno de los regalos más importantes que él le hizo. Papá no tenía un gran fondo fiduciario como ella ni provenía de una familia aristocrática, por lo cual ella siempre dudó de cómo consiguió el dinero para mandarlo a hacer.

Poco le importó y siguieron adelante, concibiéndome casi de inmediato.

Las lágrimas caen sobre mis mejillas y no las detengo.

Mi cabeza, agotada, no puede hacer suficientes conexiones. ¿Cómo es que Maria Knight consiguió tener un collar igual al de mi madre? Los números arrojan que para el momento en que fue tomada esta imagen, yo ni siquiera era un proyecto.

¿Cuán exclusivos eran los diseños de la tienda de joyas?

El diamante rosa es una de las piedras preciosas más costosas y difíciles de hallar en el mercado. La casualidad me impacta de lleno, me quita el aire y golpea en mi alma.

Bajo la tapa de mi portátil y busco un cuaderno con notas intrascendentes para escribir en él.

Trazo una línea de tiempo con los sucesos más relevantes en la vida de Fabien y en la mía: años de nacimiento de ambos, casamiento de nuestros padres (información gentileza de mi amiga), momento en que fue adoptado (otro hallazgo de Elaine) y años de fallecimiento de sus padres y de mi mamá.

Todo es lineal, ordinario, nada suena extraño...excepto porque Maria Knight murió prácticamente el mismo día de mi nacimiento.

Mi cabeza me enfrenta con una ingrata anécdota que termina erizando mi piel: mi mamá me parió sin que mi padre estuviera a su lado.

"Estaba de viaje por negocios", solía decir en un lamento, sobre todo cuando se peleaban. Papá no se caracterizaba por ser un hombre que diera explicaciones, y esa vez tampoco fue la excepción.

Nunca cuestioné que clases de negocios lo apartaron del nacimiento de su única hija, nunca permití que la duda me intoxicara la cabeza. Ahora mismo, todo es confuso y la peligrosa nube de remordimiento me llena de amargura.

¿Y si el asesino de la madre de Fabien fue mi padre? ¿Y si realmente Martin Harris tenía una doble vida? ¿Mi mamá lo sabía y por eso le pidió el divorcio un mes antes de morir? Escuché ese pedido mientras estaba escondida detrás de la cocina, durante una de sus furiosas peleas.

Mis mejillas arden de furia porque llego a una sola conclusión: Fabien siempre supo quién era mi padre y me usó para llegar a él.

Nuestro encuentro no fue casual, sino premeditado.

Nunca me quiso desinteresadamente.

Fui un medio para un fin.

Nunca planeó que lo nuestro prosperase.

Yo misma le serví en bandeja el paradero de mi padre.

Las dudas me comen viva: ¿papá lo reconoció y ese fue el motivo por el cual me rogó porque me apartara de él? ¿Por cuánto tiempo han estado jugando al gato y al ratón?

Me siento enferma, mi llanto es agudo e intenso y mis emociones se asientan como una bola de demolición en mi pecho. Grito con furia, devastada.

El hombre que ha sido mi héroe por tantos años, la única imagen paterna que he tenido y quien me entregó al altar versus el hombre que me hizo desear más, me hizo sentir una mujer completa en muchos aspectos y me robó el corazón con su sarcasmo y con su lealtad hacia sus seres queridos.

Ninguno me ha sido ciento por ciento honesto.

Ambos guardan secretos que van más allá de mi entendimiento.

Pataleo, impactos mis puños en la mesa varias veces haciendo tambalear mi ordenador portátil.

Mis mejillas deben estar del color de la berenjena y mi garganta arde. Me levanto como resorte y busco la botella de tequila que guardo celosamente en la vitrina de mi sala de estar. Soy una muy mala bebedora - ¿me recuerdan en el bar de Peggy y Rusty?- , pero ahora mismo necesito anestesiar mis emociones, adormecer mi cuerpo y evadirme de la realidad por un buen rato.

El primer trago es crudo, lacerante. El segundo es más soportable, no menos fuerte.

Con la botella en mi mano, subo a mi dormitorio. No es una buena idea combinar tequila con tristeza, algo escrito en el ABC del libro de la vida.

Me acuesto en mi cama y miro hacia el techo. Mi corazón parece aquietarse y mi visión se vuelve borrosa. Vuelco la cabeza de lado, la botella me mira desde la mesa de noche.

Sería tan fácil beberla hasta el final y sumergirme en un mar de lamentaciones...

En lugar de tomar el resto, me hago una bola sobre el colchón. Me aferro a mis rodillas, las llevo a mi pecho y lloriqueo. No es sino cuando me he convertido en un ovillo de moco y lágrimas que consigo dormirme.

***

Algo similar a una puñalada pincha mi cráneo. La oscuridad es temeraria.

Mi boca pastosa se abre como un pez fuera del agua y mis ojos hinchados laten.

Ruedo sobre la cama con dificultad, mi esófago quema y el dolor de cabeza es insoportable. Repaso los acontecimientos de las últimas horas, o días, no lo sé, y todo va cayendo como las piezas de un tetris que va a toda velocidad, apilándose sin sentido y próximo a colapsar.

Fabien, su pasado, mi padre y sus engaños. Todo es una gran y asquerosa jugada. Todos los hombres de mi vida me han mentido en mayor o menor medida; haber creído en Fabien es doblemente desmoralizante.

Me siento con las piernas cruzadas y me froto el rostro. Puede que de mi padre no esperaba más que otra desilusión, ¿pero de Fabien? Solo quería su honestidad, sobre todo, después de haberle dicho que lo amaba.

―¡Te odio! ―mi furia recobra energía y pobre del cojín que se interpone en mi camino: las plumas salen volando por los aires y me asemejo a un perro furioso hasta que toso, ahogada.

Ni siquiera puedo descargar mi ira con un tonto objeto.

Me levanto despacio y me cuesta caminar. Todo me da vueltas, mis pies están torpes y mis manos quieren tocar los muebles, duplicados y movedizos.

Te dije que era una mala idea tomar media botella de tequila, ¡estúpida, estúpida!

Tanteando las paredes llego al baño de mi cuarto y caigo de rodillas junto al inodoro. Es obvio que arrojo hasta mis tripas.

Para cuando no tengo más contenido en mi estómago ni fuerzas en mi cuerpo, me apoyo sobre la bañera, encontrándole sentido a la vida.

¿Qué hora es?¿Por cuánto tiempo estuve desmayada en ese pseudo coma etílico?

Me duele el pecho, las costillas, mi espíritu entero.

Enjuago mi boca una vez que logro estabilizarme, cepillo mis dientes a fondo, hago gárgaras con el enjuague bucal mentolado y evito asustarme ante el fantasma que veo en el espejo. Mi cabello está hecho un nido de pájaros y las manchas oscuras bajo mis ojos son patéticas. Mi palidez es de muerte.

No recomendaría una ducha a quien acaba de levantarse de una resaca espantosa por temor a una caída o un ahogo involuntario, pero ya que las recomendaciones generales parecen no aplicarse a mí, comienzo a llenar la tina.

Le agrego espuma de baño y esencias que me quiten este estado de somnolencia y malestar.

Busco el celular. Confinado en la mesa de noche junto a la botella de tequila y agradezco no haberlo arrojado por los aires o metido en el inodoro.

―¿Las ocho de la noche? ―miro el reloj. Saco cuentas mentales, son solo un par de horas después del correo de Elaine.

Sin embargo, los numerosos mensajes de texto y las llamadas perdidas no dan cuenta de lo mismo; las recepcionistas del hospital, así como mi supervisora, han estado acumulándolos.

Fabien también.

No respondo ninguno, pongo mi playlist favorita y me sumerjo en el agua caliente y aromatizada. De inmediato, sé que es la mejor idea que he tenido.

Tarareo las canciones de Madonna que se siguen una tras otra.

Disfruto del agua y el confort de la espuma por un buen rato, cantando en voz alta como una mujer empoderada y no como la patética que me siento, hasta que el agua se enfría y mis dedos están arrugados.

Me envuelvo en mi bata mullida preferida, me calzo las pantuflas regordetas con piel artificial de conejo y me sorprendo cuando escucho el timbre en la planta inferior.

No suelo recibir visitas, mucho menos a un horario tan peculiar.

Bajo la escalera y tras ponerme de puntillas y verificar la mirilla, mi sorpresa es épica.

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