26
Hace largo rato que estoy despierta, aunque siendo completamente honesta, no he dormido más que algunos minutos.
Eso no se debe al increíble sexo que tuvimos durante buena parte de la noche sino porque los secretos que oculta Fabien son difíciles de ignorar.
Enmascarar con besos y orgasmos el motivo por el cual enloqueció con respecto al perfume que me obsequió Alice no fue suficiente. Sus vagas explicaciones, tampoco.
Sé que es policía y probablemente esté en mitad de una investigación o solo averiguó los antecedentes de la mujer que sale con mi padre como una deformación de su profesión, pero sus sospechas son un poco exageradas.
Sin embargo, qué ha sido de mi herencia no fue una pregunta hecha al azar. La vagueza en las respuestas de mi padre no ayudaron a que mis dudas cedieran con el paso del tiempo: la casa sobre la avenida, en la cual nací, fue vendida por menos de lo que indicaba el mercado y buena parte de ese dinero sirvió para adquirir la nueva propiedad que ocupé hasta mi mayoría de edad. ¿El resto según mi padre? Financió mi carrera universitaria.
Fin del asunto.
No había más dinero según él y mis abuelos nunca fueron abiertos con respecto al tema.
Dejé que la confianza en mi padre me cegara y no buscar problemas donde, aparentemente, no los había. No cuestioné, no pregunté.
―¿Sabes? Es bastante aterrador que me mires dormir―la voz gruesa de mi compañero de cama me asusta y le doy una bofetadita en el duro bíceps. Su risa ronca es motivo de derretimiento de glaciares.
Y bragas.
―¿Hace cuánto que sospechas que estoy mirándote?
―No llevo la cuenta, pero no me molesta. ¿Qué hora es? ―pregunta en un bostezo.
Tomo mi móvil sobre la mesa de noche y verifico.
―Las diez. ―refunfuño. Su vuelo sale en cuatro horas.
―Tendría que tomar una ducha ―expeditivo, corre las sábanas de lado y con toda su desnudez a la vista camina hacia mi baño. Se detiene junto a la puerta y voltea la cabeza, mirándome con esos ojos de ensueño ―. ¿Te vienes conmigo? ―ese doble sentido en sus palabras basta para encenderme por completo.
Debería ver por qué mi padre dejó un mensaje de audio en algún momento de la mañana, pero lo postergo.
Yo también necesito una ducha y una buena despedida.
***
El silencio es bueno para pensar.
Algunas veces.
Ahora mismo, no quiero pensar en nada.
Estoy conduciendo rumbo al aeropuerto y la angustia trepa por mi cuerpo como una hiedra venenosa. Le he dicho que lo amaba. He expuesto mis sentimientos más crudos y no tuve más que un "lo siento" de su parte.
¿Acaso se siente mal por no corresponderme?
Avanzamos por la terminal tomados de la mano. No lleva equipaje que necesite ser despachado, llegando justo a tiempo para el embarque.
―Te echaré de menos ―mi dependencia es abrumadora y no solo de su cuerpo; siento que como con mi padre, pido migajas de un amor que nunca será como el que yo guardo.
―Yo también, nena. ―me da un beso tierno, lejos de la brutalidad de anoche ―. Intentaré venir la próxima semana, pero no sé si alguno de los chicos podrá cubrirme ―expresa con la lógica laboral sin estar a su favor. Asiento y en el intento por ocultar las lágrimas que pinchan mis ojos, fallo miserablemente ―. Roni, no llores ―solicita con voz grave.
―Estaré bien, es solo...es solo que me he acostumbrado a tenerte cerca.
―Lo mismo digo. ―me besa la cima de la cabeza. Mis manos se aferran a sus muñecas, sin dejarlo ir.
―Haremos que funcione. ―¿Lo dice por compromiso o se lo tomará en serio? Y de todos modos, ¿por cuánto tiempo será capaz de mantener su palabra? ―Lo prometo ―sus respuestas inciertas no me acercan la tranquilidad que esperaba.
Sí, estoy comportándome como una novia pegajosa y molesta. ¿Y qué?
―Confío en ti, Fabien. En que nos esforzaremos, en las sospechas hacia Alice...solo pretendo que no me ignores, que me digas la verdad, que me hagas parte de tu mundo.―me mantengo firme y sus ojos se asombran.
―Tu confianza es un regalo enorme. La valoro y la atesoro, ¿entiendes eso?
Sigue sin responder a mis sentimientos, sin decir que me ama o está en la misma página. Durante la intimidad, he visto cosas más profundas que la descarga de un cuerpo sexualmente activo. Veo cariño. Veo...algo.
La voz de la muchacha que invita a registrarse a los pasajeros del vuelo que tomará Fabien, es fuerte y clara. Él arrastra mis lágrimas con sus pulgares y mi cabeza se hunde en su pecho, humedeciendo su camisa.
No emite más que un susurro cálido. Sus manos acarician mi cabello en señal de consuelo.
¿Qué más puedo esperar de esta relación? ¿Qué somos?
Él se desligó de la responsabilidad de colocar rótulos, entregándome ese poder. Nunca lo hice. No se sentía bien imponerlo. Hubiera deseado que sea consensuado.
La cabeza me da vueltas y las náuseas suben y baja por mi garganta.
―Te avisaré en cuanto llegue.
―Por favor ―Sorbo mi nariz.
Me brinda un último beso que sabe a poco. O a nada. O a mucho, si considero que puede que sea el del adiós definitivo.
Fabien se ubica en la fila listo para irse, con los documentos en la mano y la mochila colgando de su hombro. Cuando pasa, me mira por sobre su hombro e inclina la cabeza en señal de despedida.
Y mi corazón se rompe.
***
No quiero regresar a casa. No con el perfume de Fabien persistiendo en las sábanas y en cada uno de mis ambientes. Tampoco deseo responder los tres mensajes que mi padre me envió durante el trayecto al aeropuerto.
Finalmente, me decanto por ir al hospital, un lugar en el cual la ayuda es siempre necesaria y no me sentiré sola. Con suerte tendré mucho trabajo y podré olvidar las demasiadas cuentas pendientes entre Fabien y yo, o lo despreciable que ha sido mi padre en la cena de nochebuena.
Cuando las chicas de recepción me ven pasar se sorprenden; no es mi día de ronda ni mi horario habitual.
Saludo agitando mi mano; ambas están atendiendo teléfonos e informando a los pacientes heridos adónde deben dirigirse. Lamentablemente, siempre hay una alta tasa de accidentes domésticos en estas fechas: tapones de botellas impactando en ojos, quemazón por fuegos artificiales, alguna pelea entre ebrios, discusiones vecinales sin sentido o lo peor, accidentes de automóviles con víctimas fatales.
Claudia y Pam lucen los tradicionales gorros de Santa y en sus delantales cuelgan algunas borlas navideñas.
Sin dudas, ese mínimo detalle me hace sonreír.
Enfermeras y colegas me brindan sus buenos deseos y mi cariño es recíproco. Saco las llaves de mi consultorio, lo abro, silencio mi móvil con el parpadeo de las llamadas sin devolver y no dudo en ponerme manos a la obra atendiendo pacientes.
Dos horas más tarde, el toc-toc en la puerta me saca de la pantalla de mi ordenador.
―Un pajarito me dijo que estabas por aquí ―Elaine Shaw, una vieja compañera de hospital, me encuentra. Nos fundimos en un sentido abrazo que dura varios segundos. En momentos como este, creo que su aparición es providencial, un regalo navideño.
―¡Feliz navidad! ―decimos al mismo tiempo y nos reímos ―¿Qué estás haciendo aquí? ―me adelanto y la invito a tomar asiento en la silla frente a mí.
―¿Estás muy ocupada?
―Estoy en un descanso. Aunque a decir verdad, hoy no era mi día de trabajo.
―¿Y por qué no estás en tu casa desempacando obsequios? ―Cruza sus brazos en clara acusación.
―Porque estaría sola y amargada ―Hago un puchero que ella comprende mejor que nadie.
Elaine y yo nos divorciamos para la misma época; en tanto que mi separación de Robbie fue en buenos términos, su lucha fue desigual. Con dos hijos pequeños en común con su esposo y muchos problemas económicos, lo que vivió mi amiga fue un infierno.
Por fortuna, hacía más de un año que un nuevo amor había tocado su puerta, la ley había puesto a regla a su ex con la cuota de alimentos y se la veía más que contenta.
―Oh, ¿en serio? ¿No has encontrado a nadie que caliente tus sábanas esta fría mañana de invierno? ―ella sabe que no soy amante de las aventuras de una noche y la pregunta es capciosa. Mi respuesta la sorprenderá.
―Sí, pero es...complicado...
Sus hombros se desploman.
―¿Por qué ningún tipo es capaz de ver que eres un diamante en bruto?
―Calma Elaine, no cojas la tijera de cortar bolas ―bromeo y se ríe ―. Nos estamos conociendo. Es complicado porque vive en Chicago.
―Bueno, eso es a menos de dos horas de avión ―Acierta, dando a entender que no es un gran sacrificio.
―Sí, pero no sé por cuánto tiempo podremos soportar la distancia. Él es policía.
―Oh―retrocede ― eso sí que apesta. Horarios de mierda, vivencias de mierda, donas grasosas y café rancio. Niveles de estrés altísimos.
Río a desgano admitiendo la verdad que hay detrás.
―Por primera vez, siento...¡siento! que vale la pena apostar a esto...aunque sea unilateral. ―Un suspiro adolescente escapa de mi boca. Mi amiga desliza sus manos por mi escritorio y toma las mías.
―Entonces, ¿por qué suenas como a que todo será un desastre?
―Porque creo que el desastre está a la vuelta de la esquina. ―me desplomo, confiándole mi mayor miedo.
―¿Es seguro? ¿Hace cuánto llevan viéndose?
―No mucho, en realidad ―soy imprecisa por miedo a su juicio. Es tonto, ya que Elaine no es de las que señala con el dedo.
―¿Tiene hijos?
―No.
―¿Una ex un poco loca?
―No. Ha sido muy convincente al decir que siempre tuvo alergia al compromiso. ―Ladea la cabeza.
―Eso no quita que haya una chica un poco perra que se haya ilusionado con más. De momento, descartémosla. ¿Tiene una vida paralela?
―No que yo sepa.
―¿Una madre bruja?
―No, es huérfano.
―¿Entonces? Se me acabaron las opciones, amiga.
―¿Tienes tiempo? Hoy es navidad y supongo que tienes mejores planes que hablar de mi vida amorosa tan disfuncional.
―Los niños están con su padre hasta las siete, lo que nos deja...―mira su reloj de pulsera ―unas cuantas horas de charla. ¿Es suficiente para ti?
―Espero que sí ―me alegra que la casualidad nos haya encontrado aquí después de tantos meses.
Elaine escucha mi nada breve resumen sobre Fabien. El modo en que nos encontramos y cómo congeniamos al instante, el hecho de que extendió su licencia para acompañarme en mi consultorio móvil y que estuvo hasta hace unas horas en mi casa. Ella es buena oyente, no interrumpe más que con preguntas curiosas y calientes. No puedo evitar decirle lo bueno que es en la cama y la química -y física - que tenemos.
―Parece un hombre perfecto.
―Lo sería si no fuera porque percibo muy dentro mío que hay cosas que me está ocultando. ―Elijo no contarle el episodio del perfume, no solo porque es un tanto absurdo sino porque no quiero derribar cualquier investigación en la que Fabien esté involucrado.
―Te ha dicho que es huérfano.
―Sí, ambos fallecieron cuando era un niño. No dudo sobre eso.
―Es terrible perderlos tan joven ―ella lo sabe de primera mano. Es una prestigiosa abogada que trabaja para los servicios sociales, constantemente luchando por los derechos de los niños e intentando que tengan un mejor vivir.
Hacer esa conexión me espabila.
―Eli, sé que trabajas en Cleveland, pero ¿sería posible rastrear a los verdaderos padres de Fabien?
―Oh, vaya. Tendría que hacer una investigación exhaustiva, sobre todo teniendo en cuenta que es un hombre de más de 35 años y que para ese entonces, los registros carecían de los avances tecnológicos con los que contamos en la actualidad.
―Necesito cualquier dato que puedas conseguir; sé que sus padres fallecieron en causas confusas y temo porque esté pendiente de una vieja causa. Su padre era detective en Chicago y su madre ama de casa hasta que enviudó y se dedicó a los bienes raíces. Según palabras de Fabien, ella murió en un extraño episodio que la policía encubrió.
―No sé por qué no me extraña. La policía de Chicago no tiene muy buena reputación. ―Resopla.
―Él fue puesto en el sistema de inmediato. Por fortuna, un matrimonio mayor lo adoptó y encontró un hogar feliz hasta que cumplió la edad legal para entrar en la academia y sostenerse por su cuenta.
―Adoro esos finales felices. Ojalá hubiera mucha gente como ellos. ¿Ellos también fallecieron?
―Lamentablemente sí. Doblemente huérfano.
Elaine se ofrece a ayudarme, sin garantizar éxito. De inmediato, le envío un mensaje con el nombre completo de Fabien y el nombre de sus padres adoptivos. Me siento intrusiva, no estoy en mi elemento, pero la necesidad de saber más de lo que me dice sobrepasa mi ansiedad.
Un llamado con una urgencia ginecológica rompe el momento de plática con mi amiga; prometemos tomar un café y ponernos al día fuera de los límites del hospital.
―Ha sido muy bueno verte. ―Nos despedimos a desgano pero el deber, es el deber.
―En cuanto tenga novedades, te pondré al corriente. ―Agita su teléfono antes de guardarlo en su bolso y marcharse.
Ambas tenemos un trabajo por hacer.
***
Esta vez, Fabien avisó cuando aterrizó y también cuando llegó a su apartamento. Un "¿Estás bien?" me hizo astillas.
Sería más fácil si no me hubiera enamorado de él, si hubiera sido capaz de aferrarme a la fantasía de un par de noches de sexo y ya.
Soy escueta en mis respuestas, tal como él ha sido en las suyas durante las últimas horas en las que nos vimos. Aunque es justo mencionar que nos las pasamos más tiempo desvistiéndonos y devorándonos que conversando.
Yo: Pasé por el hospital y quedé con una amiga. Ahora, una copa de vino es mi compañía.
Saco una fotografía de mi bebida, deseando que no proponga una videollamada. No me siento con ánimos ni estoy en mi mejor momento. A pesar de que me ha visto con peores fachas, intento fingir que ya me he repuesto a su partida.
Cosa que no es así.
Los minutos pasan y no hay respuesta. Quizás esté en su cama.
O en casa de sus vecinas.
Evadiendo los pensamientos malignos que acechan mi cabeza, llamo a mi padre. Sé que es salir de un problema para meterme en otro, pero tarde o temprano tendré que dar señales de vida si pretendo que mi relación con él no se diluya por completo.
―¡Era hora! Me tenías preocupado ―Reprocha.
Para variar.
―Hola, papá. Feliz navidad a ti también ―Ruedo los ojos y me cubro el rostro con la almohada. Estoy cansada y triste.
―Hola. Sí. Tienes razón: técnicamente ya es 25. ―suena molesto ―. ¿Dispones de un minuto para charlar con tu viejo?
―Mmm, acabo de llegar del hospital y estoy agotada, pero sí.
No quiero decirle que gran parte de mi agobio se debe al espléndido sexo con Fabien, por lo cual salgo por la tangente echando culpas al hospital.
―Ayer no mencionaste que hoy trabajabas.
―Fue una decisión de último momento ―minimizo y voy al punto ―: ¿Hay algo en lo que pueda ayudarte, padre?
―En realidad, te haré un favor y para ello, necesito que escuches y no cuestiones lo que te diga ―Oh, no, lo mismo que pidió Fabien.
―¿Y tú crees que con decirme eso no estás incitándome a preguntar?
―Debes alejarte de ese muchacho. No me agrada y yo no le agrado.
Ah, eso.
―Papá, en menos de dos meses cumpliré treinta años, ¿lo recuerdas?
―No me importa que cumplas cincuenta. Eres mi hija y quiero algo mejor que un policía huérfano con un salario promedio y pocas ambiciones.
Mis muelas crujen dentro de mi boca. Siento un irrefrenable deseo por defender a Fabien, pero algo en las palabras de mi padre detienen mi colorida retahíla de sinónimos como "ahora te preocupas por mí" o "qué diablos te importa con quién me acuesto". Elijo abandonar ese punto.
―Lo has tratado por un puñado de horas. ¿Qué importa si es policía o si apenas le alcanza para vivir? Es honesto.
―¿Estás segura, hija?
Ahora mismo, no.
Muerdo mi labio: papá ha sido claro. No responderá a una sola de mis preguntas, enfrentándome a la resolución de cualquier duda que tenga por mi propia cuenta.
―Veronika, te lo aseguro. Ese hombre no es quien dice ser.
―Y quién es, entonces. ―La paciencia no es mi aliada en este instante.
―No puedo decírtelo. Simplemente, no te dejes engañar por él.
Grrrrr.
―Lo siento, papá. No haré lo que quieres por una tonta sospecha. No tienes argumentos para acusarlo de mal hombre.
El silencio es la única contestación que me brinda. Eso y un sostenido tuuuuuuuuuuuuu que certifica que ya no estamos en contacto.
―Grandioso.
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