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25

―¿Todo bien? ―pregunta, escudriñando mi accionar.

―Por supuesto. Lindo jabón. ―me huelo las manos, sabiendo que no se refiere a las comodidades de su baño.

―Sí. Alice es muy detallista ―eleva su ceja ante mi comentario poco comprometido. No le daré el gusto de flaquear ni ser menos que él.

―Lo siento si me he demorado mucho―subo mis hombros para cuando me detiene con una observación interesante.

―¿Sabes? Hasta el día de hoy solo había conocido a una persona que se llamara como tú, "Fabien" ―lo pronuncia con un regodeo siniestro. Me mantengo imperturbable por fuera, pero por dentro soy un volcán en erupción.

Ojalá pudiera ajusticiarlo con mis propias manos, obligarlo a punta de pistola a que confiese sus terribles homicidios inducidos...pero su hija está abajo.

La mujer que se ha metido debajo de mi piel no tiene la culpa de tener un padre de mierda y prefiero ahorrarle el dolor de ver a su progenitor morir delante de sus ojos.

Tal como me sucedió siendo un inocente niño.

No respondo a su provocación, dejando que la conclusión busque la salida de sus labios.

―Fue hace mucho tiempo. Para entonces, él era un pequeño de no más de ocho. ¿Cuántos años tienes tú? ―El rumbo de las cosas se está desvirtuando.

―Treinta y siete.

―Treinta y siete ―finge hacer cuentas mentales, cuando todo lo que sé es que en su cabeza manipuladora ha hecho el cálculo con anticipación―. Debe tener tu edad ahora mismo. Claro, si es que no ha muerto ya.

―¿Estaba enfermo? ―Gano tiempo con una pregunta de mierda. Mi plan tambalea.

―No, pero sospecho que no ha tenido una vida fácil desde que su madre se suicidó. ―Mis tripas giran, se retuercen y cuesta todo de mí mantenerme en eje. Quiere buscar una reacción de mi parte que permita dejarme expuesto, que desnude mi estrategia. ¿Sospecha quién soy realmente o su paranoia acaba de quedar a la vista?

―Vida trágica. Pobre criatura.

―Sí, pobre criatura―su sonrisa ladina es asquerosa. Quiero vomitar, matarlo y llevar a Veronika lejos de aquí, donde los fantasmas y monstruos como Martin Harris no existan ―. Regresaré en un minuto. Puedes ir con las mujeres a hacer lo que sea que están haciendo ―mueve la mano con desdén.

No respondo y acato su sugerencia sin dudar. Un minuto más cerca de este tipo y soy capaz de asesinarlo a sangre fría.

Cuando estoy abajo, ver a Roni sirviendo champagne en las copas de cristal, vestida de rojo, con una sonrisa cálida estampada en su rostro me contrae el corazón.

Sí, he descubierto que tengo uno que funciona cuando está cerca de mí.

Trago, con el desborde emocional de lo ocurrido allí arriba torturándome, con el dolor de saber que he conocido la felicidad y no podré aferrarme a ella por mucho más tiempo.

―Hola tú―me ubico a sus espaldas y aprovecho que la entrometida de Alice está en la cocina. Veronika bambolea su trasero contra mi ingle, subiéndome la temperatura a niveles de infierno.

―Hola...mmm...ustedes...―Saluda por sobre su hombro, incluyendo a mi despierto miembro.

Le mordisqueo el lóbulo de la oreja izquierda y se retuerce contra mí, empeorando mi caso de bolas azules. Desde mi altura puedo ver la división de sus senos bajo el encaje del vestido.

―Brindemos y huyamos de aquí. Necesito acariciarte, hacerte cosas sucias bajo las sábanas y sobre ellas también ―es la mejor idea que he tenido en los últimos quince minutos. Sin embargo, seguir involucrando al sexo es aumentar mi adicción a ella.

―¡Hecho!

Una animada Alice canturrea villancicos con una bandeja con nueces, almendras con chocolate y confituras propias de estas festividades. También trae algunas porciones del pie que trajo Roni. Veronika corre para ayudarla y colocar todo en la mesa.

Martin llega, tomamos nuestras copas y comenzamos a contar hacia atrás. Su mirada fija en la mía, buscando verdades que no estoy dispuesto a darle con tanta facilidad.

―5,4,3,2,1...¡Feliz Navidad! ―una efusiva Alice y una animada Roni son la voces cantantes del festejo. Martin y yo solo sonreímos de lado y nos sumamos al choque de copas.

En tanto que las mujeres van al pie del árbol, yo me quedo parado, bebiendo el champagne costoso que me han servido.

―Feliz navidad, papá ―la emoción de Veronika al extender el gran paquete para su padre me parte el pecho en dos. El viejo deja su bebida sobre la mesa y rompe el papel sin demasiado entusiasmo.

―¡Oh! Un chaleco de tweed.

―Solían gustarte...―el desánimo inunda la voz de su hija, decepcionada.

―Sí, hasta que le dije que eran horribles ―asiente Alice, sumando leña al fuego personal de Roni. Debe de darse cuenta cuánto le afecta el comentario, puesto que de inmediato busca retractarse ―. Oh, pero este es muy bonito. Mira los rombos color chocolate. Combinan con tus ojos, cariño. ―cualquier intento por componer la situación es en vano. Veronika está tragando con dificultad y su sonrisa es falsa y temblorosa.

Me comporto como el hombre que tendría que ser y la abrazo por detrás, con el objetivo de que olvide el mal momento que estos dos impresentables le están haciendo pasar.

―Martin, este es tu obsequio ―ofrece Alice a su pareja y agrega ―, bueno, en realidad para los dos. ―Aplaude mudamente, entregándole un sobre blanco e impersonal.

―Muero de curiosidad ―responde Harris dejando el chaleco sobre el sofá y se sorprende sinceramente cuando ve dos boletos para un crucero.

―Es un viaje por las islas griegas para dos personas, todo incluido y por una semana. Partiremos el 31 por la tarde. ¿No es genial? ―la mujer se muestra excitada con la elección. Martin, sin embargo, escudriña el papel con duda.

¿Duda de qué?

―Es un regalo excelente, cariño. Nos vendrá bien descansar. ―le da un beso tibio en los labios, con nosotros como testigos.

Luego, Alice retoma el papel de anfitriona excitada.

―Tengo un presente para ti. Bueno, es de los dos aunque fui yo quien lo escogió ―Alice le entrega una pequeña bolsa a Roni. Ella agradece y la abre.

―Oh, un perfume. No reconozco esta marca ―dice girando el frasco sin encontrar etiqueta o labrado sobre el vidrio.

―Porque es de una emprendedora de la zona. Es original, supuse que ya tendrías de los más costosos.

Veronika sonríe, sorprendida por el obsequio. Sin embargo, que se halle sin una etiqueta llama mi atención.

―¿Emprendedora local? ―repito con el frasco en mi poder.

―De las mejores. ―dice y noto tensión en su boca por primera vez en la noche.

―¿Cómo se llama?

―¿P-perdón? ―Alice parece confundida ante una pregunta tan simple.

―Cuál es el nombre de la empresaria. Puede que tenga redes sociales y la busque para encargar otros productos si este es del agrado de Roni ―Veronika me sonríe sin comprender mi curiosidad.

Si Alice me da la identidad de la persona y puedo rastrearla en el sistema, no dudaré más. En cambio, si ella continúa siendo esquiva, tendré razones para sospechar.

―Oh, no lo sé realmente. Se lo compré a una de las mujeres de la iglesia que trabaja en caridad conmigo. Ella revende productos de alguna de las fieles. Ya sabes, como modo de supervivencia. ―lo dice como si ese dato no fuera relevante. Yo, sin embargo, creo que tiene mucha importancia. A punto de seguir con mi acecho, Roni ajusta mi muñeca con su delicada mano.

―Tengo tu obsequio. ―sus ojos suplican porque me calle. Por ella, solo por ella, lo hago.

―Por supuesto que lo tienes, eres extraordinaria ―cuando llegamos aquí, cargaba tantas bolsas que ignoré que una de ellas fuera el regalo para mí. Su sonrojo es bonito, mucho más cuando me lo da.

Abro con la expectación y la sonrisa que el hijo de puta de su padre no tuvo y me agrada su elección: una camisa azul oscuro, con presillas en los codos.

―Siempre te las subes, no importa cuánto frío haga.

―Es hermosa. Justo para mí. Gracias nena ―el beso que le propino no es suave ni delicado, mucho menos sutil. Le muerdo el labio, saboreo su lengua y el calor que desprendemos es incendiario. No solo lo hago en señal de agradecimiento, sino para incomodar al idiota de su padre.

Una tosecita nos saca de la nube vaporosa que creamos con este beso. Roni se tambalea cuando me aparto, pidiendo disculpas en un susurro.

―Uf, eso sí que es pasión ―dice Alice, abanicándose con una servilleta de tela y un resoplido.

―Jóvenes sin pudor. Ya no tienen respeto.―lanza Martin en un murmullo reprobatorio.

Vete a la mierda, viejo.

***

Media hora más tarde, estamos en el automóvil. Veronika conduce hacia su casa con la música de un suave jazz de fondo.

―No te gustó mi padre, ¿cierto?

―¿Fue demasiado evidente?

―No es un hombre fácil. Ni yo sé siquiera cómo tratarlo. ―Apunta, cansada.

―Lamento oír eso y discúlpame si me he comportado como un imbécil.

―No es que me queje, pero el último beso fue demasiado intenso.

―Pensé que te gustaría ―mi mano asciende sobre su muslo, arrastrando la falda de su vestido.

―Fabien, no me distraigas. ―me reprende y alejo mi palma. Apago la radio y me comporto como un buen niño.

Veronika mira de soslayo y muerde su labio, reprimiendo una pregunta que se estanca entre sus labios. Le facilito el camino, leyéndole la mente.

―¿Estás esperando tu regalo?

―No quería ser insistente. Dijiste que tenías uno. ¿Qué es? ―su inocencia me subyuga. ¿Cómo haré para alejarme de ella sin sufrir?

Maldición, no se suponía que esto sería tan complicado.

―Es sorpresa.

―¿Por qué no lo trajiste a casa de Alice?

―Porque me interesaba compartirlo solo contigo. ―Ella me obsequia una sonrisa resplandeciente que de no estar sentado, me haría caer de rodillas.

―Hablando de obsequios, no entendí tu insistencia alrededor de mi regalo. Es bueno apostar a gente con sus propios emprendimientos.

―No me malinterpretes Roni, pero una mujer con tanto dinero y estirpe como Alice no necesita fomentar la economía regional comprando un perfume.

―Sigo sin comprender tu punto en esta historia ―sé que debo ser cuidadoso y escoger mis palabras; puede que delate mis presunciones y la alerte innecesariamente si no soy precavido. Algo me dice que ese perfume no es una simple fragancia.

Llámame loco, pero la extrema bondad de Alice y su insistencia por conocerla, no es un detalle menor.

―Nena, siento mucho no poder explicarte con lujo de detalles, pero...quisiera llevarme tu perfume antes de que lo uses.

―¿Por qué? Me disgusta tu suspicacia en este momento.

―No puedo decírtelo.

―¿Es un secreto?¿En serio? ―su ceja se eleva, molesta.

Medito por un instante la posibilidad de confesarle cuál es la punta del iceberg. Mantengo el suspenso hasta que llegamos a su casa y nos dirigimos a la cocina en un pesado silencio.

Se quita sus tacones, los arroja junto a la puerta y me ofrece agua. La secundo, acepto y nos sentamos en la barra de la cocina.

―Tienes que confiar en mi ―espero que esas palabras sean mágicas y surtan efecto; como es de esperar, ella no lo deja ir.

―Lo haré si me dices qué está pasando.

Limpio la comisura de mi boca varias veces, entrecruzo mis dedos alrededor del vaso empañado por el agua fresca y exhalo.

―Existe la posibilidad de que Alice esté involucrada en estafas millonarias.

―¿¡Qué!? ¿Estás demente?

―Ojalá lo estuviera; mira Roni, es...complicado, pero antes de ir a su casa me he tomado el trabajo de investigarla.

Veronika se tensa, su mandíbula cruje y su mirada es gélida como la nieve que cubren las calles. Estoy desovillando la madeja y esto no necesariamente terminará bien.

―No lo hiciste.

Asiento con la cabeza.

―¿Pero por qué? ―Chilla.

Es momento de mentir un poco.

―Su nombre me resultó conocido; de inmediato lo introduje en la base de datos de nuestro sistema policial. Efectivamente, arrojó unos datos llamativos: no solo es dueña de una de las riquezas más importantes de la ciudad, sino que ha contraído matrimonio tres veces y enviudó la misma cantidad.

―Bu-bueno, quizás tuvo mala fortuna.

―Roni, no seas tan inocente.

―Entonces, ¿ese motivo es suficiente para, que según tú, me quiera hacer daño? No entiendo cómo encajo en esta historia.

―Probablemente ella esté con tu padre por dinero.

―¡Papá no tiene nada!

―Sin ánimos de entrometerme, pero ¿Qué fue de la fortuna de tu madre?

Ella abre y cierra la boca sin que salgan palabras reales. Pestañea, balbucea cosas que nunca llegan a formar frases.

―Temo que esté con él para llegar a ti.

―Eso es de películas de acción, Fabien. Las cosas no funcionan así en la vida real.

Entiendo su escepticismo y me frustra. ¿Es hora de abrir la caja de Pandora? No, aun no, sin embargo, debo asegurarme de que no use ese perfume.

―Veronika, temo que ese perfume haya sido elaborado con algún tipo de sustancia tóxica.

―Es una locura. ¡Todo lo que estás diciendo para ensuciar a esa mujer no tiene fundamentos! ―sus manos se agitan alrededor de su cabeza, sin darme crédito. No puedo culparla, yo también tildaría de desquiciado a quien viniera con semejante planteo.

―Nena, ahora no lo entiendes porque esto es algo forma parte de un plan más grande ―Reúno sus manos en una plegaria, envolviéndolas con las mías.

―Cuéntamelo todo.

―No puedo, no todavía ―eso no es del todo cierto, pero no estoy preparado para perderla esta noche.

Veronika se muestra decepcionada, entregándome la misma mirada que dio a su padre cuando este no demostró ánimo ante su obsequio.

―¿Quieres tu regalo? ―sugiero, como si eso borrara los últimos minutos de conversación.

Ella exhala la respiración contenida. Su puchero me conmueve.

―Eso no hará que ignore tu extraño comportamiento― advierte con el ceño fruncido.

Beso la arruga entre sus ojos sintiéndome más aliviado y vamos de la mano hacia su habitación, donde se encuentra mi bolso de viaje. Busco la caja.

―Espero que te guste. ―le entrego el empaque rectangular. Lo examina por un instante antes de desarmar el moño y abrir su obsequio.

―Oh, rayos ¡Fabien! Esto es precioso ―Sus ojos expresan profunda emoción, ignorando que nuestro tiempo está en franca extinción.

―En la parte interna hice grabar la fecha y el lugar donde nos conocimos ―señalo y lee en voz alta la escritura, afirmando mis dichos.

Enseguida se coloca la pulsera de plata y no duda en colgarse de mi cuello. Desperdiga besos por todo mi rostro hasta llegar a mi boca, donde nos damos un beso de película.

Bebo de su calor y agradecimiento. Acaricio su lengua con la mía y mis manos se ajustan en la curva de su nuca. Ella me despeina como tanto le gusta hacer y yo me abandono a su antojo.

A grandes pasos terminamos sobre la cama. El contacto se prolonga, el calor sube y las ansias por pertenecernos no tiene nombre. Nos quitamos la ropa desesperadamente; mi camisa vuela, mi pantalón es arrancado de mis piernas como si quemara y mis bóxer desaparecen en un parpadeo.

Con urgencia, deslizo la cremallera trasera de su vestido rojo ansioso por descubrir que no mentía.

No hay bragas.

―Eres una chica traviesa...―mi aliento choca contra su carne caliente cuando me arrodillo y cuelgo sus piernas de mis hombros, dando comienzo a mi "Feliz Navidad".

Me empapo de sus quejidos de regocijo, de su voz quejumbrosa y de sus dedos trabajando mi cuero cabelludo mientras hundo mi lengua entre sus pliegues.

Pellizco, lamo, beso. Aturdo y concedo.

Como a una última cena la devoro y ella me recompensa con un orgasmo demoledor que comienza con sus rodillas apretando mis orejas y termina con sus piernas flojas. Busca alejarse, pero mis manos se aferran a sus muslos, sin darle tregua. Mi lengua examina el frunce de su ano sabiendo que la lujuria tocará techo.

Repite y repite mi nombre en un bucle, buscando oxígeno. Corcovea. Se agita. Suplica.

No se lo doy de inmediato. Trabajo por un segundo orgasmo.

Un estallido líquido la saca de combate poco después: repto sobre su cuerpo laxo y enjaulo su rostro con mis brazos rígidos. Mi pene húmedo y duro roza su vientre.

―Nunca he sentido esto. Nunca he tenido esta necesidad primaria y salvaje de pertenecerle a alguien. ―mi confesión es una quimera con un significado profundo; ella busca descifrar el mensaje mientras tambalea en su nube de éxtasis.

Es injusto de mi parte hablarle cuando está recuperándose de una estrepitosa explosión hormonal. El momento surgió, no fue adrede.

―Te amo, Fabien. Te amo. ―dice rompiendo las reglas, mis reglas, rompiendo mi alma.

Era cuestión de tiempo que las palabras cayeran; había interpretado sus señales, su lenguaje corporal. Había intentado mantener la misma distancia emocional que yo...

Ella, sin embargo, no era de las que acostumbraban a mantener la distancia.

Admitir que tiene mi corazón en su mano, que le ha devuelto la vida, no es una carta que deba poner sobre la mesa ahora mismo.

No respondo a su declaración con palabras sino con hechos. Alineo mi polla en su abertura mojada y elástica y la penetro con lentitud, gozando del roce, disfrutando de su cálido interior, perdiéndome en la seda de su carne rosada y dispuesta.

Mis rodillas se clavan en la cama manteniendo el peso de ambos; acelero los empujes y la miro. Ni por un momento abandono el despojo de sus ojos, la interrupción espontánea de su respiración. Enmarco su bello rostro, deleitándome con sus rasgos bonitos y desarmados. Llevaré en mi recuerdo cada lunar de su piel, cada suspiro, cada chispa dorada perdida en sus iris.

Muerdo sus labios mientras nos llevo a un ritmo sostenido y placentero.

―Perdóname, Roni. Lo siento tanto...―desde el momento en que quedé huérfano, la vulnerabilidad no era un sentimiento con el que me familiarizara.

―No, no lo sientas. ―responde sin conocer la profundidad de mis temores.

Empujo y empujo. Mi pene está hinchado al máximo y la fricción es sofocante.

Amaso sus adorables pechos, sonrojados y excitados, los mordisqueo con mis dientes y mi columna se estremece al identificar el punto máximo de deseo.

Gruño cuando me quiebro y desbordo dentro de ella. Su grito agudo brota de su garganta y sus yemas se clavan en mis omóplatos.

Santa me ha traído mi regalo a pesar de haber sido uno niño malo.

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