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24

La casa donde vive Alice Pearce está en un acomodado vecindario y, como es de esperar, su exterior no me decepciona. Es de ladrillo pintado de blanco, con grandes aberturas y un prolijo jardín delantero. La decoración navideña está a la orden del día, típica de una de esas películas familiares que se ven para diciembre.

―No hagas caso a nada de lo que te diga mi papá. Suele comportarse como un tonto―confirma Roni aferrándose a mi mano. Luce un vestido rojo hasta los tobillos y unas botas parecidas a las que usó hoy por la mañana. El abrigo que lleva cubre su parte superior, ocultando el delicado escote de encaje que se ciñe a la cima de sus pechos. No hubo un solo minuto de viaje en los que no soñé con hundir el rostro entre ellos.

Inspiro profundo y asiento ante las palabras de Veronika. Está nerviosa y ver que todavía se sienta a prueba como una maldita adolescente me crispa los nervios. El tipo no solo es un embaucador, sino que es un ingrato con su propia sangre.

Roni acciona la aldaba de hierro forjado de la puerta y se muerde el labio con insistencia.

―Creo que esta ha sido una mala idea ―susurra por lo bajo. Mis ganas por decirle que es la mejor idea que ha tenido en su vida son incontrolables.

Giro mi cuerpo y levanto su barbilla. Puede que sus ojos que estén maquillados, pero la tristeza en ellos no se enmascara en absoluto.

―Nena, eres una mujer estupenda. Que nadie te diga lo contrario. Nunca ―soy honesto. Poso un beso suave en su frente para cuando la puerta se abre de golpe, revelando la presencia de una hermosa mujer de cabello plateado ajustado en un prolijo peinado que tira su pelo hacia atrás.

―Ohh, ¡qué bella imagen! ―lleva ambas manos a su boca, en una actuación un poco exagerada a mi juicio ―. Soy Alice ―sin esperar la reacción de Veronika, la rodea con sus brazos y al segundo, hace lo mismo conmigo.

―Ho-hola Alice. Buenas noches ―saluda mi compañera y le entrega la tarta de manzana que cocinó su empleada mientras ingresamos al vestíbulo de la elegante casa ―. Somos Veronika y Fabien, obvio. ―la voz de Roni es suave y un poco torpe.

―Tu padre no deja de hablar de ti y lo buena doctora que eres ―Recoge la ofrenda culinaria y nos invita a colgar nuestros abrigos en un pequeño armario empotrado junto a la entrada.

Solo en ese momento suelto la mano de Veronika. La atrapo nuevamente en cuanto puedo.

Vamos más allá del ingreso como un frente unido, como un dueto imposible de desmembrar para cuando aparece el dueño de mis pesadillas más profundas, el fantasma que me ha acechado desde que soy un niño.

Instintivamente me petrifico en mi sitio, obligando a Veronika a quedarse junto a mí. Una gota de sudor frío nace entre mis omóplatos y recorre mi espalda.

Creo empalidecer.

Flashes de la fatídica noche en que mi mamá murió ajustan mis cuerdas vocales. De repente, soy el mismo niño que quedó huérfano en la escalera de una hermosa casa, mancillada por una muerte absurda.

―Él es mi papá ―Ella señala y me saca del aturdimiento.

El muy bastardo luce fresco y radiante, como el padre ideal de cualquier novela de TV. Más mayor, como es lógico, mantiene el cabello impecablemente peinado hacia atrás, de un espumoso blanco. Sus rasgos siguen siendo los mismos a pesar del tiempo.

―Hija mía, te he echado de menos ―Veronika avanza en su dirección, aceptando el abrazo que su progenitor le ofrece. Mi mandíbula se contrae, mis manos forman puños duros junto a mis caderas.

―Papa, él es Fabien ―mis ojos no han abandonado al tipo y es entonces cuando me ve. Sus ojos del mismo color que su hija aunque por demás siniestros.

Puede que se rodeen de numerosas y ahondadas arrugas. Puede que la carne bajo sus pómulos esté más hundida y que los surcos de su boca sean más profundos que hace años.

El monstruo que escapó tras envenenar a mi madre vive y no solo en mi imaginación, tal como apuntaron los agentes que intervinieron aquella causa. No hubo cámara Gesell para mí o extensas sesiones con terapeutas. Solo un par de encuentros azarosos que decantaron en un diagnóstico poco alentador: yo tenía pensamientos paranoides, derivados de la traumática pérdida de mis padres en tan poco tiempo.

Mi futuro tampoco fue amable para aquel entonces: hogares de acogida, peleas por un mísero turno en un baño, luchar por la pasta de dientes y porque nadie robara mis pertenencias de mi pequeño y triste bolso...

―Mucho gusto, Fabien ―noto un tic nervioso en sus ojos al mencionarme. Soy consciente de que no tengo un nombre común y corriente y apuesto a que si el tipo tiene buena memoria, quizás le resulte vagamente familiar ―. Soy Martin Harris, el padre de esta hermosa mujer ―se deshace en elogios vacíos hacia su hija. Sé que no la valora como es debido y que dice más de lo que le demuestra.

Hace falta un hipócrita para detectar a otro.

―Fabien Venturi. ―Extiendo mi mano, aceptando el despreciable toque.

Espero que realmente no me reconozca; es cierto, han pasado casi 30 años de la cena en la que me vio por última vez. Para entonces, yo era un niño con su masa de rizos rubios desordenados y larguirucho para mi edad, pero mis ojos siguen siendo los mismos que jamás lo miraron con aprecio.

Maldita forma de que el diablo juega sus dados.

―Pasen a la sala, por favor. Ocupen sus asientos, la cena estará lista en pocos minutos ―la extremadamente dulce voz de Alice nos invita a poner nuestros culos en marcha.

Apoyo mi mano en la parte baja de la cintura de Veronika, corro su silla al momento de llegar a la mesa y tomo asiento a su lado.

Los ojos de Martin Harris no me dejan en paz, analizándome con disimulo. Cualquiera sospecharía que está estudiando al candidato de su hija, pero el estremecimiento en mi piel me cuenta más.

O quizás, sea mi propia inquietud en torno a mi culo sucio.

―Cuéntanos algo sobre ti, Fabien ―anima el hombre extendiendo la servilleta de tela roja sobre su regazo. Alice aparece sosteniendo una fuente de porcelana blanca decorada con pequeñas florecillas pintadas a mano. Suena como a reliquia familiar.

―¿Algo como qué?―mi voz es desconfiada. Me aclaro la garganta.

―Algo como de dónde eres, a qué te dedicas...Veronika no ha sido precisamente muy esclarecedora al respecto ―su media sonrisa es disgustante, sobre todo teniendo en cuenta que no ha perdido la oportunidad de poner en desventaja a su hija. A punto de que Roni abra la boca para esgrimir una defensa, la interrumpo apoyando mi mano sobre la suya.

―Le pedí que sea reservada. Solo cumplió con su parte del trato―la miro y aunque no necesita que nadie la rescate, quiero que sepa que esta noche estaré aquí y no toleraré las mierdas mentales a las que su padre desea someterla.

―Oh, ya hablan como una pareja asentada ―canturrea Alice apoyando el plato con pavo asado que huele delicioso. A hogar. Un hogar que claramente esconde más secretos que verdades y me tiene de protagonista ―. ¿Hace cuanto están juntos? Lo siento si soy entrometida, pero soy fanática de las historias de amor ―su romanticismo no se condice con la frialdad en los negocios que Mitchell ha descripto. Sin embargo, a juzgar por sus tres matrimonios previos, parece que confía en el "juntos para siempre".

O hasta que uno de los dos se muera mágicamente.

Alejo mis pensamientos oscuros sobre la anfitriona y mi respuesta se superpone con la de Roni.

―No llevamos la cuenta ―alega ella.

―Esto es bastante reciente ―digo yo.

Nos sonreímos ante la misma imprecisión y sirve, puesto que nadie objeta que no podemos dar una fecha concreta. ¿Esto es una relación realmente?¿Cuándo tendríamos que celebrar nuestro aniversario, mesario o día especial?

¿En serio estoy pensando que llegaremos a celebrar uno?

Tengo suerte si esta noche no explota todo por los aires.

Al cabo de unos minutos doy pequeñas gotas de información sobre mí: que soy un solitario policía nacido y criado en Chicago, que vive en un apartamento junto a una gata de raza persa, que estaba en un breve receso laboral para cuando me topé con Veronika...

Omito decir que sabía exactamente dónde encontrarla y que la rescaté cuando estaba a punto de caer de bruces al piso en un bar.

―Qué casualidad, ¿cierto? ―Martin mira por sobre la línea de su copa de vino, lo cual tensa a Veronika. No dejo que me intimide y repregunto.

―¿A qué se refiere?

―De Chicago a San Luis hay muchos kilómetros y no es una ruta muy explorada por motociclistas. ―Desliza, limpia su boca y corta un trozo de carne. Sus movimientos siguen siendo estudiosos y desconfiados, como los de Albert Collins.

―No veo nada de extraño: necesitaba desconectar del bullicio. Sinceramente, me encomendé a una carretera tranquila, despojada del tumulto que presupone una vía de acceso a otra gran ciudad. Había hablado con un amigo sobre ir a visitarlo a Nashville y bueno, me desvié un poco ―aseguro con tranquilidad. Estoy acostumbrado a trabajar bajo presión y a no mostrar mis cartas con tanta prisa. Debo ser cuidadoso, no es casual que este tipo haya evadido la ley por tantos años―. Fue puro azar encontrar ese consultorio gigante. Mucho más, hallar a esta preciosura desempeñando tan hermosa labor ―tomo la mano de Veronika y beso sus nudillos. Su mirada agradecida es como una bala de cañón en mi pecho; defraudarla romperá mi corazón en mil trozos. Ni siquiera quiero pensar en el de ella.

La tensión se disipa ligeramente cuando Roni cuenta algunas anécdotas sobre sus viajes minutos más tarde. Alice es una buena oyente y pregunta, interesada. Creo que la he prejuzgado, lo cual es un hallazgo. Suelo tener muy buen olfato en lo que a gente respecta.

Sin embargo, no me es indiferente la profundidad de los ojos de Harris, su incómodo seguimiento a cada una de mis maniobras. Es sutil, pero reconozco cuando alguien me estudia.

Y este es el caso.

Yo hago parte de mi trabajo al fijar mis ojos en él, sin intimidarme, sosteniéndole la mirada cuando descubro que la posa en mí.

Es un duelo no formal y me siento en mi elemento.

―¿Fabien? ―Esa es la voz de Veronika interrumpiendo mi silenciosa batalla.

―Lo siento. ¿Qué dijiste?

―Alice me preguntó acerca de tus padres, si ya había tenido la oportunidad de conocerlos. Les dije que no, por supuesto, porque lamentablemente habían fallecido ―sus ojos lucen más dorados de lo habitual. En ellos hallo contemplación y honestidad. Todo lo que en los de su padre no encuentro.

―Sí, eso es verdad.

―Lo siento, eso muy triste. ―la señora chasquea su lengua, empática.

―Cosas de la vida: que los padres mueran antes que los hijos ―enfatizo. Martin Harris tose, Alice le sirve más vino y llega el momento del postre.

***

El tiramisú que preparó Alice es delicioso. La taza de café caliente realza el sabor a licor con el que ha remojado la mezcla y debo reconocer que he comido muy bien. No obstante, este ambiente de tanta amabilidad roza lo perturbador.

Sí, existe un elefante en la habitación y el peso sobre mis hombros es enorme, pero aun así hay algo en esta pareja que no termina por convencerme. Ella es demasiado amistosa y, en oportunidades, intrusiva con sus preguntas, sobre todo en cuanto a la rutina de Veronika.

¿Qué le importa si cena a las 7 o a las 8?¿Cuánto interesa su horario de ingreso, egreso y su hora del almuerzo en el hospital?

Roni está feliz de responder, ya que su padre ni se mosquea por sus aficiones y actos cotidianos. Alice satisface su curiosidad y Roni se entrega al cuestionario con gusto.

Poco antes del brindis navideño, me alejo de la mesa. Salgo al porche y saco mi caja de cigarrillos. Aunque el vicio no se ha marchado, intento reducir la cantidad.

El chirrido de la puerta por detrás me pone en señal de alerta; al ver que es Veronika quien sale, me relajo. Me rodea con sus brazos, apoyando sus palmas en mi abdomen.

―Gracias por lo de allí dentro. ―suspira. Aplasto el cigarro apenas empezado en la grava y giro para ponerme frente a ella.

―¿Gracias?

―Como dije, papá sigue creyendo que soy una niña tonta y desvalida, que no sabe tomar decisiones correctas. ―Reprime una congoja que odio.

―Alice no piensa eso. Creo que sería buena trabajando para el FBI ―corro unos mechones de cabello que la brisa ha movido de su coleta y rozo con mis nudillos la tersa piel de su rostro.

Es muy fácil amarla y mucho más despertar a su lado cada mañana y planificar un futuro a largo plazo. Sin embargo, no soy el indicado. No soy quien pueda regalarle infinidad de besos por las noches y baños de espuma después de un día de agobiante trabajo.

¿Por cuánto tiempo más sostendré la mentira? La posibilidad de que su padre siquiera sospeche quién soy debilita mi estrategia. ¿Por qué acepté venir y exponerme sin un plan concreto más que el de investigar sus movimientos?

―Es cierto ―sonríe, alegrándome la velada y echando mis pensamientos hacia el fondo de mi cabeza ―. Preguntona pero agradable.

―Solo le faltó averiguar por el color de tus bragas.

―Y no creo que lo adivine ―se pone en puntitas de pie y acaricia mi oreja con su peligroso susurro ―: No llevo puesta ―la muy perversa se muerde el labio iniciando un incendio voluntario de mi sistema.

―¿Es necesario que nos quedemos más tiempo aquí? ―No sería una mala idea marcharnos, de hecho.

―¡Tonto, no! ―me golpea el brazo con un ligero toque ―. Debemos brindar y tengo un obsequio para ti.

―¿Para mí? ―no lo esperaba.

―Sí. ¡Juro que no lo hice pensando en un compromiso mayor o...!

―Roni ―detengo su retahíla de conjeturas ―, es un obsequio sin segundas intenciones. ¿Eso es lo que quieres decir?

―Si, claro ―su tono se alivia.

―Pues ya que estamos en la misma sintonía, tengo que decirte que yo también tengo algo para ti.

Su enardecido pestañeo y el temblor de su labio inferior hace que su sorpresa mute hacia la emoción.

―¿En-en serio?

―Sí. Pero tendrás que esperar hasta que lleguemos a tu casa. Ni antes ni después. ¿Trato hecho?

―Trato. ―dice y se cuelga de mi cuello para darme un beso que comienza con delicadeza y termina con demasiada pasión. Mis manos se ajustan a la curva de su espalda en tanto que las suyas se aferran al tejido de mi sweater grueso.

La temperatura entre ambos sube de cero a cien, hasta que un rastro de conciencia se cuela, regresándonos al aquí y ahora.

―Entremos antes de que te arrastre a tu coche. ―Ella gira y le doy una nalgada que me hace ganar un chillido descarado de su parte.

Ingresamos tomados de la mano; Alice y Martin están en la mesa, preparando todo para la hora del brindis. Miro el reloj de péndulo, elegante y de madera robusta, marcando las 11.30 p.m.

Admiro mi capacidad por mantener la paciencia. Hasta el momento, más allá de las miradas insidiosas por parte del padre de Veronika y la curiosidad en Alice, no vi fisuras ni actitudes sospechosas per se.

―Necesitaría pasar al baño ―anuncio a la dueña de casa quien, con diligencia, me indica que suba a la primera planta, ya que el de baño de servicio de la planta inferior está con algunos desperfectos que aún no han podido solucionar.

―Es la puerta al fondo del corredor. Imposible que te pierdas. ―sonríe y guiña su ojo.

Asiento y subo por las escaleras de madera, revestidas con una exquisita alfombra color crema que odiaría limpiar. Miro por sobre mi hombro una vez que estoy arriba; mi instinto policial me incita a abrir cada una de las cinco puertas que hay a simple vista, suponiendo que alguna de ellas es el escritorio o lugar de trabajo de Martin Harris.

Mi sentido común me invita a ir directamente hacia el sanitario y olvidar que estoy ávido por hallar alguna prueba que implique al padre de Veronika en los asesinatos de nuestras madres.

Siendo honesto, un tipo como él no dejaría ningún papel a la deriva o a mano de cualquier intruso que visite su casa, ¿cierto?

Maldigo con el debate impuesto en mi cabeza. Por lo pronto, primero voy al baño, hago mis necesidades y constato los minutos que restan para llegar a la medianoche.

No pierdo demasiado tiempo en admirar cuán grande es este recinto ni lo bien que está decorado, dando por sentado que Alice se ha ocupado en persona de hacer del sitio un lugar para el disfrute: un ancho espejo, doble lavabo, una tina de porcelana con garras de león y un cuadro de ducha con varios impulsos de agua laterales. Accesorios de lujo, sales aromáticas, jaboncitos con formas de flores muy fraganciados...

Mitchell no se ha tragado el cuento de la pobre viuda. Claro, la injusta viudez le cayó con una cuenta de varios ceros a su nombre, cosa que parece disfrutar hasta el día de hoy, sobre todo teniendo en cuenta que esta casa cuesta más de 3 millones de dólares y el vecindario es de los más exclusivos de la zona.

Mirando mi reflejo, estudio la posibilidad de que Martin y ella no estén juntos por simple casualidad del destino.

¿Y si él está al acecho de la fortuna? ¿Si la ha engañado para obtener todo su dinero? Después de todo, es lo que aparentemente habría hecho con mi madre y con la madre de su hija.

Un horrible escalofrío recorre mi espina. Tecleo rápidamente a Gus. Tal vez esté vestido de reno o de Santa Claus, pero es menester que intercambiemos teorías lo antes posible.

Si hay una vida en peligro, no deseo que perdamos tiempo.

En un veloz ida y vuelta de mensajes que incluyen bromas de todo tipo, quedamos en hablar más tarde y ordenar información; ahora mismo debo salir de este baño.

Abro repentinamente y me sorprende ver a Martin Harris recostado sobre la puerta de lado.

No está simplemente esperando.

Está esperándome.

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