23
Doy una larga calada a mi cigarro mientras pierdo la mirada en el perfil urbano de Chicago. El peso de mi cuerpo se reclina sobre la baranda del paseo costero mientras mi cerebro está hiperactivo trabajando a destajo para entender toda la información que poseo.
He aceptado la invitación a casa del padre de Veronika y no tengo una maldita idea de cómo controlaré tantos años de odio reprimido.
La vida me ha arrojado una bola perfecta, lista para hacer un jonrón.
No puedo desperdiciar el tiro.
Sin embargo, Veronika estará allí. Y su corazón, también.
Respondo el mensaje que me envió por la mañana con una fotografía artística poco común en mí; me esfuerzo por hacer una perspectiva de mi mano con un vaso de café y los edificios de la ciudad de fondo, algo difuminados.
Odio los emoticones pero hoy me apetece agregarle a mi imagen un avión, un corazón y uno del viento.
Ella no responde de inmediato: su última conexión ha sido hace dos horas.
En estos días lejos de ella he descubierto varias cosas, como que echo de menos sus ojos somnolientos por la mañana, su ronquido a mitad de la noche y su cántico animado mientras toma una ducha.
Siempre canta la misma canción: Kokomo, de Los Beach Boys.
Me ha hablado de Cocktail, su película favorita de todos los tiempos.
Me he resistido a verla a su lado, sin dar el brazo a torcer. Jamás confesaré que una de las últimas noches la encontré en una plataforma y ante mi insomnio, la miré.
Quisiera admitir que su lejanía no me afecta, que los kilómetros de distancia han hecho un buen trabajo al enfriar mis sentimientos por ella y que me he enfocado solo en mi afán de revancha.
Nada de esto sucedió y, por el contrario, la distancia incrementó mi sed de ella y ablandó mi temperamento.
Frunzo el ceño más de lo posible y mis molares crujen en un fuerte apriete.
Guardo mi móvil en mi chaqueta cuando noto que me impacienta no tener respuesta a cambio. Camino de regreso a la estación de policía para limpiar mi cabeza y mis pulmones.
Podría decirse que trabajar con el detective Branson es estimulante: nunca da nada por sentado e investiga hasta el detalle más minúsculo; es minucioso, aunque impuntual hasta la médula. ¿Qué se le puede decir a un tipo que ha resuelto más del 90% de los casos policiales de Chicago?
Dentro de ese 10% no resuelto, está el de mi padre.
Su caso nunca fue esclarecido.
¿Tres disparos en el pecho y una cartera con dinero sin tocar?
La investigación duró poco; se cerró su expediente más pronto que tarde y su nombre quedó en el olvido.
No para mí.
Bordeo el Río Chicago a pie, el ruido del tráfico llena mis oídos y me guía hacia mi trabajo. Necesitaba aire y espacio, pensar con frialdad, sin el bullicio de la estación.
Llego a la esquina y me detengo ante el semáforo en rojo cuando noto una joyería en la esquina. Puedo asegurar que lleva años en el mismo sitio, sitio que no he pisado en absoluto.
Miro la luz roja, el ida y vuelta de los vehículos, la gente cruzando la calle envueltas en conversaciones con sus teléfonos o entretenidos con diversas aplicaciones.
Mi reloj marca las 8 de la mañana. Mi vuelo sale mañana antes de las 10 a.m. y aún no he tomado real dimensión del hito que marcará mi vida la presencia de Martin Harris a menos de dos metros de mí. Incluso, dándome la mano.
Dejo el cigarro listo para ser fumado y prácticamente pego mi nariz a la vidriera. Hay sortijas de compromiso, algunas más intrincadas que otras, y toda clase de pendientes y brazaletes con piedras de mayor o menor valor.
Mordisqueo mi labio debatiendo la elección hasta que el semáforo está en verde y si me apresuro, puede que llegue al otro lado sin esfuerzo.
Sin embargo, minutos más tarde, me encuentro con una caja azul en la mano con un bello y armado moño color plata.
Escondo el obsequio en el cajón de mi escritorio cuando llego a la estación y no tardo demasiado en sumergirme en el papeleo cotidiano. La voz de Tessa anunciando que se marchará a casa de su madre en Memphis las próximas horas tampoco es posible de pasar por alto, sobre todo, cuando todos nuestros compañeros la rodean y le desean éxitos.
Ella ha sido una buena agente, profesional, siempre predispuesta y querible. Me pongo de pie sin apartarme de mi escritorio para cuando clava sus ojos oscuros en los mío. El silencio, paradójicamente, atrona.
Miro a mis compañeros y el bullicio se activa de golpe. Ella se acerca a mi lugar, cabizbaja.
―Siento haberte echado de mi casa como lo hice. ―Se disculpa susurrando a mi oído.
―Soy consciente de que me lo merecía, Tessa.
―Hoy por la mañana me vino la regla. ―El dato termina por traerme alivio completo. No ignoro la decepción que baña sus bonitos rasgos cuando me lo informa.
―Eres fantástica, bonita. Una buena mujer.
―Gracias, lo has dicho tantas veces que acabarás por convencerme ―su sonrisa no llega a sus ojos.
―Deberías, pero no porque un bastardo como yo te las diga.
―Espero de todo corazón que la chica que te conquistó no salga herida. ―Es sincera.
―No puedo garantizarte eso; tampoco que no sea yo quien resulte ser la víctima.
―¿Realmente tienes un corazón? ―su carcajada es más fuerte y divertida. Su broma no es de las más originales, pero tiene sentido ―. Debía asegurarme de ello. ―Eleva sus manos y celebro que su rostro se relaje.
―Te deseo lo mejor, Tessa.
―Y yo a ti Fabien. Espero que encuentres paz aquí ―me señala la sien ―y aquí ―Apoya su palma en mi pecho, allí donde los que me conocen dudan de que solo haya un montón de tendones y tejidos y nada que lata.
***
Aviso a Veronika que estoy en el aeropuerto y recibo un pulgar hacia arriba. Es mejor que nada y desde luego, no suficiente para mi abstinencia de ella.
El sitio está repleto de gente lo cual es obvio teniendo en cuenta que es víspera de navidad.
El vuelo sale completo y no me separa más de hora y media de Cleveland, donde me esperará Roni. Me siento nervioso, ansioso por verla. ¿Esto es alguna clase de amor o un enamoramiento intenso y temporal?
No sé cuál es la diferencia real y me preocupa.
Amar es poderoso. Es vulnerabilidad y sinrazón. Es dolor, es pasión, es emoción.
Amar es hacer de tu alma la pieza que encastra con otra en un perfecto ying y yang.
Cargo mi discreto bolso sobre mi hombro una vez que lo descubro en la cinta transportadora de equipaje y mi gran altura permite divisar a Veronika antes de que ella lo haga. Una tonta sonrisa tironea de mis labios y la necesidad por abrazarla me abruma.
―Fabien ―suspira mi nombre cuando nos fundimos en un fuerte apretón. Mi nariz se hunde en su cabello suelto y largo, mis ojos se cierran absorbiendo lo que quizás sea una de las últimas veces que nos veamos antes de que el mundo se abra en dos y ya ni siquiera sea capaz de mencionarme.
Nos apartamos a desgano para cuando enmarco su rostro y noto manchas oscuras de cansancio bajos sus ojos y el sonrojo de sus mejillas al mirarme fijamente.
―Te extrañé ―me dice y sin perder tiempo, la beso.
―Yo también, nena. ―le respondo, aferrándome a su cuerpo curvilíneo.
Finalmente nos tomamos de la mano y caminamos hacia el área de estacionamiento adonde ha dejado su SUV, esquivando pasajeros que van y vienen.
Hace mucho frío y por lo tanto, lo primero que hacemos al subir a su coche es encender la calefacción.
Lo segundo, es besarnos de un modo salvaje, emocional ciento por ciento.
Sus guantes abrigados vuelan hacia la parte de atrás y no me demoro en bajar la cremallera de mis jeans y sentarlas a horcajadas sobre mí. Su coche está en una oscura esquina solitaria, fuera de la vista de los transeúntes.
Los cristales son tintados y ayuda mucho que el día esté tan nublado.
El peligro es tentador, es una llama ardiente que no queremos apagar.
Sus gemidos aturden mis oídos, mis gruñidos se atascan en la puerta de mi boca cuando la devoro. Estamos completamente vestidos; mis pantalones y mis bóxer se enredan torpemente en mis rodillas y su vestido de lana se arremolina en torno a sus caderas.
―Fabien, Fabien...oh...Dios...oh Dios ―Jadea con los ojos cerrados y me recibe con sus músculos tensos.
―Sí, nena, aquí estoy. Aquí estamos. ―Trazo con mis ojos cada línea de su rostro perfecto, estampando en mi recuerdo el éxtasis que maquilla su piel con sudor.
Solo un par de bombeos más son suficientes para estallar. No me avergüenzo en reconocer que fue una corrida en tiempo récord.
La amo tanto que el dolor en mi pecho se intensifica. No solo el orgasmo es demoledor, tanto el suyo como el mío, sino que el temor de la pérdida anticipada me desgarra.
―Eso fue...―Resopla un mechón de cabello que cae sobre su nariz.
―Una buena bienvenida, gracias ―respondo por ella y la ubico en su posición de conductor. Los vidrios están empañados y sus mejillas rojas como el color del tomate.
Limpio mis manos y mi entrepierna con un bollo de pañuelos desechables que encuentro en una caja sobre la consola de la camioneta, acomodo mis vaqueros y cierro mi cremallera con incomodidad. Mi chico no se ha bajado por completo y ruego no pellizcarme con los dientes metálicos. Eso podría ser muy vergonzoso y no pretendo terminar como el protagonista de "Loco por Mary".
Veronika suprime una risita, coge el volante y nos conduce fuera del aeropuerto; su piel encendida por la vergüenza y el desenfado oculto es bonito de admirar.
Más la miro, más culpable me siento. Más miserable y cobarde soy.
Ella se distrae un momento cuando nota que la observo como lo haría un psicópata. Un divertido hoyuelo aparece hacia el extremo de su sonrisa y se relame.
―¿Qué...sucede?
―Eres preciosa. ―Las palabras fluyen, sin disfraces, solo la verdad.
―Ya me tienes, Fabien, no hace falta que derroches elogios. ―me da una palmadita en el muslo.
―Nunca serán suficientes. Eres merecedora de cada uno de ellos.―Mi voz es rasposa, grave. Sin distraerse del tráfico, no ignora este detalle.
―¿Estás bien? Suenas más nostálgico que de costumbre.
Es miedo, Veronika. Miedo a perderte...
―Fueron días intensos de poco descanso. Además, mi chica me preparó una bienvenida más que fogosa, ¡quedé exhausto!
―¡Tonto! ―me da otra palmadita cariñosa y le capturo la mano, me la llevo a la boca y le cepillo los nudillos con mis labios ―. ¿En serio estás bien, Fabien? ¿O es porque conocerás a mi padre? Déjame decirte que de haber escogido un momento para que se conozcan, no hubiera sido durante una cena navideña ―Comienza a divagar, basta muestra de cuán nerviosa está. Yo no estoy muy ajeno a esa sensación; no por la idea de que conoceré por primera vez al padre de una de las mujeres con las que salgo, sino porque estaré frente al presunto asesino de mi madre.
―Ya que lo dices, ciertamente me intriga como irá la noche. Nunca he conocido a alguien tan cercano a mis conquistas.
―Oh, claro. Entiendo. Tus conquistas ―Frunce la nariz y rueda los ojos.
―Eres bonita cuando te pones celosa.
―¿Celosa? Pfff, ni modo.
―Roni ―extiendo la mano y rizo un mechón de cabello que cae suelto sobre el brazo que acciona la palanca ―, ¿significa más que te llame conquista que el hecho de que conoceré a tu padre? Sabes que no tengo material de novio y sin embargo estoy aquí, dispuesto a probarlo contigo.
Sí, mi nombre es contradicción.
Ella parpadea sin desconcentrarse. Se detiene frente a un semáforo en rojo y apunta sus bonitos ojos hacia mí.
―Viéndolo de ese modo...
―Veronika, todo saldrá bien esta noche ―le digo con una falsa tranquilidad en mi voz. Soy un bastardo mitómano y no me enorgullece.
―Gracias por venir. Por estar aquí, conmigo.
―Eres mi conquista, mi chica, mi nena. ¿Sí? Semántica.
―La semántica es buena y útil muchas veces ―Insiste, aunque más ligera.
―Nunca fui bueno para los rótulos.
―Entiendo ―su espalda se mantiene rígida y su boca forma una línea rígida.
Meneo la cabeza, muerdo mi labio y me inclino hacia su lado, rozando su oreja, susurrándole una propuesta tan inesperada como siniestra.
―¿Quieres ser mi novia? ―pregunto, ansiando verla feliz antes de que todo se derrumbe.
Ella levanta su hombro, el cosquilleo de mi soplido cercano a su cuello la estimula y le eriza el vello de la nuca.
―¿Puedo pensarlo? ―Eleva una ceja en tono juguetón.
―Todo el tiempo que quieras. ―Sonreímos y, finalmente, caemos en un cómodo momento.
Para cuando entramos en su casa, la calidez del hogar me envuelve. El aroma indiscutido de la vainilla es el mismo que me recibió por primera vez, la semana anterior.
―No te ilusiones, no fui yo quien cocinó el pie de manzana ―dice mientras se quita el abrigo. Dejo mi bolso de viaje en su sofá entre risas para cuando giro violentamente y la presiono contra la puerta de entrada.
No sé cuánto tiempo más tendré para acariciarla, para mapear su cuerpo o hundirme en el valle de sus muslos y llenarme con el inquietante color de sus ojos. La angustia me ataca, me comprime las vísceras, el deseo por hacerla mía me consume.
―¡Fabien! ―grita mi nombre con sorpresa cuando tironeo de su vestido hacia arriba con una violencia depredadora.
―Quiero follarte, necesito tenerte.
―Jamás podría decir que no a eso ―su sonrisa se queda a mitad de camino cuando mi boca se cierne sobre la suya y le arranca las palabras.
Contra la puerta, con mis vaqueros arremolinados en mis pies y mi chaqueta puesta, la empotro, la penetro tan fuerte que siento mover los cimientos de esta enorme casa.
El cuero de sus botas altas raspa las mejillas de mi culo mientras que el encaje de su tanga hace cosquillas en mi miembro entrante y saliente. Sus jugos y los míos se funden en el alboroto de nuestros cuerpos. Mis brazos duelen por el esfuerzo de mantenerla en alto, abierta, mientras mis caderas la embisten sin piedad.
Sus dedos me despeinan; el gemido que sale de la parte posterior de su nariz es música para mis oídos.
―Fabien, me vengo. ―es un anuncio, una promesa.
―Yo también, yo también.
Ella cae primero, en un espasmo duro que sofoca mi polla. Yo no tardo en acompañarla. Mi aliento caliente choca contra la piel tersa de su cuello, mis manos no sueltan su espalda.
Con el corazón en la boca, sus piernas bajan y mis rodillas ceden. Torpemente caemos sobre el tapete de entrada a su casa. Roni golpea la cabeza con la puerta y nuestras piernas son un lío.
La risa que nace de sus entrañas es contagiosa; la acomodo a horcajadas sobre mis muslos y lo que nació como algo descoordinado se transforma en deseo crudo.
Su mano se escabulle entre nosotros, buscando una segunda vuelta. Mi verga está semidura pero la traicionera rápidamente se rigidiza cuando es envuelta por sus dedos hábiles.
Veronika se muerde el labio y se ubica estratégicamente, montándome me como lo hizo en su automóvil. Su cabello húmedo por la transpiración se adhiere a su frente y sus manos exigen los botones de mi camisa, abriéndola en dos paños. Besa mi clavícula, mi piel ardiente, las venas que surcan mi garganta, mi tatuaje con intrincados diseños maoríes.
El nivel de frenesí que manejamos es insano. Mi coxis golpea contra el suyo, entrando profundo, impactando carne con carne.
Apiño su cabello en una cola desprolija y fuerzo a que su cuello latiguee hacia atrás. Bebo su sudor, araño su tierna piel con el filo de mis dientes. Chupo bajo su lóbulo, sabiendo que dejaré una marca. Soy un pendejo inmaduro, pero necesito que me lleve consigo unas horas más.
―Me duelen las piernas ―se queja entre sonrisas y jadeos. La volteo, poniéndola de espaldas sobre el piso. Arranco mis pantalones, mis calzoncillos y mi chaqueta y aplasto sus rodillas contra sus tetas cubiertas de lana.
―¿Ahora?¿Esto es mejor? ―pregunto. Me hundo en ella y me deleito observando el modo en que mi pene entra y sale de su cuerpo.
―Oh, sí... ―gime, con la voz ronca.
Como un animal, como un sediento que ha encontrado una gota de agua en pleno desierto, la tomo. No soy delicado, no la trato como un fino cristal.
La poseo con el enojo que mi propio ser genera en mí; la he usado, ha sido mi puente para llegar a su padre.
Sin embargo, eso no me causa orgullo. Soy una mierda, un hombre inescrupuloso que debería dejarla libre, que debería haber renunciado a la posibilidad de sentirse feliz a su lado.
Gruño cuando la familiar sensación que me ocasiona la eyaculación colapsa mis nervios. Salgo de su cálida guarida y vierto mi semen sobre su pubis. La pinto, la unto y la marco, porque sigo siendo el mismo egoísta que fue desde Chicago en busca de una mujer débil y que encontró a una amazona.
Agitado, caigo pesadamente sobre piso de madera. Mi corazón golpea contra mis costillas y mi respiración duele en mis pulmones.
Veronika apoya la espalda en la puerta. Su cabello es un raro tejido de hebras que van de un lado al otro. Su vestido está arremolinado en su cintura y sus muslos están mojados por los fluidos de ambos.
―Cielos ―dice en un resoplido y trata de ponerse de pie. Como un ciervo recién nacido, tropieza varias veces hasta que consigue mantener su vertical ―. Creo que deberíamos tomar un baño. ―señala en dirección a la planta superior.
―Estoy de acuerdo, aunque sería lo mejor hacerlo por separado. ―No sé de cuánta fuerza de voluntad cuento, pero ahora mismo, necesito un momento de intimidad para pensar.
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