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16

Apoyo la espalda contra el respaldo de la silla y de no ser porque todavía no hemos llegado a un extremo grado de confianza – vernos desnudos y sudados como animales salvajes no cuenta – me hubiera desprendido el botón de mis pantalones.

―¿Quieres caminar un rato? Necesito mover las piernas o mi culo quedará atascado en esta silla ―Su chiste es acertado y me gusta mucho su sonrisa.

Escasea, casi es de edición limitada como los costosos vinos, y me agrada ser la destinataria.

¿A cuántas mujeres habrá dejado con el corazón roto en Chicago? Me reubico incómoda sobre mi asiento.

Acepto la mano que me tiende y nos ponemos de pie. Caminar no es una mala idea, me permitirá tener algo de perspectiva y calmar mi ansiedad.

Siempre he sido una chica con objetivos claros, tratando de apegarme a un plan e intentando superar mis expectativas.

¿Ahora? Ahora soy incapaz de manejar la incertidumbre y convivo con el deseo de mostrar una seguridad en mí misma que no tengo.

Fabien no duda en entrelazar sus dedos cuando salimos del sitio de comidas; me guiña el ojo y se coloca sus Ray-Ban, ocultando sus hermosos ojos que hoy son de un inédito color aguamarina.

¿Qué estamos haciendo?¿Jugando a que somos algo más que dos extraños que se conocieron en un bar junto a una carretera? ¿Dos personas solitarias que disfrutan el aquí y ahora?

Sonrío ante la coincidencia del tatuaje que ambos tenemos en nuestra piel: "todo pasa".

Nuestros rostros al reconocer esa casualidad después de una maratón de sexo fueron dignos del meme de los Spiderman que se señalan.

Tomamos una calle que, a juzgar por su ancho, puede tomarse como avenida principal. Las casas son grandes, sin ostentaciones y parecen cómodas para una familia tradicional.

Pasamos por una tienda de ultramarinos, una de artículos para el hogar y un parque con juegos para niños que no posee demasiada intervención. Este sitio no se destaca por su desarrollo urbano, aquí hay pocas propiedades por manzana y la quietud es sorprendente.

―Esta paz es impagable. ―la voz rasposa de Fabien expresa lo que mi cabeza piensa.

―Sí, aunque extraño mi hogar en Cleveland.

―¿Casa o apartamento?

―Casa. Papá me obsequió un apartamento cuando me gradué a los dieciocho.

―Waw, tú padre sí que fue a por todas ―dice, recordando mi anécdota del Mini-Cooper.

―Nunca me interesó el lujo, Fabien ―acepto con pesadumbre ―. Viví por un tiempo allí, la vendí. Me mudé con mi esposo y al momento de divorciarnos, invertí el dinero en una casa. No es la gran cosa, pero me agrada. ¿Tú estás cómodo en tu lugar?

―Debo reconocer que el sitio donde vivo es algo ruidoso. El lógico, teniendo en cuenta que está a algunas calles del centro y hay muchas tiendas de comida alrededor.

―Sin embargo, eres un gran chef.

―Yo no me llamaría gran chef, pero me agrada cocinar. Mezclar cosas aquí y allá, especias, texturas, temperaturas. Honestamente, me gustaría tener más tiempo para experimentar. ―La caminata es ligera y rápidamente llegamos al límite de la urbe.

―Deberíamos regresar por tu motocicleta ―me detengo con la idea de retroceder.

―Más adelante hay un vivero. ¿Vamos o estás demasiado cansada?

Medito su propuesta y acepto. ¿Qué otra cosa tenemos por hacer?

Son varias calles alejadas del aparcamiento y sé que me arrepentiré cuando tengamos que recorrer mayor distancia al momento de la vuelta. No obstante, el sitio es tan bonito y colorido que sé que valdrá la pena el esfuerzo.

Imágenes de mi madre arreglando el gran jardín delantero de nuestra casa familiar me inundan; esa casa que me hubiera gustado conservar pero que papá vendió para comprar otra más pequeña ya que "no necesitábamos tanto espacio".

Que hablara en plural me ilusionó por un instante; nada me haría pensar que esa casa solo sería ocupada por mi institutriz de fines de semana, la ama de llaves que cuidaba el sitio de lunes a lunes y yo.

Desde que mamá falleció, todo fue gris.

Fines de semana con Ethel, estudiando demasiado y divirtiéndome muy poco, tratando de ser la mejor hija posible.

La hija de un padre que vivía de viaje en viaje, cerrando acuerdos comerciales con gente importante y engrosando su cuenta bancaria.

Nunca pregunté demasiado sobre el origen de sus fondos; supongo que porque no quería que me reprendiera por meter las narices donde no me competía.

Sé que ha estado con otras mujeres después de mi madre; los pocos sábados que hemos tenido la oportunidad de estar juntos, lo he escuchado cuchicheando en su biblioteca animadamente. Celosa y dolida, en muchas oportunidades me encontré oliendo el perfume de sus camisas.

Paso mi mano por unos cuidados setos de lavanda y el aroma me envuelve.

―¿Está todo bien? ―Fabien susurra a mi oído, lejos de la vendedora que ya se ha acercado unas cien veces preguntándonos si teníamos algo en mente para comprar.

Ver, solo queremos ver.

―Pensaba en mamá. Ella adoraba el paisajismo. Tenía un jardín lleno de flores y plantas, tenía una gran mano.

―Oh, eso es lindo.

―Cuando me trajiste las azucenas, me emocioné no solo por el gesto sino porque eran sus preferidas ―la espalda de Fabien se tensa ―. ¿Dije algo malo?

―No, es que también eran las favoritas de la mía, por eso las escogí.

Su ceño se frunce en consideración.

Debería ser escéptica y creer que es una simple casualidad, que hay millones de personas en el mundo con los mismos gustos.

También lo hay con los mismo tatuajes y sin embargo...

―¿Crees en el destino? ―mi voz suena melodramática. Me cuelgo de su nuca y él me rodea la cintura.

―Empiezo a hacerlo. ―Me besa la frente con cariño.

Amo el perfume de su loción de afeitar, de su colonia corporal, sentir la suavidad de su franela a cuadros azules, negros y blancos. Es una de las pocas que no es lisa.

Recorremos el enorme galpón con flores sin llevarnos ninguna, pero eligiendo muchas para nuestros potenciales jardines.

Él me dice que pasa muchas horas fuera de su casa y que un apartamento es más práctico cuando se vive solo. Yo refuto su teoría y le llevo la contraria, adrede, explicándole que no hay nada más bello que beber una copa de vino mientras se lee un libro, sentado en un cómodo sofá, frente a un verde césped.

―Tu gata tendría más espacio para jugar ―digo de regreso al restaurante donde comimos.

―A mi gata le gusta el apartamento mucho más que a mí.

―¿Con quién la dejas cuando te vas por varios días?¿Con quién está ahora? ―curioseo y su mano se aprieta un poco más en la mía ―. ¿Tema sensible? ―acuso. Ha instalado la duda y no pretendo que se escape de mi pregunta.

―Con unas amigas ―Desliza, sin involucrarse, mirando hacia adelante.

―Con unas amigas ―Confirmo con cierta molestia en mi tono.

―Eso es lo que dije.

―Y dime ¿qué clase de amigas son? ¿De las amigas con la que compartes palomitas de maíz mientras miras una película los sábados por la noche? ¿O de esas amigas con las que se acompañan las noches de frío y se frotan los pies mutuamente?

―¿Cómo eres capaz de pensar todo eso en un segundo? ―Y eso que las folladas contigo me han dejado el cerebro hecho una papilla...

―¿Cómo eres capaz de evadir mi pregunta tan elegantemente?

Fabien larga una carcajada divertida y sé que es otra maniobra para evitar responderme. Hay una historia detrás y ahora me arrepiento de haber sacado el tema a la luz.

Como es de esperar no responde de inmediato y subimos a su Harley sin resolver mi duda.

Llegamos a mi caravana y mi humor no es el mejor. Sinceramente, no sé qué es lo que pretendo averiguar con esa clase de preguntas. Él es un seductor por naturaleza y es obvio que es de los que va por la vida bajando bragas y guardándoselas en los cajones de sus muebles, cual trofeo de batallas ganadas.

Pasa al baño sin dirigirme la palabra en tanto que yo abro mi portátil sobre la mesa de mi remolque. Googlear estupideces me distenderá.

Grande es mi sorpresa cuando veo un correo electrónico de mi padre. Frunzo el ceño y monto mis anteojos de descanso en el puente de mi nariz. Inspiro, emocionada a pesar de que probablemente, sea un correo poco relevante.

Hija mía: lamento haber estado tan distante estos últimos meses, pero estuve muy ocupado resolviendo unos negocios. Nunca olvides que siempre te llevo conmigo en mis pensamientos.

Sabes cuánto te amo y que ruego porque algún día perdones las veces que te he fallado.

Eres el amor de mi vida, tampoco deberías olvidarlo.

Más pronto que tarde tendrás novedades de mí. Me gustaría verte y hacerte partícipe de mis novedades. Avísame cuando llegues a Cleveland.

Te amo, papá.

Trago la bola de lágrimas que se acumula en mi garganta y miro hacia el techo, evitando romper en llanto. Para entonces, Fabien ha salido del baño en dirección a la habitación con su teléfono en mano.

No se escucha más que un siseo a lo lejos.

¿Por qué parece que todos escondiéramos algo?

Fabien se escabulle para hablar a solas y sin testigos; mi padre, al que solo le importa darme migajas de su cariño en lugar de un poco de tiempo de calidad, está hablándome en código y yo misma, estoy ocultando que no quiero que el momento del adiós a Fabien llegue.

Mis dedos pican por responder a mi papá con reproches de antaño que fueron acumulándose con el paso de la vida y las circunstancias.

Aparece cuando quiere y se va del mismo modo. ¿Para qué rayos quiere saber cuándo regresaré a Cleveland? Hace años que no me visita formalmente, limitándose a conversaciones telefónicas sin videos. Las reuniones ocasionales en gasolineras alejadas de la ciudad ni siquiera deberían contar.

Por mucho tiempo ignoré las alertas.

Por mucho tiempo evité creer que mi padre estaba involucrado en asuntos turbios.

Ya no puedo decir que no lo piense.

¿Por qué no es como los padres de la mayoría de las personas? Atento a las necesidades de sus hijos, preguntándoles por su día laboral, incluso insistiendo con la idea de darle nietos.

Me he resignado a que jamás tendré ese tipo de relación.

Le respondo que llegaré horas antes de la navidad, lo cual me lleva a pensar en todo lo acontecido durante este tiempo fuera de casa. Por casi un año he recorrido el país, he conocido gente grandiosa y me he encontrado con Fabien.

Desde que regresamos de la caminata no hemos sido los mismos; él recibió un llamado que aún lo tiene en el dormitorio y yo no dejé de pensar en su hábil maniobra por quitarse de encima una pregunta incómoda.

¿Siempre es así de evasivo con lo que no quiere hablar?

Odio a los hombres misteriosos y Fabien tiene un gran letrero luminoso en su frente que indica que es uno.

En algún momento posterior a la lectura del correo de mi padre me he acostado en el sofá y el peso de Fabien no tarda en caer sobre mi cuerpo. Sus labios suaves rozan los míos, despertándome.

―Mis vecinas son lesbianas. ―explica y mis ojos se abren de golpe. Su declaración me toma por sorpresa.

―¿Qué? ―me acomodo en el respaldo mientras él habla a mi perfil.

―Que tengo vecinas lesbianas.

―Oh, bueno, pero que les guste la ensalada no significa que no se tienten con una buen filete ―digo y él automáticamente frunce su entrecejo.

Me mira, analítico, y se echa a reír.

―¿Me estás comparando con un filete?

―Uno bueno y jugoso, no cualquier filete ―y de inmediato, comienza a hacerme cosquillas.

Sabe que las detesto porque soy susceptible a ellas. Me retuerzo hasta el cansancio, me río hasta dejarme vencer y en menos de un suspiro, estoy despatarrada en mi cama, siendo besada y venerada por un hermoso hombre que, sin quererlo, me romperá el corazón antes de lo previsto.

***

―Que conste que he remarcado muchas veces que no soy buena en la cocina ―Advierto, cuchara de madera en mano. Hace mucho frío aquí dentro y Fabien estaba antojado con comer estofado de carne.

Me ofrecí a hacerlo, puesto que era la única receta que recuerdo de Blackie, la cocinera que vivió en mi casa hasta que mi mamá murió.

―Eres médica, cuento con que aplicarás tu juramento hipocrático por si me intoxico. ―Sonríe y me sorprende con un beso en la mejilla.

Es un gesto simple, como el de una pareja que lleva mucho tiempo siendo compañeros.

Me guardo estos sentimientos que crecen día a día bajo siete llaves y termino de servirle en su cuenco de loza verde militar. Los he comprado hace unos días y están decorados con un hermoso patrón de florecitas blancas y amarillas.

Me siento y espero a que pruebe. Me mira y eleva una ceja.

―No prometo que esté rico. A pesar de ello, puedo asegurarte de que sobrevivirás.

―Roni ―a pesar de confesar que le gusta llamarme por mi nombre completo, he conseguido que use ese apodo familiar ―, sé que hemos estado bromeando al respecto todo el día, pero agradezco mucho que hayas hecho este plato con las pocas herramientas que tienes aquí y conseguimos traer por la tarde. En serio, gracias, nena ―me toma la mano y me besa los nudillos. Confío en su sinceridad ―. Ahora bien, comamos antes de que se enfríe ―Coge un trozo de pan y lo remoja en la salsa. Cuando lo prueba sus ojos son brillantes. Luego, toma un bocado de carne y lo degusta cerrando los párpados.

Estoy ansiosa por su respuesta, aunque a juzgar por su reacción, parece que le agrada.

―¿Y?

―Lo bueno hay que disfrutarlo, cariño.

―¿Te...gustó?

―Esto está delicioso...¡lo juro!

No muchas veces he tenido la oportunidad de cocinar para alguien que valore mis platos, mucho menos, mi esfuerzo.

Fabien no es de entregar cumplidos al azar, lo cual me enorgullece aún más; lo veo comer con ganas y eso me tranquiliza.

Más tarde, yo no he comido ni medio plato que él ya ha devorado el suyo y pide un cucharón más. Con este tipo de comida hipercalórica, no creo que esta noche tengamos sexo.

Bien, será noche de acurrucada.

―¿Noche de acurrucada? ―pregunta y de inmediato, caigo en la cuenta de que he hablado en voz alta.

―Mierda, ¿cuándo aprenderé a cerrar la boca? ―me quejo.

―No, no, me interesa tu propuesta. Creo que tienes razón: me he excedido en la comida. Sin dudas, ha sido una pasada ―Limpia los resto de salsa con un trozo de pan, haciendo alarde de su satisfacción.

Por la noche y en la cama, su pesada mano me amasa un pecho y su respiración choca contra mi hombro.

No tenemos relaciones sexuales, pero nos la apañamos para hacernos ricos masajes.

Él se ha dormido de inmediato después de algunos besos calientes. ¿Yo? No he podido pegar un ojo, contando los minutos que me quedan a su lado.

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